domingo, 28 de junio de 2009

-SOL NEGRO




El sol negro es un símbolo al que se le rendía culto en la religión nazi 1.En alemán SchwarSonne,también serefiere a Sonnenrad (ale
mán para la "Rueda Solar"), símbolo de esoterismo y de significado oculto, notable por su uso en el misticismo nazi.

El sol negro es un símbolo esotérico compuesto por dos círculos concéntricos. Elcírculo interior posee la forma de un sol del que parten doce rayos (que en la concepción clásica de la rueda solar representaban el movimiento del sol a través del año). Los doce rayos, en sus extensiones, alcanzan el círculo exterior, donde sus ángulos se tuercen fromando a la vez dos símbolos de importancia clave en el misticismo nazi: la esvástica y doce runas Sig o Sigel, la runa de la victoria, cuya representación doble conforma el emblema de las SS. El sol negro es un símbolo utilizado hoy en día por las ideologías neonazis, así como por los movimientos neopaganos.

El sol negro que aparece en la foto no era un símbolo usado habitualmente, pues se encontraba relacionado con el misticismo nazi al que solo accedían los iniciados de las SS. Este símbolo aparece incorporado a un mosaico u ornamento de mármol verde oscuro, en el suelo de mármol de la (foto) antigua "Obergruppenführersaal" (salade los generales, el lugar destinado a los líderes de las SS) en la torre norte del castillo de Wewelsburg, cerca de la ciudad de Paderborn. Este mosaico, que puede ser visto desde el exterior de la sala a través de una puerta de celosía, parece negro por las condiciones de iluminación del lugar. En su origen, dicho mosaico poseía un disco de oro colocado en su centro. El castillo de Wewelsburg, tras su adquisición por el mando de las SS, fue rehabilitado y reformado con el objetivo de convertirse, a la vez, en el centro de control de las SS y en el corazón de una nueva religión racial, uno de cuyos símbolos clave era el propio Sol Negro. Según los arquitectos que llevaron a cabo la reconstrucción, el objetivo era que el castillo se convirtiese en el "centro del mundo".


Originalmente, el Sol Negro formaba parte de una serie de creencias englobadas en una corriente ocultista iniciática, el ocultismo nazi, fundada (o "reconstruida") por los líderes de las SS. Heinrich Himmler, gran ocultista, dio cobijo a toda una serie de movimientos reconstrucionistas de la cultura ancestral indoeuropea. De estas corrientes ideológicas surgió finalmente una corriente mística, casi una religión racial iniciática, en la cual se unían conceptos de diversas creencias y religionesa las que se agregaban la figura del Führer y la pureza de la Sangre Aria. Dentro de esta religión racial, el Sol Negro representaba a un sol oculto, dador de sabiduría y que proporcionaba su fuerza superior a la raza aria. La simbología oculta en el propio Sol Negro es de una profundidad increíble, pues aparte de representar la ruedasolar y de ocultar en sus líneas símbolos como la esvástica o las runas, ha llegado a ser considerado una nueva "tabla redonda", en la cual doce caballeros (el consejo de iniciados, los máximos líderes de las SS) rodeaban a un jefe central.

La adoración del Sol Negro en el Hitlerismo Esotérico

Tras finalizar la guerra y desaparecer el poder nazi, la corriente mística nazi permaneció, alentada por algunos adeptos al misticismo nazi. Con el tiempo, en base a las creencias promulgadas por Savitri Devi y Miguel Serrano, dichas corrientes místicas se transformarían en el denominado Hitlerismo Esotérico, una religión racial que adora a Hitler como Avatara, englobándolo en toda una serie de creencias sincréticas, así como teorías conspiratorias, creencias ocultistas de muy diversa índole, y datos teóricamente históricos pero que, en gran número de ocasiones, no son veraces ni tienen un fundamento real. Dentro de esta creencia, el Sol Negro ocupa un lugar de importancia clave, como objeto de adoración.

Para la doctrina del Hitlerismo Esotérico, el Sol Negro representa a un Sol de sabiduría, que ilumina al "mundo verdadero", el de los espíritus. A través de él se accede a dicho mundo, mediante la meditación y la consagración al inmovilismo del alma. El Sol negro se encuentra oculto tras el sol de oro, el sol que alumbra el mundo material. Por ello, trascender a la luz del Sol Negro, el Sol de la sabiduría, es alcanzar la iluminación y la verdadera vida. El Sol Negro es el portal por el cual los arios trascienden a una existencia superior tras la muerte. También, siempre según Miguel Serrano, es el portal por el cual los OVNI acceden al mundo material.

El Sol Negro como símbolo del cuarto Reich

Algunas corrientes mantienen, o buscan activamente, la reinstauración del poder Nazi mediante un nuevo Reich. Más allá de las corrientes místicas, independientemente de las creencias del Hitlerismo Esotérico, el Sol Negro se ha convertido en un emblema que representa el futuro resurgir en forma del Cuarto Reich.

Referencias

  1. 'Sol Negro (de Goodrick-Clarke): : Aryan Cults, Esoteric Nazism and the Politics of Identity' por Nicolás Goodrick-Clarke.

El Sol Negro, también se referiría a la llegada de una nueva era

jueves, 25 de junio de 2009

-CRIATIANOS Y NAZIS

NO SOLO LOS CRISTIANOS CATOLICOS AYUDARON COLABORARON CON EL REGIMEN NAZI SINO TAMBIEN EL SECTOR PROTESTANTES

A cien años del nacimiento de Hitler, queremos hacer una puntualización. Está dedicada a aquellos católicos que sólo entonan el mea culpa en respuesta al viejo coro de acusaciones, como si la Iglesia fuera la responsable de aquel cristiano austriaco.

Pero la verdad es ésta: en mayor o menor medida, todos comparten la responsabilidad de lo acaecido entre 1933 y 1945. Sin embargo, si Alemania hubiera sido católica, no habría responsabilidades que echarse en cara: el nacionalsocialismo habría seguido siendo una facción política impotente y folclórica.

Primero fueron Lutero y sus sucesores y luego, en el siglo XIX, Otto von Bismarck, quienes intentaron, con toda la violencia a su alcance, desterrar de Alemania el catolicismo, considerado como una sumisión a Roma indigna de un buen patriota alemán. El «Canciller de Hierro» definió su persecución de los católicos como Kulturkamp, «lucha por la civiliza­ción», con el fin de separarlos por la fuerza del papado «extranjero y supersticioso» y hacerlos confluir en una activa Iglesia nacional, al igual que pretendían los luteranos desde siglos atrás. No lo consiguió y al final fue él quien se vio obligado a ceder (sin embargo, la fidelidad a Roma fue hasta 1918 una deshonra que impedía el ascenso a los altos escalafones del Estado y del Ejército).

Después de la Reforma luterana, sólo un tercio de los alemanes siguió siendo católico. Hitler no llegó al poder mediante un golpe de Estado, lo hizo con toda legalidad, mediante el democrático método de elecciones libres. No obstante, en ninguna de aquellas elecciones obtuvo mayoría en los Länder católicos, los cuales, obedientes (entonces lo eran...) a las indicaciones de la jerarquía, votaron unidos, como siempre, por su partido, el glorioso Zentrum, que ya había desafiado victoriosamente a Bismarck y que también se opuso a Hitler hasta el último momento.

Y esto fue (dato que se olvida pronto), lo que no hicieron los comunistas, para quienes, hasta 1933, el enemigo principal no era el nazismo, sino la «herética» socialdemocracia. Se ha hecho todo lo posible para que olvidemos que Hitler nunca habría desencadenado la guerra sin la alianza con la Unión Soviética que, en 1939, bajó al campo de batalla con los nazis para dividirse Polonia. Y fueron los soviéticos quienes, al librar a Hitler de la amenaza del doble frente, le permitieron llegar hasta París, después de conquistar Varsovia. Hasta la «traición» de Hitler en el verano de 1941, las materias primas rusas sostuvieron el esfuerzo germano durante sus buenos veintidós meses. Los motores de los carros de combate nazis del Blitz en Polonia y en Francia y los aviones de la batalla de Inglaterra rodaron con el petróleo de la soviética Bakú. Hasta esa fecha, en los países ocupados, como Francia, los comunistas locales obedecían las directrices de Moscú y estaban de parte de los nazis, no de la resistencia.

Sirvan estos hechos por las décadas de alardes de «importantes méritos antifascistas» del comunismo internacional, tan predispuesto a definir a los católicos (los «clérigo-fascistas») de encubridores de la gran tragedia. No son méritos los que ostentan los comunistas sino responsabilidades gravísimas. Al nazismo no lo venció de ningún modo la iniciativa de Stalin, quien, por el contrario, se sintió traicionado por el ataque imprevisto de la aliada Berlín. Lo venció la resistencia, de cuyos méritos intentó luego apropiarse el marxismo, tras una decisión tardía y obligada por el revés alemán.

El nazismo cayó gracias a la obstinación de Inglaterra, que consiguió atraer tras de sí a la potencia industrial americana y que, de acuerdo con su política tradicional más que por motivos ideales (el propio Churchill había sido admirador de Mussolini y tuvo palabras de aprecio y elogio para Hitler; además, el partido fascista local recogía simpatía y apoyo en la isla), nunca había soportado la existencia de una potencia hegemónica en la Europa continental. Así había ocurrido con Napoleón y la entrada en la guerra de 1914: ésta no fue una guerra de principios sino de estrategia imperial. A principios de siglo, la Gran Bretaña victoriana no había mostrado intenciones y procedimientos muy distintos de los de la Alemania hitleriana contra los bóers sudafricanos. Por desgracia, en política (y en la guerra, que es su continuación), no existen los paladines de ideal in­maculado.

Volviendo al ascenso de Hitler, recordaremos que, también en las decisivas elecciones de marzo de 1933, los Länder protestantes le proporcionaron la mayoría, pero las zonas católicas lo mantuvieron en minoría. El presidente Hindenburg, respetando la voluntad de la mayoría de los electores, confió la cancillería a aquel austriaco de cuarenta y cuatro años, de orígenes oscuros (quizás parcialmente judío, según algunos historiadores). El 21 de marzo, día de la primera sesión del Parlamento del Tercer Reich, Goebbels proclamó el «Día de la Revancha Nacional». Las solemnes ceremonias se abrieron con un servicio religioso en el templo luterano de Postdam, antigua residencia prusiana.

Joachin Fest, el biógrafo de Hitler, escribe: «Los diputados del católico Zentrum tenían permiso para entrar en el servicio religioso (luterano) de la iglesia de los santos Pedro y Pablo sólo por una puerta la­teral, en señal de escarnio y venganza. Hitler y los jerarcas nazis no se presentaron "a causa -dijeron- de la actitud hostil del obispado católico".» La famosa foto de Hindenburg estrechando la mano de un Hitler vestido con casaca se realizó en los escalones del templo protestante. «Inmediatamente después -escribe Fest- el órgano entonó el himno de Lutero: Nun danket alle Gott, y que ahora todos alaben a Dios.» Era el principio de una tragedia que vería el asesinato de cuatro mil sacerdotes y religiosos católicos, por el mero hecho de serlo.

Desde 1930, en la Iglesia luterana los Deutschen Christen (los Cristianos Alemanes) se habían organizado siguiendo el modelo del partido nazi en la «Iglesia del Reich» que sólo aceptaba a bautizados «arios». Después de las elecciones de 1933, Martin Niemoller, el teólogo que luego se pasó a la oposición, «en nombre -escribió- de más de dos mil qui­nientos pastores luteranos no pertenecientes a la "Iglesia del Reich"», envió un telegrama a Hitler: «Saludamos a nuestro "Führer", dando gracias por la viril acción y las claras palabras que han devuelto el honor a Alemania. Nosotros, pastores evangélicos, aseguramos fidelidad absoluta y encendidas plegarias.»

Se trata de una larga y penosa historia que, también en julio de 1944, tras el fallido atentado a Hitler, mientras lo que quedaba de la Iglesia católica alemana guardaba un profundo silencio, los jefes de la Iglesia luterana enviaban otro telegrama: «En todos nuestros templos se expresa en la oración de hoy la gratitud por la benigna protección de Dios y su visible salvaguarda.» Una pasividad, que, como veremos, no fue casual.

La historia no perdona. Tal vez deje que pasen los siglos, pero a la larga no se olvida de nadie, llevando la luz a todos los rincones. En este tout se tient, todo encaja, incluida la relación directa entre la reforma luterana y la docilidad alemana frente al ascenso del nacionalsocialismo, por un lado, y, por el otro, la fidelidad absoluta al régimen hasta el fin, pese a alguna excepción tan heroica como aislada.

Recordábamos cómo, ya desde 1930, los protestantes se organizaron en la «Iglesia del Reich» de los Deutschen Christen, los «Cristianos Alemanes», cuyo lema era: «Una nación, una Raza, un Führer.» Su proclama: «Alemania es nuestra misión, Cristo nuestra fuerza.» El estatuto de la Iglesia se modeló según el del partido nazi, incluido el denominado «párrafo ario» que impedía la ordenación de pastores que no fueran de «raza pura» y dictaba restricciones para el acceso al bautismo de quien no poseyera buenos antecedentes de sangre.

Entre otros documentos que han de hacer reflexionar a todos los cristianos, pero de manera muy especial a los hermanos protestantes, citamos la crónica enviada por el corresponsal en Alemania del acreditado periódico norteamericano Time, publicado en el número que lleva fecha del 17 de abril de 1933, es decir, un par de meses después del ascenso a la cancillería de Hitler:

«El gran Congreso de los Cristianos Germánicos ha tenido lugar en el antiguo edificio de la Dieta prusiana para presentar las líneas de las Iglesias evangélicas en Alemania en el nuevo clima auspiciado por el nacionalsocialismo. El pastor Hossenfelder ha comenzado anunciando: "Lutero ha dicho que un campesino puede ser más piadoso mientras ara la tierra que una monja cuando reza. Nosotros decimos que un nazi de los Grupos de Asalto está más cerca de la voluntad de Dios mientras combate, que una Iglesia que no se une al júbilo por el Tercer Reich."» [Alusión polémica a la jerarquía católica que se había negado a «unirse al júbilo». N. del e.]

El Time proseguía: «El pastor doctor Wieneke-Soldin ha añadido: "La cruz en forma de esvástica y la cruz cristiana son una misma cosa. Si Jesús tuviera que aparecer hoy entre nosotros sería el líder de nuestra lucha contra el marxismo y contra el cosmopolitismo antinacional." La idea central de este cristianismo reformado es que el Antiguo Testamento debe prohibirse en el culto y en las escuelas de catecismo dominical por tratarse de un libro judío. Finalmente, el Congreso ha adoptado estos dos princi­pios:

1) "Dios me ha creado alemán. Ser alemán es un don del Señor. Dios quiere que combata por mi germanismo"

2) "Servir en la guerra no es una violación de la conciencia cristiana sino obediencia a Dios".»

La penosa extravagancia de los Deutschen Christen no fue la de un grupo minoritario sino la expresión de la mayoría de los luteranos: en las elecciones eclesiásticas de julio de 1933 los «cristonazis» obtenían el 75 % de los sufragios de parte de los mismos protestantes que, a diferencia de los católicos, en las elecciones políticas habían asegurado la mayoría par­lamentaria al NSDAP (el Partido Nacionalsocialista de los Trabajadores Alemanes).

Todo esto (como ya anticipábamos) no es casual, sino que responde a una lógica histórica y teológica. Como explica el Papa Benedicto XVI (Joseph Ratzinger), un bávaro que en 1945 tenía dieciocho años y estaba alistado en la Flak, la artillería contraaérea del Reich: «El fenómeno de los "Cristianos Alemanes" ilumina el típico peligro al que está expuesto el protestantismo frente al nazismo. La concepción luterana de un cristianismo nacional, germánico y antilatino, ofreció a Hitler un buen punto de partida, paralelo a la tradición de una Iglesia de Estado y del fuerte énfasis puesto en la obediencia debida a la autoridad política, que es natural entre los seguidores de Lutero. Precisamente por estos motivos el protestantismo luterano se vio más expuesto que el catolicismo a los halagos de Hitler. Un movimiento tan aberrante como el de los Deutschen Christen no habría podido formarse en el marco de la concepción católica de la Iglesia. En el seno de esta última, los fieles hallaron más facilidades para resistir a las doctrinas nazis. Ya entonces se vio lo que la Historia ha confirmado siempre: la Iglesia católica puede avenirse a pactar estratégicamente con los sistemas estatales, aunque sean represivos, como un mal menor, pero al final se revela como una defensa para todos contra la degeneración del totalitarismo. En efecto, por su propia naturaleza, no puede confundirse con el Estado -a diferencia de las Iglesias surgidas de la Reforma-, sino que debe oponerse obligatoriamente a un gobierno que pretenda imponer a sus miembros una visión unívoca del mundo.»

En efecto, el típico dualismo luterano que divide el mundo en dos Reinos (el «profano» confiado sólo al Príncipe, y el «religioso» que es competencia de la Iglesia, pero del cual el propio Príncipe es Moderador y Protector, cuando no su Jefe en la tierra), justificó la lealtad al tirano. Una lealtad que para la mayoría de los cargos de la Iglesia protestante se llevó hasta el final: ya vimos el mensaje enviado al Führer cuando, después de escapar del atentado de julio de 1944, ordenó acabar con la conjura (en la que estaban implicados, entre otros, oficiales de la antigua aristocracia y la alta burguesía católica) con un baño de sangre.

Si en la época del ascenso al poder del nazismo no hubo movimientos de resistencia apreciables, ya en 1934 una minoría protestante se aglutinaba en torno a la figura no de un alemán sino del suizo Karl Barth, tomando distancias respecto a los Deutschen Christen y organizándose luego en el movimiento de la «Iglesia confesante», que tuvo sus propios mártires, entre ellos al célebre teólogo Dietrich Bonhoffer. Sin embargo, como menciona Ratzinger, «precisamente porque la Iglesia luterana oficial y su tradicional obediencia a la autoridad, cualquiera que fuera ésta, tendían a halagar al gobierno y al compromiso en servirlo también en la guerra, un protestante necesitaba un grado de valor mayor y más íntimo que un católico para resistir a Hitler». En resumidas cuentas, la resistencia fue una excepción, un hecho individual, de minorías, que «explica por qué los evangélicos -prosigue Benedicto XVI- han podido jac­tarse de personalidades de gran relieve en la oposición al nazismo». Era necesario un gran carácter, enormes reservas de valor, una inusual convicción para resistir, precisamente porque se trataba de ir contra la mayoría de los fieles y las enseñanzas mismas de la propia Iglesia.

Naturalmente, dado que la historia de la Iglesia católica es también la historia de las incoherencias, de sus concesiones, de los yerros del «personal eclesiástico», no todo fue un brillo dorado ni entre la jerarquía ni entre los religiosos y fieles laicos.

Se ha discutido mucho, por ejemplo, acerca de la oportunidad de la firma en julio de 1933 de un Concordato entre el Vaticano y el nuevo Reich. Ya lo habíamos mencionado, pero vale la pena repetirlo, al igual que continuamente se repiten las acusaciones contra la Iglesia por este asunto.

En primer lugar hay que considerar -y esto, naturalmente, vale para todos los cristianos, sean católicos o protestantes- que hacía pocos meses desde el advenimiento a la Cancillería de Adolf Hitler, que todavía no había asumido todos los poderes y por lo tanto no había revelado al completo el rostro del régimen, cosa que sólo se aprestaría a hacer inmedia­tamente después. Recuérdese que hasta 1939, el primer ministro británico Chamberlain defendía la necesidad de una conciliación con Hitler y que el mismo Winston Churchill escribió (algo que, para mayor apuro de los aliados, recordarían los acusados en el Proceso de Nuremberg): «Si un día mi patria tuviera que sufrir las penalidades de Alemania, rogaría a Dios que le diera un hombre con la activa energía de un Hitler.»

Joseph Lortz, historiador católico de la Iglesia, que vivió aquellos años en Alemania, su país, dice: «No hay que olvidar nunca que durante mucho tiempo, y de una forma refinadamente mentirosa, el nacionalsocialismo ocultó sus fines bajo fórmulas que podían parecer plausibles.» Ahora nosotros juzgamos aquellos años sobre la base de la terrible documentación descubierta: pero sólo después. Como se demostró en el mismo Proceso de Nuremberg, sólo muy pocos de los miembros de las altas esferas sabían lo que en realidad estaba sucediendo en los campos de concentración (para judíos; pero también para Cristiano Católicos, Testigos de Jehová, gitanos, homosexuales, disidentes o presos comunes, en su mayoría eslavos). Las órdenes para la «solución final del problema judío» se mantuvieron con tal reserva que no tenemos ningún rastro escrito de las mismas, hecho que permite a los historiadores «revisionistas» poner en duda que hubiesen llegado a proclamarse.

En cualquier caso, en lo referente al Concordato de 1933 cabe señalar que no debía de ser un texto tan impresentable si, aunque con alguna modificación, todavía sigue vigente en la República Federal Alemana, limitándose casi a repetir los acuerdos firmados tiempo atrás con los Estados de la Alemania democrática prenazi. Recuérdese también que en 1936, apenas tres años después del pacto, la Santa Sede ya había presentado al gobierno del Reich unas 34 notas de protesta por violación del citado Concordato. Y como punto final a aquellas continuas violaciones, al año siguiente, en 1937, Pío XI escribió la célebre encíclica Mit brennender Sorge.

Pero luego, volviendo a las raíces del tema; los opositores a cualquier concordato, no entienden que éstos sean posibles en virtud de una concepción de la Iglesia que es preciosa, sobre todo en épocas dramáticas como aquéllas. Es la concepción católica de una Iglesia como sociedad anónima, independiente, con sus estructuras, su organización, su vicario terreno y cuyo único jefe y legislador es Jesucristo.

En resumen, una esperanza que toma realmente en serio la inaudita palabra del Evangelio: «Dad al César lo que es del César, a Dios lo que es de Dios.» Es extraordinariamente importante el hecho mismo de que un gobierno (y más uno como el del Führer), acepte pactar con la Iglesia, estableciendo derechos y deberes recíprocos: es el reconocimiento de que el hombre también tiene deberes con Dios, no sólo con el Estado. Es la afirmación de que el césar no lo es todo, como casi llega a hacer el protestantismo con la sofocante creación de las «Iglesias de Estado», al menos en lo que concierne a los hechos. Pese a sus inconvenientes y, pese, como en el caso del nazismo, a no ser siempre respetado, la mera existencia del Concordato confirma que a la larga existe otro poder capaz de resistir y vencer al poder terrenal.

Bien es verdad que, una vez declarada la guerra, el Concordato de 1933 fue para Berlín poco menos que papel mojado. Sin embargo, recordó a los creyentes perseguidos que en Europa no sólo existía el omnipotente Tercer Reich. También existía la Iglesia romana, desarmada pero temible hasta para el tirano que, por más que desafiara al mundo entero, no osó pedir a los paracaidistas que tenía situados en una Roma de la que había huido el gobierno italiano, que rebasaran las fronteras de la colina vaticana.

lunes, 22 de junio de 2009

-LA TEORIA DE LOS 6 GRADOS DE SEPARACION


Seis grados de separación es una teoría que intenta probar el dicho de "el mundo es un pañuelo", dicho de otro modo, que cualquiera en la Tierra puede estar conectado a cualquier otra persona del planeta a través de una cadena de conocidos que no tiene más de cinco intermediarios (conectando a ambas personas con sólo seis enlaces). La teoría fue inicialmente propuesta en 1929 por el escritor húngaro Frigyes Karinthy en una corta historia llamada Chains. El concepto está basado en la idea de que el número de conocidos crece exponencialmente con el número de enlaces en la cadena, y sólo un pequeño número de enlaces son necesarios para que el conjunto de conocidos se convierta en la población humana entera.
Recogida también en el libro "Six Degrees: The Science of a Connected Age” del sociólogo Duncan Watts, y que asegura que es posible acceder a cualquier persona del planeta en tan solo seis “saltos”.
Según esta Teoría, cada persona conoce de media, entre amigos, familiares y compañeros de trabajo o escuela, a unas 100 personas. Si cada uno de esos amigos o conocidos cercanos se relaciona con otras 100 personas, cualquier individuo puede pasar un recado a 10.000 personas más tan solo pidiendo a un amigo que pase el mensaje a sus amigos.
Estos 10.000 individuos serían contactos de segundo nivel, que un individuo no conoce pero que puede conocer fácilmente pidiendo a sus amigos y familiares que se los presenten, y a los que se suele recurrir para ocupar un puesto de trabajo o realizar una compra. Cuando preguntamos a alguien, por ejemplo, si conoce una secretaria interesada en trabajar estamos tirando de estas redes sociales informales que hacen funcionar nuestra sociedad. Este argumento supone que los 100 amigos de cada persona no son amigos comunes. En la práctica, esto significa que el número de contactos de segundo nivel será sustancialmente menor a 10.000 debido a que es muy usual tener amigos comunes en las redes sociales.
Si esos 10.000 conocen a otros 100, la red ya se ampliaría a 1.000.000 de personas conectadas en un tercer nivel, a 100.000.000 en un cuarto nivel, a 10.000.000.000 en un quinto nivel y a 1.000.000.000.000 en un sexto nivel. En seis pasos, y con las tecnologías disponibles, se podría enviar un mensaje a cualquier individuo del planeta.
Evidentemente cuanto más pasos haya que dar, más lejana será la conexión entre dos individuos y más difícil la comunicación. Internet, sin embargo, ha eliminado algunas de esas barreras creando verdaderas redes sociales mundiales, especialmente en segmento concreto de profesionales, artistas, etc.
En la década de los 50, Ithiel de Sola Pool (MIT) y Manfred Kochen (IBM) se propusieron demostrar la teoría matemáticamente. Aunque eran capaces de enunciar la cuestión "dado un conjunto de N personas, ¿cual es la probabilidad de que cada miembro de estos N estén conectados con otro miembro vía k1, k2, k3,..., kn enlaces?", después de veinte años todavía eran incapaces de resolver el problema a su propia satisfacción.
En 1967, el psicólogo estadounidense Stanley Milgram ideó una nueva manera de probar la teoría, que él llamó "el problema del pequeño mundo". El experimento del mundo pequeño de Milgram consistió en la selección al azar de varias personas del medio oeste estadounidense, para que enviaran tarjetas postales a un extraño situado en Massachusetts, situado a varios miles de millas de distancia. Los remitentes conocían el nombre del destinatario, su ocupación y la localización aproximada. Se les indicó que enviaran el paquete a una persona que ellos conocieran directamente y que pensaran que fuera la que más probabilidades tendría, de todos sus amigos, de conocer directamente al destinatario. Esta persona tendría que hacer lo mismo y así sucesivamente hasta que el paquete fuera entregado personalmente a su destinatario final.
Aunque los participantes esperaban que la cadena incluyera al menos cientos de intermediarios, la entrega de cada paquete solamente llevó, como promedio, entre cinco y siete intermediarios. Los descubrimientos de Milgram fueron publicados en "Psychology Today" e inspiraron la frase "seis grados de separación". El dramaturgo John Guare popularizó la frase cuando la escogió como título de su obra en 1990. Sin embargo, los descubrimientos de Milgram fueron criticados porque éstos estaban basados en el número de paquetes que alcanzaron el destinatario pretendido, que fueron sólo alrededor de un tercio del total de paquetes enviados. Además, muchos reclamaron que el experimento de Milgram era parcial en favor del éxito de la entrega de los paquetes seleccionando sus participantes de una lista de gente probablemente con ingresos por encima de lo normal, y por tanto no representativo de la persona media.
Los seis grados de separación se convirtieron en una idea aceptada en la cultura popular después de que Brett C. Tjaden publicase un juego de ordenador en el sitio web de la University of Virginia basado en el problema del pequeño mundo. Tjaden usó la Internet Movie Database (IMDb) para documentar las conexiones entre diferentes actores. La Revista Time llamó a su sitio, "The Oracle of Bacon at Virginia" [1], uno de los "Diez Mejores Sitios Web de 1996". Programas similares se siguen usando hoy en clases de introducción de ciencias de la computación con la finalidad de ilustrar grafos y listas.
Pueden ver también:
-Seis grados de separación (película)
-Seis grados (serie de TV)

-MITOS Y RITOS DE LA NAVIDAD SU ORIGEN PAGANO Y CRISTIANO


Extraido de la revista AÑO CERO

AÑO XV/N° 12-

173

SECCION: En portada

La representación del nacimiento de Jesús y la Adoración son casi tan antiguos

como la iglesia de Roma. Los primeros testimonios datan del siglo IV. En el siglo VII ya existía una recreación formal de la gruta de la Natividad en la basílica Romana de Santa Maria la Mayor.

Durante la Edad media, esa tradición se consolido en forma de dramas evocadores de la Natividad, escenificados en las iglesias. En ocasión de la mis de navidad solía repre sentarse el episodio evangélico del nacimiento de Jesús con la participación del pueblo. Una madre con su hijo de pecho, o una doncella con un niño, recibían la visita de algunos pastores tan reales como la vida misma. A un vecino barbudo se le confiaba el papel de San José. El agraciado debía soportar el abucheo de todo el auditorio cuando pretendía tocar al niño. Pero de aquellos primeros belenes vivientes y festivos nació un género teatral.

En el siglo XII, el anónimo conocido como Auto de los reyes Magos empezaba con un Gaspar maravilladlo de la visión de la estrella de Belén.

Hoy esta pieza de probable origen catalán es una referencia obligada en la historia de la literatura mundial.

La representación de un drama litúrgico de este genero conmovió a San Francisco de Asís. Y en 1223, con la autorización del Papa Honorio III, este santo fabrico el primer Belén navideño del que se tiene noticia en una gruta de la Toscana italiana: un niño Jesús esculpido en piedra, acostado en el pesebre, entre un buey y un asno vivos. Franciscanos y monjas clarisas lo difundieron por toda Italia y la aristocracia lo adopto como costumbre.

El sentimiento popular

Sin embargo, a pesar de contar con el aval oficial del Papa, el Belén de San Francisco no se inspiraba en el evangelio canónico, sino también en apócrifos condenados por la propia Iglesia en el siglo IV, como el Pseudos Mateo. Esto tiene un significado reseñable, porque indica que nació con vocación integradora, abierto a la religiosidad popular y al material dorado de la leyenda, generando así un ámbito de comunión alejado de la seriedad teológica y doctrinal. El Carlos III traería esta moda desde Nápoles a España en el siglo XVIII. Su famoso Belén del príncipe una esmerada obra realizada por artistas valencianos a pedido del monarca– puede admirarse hoy en el palacio real.

Entre las señas de identidad de esta representación de la natividad destacan los animales. Al buey y al asno pronto se añadió el gallo, que asumió el papel del ave anunciadora del advenimiento de Cristo a todas las criaturas. Con los años, la imaginación popular fue agregando otros elementos característicos para recrear la vida cotidiana, dando realismo al nacimiento.

Desde este punto de vista, el detalle más curioso lo constituyen esas figuras de pastores o campesinos representadas en cuclillas y en el acto de defecar, conocidas como cagoner, caconi, caganceiros, cañoneras o cagones, según las regiones y países. Son imágenes que aparecen incluso en la sillería de la catedral de Ciudad Rodrigo (Salamanca), en algunas fachadas de iglesias del siglo XV y hasta en un magnifico relieve en mármol denominado La Virgen y la montaña de Montserrat, obra anónima del siglo XVII que se conserva en Valencia.

En el siglo XVI, la Reforma protestante se mostró hostil al belén, que hasta entonces gozaba de excelente salud en Alemania, cuna de uno de los primeros belenes históricos: el de Fussen. El rechazo protestante inspiro una reacción católica y movilizo a los jesuitas –la milicia de la contrarreforma, que promovieron las asociaciones de «amigos del belén». El resultado de esta peculiar batalla fue amplia difusión y democratización en un escenario hogareño habitual en las casas de la burguesía durante el siglo XIX. En el siglo XX la costumbre se extendería a las clases medias acomodadas.

Sin duda, el término «belén» también contenía un simbolismo de profunda resonancia espiritual, ya que esta palabra significa «la casa del pan» y alude a Cristo como «pan que da la vida». Actualmente, este significado original de la navidad se ha perdido para la gran mayoría y esta festividad cristiana ha llegado a homologarse con la tradición pagana de la Nochevieja y el Año Nuevo, pero en sus inicios mantuvo un vínculo estrecho con el sentimiento religioso popular.

Los sones navideños

Si el belén nacido en Italia aporto la imagen navideña mas clásica en los países católicos, el villancico español se había anticipado a su introducción en la península, creando la música mas adecuada. Este género aparece ya en el siglo XV. Como forma de acompañar la representación de los Autos de Navidad con una cantata en el interior de la propia iglesia, que originariamente fue monódica y mas tarde derivó en polifónica, cuando al solista se sumo el coro.

Probablemente, su origen consistió en adaptaciones de poemas profanos medievales de amor humano, reconvertidos en temas de «amor a lo divino». Así lo sugiere su forma clásica – muy próxima a las estructuras mediavales–, que consiste en un estribillo seguido de una estrofa y rematado por una coda que retoma el tema inicial.

En el siglo XV, Gómez Manrique inició la tradición autóctona con una canción navideña. En los siglos de oro de las letras españolas, este genero adquirió un enorme prestigio gracias a poetas de la talla de Lope de Vega y Luís de Góngora. Su éxito fue clamoroso. Entre 1588 y 1605 se llegaron a publicar tres antologías de villancicos en España. Y antes de que acabara el siglo XVII la entrañable tradición desembarca en América.

La fecha clave de este hito histórico se remonta al año 1689, cuando en la catedral de Puebla se canto el primer villancico nacido en el Nuevo Mundo. Su autora fue la poetisa y mística mexicana Sor Juana Inés de la Cruz, mujer de amplia cultura humanística, admiradora de la poesía de Góngora y uno de los talentos mas destacados de la poesía latinoamericana.

El árbol de luz

El Árbol navideño proviene de una tradición diferente. Símbolo universal como Árbol de la Vida desde antiguo, su conversión en un emblema navideño se produjo en los países nórdicos, donde existía una tradición pagana del Árbol de luz (Lichterbaun). En el ciclo artúrico y griálico, se prefigura su adopción por el cristianismo, cuando Parsifal –el caballero de corazón puro que llega a la corte de Arturo en Pentecostés tiene la visión de un Árbol de Luz con el niño Jesús en su copa.

En Europa, su origen precristiano lo asociaba con el roble, árbol sagrado de los druidas,

y también con otras especies veneradas por los pueblos autóctonos, como el pino. Perola Iglesia acabó por imponer el abeto, argumentando que su forma triangular era mas apropiada a la trinidad, del mismo modo que desplazo al muerdago –planta sagrada de la antigüedad, traída como un don por los dioses a la Tierra– en beneficio del acebo, o que prefirió la piña a la manzana como símbolo de inmortalidad. Aunque esta ultima parecía idónea, porque al cortarla por la mitad sus semillas dibujan una estrella de cinco puntas evocadora de la «la Estrella de Belén», estaba demasiado asociada con la iconografía de Venus –diosa del amor, famosa por su tendencia a incurrir en adulterio, aparte de que también se había convertido en la fruta del Árbol del conocieminto del Génesis en la imaginería popular, que la vinculaba con las ideas de tentación y pecado original. En el siglo XVI, Martín Lutero adorno el abeto con velas, transformándolo en una representación del Árbol Cósmico. En el siglo XVIII, los sopladores de vidrio de Bohemia impusieron las bolas de colores brillantes que han perdurado hasta el día de hoy como emblema del cielo estrellado.

En cualquier caso, el Árbol aporta elementos de notable interés. Por un lado, establece un vínculo con las tradiciones paganas en calidad de «Eje del mundo», símbolo del principio masculino que sirve de puente entre la Tierra y el Cielo. Su raíz se hunde en el «Ombligo del mundo», apuntando al centro de Gaia como matriz materna de la vida, y su copa se alza hacia el firmamento paterno, que tradicionalmente representa el ámbito celestial. Por otro, la inclusión de la Estrella de Belén en la cima funde en un único emblema sagrado a todos los antiguos cultos estelares de egipcios, persas y babilónicos y les convierte en anunciadores del nacimiento del Mesías cristiano.

Con el tiempo la vieja hostilidad ha desaparecido. Hoy el Árbol y el belén conviven en pacifica armonía. Como los Magos de Oriente y Santa Claus. Nuestras navidades se han convertido así en un escenario sincrético y hospitalario, acorde con una cultura planetaria y democrática.

En este nuevo ámbito, el antiguo culto del árbol integra numerosas tradiciones, como el que recoge la Festa del Pi catalana y mallorquina, una costumbre que también se observa en Francia –bûche de Nöel– y en otros países europeos.

El tío catalán es el tronco de un pino talado para esa ocasión, quemado en el hogar, como símbolo del fuego solar que se pretende reavivar en el momento en el cual los días empiezan alargarse y las noches a acortarse. En una oquedad del tronco se esconden golosinas y regalos, que salen a la luz por medio del apaleamiento del tío como animados por una varita mágica.

Pero las formas que adquiere este simbolismo del árbol y el fuego son enormemente variadas, incluso sin abandonar la Península ibérica. En todos los casos, es frecuente que a las cenizas del tronco o leños quemados se le atribuyan efectos mágicos y virtudes sanadoras variadas, según algunas creencias que, seguramente, se remontan a la noche de los tiempos.

Juguetes y regalos

Si la natividad inicia el ciclo del solsticio de invierno el 25 de Diciembre, la Adoración de los magos lo cierra el 6 de Enero. Originariamente, Santa Claus –el hijo americano del Klaus holandés, primo hermano del Papa Noel francés y del padre invierno británico– repartía sus regalos en 8 de diciembre. Pero la costumbre trasladó su día al 25 de diciembre, en competencia con la tradición católica de hacer coincidir los regalos infantiles con los presentes que los Magos hicieron a Jesús en el pesebre, en la festividad del 5 de enero.

De todos modos, el Santa Claus nórdico y anglosajón se inspiro en dos fuentes muy distintas: una pagana y otra católica.

La primera aporto la personificación del invierno, que hunde sus raíces en la cultura vikinga.

La segunda nació del culto popular a un obispo católico del siglo IV, histórico como la vida misma y famoso por sus milagros y su generosidad, que le llevo a prodigar todos sus bienes entre los pobres. La leyenda piadosa atribuyó al buen San Nicolás numerosos prodigios, entre ellos el de dar evangélicamente, sin darse a conocer. Así por ejemplo, en una ocasión dejo caer por la chimenea de una caca bolsas con monedas de oro para aportar la dote con que casar a tres jóvenes, cuyo padre arruinado estaba a punto de casar con quien pagara el precio.

Sin embargo, mucho mas tarde el pobre Nicolás vería como se le privaba de su hábito y tocado obispal. Su imagen fue reconvertida en la de un gnomo regordete de resonancias paganas, evocador de los duendes buenos, y se le enfundo en un traje rojo, añadiéndole un gorro picudo de idéntico color. En el siglo XIX, los americanos decidieron motorizarlo, dotándolo con el famoso trineo volador tirado por renos y suavizaron su aspecto inicial de gnomo hasta transformarlo en un señor gordo y bonachón, con abundante melena de plata y largas barbas blancas como la nieve. De la memoria de su antiguo modelo pagano conservaría su residencia en el Polo Norte y del San Nicolás cristiano y legendario le quedaría la costumbre de entrar por las chimeneas para dejar regalos a los niños.

La nueva generación –que nada sabe de antiguas guerras, pero si mucho de sacarle partido a la tradición, se ha apuntado al Santa Claus americano sin renunciar a los Reyes Magos católicos, como una forma de recibir regalasen ambas fecha.

En origen, el presente navideño era un símbolo mediante el cual se expresaba el deseo de distinguir al beneficiario con un amuleto de buen augurio para iniciar el nuevo año. En este sentid, representa un gesto afectuoso, mediante el cual se pretende enseñarnos un valor espiritual: la alegría de dar.

Del ágape al banquete

Actualmente, el banquete copioso y bien regado en vinos diversos, es una seña de identidad que tienen en común Nochebuena, Navidad, Nochevieja y Año Nuevo. Sin embargo, al principio se solía ayunar en vísperas de la navidad. La comida después de media noche era frugal y conservaba un sentido cercano de ágape ritual. La ingesta se limitaba a un simple colación, a la que con el tiempo se añadirían verduras, frutas y dulces, pero excluyendo la carne. Cuando también se hizo costumbre añadir pescado, se abrió de par en par la puerta al banquete navideño moderno. Pero el primer ancestro de los postres, panteones y roscones, fue simplemente un pan especial llevado a la iglesia para ser bendecido durante la misa de media noche. De este «pan de navidad» solo se comía un trozo. El resto se guardaba como remedio mágico para usarlo en caso de enfermedad, una costumbre que mas tarde se extendería a los bollos y al roscon de Reyes.

En el corazón de las navidades convergen muchas culturas, cuya memoria reclama nuestra atención. Tal vez, seria enriquecedor que aprovecháramos el ciclo festivo para pensar en su significado. Los símbolos que se concentran en este escenario evocan la idea de nacimiento y renacimiento, el Sol que muere con el día mas corto del año para volver a renovar el ciclo. De ahí que la ubicación de fin y Año Nuevo a mitad del ciclo del solsticio, que se extiende de Navidad a Reyes, este cargado de referencias cósmicas y aluda al cielo y a los ritmos estaciónales. La navidad cristiana no ignora este simbolismo ancestral y pagano, pero se erige enana imagen cristalizada que, a través del belén y el Árbol, actualizan un evento único: la irrupción de Dios en la historia, encarnando una existencia mortal, para conferir inmortalidad a la aventura del hombre.