viernes, 3 de mayo de 2013

-★DESMINTIENDO ARITMETICAMENTE LA CIFRA DE LOS 6 MILLONES DE JUDIOS "GASEADOS" PARTE 1


PARTE 1

Este libro es bastante bueno. El denominado antisemitismo no es, como algunos han pretendido hacer creer post mortem, una invención de Hitler. Ese es un problema tan añejo como la propia historia del pueblo judío, a lo largo de todo su deambular por el mundo. La Iglesia Católica —veintinueve de cuyos Papas dictaron cincuenta y siete bulas, edictos y 14 decretos antijudíos - participó tanto en la persecución (versión judía) o en la defensa (versión cristiana) contra los israelitas como Martin Lutero que escribió el folleto titulado “De los Judíos y sus Mentiras”. Todos los pueblos.






En cuanto a la migración de los judíos de Alemania:

        En Alemania se empezó a pensar en la isla de Madagascar, entonces colonia francesa, como futuro hogar de los judíos; se especuló con la idea de que allí se concentrarían no sólo los judíos procedentes de Alemania sino también los israelitas ortodoxos procedentes de otros países.
Pero la idea no era nueva. El padre del moderno Sionismo político, Theodorl Herzl, ya había formulado, a finales del siglo XIX, la posibilidad de un Hogar Nacional Judío en Madagascar, o en Uganda. Para Herzl el lugar ideal era Palestina, pero comprendía, y en eso coincidía con los políticos del III Reich, que ello originaría interminables conflictos con la población árabe autóctona. Esto y más toca este libro.


A continuación leerá algunos fragmentos de este
fantástico y revelador libro si desea leerlo por completo

Link para descargar en PDF EL MITO DE LOS 6 MILLONES



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Si los judíos, independientemente de su nacionalidad de pasaporte, tomaron parte activa en el  desencadenamiento de la guerra contra Alemania y en el endurecimiento de la misma, como apóstoles de las matanzas injustificadas de civiles y de la sistemática violación de las leyes de la guerra en el tratamiento dado a los soldados alemanes, 1 también fueron los instigadores de los procesos de desnazificación, cuya culminación la constituyó el Proceso de Nuremberg. A partir de la Conferencia de Placentia Bay, en que se habló por primera vez de los procesos contra los «criminales de guerra» alemanes, el Congreso Mundial Judío, ya en 1942, es decir, un año antes de que empezaran, según los acusadores del bando Aliado, las ejecuciones masivas de judíos en los campos de concentración alemanes, empezó a redactar las listas de tales «criminales».




Los campos de concentracion PAG. 28


Los llamados modernos medios de Información que, en honor a la Verdad, debieran ser apodados de «Desinformación», han presentado una imagen convencional del problema. El contencioso germano-judío ha sido fallado por la Historia Oficial de la post-guerra de manera totalmente maniquea. Los nazis y, por extensión, los alemanes todos, eran unos brutos salvajes que encerraban a los judíos de Alemania y de los países que lograron ocupar militarmente en unos campos de concentración, con la finalidad de exterminarlos en crematorios y en cámaras de gas. Los judíos eran unas inocentes criaturas, que se dejaban llevar mansamente al matadero, entonando a coro el Cantar de los Cantares. Esa imagen ha sido reiterada, ad nauseam, en revistas y periódicos, por la radio y la televisión de todos los países, beligerantes o no en la pasada guerra... Docenas, centenares de películas han aparecido y aparecen aún, pasados mas de 60 años del final de la contienda, repitiendo obsesivamente el mismo leit motiv alemanes estúpidos, nazis asesinos, judíos inocentes y holocausto infernal de seis millones de personas, perpetrado con refinamientos de crueldad inconcebibles en seres que se suponen civilizados.

Antes de entrar decididamente en lo que constituye el tema central de la presente obra, esto es, la demostración de que no existió un plan oficial alemán para la exterminación masiva de los judíos por el hecho de serlo y que, en cualquier caso, la cifra de bajas judías, por todos los conceptos, de resultas de la conflagración mundial, no pudo sobrepasar el 10 por ciento de la cifra oficial, hemos querido situar el problema en sus justos y exactos términos. Tal vez nos hayamos extendido excesivamente en los precedentes epígrafes, pero ello nos ha parecido imprescindible para una nueva evaluación precisa del problema. Bien intencionados de la escuela revisionista se han sumergido de lleno en el tema, olvidándose de los antecedentes del mismo, y limitándose a señalar la imposibilidad material de la cifra de seis millones de exterminados. Un tal planteamiento, excluyendo las circunstancias que enmarcan el caso, parece dar por sentado que es lógico el internamiento de varios millones de civiles en campos de concentración.
Si se omite el mencionar lo que, basándonos en testimonios de parte contraria a los nazis o, simplemente, a los alemanes en general, hemos reseñado en los epígrafes anteriores, cualquier lector medianamente advertido notará una laguna que por fuera hay que colmar. A nuestro juicio, el planteamiento correcto del problema de lo que no dudamos en calificar como «el mayor fraude histórico de todos los tiempos» es el siguiente:

a) La tradicional amistad entre el Sionismo y el Pan-Germanismo quedo rota cuando, a mediados de 1917, aquél traicionó una alianza fáctica y propició la entrada de los Estados Unidos en la guerra, al lado de los Aliados, lo que originó la derrota de Alemania y el infausto Tratado de Versalles, en cuya redacción participaron numerosos e influyentes judíos, en muchos casos nacidos en Alemania.

b) La masiva participación de los judíos en las revueltas comunistas ocurridas en Alemania entre 1917 y 1925, así como su papel de líderes de los movimientos disolventes y antinacionales, culminando todo ello en una posición de preponderancia política y económica contribuyó poderosamente al triunfo electoral del Nacionalsocialismo, cuyo programa preveía la asimilación de los judíos alemanes al estatuto de extranjería.

c) Tal como hemos visto en precedentes epígrafes, los judíos del mundo entero, incluyendo los nativos de Alemania y Austria, declararon, de hecho y oficialmente, la guerra a Alemania.

d) En el transcurso de la guerra, diversos judíos con pasaporte norteamericano, inglés, francés o apátridas (ex-alemanes) coadyuvaron al endurecimiento de la guerra contra Alemania y a la entrada de los Estados Unidos en la contienda.

e) Las actividades de los judíos en los diversos movimientos de resistencia, es decir, de francotiradores que combatían sin uniforme, han sido tan voceadas por los propios hagiógrafos de los judíos que huelga extenderse sobre ello. En dichos movimientos – de lucha ilegal según las Convenciones de Ginebra y La Haya, no se olvide – los judíos eran legión. 1

f) En tales circunstancias, y atendidos los citados precedentes, los civiles judíos constituían, tanto en Alemania como en los territorios que sucesivamente fue ocupando el Ejército Alemán en el curso de la guerra, un peligro potencial. Por consiguiente, se hizo necesario, en determinados casos, su internamiento.

g) Ese internamiento hubo de realizarse en campos de concentración, que hubo que improvisar en plena guerra, pues los construidos en preguerra para alberge de marxistas y elementos asociales no bastaban. Con la masiva llegada de prisioneros, especialmente procedentes del frente del Este, la situación en los campos de concentración empeoró, aumentando la tasa de mortalidad, ya normalmente elevada en los campos de prisioneros.

h) La tesis oficial pretende que, mediante gaseamientos, crematorios, fusilamientos en masa y sevicias de todo género, no menos de seis millones de judíos fueron deliberadamente ejecutados por los nazis, siguiendo un plan oficial del Gobierno Alemán.

i) Como vamos a demostrar seguidamente, no existió ningún programa oficial de exterminación de los judíos, no existieron cámaras de gas y los crematorios tenían como finalidad la incineración de los cadáveres. Finalmente la cifra de seis millones de judíos muertos 2 representa de quince a veinte veces la realidad.

j) El «mito de los seis millones» es artificiosamente mantenido en vida por el interés mancomunado y convergente del Sionismo Internacional y de la Unión Soviética.


1 Fue precisamente un comando judío, mandado por un tal Peretz Gold
2 La cifra «oficial», que en un principio fue de siete millones y medio para rebajarse a seis millones, ha sufrido una nueva rebaja de un 5 por ciento en el Proceso contra Eichmann, en Jerusalen, pues el Fiscal judío presentó la cifra de 5.700.000. (N. del A.).


Para ésta, la creencia en tal entelequia mantiene en pié un muro de horror entre Alemania Occidental 1 y los demás países de la Europa residual aún no sometidos al Comunismo. Si seis millones de judíos fueron exterminados, muchísimos alemanes debieron saberlo; si lo sabían y lo toleraban, Alemania era – y debe continuar siéndolo – un país de salvajes, indigno de la convivencia internacional. Así se mantiene una resquebrajadura permanente en el ya de por sí poco sólido edificio de la Alianza Atlántica. Para aquél,– para el Sionismo –, la pervivencia del mito representa la seguridad de poder continuar contando con la República Federal Alemana como enjuagador de los permanentes déficits del Estado de Israel.

Los campos de concentración para judíos y (no-judíos) estaban ubicados en las siguientes ciudades:

1-Natzweiler.
2-Dachau.
3-Flossenburg.
4-Buchenwald.
5-Bergen-Belsen.
6-Neuengamme.
7-Ravensbrück.
8-Sachsenhausen.
9-Gross-Rosen.
10-Theresienstadt.
11-Mauthausen.
12-Stutthoff.
13-Chelmno.
14-Treblinka,
15-Sobibor,
16-Maidanek,
17-Belzec,
18-Auschwitz-Birkenau,
19-Vught,
20-Dora,
21-Beuchow,
22-Drancy,
23-Ellrich,
24-Elsing,
25-Gandersheim,
26-Gurs,
27-Herzogenbusch,
28-Kistarcsa,
29-Lublin y
30-Wolzec.

Para empezar, he aquí una fantástica coincidencia. Según la literatura concentracionaria, aún cuando los malos tratos ejercidos con lunático sadismo se dieron en todos los campos citados, sólo fueron «campos de exterminación» propiamente dichos los de: Auschwitz-Birkenau, Stutthof, Chelmno, Belzec, Treblinka, Maidanek y Sobibor, es decir, todos los situados en territorio  controlado  por los comunistas, rusos o polacos, o sea  (En los años siguientes y décadas después de terminada la guerra en 1945, o sea 1947, 1948, 1949, los 50’s,  60’s, 70’s,  80’s y 90’s antes de la caída del muro del Berlín).
  Se ha podido probar que ni Dachau, Buchenwald y Bergen-Belsen fueron «campos de exterminación»; cuando se ha pretendido continuar las investigaciones en los siete campos restantes,   controlado por los comunistas, o sea (En los años siguientes y décadas después de terminada la guerra en 1945, o sea 1947, 1948, 1949, los 50’s,  60’s, 70’s,  80’s y 90’s antes de la caída del muro del Berlín).
Éstos han declarado, bajo «palabra de honor» que la versión que los presenta como campos de exterminio es correcta, y el asunto se ha dado por zanjado. Así pues, la cuestión de los campos de exterminio se inicia, ya, con una coincidencia matemáticamente super improbable. Pero de ello ya hablaremos más adelante, al estudiar el caso campo por campo.

Ahora creemos interesante hacer un inciso sobre la necesidad del internamiento de grandes masas civiles de halógenos potencialmente hostiles, llevada a cabo por países en estado de guerra. Sin necesidad de remontarnos a conflictos bélicos anteriores, y circunscribiéndonos a la última guerra mundial, observaremos que los Estados Unidos de América, a los que se supone patentados campeones del Derecho, la Justicia, la Democracia, etc, etc,. Adoptaron, contra los halógenos a los que consideraron potencialmente peligrosos, una serie de medidas tan racistas como odiosas. Concretamente, y salvo rarísimas excepciones, los casi 150,000 norteamericanos de origen japonés, residentes en la costa occidental de los Estados Unidos y especialmente en California, fueron internados, pocos días después de la ruptura de hostilidades entre los Estados Unidos y el Japón, en campos de concentración, y mantenidos en una situación de subalimentación que causó la muerte de, como mínimo, la mitad de ellos.2




1 Es curioso, pero nadie parece sorprenderse del hecho de que sólo se exijan reparaciones por los supuestos judíos exterminados al Estado de la Alemania Federal y no a la titulada República Democrática Alemana, controlada por los comunistas. Un hecho tan sencillo y a la vez tan sorprendente parece haber escapado a todo el mundo (!). (N. del A.).
2 Austín J. App: «Morgenthau Era Letters».– Charles Lindbergh: «The Wartime Journals of Charles A. Lindbergh».


Sus bienes fueron incautados y ahora, a posteriori, numerosos escritores e historiadores norteamericanos han reconocido la injusticia del trato dado a unos ciudadanos norteamericanos, de naturaleza y de nacimiento, y que por razón del color dé su piel, sin sospecha alguna de deslealtad al gobierno de los Estados Unidos, sin precedentes recientes y reiterados de animosidad contra el país, cuál era el caso de numerosos judíos contra Alemania, eran hacinados en campos de concentración con coeficientes de mortalidad nunca alcanzados en la acosada Alemania, abarrotada de prisioneros de guerra. 1
Otro caso notable es el de los alemanes del Volga que, en número de 600.000 se habían aposentado en Rusia ciento cincuenta años antes. Al producirse el ataque hitleriano contra Rusia, a mediados de 1941, los alemanes del Volga fueron deportados, en condiciones atroces, a Siberia, por considerárseles un enemigo potencial, y nunca más ha vuelto a saberse de ellos. Ni los alemanes del Volga ni los japoneses de California representaban, remotamente siquiera, un peligro potencial comparable al de los judíos en el área territorial controlada por la Wehrmacht. Entre aquéllos y los pueblos americano y ruso que les habían dado alberge, no existían precedentes de animosidad, ni conflictos de intereses, como era el caso en el contencioso germano-judío. Su porcentaje con relación a las colectividades nacionales americana y rusa era también más reducido que el de los judíos en el Continente Europeo, o en la zona de éste controlada por el ejército alemán.
Finalmente, los japoneses de California y los alemanes del Volga, de haber sido halógenos potencialmente hostiles, sólo habrían contado con el apoyo de Alemania y el Japón, mientras que los judíos contaban con apoyos y complicidades en todos los países del mundo. Pese a estas fundamentales diferencias, aun aceptando como válida la cifra imposible de seis millones de judíos exterminados por los nazis, el tratamiento dado por americanos y rusos a sus ciudadanos de origen japonés y alemán fue aún peor y el número de bajas comparativamente más elevado.

Los derechos de la aritmetica PAG. 31

Si diversos autores, periodistas e historiadores al dedo alzado pretendieron, entre el final de la guerra y principios de 1946, que los nazis habían exterminado hasta...  ¡¡once millones!! de judíos, mientras otros, más moderados, se contentaban con sólo ocho millones, los violines de la orquesta fueron debidamente acordados dejando la cifra en siete millones y medio, cifra que resistió tres o cuatro meses hasta oficializarse la de seis millones. Y aunque en el simulacro del proceso a Eichmann en Jerusalen el Fiscal General judío presentó como oficial la cifra de 5.700.000, los «mass media» siguen aferrados, cual náufrago a un salvavidas, a los seis millones y a tal cifra absurda vamos a atenernos.
Según fuentes oficiales judías,2  el número de judíos que viven en Europa cuando el Nacionalsocialismo accede al poder, en 1933, es de 5.600.000. Sin contar los que viven en la Unión Soviética, a los cuales difícilmente pudo llegar a capturar el ejército alemán. Es de aplastante lógica suponer que los judíos de Ucrania y Rusia Blanca se retiraran hacia el interior de Rusia con el Ejército Rojo y no se quedaran «sur place» para ser llevados a los campos de concentración alemanes.
Ahora bien, dos fuentes dispares, una suiza3  y otra judía4  coinciden en que el número de emigrantes judíos, entre 1933 y 1945, a Inglaterra, Suecia, Suiza, la Península Ibérica, Canadá, los Estados Unidos, América Latina, Australia, China, la India, Palestina y Africa, fué de 1.440.000.




1 A los «Nisei» (americanos de orígen racial japonés, que sobrevivieron a los campos de concentración de Roosevelt se les indemnizó con una cifra equivalente al diez por ciento del importe de sus haberes que les fueron incautados a finales de 1941. Es decir, que tras casi cuatro años de internamiento, el tío Sam ( o el tío Sem?) magnánimo, les devolvía un dólar por cada diez que les había quitado. Y si consideramos la erosión del dinero en aquellos años de guerra, más cerca estaremos de la verdad si decimos que la indemnización fué de un dolar por cada quince.
2 «The New York Times», 11 de Enero de 1945, reproduciendo datos oficiales de la «American Jewish Conference».
3 «Baseler Nachrichten» 13-IV-1946.
4 «Aufbau», periódico yiddisch de Nueva York. Articulos del demógrafo israelita Bruno Blau, 13-VIII- 1948.


Estos judíos procedían de  Alemania, Austria, Checoeslovaquia y, en menor escala, de Polonia, Rumania y Hungría. Por otra parte, el número de judíos que vivían en los países neutrales, sin contar a los recientes inmigrados, era de 413.128. 1

Es decir que de los 5.600.000 judíos que vivían en Europa, excluyendo la URSS, en 1933, cuando el Nacionalsocialismo sube al poder, debemos eliminar como posibles víctimas de los nazis a 1.440.000 que logran emigrar a países neutrales y militantes en el bando Aliado, más a 413.128 que ya residían en países neutrales o en la inocupada Inglaterra. Esto reduce la cifra a 3.746.872. 2
Pero tampoco esta cifra es definitiva. Para llegar a la cifra máxima de judíos que estuvieron dentro del radio de acción de los nazis  –lo que no significa necesariamente internados, pues los judíos abundaban en los movimientos de resistencia– hay que descontar a los que vivían en la parte oriental de Polonia y en los países bálticos, que huyeron a la Unión Soviética después de 1939 y fueron, luego, evacuados fuera del alcance de las tropas alemanas que se internaban en la URSS. Según el historiador judío Reitlinger 3,  el número de judíos emigrados hacia la Unión Soviética y, por tanto, a salvo, fue de 1.550.000.
Esto nos da la cifra definitiva de 2.196.872. Citaremos, de paso, el testimonio de un periodista israelita, Freilig Foster quien asegura que:

 «..desde 1939 hasta la invasión nazi de Rusia. 2.200.000 judíos de los ghettos del Este de Europa encontraron su salvación en la Unión Soviética»4.

Si hacemos caso de este testimonio, la cifra definitiva debe quedar reducida en la diferencia entre la cifra facilitada por Reitlinger, es decir, 1.550.000 y esos 2.200.000, o sea que hay que reducir 650.000 más a los que, según ese autor, no pudo llegar el fatal brazo del Führer, con lo cual la cifra definitiva de víctimas potenciales, no efectivas, quedaría reducida a la cifra de 1.546.872.
No obstante, el testimonio de Foster no parece real. Pese a escribir en una revista «burguesa» de los Estados Unidos, ese periodista era conocido por la benevolencia de sus comentarios cuando tocaba el tema que rozara, de cerca o de lejos, a la URSS. De ahí que su artículo, tan pro soviético, presentando a la Meca del Comunismo como la salvadora de los judíos orientales, nos parezca, a priori, sospechoso. Por eso nos quedamos con la cifra antes citada de 2.196.872, a pesar de que otro judío pro-comunista, Louis Levine, Presidente del «American Jewish Council for Russian Relief» (Comité Judeo-Americano de Ayuda a Rusia) declaró en una conferencia que:

«... al principio de la agresión alemana contra Rusia, los judíos fueron los primeros evacuados de las regiones amenzadas por los hitlerianos y puestos en seguridad tras los Urales. Así fueron salvados dos millones de judíos». 5

Esa alta cifra es confirmada por otro pro-comunista judío, David Berlengson al afirmar que:

 «gracias a la evacuación el 80% de los judíos que vivían en la zona polaca ocupada por el Ejécito Rojo en 1939, y en los Países Bálticos pudo salvar la vida, es decir, algo más de dos millones de personas». 6



1 «World Almanach» (Almanaque Mundial), 1942. p. 594.
2 Tales judíos residían en Inglaterra, Gibraltar, Portugal, España, Suecia. Suiza, Turquía Europea e Irlanda (N. del A.).
3 G. Reitlinger, «Die Endlösung», p. 34.
4 «Collier’s Magazine», 9-VI-1945.
5 Chicago, 30– X– 1946.
6 David Bergelson in «Ainikeit», revista yiddish en Moscú, 5– XII– 1942.


La cifra de 2.196.872 puede ser aumentada en, aproximadamente, 110.000 es decir, el 5% de crecimiento de población, por diferencia favorable entre nacimientos y decesos, porcentaje que nos parece muy «deportivo» por favorable a la tesis oficial, máxime si tenemos en cuenta que la Judería Europea – de rentas elevadas – siempre ha sido menos fecunda en nacimiento que las de otros continentes, y con mayor razón debió darse esa circunstancia en el azaroso periodo que nos ocupa. Es decir, que la cifra máxima de judíos que, según fuentes judías más favorables a la tesis oficial, pudieron caer en manos de los nazis fue de unos 2.300.000. Pero hay, aún otra fuente que permite aumentar esa cifra. En efecto, los precedentes cálculos están basados en unos datos oficiales judíos, facilitados por la Conferencia Judeo- Americana, según la cual la población israelita de Europa cuando el Nacionalsocialismo llega al poder es de 5.600.000. Pero según la «Chambers Enciclopedia», el número total de judíos que vivían en Europa en la época objeto del presente estudio era de 6.500.000, es decir, 900.000 más que los citados por fuentes judías. Es posible que la «Chambers» haya manipulado erróneamente datos de otras agencias judías, aunque lo más probable es que éstas sólo hayan considerado judíos a los inscritos en las sinagogas, lo que explicaría el «décalage» (Desface) de cifras. No obstante, lo importante a retener de este dato es que la cifra dada por la «Chambers», o sea, 6.500.000 es la más elevada que se conoce. La conclusión final es, pues, que utilizando los datos más favorables a la llamada tesis oficial, Hitler sólo pudo llegar a tener bajo su control a 3.200.000 judíos, es decir, los 2.300.000 a que llegábamos en los precedentes cálculos más los 900.000 de diferencia en más según la generalmente bien informada «Chambers Enciclopedia».

No queremos insultar al sentido común del lector amigo, demostrándole que si Hitler solo pudo tener acceso, en el mejor de los casos, a 3.200.000 judíos, no le fue posible ordenar el asesinato indiscriminado de 6.000.000.
Procedamos ahora, a efectos de comprobación, en el sentido inverso. «La mayoría de los judíos alemanes consiguieron abandonar Alemania antes de que la guerra estallara».1
También pudieron emigrar 220.000 de los 280.000 judíos austríacos y 260.000 de los 420.000 de los checoslovacos. En total sólo quedaron en Alemania, Austria y Checoslovaquia, después de Septiembre de 1939, unos 360.000 judíos.

En Francia había, en 1939, 320.000 judíos. Según el Fiscal francés en los procesos de Nuremberg, 120.000 de ellos fueron deportados a los campos de concentración, aún cuando el repetidamente citado autor judío Gerald Reitlinger sostiene que la cifra sólo fue de 50.000, basándose en fuentes emanadas de la «Alliance Israélite Universelle»2.
No obstante, vamos a tomar la cifra más favorable a la tesis oficial, es decir, 320.000 contra los que pudo actuar Hitler:
Las colonias judías de Bélgica (40.000)
Holanda (140.000)
Italia (50.000)
Yugoeslavia (55.000)
Hungría (380.000)  y
Rumanía (710.000) En 1939 3.

Totalizan, junta a las ya mencionadas de Alemania, Austria, Checoslovaquia y Francia, 2.055.000 personas. Queda el problema de los judíos polacos, cuya cifra es, siempre, la más difícil de evaluar. Se ha afirmado frecuentemente, sin fundamento alguno, que a consecuencia de la guerra con Polonia el reich obtuvo el control sobre tres millones de judíos suplementario. Esto es sencillamente imposible. Según Reitlinger 4,  el censo de judíos polacos era, en el año de 1938, de 2.732.600, de los cuales 1.170.000 residían en la zona ocupada por los soviéticos y otros 380.000 emigraron antes de la ocupación alemana de la zona occidental de aquél país, lo cual presupone que el número de judíos polacos bajo control alemán fue de 1.182.600, cifra a todas luces exagerada, y a la que se llega sólo si se toman como válidas las cifras de Reitlinger (que incluyen a los judíos que vivían en los Países Bálticos) pero que deben acercarse más a la realidad si se acepta la cifra del estadístico y demógrafo judío Jakob Leczinsky, de 750.000 personas.


1 «Unity in Dispersion», p. 377. Publicación oficial del Congreso Mundial Judío.
2 Gerald Reitlinger: «Die Endlösung».
3 Id., p. 93.
4 Id., p. 36.

En cualquier caso, si se aceptan las cifras de Reitlinger con respecto a Polonia, las más favorables a la tesis oficial, el número máximo de judíos bajo control alemán fue de 3.237.600, cifra sensiblemente semejante a los 3.200.000 que hallamos en el cálculo anterior, basándonos en las cifras iníciales de 6.500.000 judíos en toda Europa aseveraba la «Chambers Enciclopedia».
Si se aceptan las de Lesczinsky, llegamos a la cifra máxima de 2.805.000, que representaba aproximadamente el punto medio entre la cifra de la «Chambers» (6.500.000) y la del tratadista judío Bruno Blau (5.600.000), que parece gozar de más autoridad en la materia.1

Podemos, pues, resumir la cuestión diciendo que el número de judíos que pudieron estar bajo jurisdicción alemana, en el transcurso de la II Guerra Mundial fue, como máximo, de 3.237.600, y, como mínimo, de 2.300.000, siendo la cifra de unos 2.800.000 la que parece más ajustada a la realidad.

Enfoquemos la cuestión desde otro punto de vista:

En 1938, había en el mundo 15.688.259 judíos, según datos oficiales judíos.2
Diez años después, es decir, después de las persecuciones nazis y del supuesto holocausto de los seis millones de gaseados y cremados, habían, en todos el mundo, entre 15.600.000 y 18.700.000 judíos, según un artículo, aparecido en el diario «The New York Times»3 suscrito por Mr. Hanson William Baldwin, experto demógrafo.
Tomemos como cierta la evaluación más baja, es decir, la más favorable a la tesis oficial de los seis millones de israelitas asesinados, o sea, 15.600.000 judíos, y observaremos que resulta que en los diez años que mediaron entre 1938 a 1948 – época que incluye los años de guerra, de 1939 a 1945, durante los cuales se asegura muy seriamente que Hitler hizo matar a seis millones de judíos – la población judía ha permanecido inalterable, cubriendo, con seis millones de nacimientos, los supuestos seis millones de muertes.
Es decir, que en siete años de persecución, y tres años de post-guerra, los judíos supervivientes de la matanza, 16 millones menos 6 millones igual a 10 millones, han logrado, en un alarde sexual sin precedentes en la Historia, un incremento de población del ¡60%! ... Y si se toma la cifra más alta propuesta por Mr. Baldwin, es decir, 18.700.000 judíos, resultaría que si Hitler, efectivamente hizo matar a seis millones de judíos nos encontraríamos con un incremento de la cifra demográfica de nueve millones, o sea un aumento de tres millones más otros seis millones de nacimientos para suplir los seis millones de judíos pretendídos, entre gaseados o cremados por los nazis.
Si en 1948 había en el mundo 18,000,000 (dieciocho millones) de judíos, el nacimiento de nueve millones de judíos durante los diez años del período de 1938-1948, o sea un incremento total del 100% es una imposibilidad física. Ni aun cuando todo judío púber se hubiera dedicado, exclusivamente, veinticuatro horas diarias, a practicar el coito con mujeres púberes de su raza, el que hubiesen podido llegar a engendrar, en diez años, nueve millones de retoños está en pugna total con las leyes de la genética, por muy sexualmente obsesos que se quiera suponer a los correligionarios de Freud.


1 Bruno Blau, obtuvo sus datos de la «American Jewish Conference», cuyas fuentes de información sobre la población judía parecen dignas de crédito (N. del A.)
2 «World Almanac», 1947. Cifra facilitada al referido Almanaque Mundial por el «Comité Judeo- Americano y por la Oficina Estadística de las Sinagogas de América».
3 Ejemplar del 22– II– 1948. El propietario de este diario es el judío y sionista, Arthur Sulzberger.



El origen del mito PAG. 34
Si durante la contienda ambos bandos se acusaron mutuamente de la comisión de actos crueles e inhumanos, tal como mandan los cánones de la llamada «guerra psicológica», las referencias especiales a los malos tratos dados a los judíos se iniciaron en los Estados Unidos, cuando estos eran aún neutrales, a mediados de 1941. En un despacho radiado desde Estocolmo, el 12 de Junio de 1941, se habló de cámaras de gas; el autor de la noticia era el periodista judío Lipschitz Winchell, y los principales periódicos norteamericanos se hicieron eco de la noticia. No obstante, una cosa era innegable; aún cuando la Gran Prensa acusara a los nazis de «todos los pecados de Israel», para utilizar una expresión bíblica, las alegaciones de exterminación masiva de civiles judíos no tuvieron eco destacado en la prensa de los países Aliados. Solamente a finales de 1944 recrudeció la campaña sobre los campos de exterminación, pero siempre en noticias de segunda página, basta para cerciorarse de ello solicitar en cualquier hemeroteca pública, ejemplares del londinense «Times» o su homónimo neoyorquino. Toda acusación del campo Aliado iba seguida de un desmentido alemán, con invitación a la Cruz Roja Internacional a que comprobara la falsedad de tales acusaciones. Acusaciones de unos y desmentidos de otros son normales dentro de los condicionantes de la guerra psicológica.
La relativa lenidad de la campaña propagandística de los Aliados a propósito del tema judío puede explicarse, aunque no afirmaremos que ésta fuera la razón, por la posibilidad de los nazis de acudir al testimonio imparcial de la Cruz Roja Internacional.
Es un hecho que, a mediados de 1944, cuando la victoria aliada parecía segura y Alemania no podía acudir prácticamente a ningún testimonio imparcial, se multiplicó la campaña propagandística a propósito del tema concentracionario y de las exterminaciones masivas de judíos. No obstante, la mayor virulencia se alcanzó una vez terminada la guerra, con el vencido adversario prácticamente amordazado. Sería necio pretender que el motivo de ese «crescendo» en el tono propagandístico fue debido a la circunstancia de haber podido comprobar los Aliados, «de visu», la realidad de los llamados «campos de exterminio». No se puede sostener que entidades de tan merecido prestigio como el «Intelligence Service», el «F.B.I.» o el espionaje soviético ignoraran el supuesto programa de exterminio de los judíos; no se puede sostener que los nazis quemaran a seis millones de personas y tales entidades no se enteraran. Precisamente los Aliados tenían contactos incluso en el Gran Cuartel General del Führer y estaban al corriente del atentado contra Hitler el 20 de Julio de 1944.
Es inconcebible, pues, que los Aliados no se enteraran de tan macabro plan y si se enteraron, es aún más inconcebible que, disponiendo, como disponían, del control de las grandes agencias internacionales de noticias, no armaran un verdadero alboroto, cuando el «leit motiv» de su propaganda consistió, precisamente, en presentar a sus adversarios en el papel de los villanos de la película.
Dejando aparte las acusaciones de malos tratos y de asesinatos individuales o en pequeña escala, de judíos, la primera acusación de exterminaciones masivas fué hecha por el Congreso Judeo-Americano y Congreso Mundial Judío, conjuntamente, el 27 de Agosto de 1943, en un informe de 300 páginas que fué entregado a la prensa norteamericana. En él se afirmaba que 3.000.000 de judíos habían sido exterminados en los campos de concentración nazis, mientras que 1.800.000 habían logrado salvarse por haber huido a la Unión Soviética y otros 180.000 a otros países. En dicho informe no hay ni un indicio de prueba, y sí tan sólo algunos «affidavits» o declaraciones juradas por escrito de sedicentes evadidos de los campos nazis. No obstante fué aceptado por los organismos oficiales norteamericanos, siendo de destacar la virulencia de la presión ejercida por el Departamento del Tesoro, cuyo titular, Henry Morgenthau, sostuvo un verdadero duelo con el Subsecretario de Estado John Breckenridge Long, que se resistía a incluir el tema en la propaganda oficial norteamericana. Finalmente, Morgenthau, con el poderoso apoyo del Secretario de Justicia, Felix Frankfurter y del propio huésped de la Casa Blanca1  logró doblegar la resistencia de Breckenridge Long y hacer que fueran aceptando, sin control ni verificación de ningún género, los relatos de atrocidades nazis contra los judíos, mandados desde Ginebra por los dos representantes del Congreso Mundial Judío, Paul Guggenheim y Gerhard Riegner.


1 El Presidente Franklin Delano Roosevelt, pertenecía a la séptima generacióñ del hebreo Claes Martenszen van Roosevelt, expulsado de España en 1620 y refugiado en Holanda, de donde emigró, en 1650 o 1651 a las colonias inglesas del Norte de América, según investigaciones fueron continuadas por el publicista judío Abraham Slomovitz quien publicó en el «Jewish Chronicle» que los antepasados judíos de Roosevelt residían en España y se apedillaban Rosacampo. Robert E. Edmondsson, que estudió el árbol genealógico de los Roosenvert-Rosacampo-Martenszen-Roosvelt dice que, desde su llegada a América tal familia apenas se mezció con elementos anglosajones puros, abundando sus alianzas matrimoniales con
Jacobs, Samuels, Abrahams y Delanos. La propia esposa de Roosevelt era judía y fervorosa sionista. El New York Times del 4 de Marzo de 1935 recogió unas manifestaciones de Roosevelt en las que se reconocía su origen judío. (N. del A.)

Uno de los relatos transmitidos desde el Consulado norteamericano en Ginebra afirmaba que «un industrial alemán» había informado a Guggenheim sobre una conferencia mantenida en el Gran Cuartel General del Führer en la que se decidió exterminar a todos los judíos pro-soviéticos en manos de los alemanes. Los judíos debían ser confinados en algún lugar del Este de Europa y gaseados con ácido prúsico. Esta información fue enviada a Washington y a Londres por conducto diplomático. El «industrial aleman», cuyo celo en conservar el anonimato se comprende en aquel tiempo, ha continuado recluido en el mismo anonimato hasta hoy, en que tan provechosa podría resultarle la publicidad de su confidencia a Guggenheim. Cuando el mensaje fué recibido en el Departamento de Estado fue debidamente evaluado y se decidió que:

«... la publicación de ésta noticia no parece aconsejable en vista de la naturaleza fantástica de las alegaciones y de la imposibilidad de su comprobación». 1

El mensaje fue, pues, suprimido de la propaganda oficial norteamericana. Inmediatamente, el rabino Stephen Wise, del Congreso Judeo-Americano, presentó una enérgica protesta ante el Departamento de Estado por la supresión de la noticia. Pero unas semanas después dos personas desconocidas, y que «preferían guardar su anonimato», se presentaron en el Consulado Americano en Ginebra asegurando ser unos judíos que habían logrado huir de unos (sin mencionarlos) campos de exterminio.

Aséguraron que los alemanes mataban a los judíos para utilizar sus cadáveres como fertilizantes. De nuevo se informó a Washington por vía diplomática y entonces, el Gobierno de los Estados Unidos, oficialmente, requirió a la Santa Sede que tratara de confirmar esta noticia, así como la anterior, causante de la protesta del rabino Wise.
Finalmente, el 10 de Octubre de 1943 el Vaticano. Oficialmente, informó al Gobierno de los Estados Unidos, a través de Myron Taylor, que asumía las funciones de Embajador sin Embajada en la Santa Sede, que le era imposible confirmar los informes de severas medidas contra los judíos en el territorio controlado por los alemanes. Casi simultáneamente. Reigner presentó triunfalmente dos nuevos documentos.

El primero, según él afirmó, había sido redactado por un «oficial de elevada graduación», miembro del Alto Estado Mayor Alemán y que, naturalmente, deseaba permanecer anónimo. Dicho oficial aseguraba en su informe que habían, en el Este de Alemania, al menos de factorías para el aprovechamiento de los cadáveres judíos, de los que los alemanes obtenían jabón, grasas y lubricantes, y que se había calculado, por los contables de la Gestapo (¡!¿?) que cada cadáver judío valía, en promedio, 50 Reichsmarks.
El segundo documento consistía en dos cartas cifradas escritas por un judío suizo residente en Varsovia, en las cuales afirmaba que todos los judíos de la capital polaca habían sido exterminados mediante fusilamientos en masa. Esto se afirmó muy seriamente, en septiembre de 1943, es decir, más de un año antes de que los judíos del ghetto de Varsovia se sublevaran con las armas en la mano y fueran vencidos por las unidades alemanas enviadas en su represión.

Queremos hacer notar la sorprendente semejanza de las acusaciones en cuestión con las formuladas contra Alemania en el transcurso de la I Guerra Mundial:

Aprovechamiento de cadáveres para hacer jabón y fertilizantes.

Una falta de imaginación y creatividad realmente asombrosa. Sólo el fiscal soviético hizo suyas las acusaciones de las «fábricas de jabón» en el Proceso de Nuremberg – del que más adelante hablaremos – mientras que uno de los pioneros de la literatura concentracionaria, Raul Hilberg, afirmó que tales «fábricas» nunca existieron en realidad. 2

1 A. R. Butz: «The Hoax of the Twentieh Century», pag. 60.
2 Raul Hilberg: «The Destruction of European Jews», p. 246.

A finales de Octubre de 1943 el infatigable Riegner se presentó de nuevo ante el Embajador norteamericano en Berna, Harrison, informándole de que había obtenido pruebas de que los nazis estaban exterminando masivamente a los judíos en el territorio ocupado por ellos. He aquí las pruebas:

Un informador anónimo alemán y un alto funcionario de la Cruz Roja Internacional, naturalmente también anónimo, aseguraban poseer información de primera mano, aunque también anónima, de que los alemanes estaban gaseando o fusilando en masa a los judíós bajo su control.  Harrison mandó el informe a Riegner al Departamento de Estado en Washington, adjuntando una carta personal informando, a su vez, de haber recibido un «affidavit» de Guggenheim, el colega de Riegner, en el que se afirmaba haber recibido testimonios que corroboraban las manifestaciones de Riegner. Tales testimonios emanaban de un ciudadano alemán, igualmente anónimo, que había obtenido su información en una conversación sostenida con un funcionario del Ministerio de Asuntos Exteriores – funcionario asimismo anónimo – y de un ex-funcionado del Ministerio de la Guerra, anónimo igualmente. Finalmente, un informador suizo, residente en Belgrado había proporcionado información a Guggenheim, confirmando las acusaciones de exterminios masivos de judíos. Naturalmente, ese suizo, era, también anónimo.

Realmente, es muy dificil presentar una acusación basándose en testimonios más gaseosos e inmateriales. Con audacia sin par, Riegner y Guggenheim lo hicieron, y Morgenthau, Dexter White y Wise se encargaron de materializarla en los Estados Unidos.
Precisamente fué el Rabino Wise quien se presentó en la Casa Blanca, ante el Presidente Roosevelt, al frente de una delegación de judíos americanos, entregándole un documento de veinte páginas titulado «Blue Print for Exterminations», basado exclusivamente en la clase de información que acabamos de mencionar. La presión del «lobby» judío, y especialmente de su fracción sionista, forzaron al Gobierno Norteamericano a aceptar las alegaciones de Wise y, en consecuencia, los gobiernos de los países aliados – incluyendo la Unión Soviética – hicieron público un comunicado condenando las «exterminaciones de judíos llevadas a cabo por los nazis». Junto al «lobby» judío, apoyándole en todo momento en la tarea de oficializar la tesis propagandística de los exterminios en masa de judíos, estuvieron infatigablemente los comunistas y los ultra-izquierdistas de Norteamérica, como Harry Dexter White y los hermanos Hiss a la cabeza.1
Al término de las hostilidades, los abanderados campeones de la Democracia y el Progreso consideraron necesario actualizar el ignominioso ¡Vae Victis! del bárbaro Brenno y, nombrándose a sí mismo jueces, fiscales y verdugos condenaron, en los llamados Procesos de Nuremberg, a los vencidos, basándose en leyes «ex post facto». No vamos a ocuparnos aquí, por escapar del ámbito estricto de la presente obra, del Tribunal Militar Internacional de Nuremberg, de sus pompas y sus obras. Simplemente mencionaremos que, por decisión personal del Presidente Roosevelt, el Juez Samuel Rosenman2 fue designado representante directo de la Casa Blanca en el llamado «War Crimes Branch» (Sección de Crimenes de Guerra), presidido por el General John M. Weir,3  cuya misión consigna en juzgar y castigar a los criminales de guerra nazis una vez consumada su derrota».


1 Dexter White, Sub-Secretario del Tesoro y «alter ego» de Morgenthau era un agente soviético, que se suicidó antes de caer en manos de la justicia. También fueron convictos agentes soviéticos Alger Hiss, consejeron especial de Roosevelt y su hermano Donald, funcionario del Departamento de  Estado. Los tres eran judíos. (N.del A.)
2 Judío, sionista y miembro del «Brain Trust». (N. del A.)
3 Igualmente judío aunque no miembro del «Brain Trust». (N. del A.)

Este «War Crimes Branch», actuó, junto al Tribunal Militar Internacional en los doce procesos de Núremberg, y posteriormente, en los centenares de procesos llevados a cabo por los vencedores en toda Europa, y no solamente en Alemania.
El «Congreso Mundial Judío» tuvo, prácticamente  el monopolio en la presentación de pruebas contra los denominados «criminales de guerra».1  Más adelante trataremos de tales pruebas cuando incidan en el tema del presente sujeto. Baste, por el momento, mencionar que fue precisamente el Tribunal Militar Internacional de Núremberg quien, a priori, admitió como demostrado el plan de exterminio de los judíos, llevado a cabo por los nazis. Así, por ejemplo, el Juez soviético Nikitchenko declaró tranquilamente, antes de los procesos que:

 «...ahora vamos a ocuparnos de los mayores criminales de guerra, que ya pueden considerarse convictos». 2

No creemos exagerar si afirmamos que ese «juez» estaba ligeramente predispuesto contra los reos.
Pero mayor incidencia ha tenido, aún, en la consagración del mito como verdad histórica, la inmensa literatura concentracionaria, que, desde 1945 hasta hoy, se ha vertido sobre un mundo atónito. Se han publicado relatos esperpénticos, con una técnica narrativa y publicitaria adaptada a todas las culturas y mentalidades. Películas, conferencias, emisiones radiofónicas y televisivas, martilleando ad nauseam cerebros y retinas del hombre disuelto en la masa. Es comúnmente admitido que, las en su género, más destacadas obras de la literatura concentracionaria corresponden a cinco autores, todos ellos judíos:
Léon Poliatov, 3
Gerald Reitlinger, 4
Lucy S.
Davidowicz, 5
Nora Levin, 6 y
Raul Hilberg. 7

Todos estos libros tienen un punto en común: se apoyan en el veredicto del tribunal internacional de Nuremberg, y se citan profusamente entre sí, aludiendo constantemente a declaraciones de personas como Morgenthau, Dexter White, Rosenman et alia, cual si se tratara de testimonios irrefutables y de probada imparcialidad. También presentan numerosos documentos gráficos, de los que más adelante hablaremos, y que en muchos casos no son más que hábiles fotomontajes. Su falta de valor probatorio se fundamenta en que dan por axiomático lo que, precisamente, se trata de demostrar, estos es, que hubo un plan premeditado del gobierno alemán para asesinar masivamente a los judíos en razón de su procedencia étnica y que el total de víctimas alcanzó los seis millones, parten, para ello, de las conclusiones del Tribunal Militar Internacional de Núremberg, sobre la validez de cuyas decisiones han opinado de forma demoledora numerosos miembros del mismo.


Sirvan como ejemplo entre varios que se podrían citar, las declaraciones del Juez Norteamericano Charles F. Wennerstrum, que presidió el llamado «caso séptimo» (juicio de los generales alemanes acusados de la ejecución de rehenes), quien de regreso a América y tras presentar la dimisión de su cargo, manifestó:

«Si hubiera sabido antes lo que hoy se, nunca hubiera ido a Alemania a participar en esos juicios... La acusación pública no ha podido disimular que no se trataba de justicia sino de venganza. La atmosfera de los juicios es insana. Se necesitaban lingüistas, Abogados, pasantes, interpretes e investigadores eran americanos desde hacía pocos años. Conocían mal nuestra lengua y se hallaban imbuidos de los odios y los prejuicios europeos». 8

No creemos sea torturar los textos si de las palabras del Juez Wennerstrum deducimos que «abogados, pasantes, intérpretes e investigadores», «que crearon una atmosfera insana» y antepusieron la venganza a la justicia debían ser en su abrumadora mayoría, judíos. Conocían bien el alemán – intérpretes – y mal el inglés, por llevar pocos años en América, y además, se hallaban «imbuidos de los odios y prejuicios europeos».


1 Según Louis Marschalsko, al menos dos terceras partes del personal que trabajó en los procesos eran judíos. («World Conquerors»), pág. 134.
2 Eugene Davidson: «The trial of the Germans».
3 Léon Poliakov: «Le Troisième Reich et les Juifs».
4 Gerald Reitlinger: «The final solution».
5 Lucy. S. Davidowicz: «The War against the Jews, 1933-1945».
6 Nora Levin: «The Holocaust».
7 Raul Hillberg: «The Destruction of the European Jews».
8 Artículo de Eugen Dubois, sionista, en la «Chicago Tribune» del 3-2-1948.

¿Quiénes podían ser sino judíos emigrados de Alemania antes de estallar el conflicto?.
¿Cuántas personas saben, por ejemplo, que el Fiscal General Americano de Nuremberg fue Robert Kempner, un judío nacido en Alemania en 1899, Consejero legal de la Policía de Prusia durante el régimen de Weimar y luego, durante el régimen nazi, abogado del sindicato de taxistas alemanes?.
¿Cuántas personas saben que el tal Kempner fue, prácticamente el único abogado de Occidente que apoyó la absurda tesis soviética según la cual la matanza de 15.000 oficiales polacos en el bosque de Katyn (conocida como la matanza de Katyn) fue llevada a cabo por los alemanés y no por los rusos?.
¿Cuántas personas, en fin, saben que el jefe del «Staff» encargado de redactar las listas de «criminales de guerra» fué David Marcus, un sionista, miembro de la Hagannah, que perdió la vida en la guerra judeo-árabe de 1948.
¿Cómo puede, seriamente, creerse en la imparcialidad de unas estructuras judiciales cuyos miembros eran, a la vez, juez y parte?.

Los creadores del mito fueron, puede decirse que exclusivamente, judíos y, en su aplastante mayoría, sionistas. En segundo plano – y sólo en segundo plano – colaboraron con ellos los comunistas, interesados por las razones más arriba apuntadas, en la supervivencia del rancio mito. 1
Si en el epígrafe «Los Deréchos de la Aritmética» creemos haber demostrado que el número máximo de personas de extracción racial judía que pudieron estar bajo control alemán en el transcurso de la II Guerra Mundial fué de 3.237.600, el mínimo de 2.300.000, siendo la cifra de unos 2.800.000 la que nos parecía más ajustada a la realidad, vamos a deducir, basándonos en fuentes libres de toda sospecha de parcialidad, la cifra de bajas que, por todos los conceptos, pudieron padecer los judíos en el transcurso de la pasada contienda mundial.
Analicemos el mito, el sacrosanto tabú de los seis millones, sin prejuicios. Tratemoslo, más bien, como un simple problema aritmético, utilizando para nuestros cálculos la clase de datos que ninguna persona en su sano juicio pueda pretender que emanan de fuentes «anti-semitas».2

Vamos a referirnos, por ejemplo, a la Enciclopedia Británica,3  en la que podemos leer la siguiente frase, tan interesante como ambigua, a propósito de las víctimas judías en la II Guerra Mundial:

«Si sólo una fracción de las atrocidades denunciadas es exacta, entonces muchos miles de no combatientes judíos, hombres, mujeres y niños indefensos fueron asesinados después de Septiembre de 1939».

Fijémonos bien: los autores de este articulo en la Enciclopedia Británica hablan de miles y no de «millones» de posibles víctimas, y, al principio de la frase, colocan un cauteloso «Si . . . » «Si sólo una fracción de las atrocidades denunciadas es exacta...»

¿Tenían, los autores, base o fundamento para poner en duda la veracidad de tales atrocidades?

 Aparentemente, sí; pues no es verosímil suponer que la primera enciclopedia del mundo no cuide, controle y verifique el contenido de los artículos de sus muy escogidos colaboradores; más aún si tenemos en cuenta que la editora de dicha enciclopedia es la firma Wagnalls, cuya dirección está encomendada a judíos, y judíos son los detentores de la mayoría de sus acciones. El motivo de las dudas puede radicar en los fraudes Auerbach, Ohrenstein et alia, que más adelante estudiaremos. Limitémonos, de momento, a reproducir una noticia aparecida en el semanario americano «South Carolina Sunday Post»:

1 Mencion especial merecen en tal sentido. Ilya Ehrenbourg, a quien el mismo Lenín llamaba «la ramera al alcance de todos», y Yevgeni Evtouchenko, depurados por «trotzkistas» y ambos judíos. (N. del A.).
2 Somos conscientes de que «antijudío» no significa necesariamente antisemita, pero, dado el clima imperante, creemos necesaria esa concesión a la inercia mental de los más (N. del A.).
3 Encyclopedia Britannica, Vol. XIII, pág. 63-B (Edición de 1953).

«El Doctor Aaron Ohrenstein, Gran Rabino de Baviera, ha sido sentenciado a un año de cárcel por fraude. El Gran Rabino ha sido convicto de haber falsificado numerosas declaraciones juradas sobre inexistentes víctimas del terrorismo nazi».1

Desgraciadamente, ignoramos cuántos cadáveres fabricó ese pío personaje de Jehová y cuántos otros rabinos, doctores y comunes mortales siguieron su ejemplo. Hemos recopilado unos cuantos de los que, repetimos, más adelante nos ocupamos.  
Ahora bien: creemos que no es descabellado suponer que ese rabino no era una «rara avis», porque sólo mediante la concatenación de esfuerzos concentrados y altamente organizados de muchos colaboradores eficientes pudo ser posible crear y mantener tan delirante mito.
Y mito – ¡por no decir otra cosa! – es afirmar que quien tuvo bajo su control a tres millones de seres pudo asesinar a seis millones... y aún le sobraron, como mínimo, un par de millones supervivientes que se fueron a los Estados Unidos y a Palestina...(!)
Una moderna actualización del bíblico milagro de los panes y los peces. Sólo a título comparativo mencionaremos aquí que el Japón, que lucho – primero contra China y luego contra los anglo-americanos – durante casi nueve años, fué despiadadamente bombardeado y fué la víctima de las dos primeras bombas atómicas, tuvo un total de 3.087.000 muertos «solamente».
¿Cuántos judíos murieron, en realidad?.
La cifra generalmente admitida, como sabemos, como saben hasta los parvulitos de Nueva Zelanda porque se lo han introducido a martillazos publicitarios en sus cabecitas,  es la de seis millones, que es fácil de recordar y de repetir. Pero las sedicentes cifras «oficiales», según el Fiscal del Juicio contra Eichmann, en Jerusalen, confirmados posteriormente por el Comité Anglo Americano quedan fijadas – ¡hasta la próxima rebaja! – en la sorprendentemente exacta cifra dé «Víctimas» de 5.721.000.
Admitamos, a efectos puramente polémicos que ésta es la respuesta correcta a nuestra pregunta, y situémonos en 1957, cuando la revista norteamericana «Time» publicó una estadística sobre población judía que armó un cierto revuelo. 2

–Población Mundial Judía en 1938, según datos oficiales de la Oficina Estadística de las Sinagogas de América: 15,7 millones.
– Aumento natural de la población judía entre 1938 y 1957 según datos del Congreso Mundial Judío:
1. millón. Total.:16, 7 millones.
– Menos las victimas según el Fiscal del Juicio contra Eichmann,. 5, 7 millones.
– Debieran quedar, en 1957:.11 millones. Pero he aquí que según datos proporcionados por el mismo Congreso Mundial Judío, había, en 1957:
– Judíos en la Unión Soviética.......................................................... 2 millones.
– Judíos en los Estados Unidos.......................................................5,2 millones.
– Judíos en otros países..................................................................4,6 millones.
– Lo que totaliza: 11,8 millones.

Once millones ochocientos mil judíos. Es decir, 0,8 millones más de los que debieran haber de acuerdo con el primer cálculo.
Por consiguiente, un testimonio de tan excepcional calidad como el propio Congreso Mundial Judío admite, tácitamente, que el número de «victimas» no puede ser siquiera de 5,7 millones, debiendo rebajarse a 5,7 - 0,8: 4,9 millones.

1 «S. C. Sunday Post», 11– VII– 1954
2 «Time», New York, 18– 2– 1957.

Pero, según informa el demógrafo norteamericano Roland L. Morgan, en el censo de la población soviético de 1957, el número de judíos residentes en la URSS era ligeramente superior a los tres millones y no los dos millones mencionados por el Congreso Mundial Judío. 1
Si substraemos ese millón «perdido» y ahora «hallado» en Rusia, de la cifra del párrafo anterior deberemos deducir precisamente «ese» millón: 4,9 millones - 1 millón= 3,9 millones.
Ahora bien, si el Congreso Mundial Judío pudo «arreglar» la población judeo-soviética en un tercio, ¿podemos admitir como aceptable la sospechosamente baja cifra de sólo 5,2 millones de judíos en los Estados Unidos...? Roland L. Morgan lo niega resueltamente, razonándolo de la siguiente manera:

«Según cifras oficiales del Comité Judeo-Americano la población judía de los Estados Unidos era:

En 1917, el 3,27 % del total.
En 1927, el 3,58 %  y
En 1937 el 3,69 %.

Todos sabemos que, además del aumento natural normal se produjo, en las décadas de los años 40 y 50 un tremendo influjo de inmigrantes judíos – tanto legal como ilegalmente – a las hospitalarias tierras americanas.
Pero, sorprendentemente, si hemos de creer las cifras del Congreso Mundial Judío, en 1957 el porcentaje había descendido hasta un 2,88 % del total (5,2 millones sobre 18 millones). Esto es imposible. No se puede admitir». 2

En efecto: ¿cómo pudo ocurrir ese «milagro»?. ¿No sería más lógico suponer que, según el demógrafo norteamericano Wilmot Robertson,3  a mediados de la década de los cincuenta debieron haber en los Estados Unidos entre 8,000,000 Y 9,000,000 (ocho y nueve millones) de judíos, lo que llevaría su porcentaje con respecto al total de la población a un 4,5%?.
Porque, en todo caso el asumir que el porcentaje descendió por debajo del nivel de 1937 es sencillamente absurdo.

Examinemos esta cuestión desde otro punto de vista. La revista «Time» 4 citando el Anuario de las Iglesias Americanas informa de que hay, en los Estados Unidos, 5,5 millones de judíos «practicantes de la religión mosaica». En otras palabras, si el número total de judíos oficialmente admitidos en el país es de 5,2 millones, resulta que más del cien por cien de los judíos – aproximadamente el 106% por ciento – están inscritos en sus comunidades religiosas. ¿Otró milagro?... Que no todos los judíos residentes en los Estados Unidos son practicantes de su religión está corroborado por un artículo aparecido en el mismo semanario «Time»5  en el que se afirma que sólo el 10,6% de la población neoyorquina profesa la religión mosaica, a pesar de que el porcentaje total de los judíos en esa ciudad es del 28%, aún cuando creemos, avalados por las obras de Robertson, entre otros, que esa cifra es inferior a la realidad, que más bien debe acercarse al 35%. En todo caso, una cosa es evidente: más de la mitad de los judíos neoyorquinos son religiosamente indiferentes y no se hallan registrados en las sinagogas. Según las estadísticas, 6 el 38% de los americanos son ateos o agnósticos, y el 62% pertenece a una u otra de las diversas religiones.
Dando por sentado – tratando, como siempre hacemos, de ponernos en la postura más favorable a la tesis oficial de los seis millones – que los judíos norteamericanos son más religiosos que sus compatriotas neoyorquinos, les aplicaremos, a todos ellos, el porcentaje general del 62%. De manera que si hay 5,5 millones de judíos «practicantes» (62%), deben haber, aproximadamente otros 3,3 millones de «no practicantes» (38%).
Sumando ambas cifras tendremos un total de 8,8 millones de judíos en los Estados Unidos, lo que cuadra con las cifras de Robertson. Además, esta cifra, que es el 4,9% de la población americana, coincide con nuestro anterior cálculo y es, indudablemente, mucho más plausible que la ridículamente baja cifra de 5,2 millones que, con fines evidentemente políticos facilitó el Congreso Mundial Judío. Este exceso en la población judía de los Estados Unidos, es decir, 8, 8 miIlones - 5,2 millones = 3,6 millones


1 Las estadísticas soviéticas fueron publicadas por el periódico judío «New Russian World», en Nueva York, 30– 9– 1960. (N. del A.).
2 Roland L. Morgan, «The Biggest Lie».
3 Wilmot Robertson: «The Dispossessed Majority».
4 «Time», New York, 31-X-1960.
5 «Time», New York, 11-II-1957.
6 Wilmot Robertson: «The Dispossessed Majority».


nos da derecho a acortar, por tercera y úl tima vez el número de víctimas, pues resulta obvio a la luz de los precedentes cálculos que el número de los judíos americanos ha sido, igual que el de los rusos, «ajustado» en más de un tercio. Y resulta evidente que si no se hubieran producido tales «ajustes» hubiera sido imposible mantener tanto tiempo el mito de los seis millones (ahora, ya 5,7 millones) de víctimas judías.
De modo que, finalmente, resulta: 3,9 millones - 3,6 millones «descubiertos» en los Estados Unidos: 0,3 millones. Y esta cifra, 300.000 judíos, es el número aproximado de muertos que tuvo esa comunidad a consecuencia de la II Guerra Mundial. Es posible incluso que la cifra haya sido algo más baja, o algo más alta, pudiéndose concluir que el número total de bajas judías debió oscilar entre las 250.000 y las 400.000.
Creemos que las cifras y razonamientos presentados más arriba debieran ser más que suficientes para demostrar que las reticencias y cautelas de la Enciclopedia con respecto al número de víctimas judías estaban más que justificadas, pues la más bombástica y desvergonzada campaña propagandística que han visto los siglos multiplicó, de quince a veinte veces, el número real de bajas judías en la contienda mundial.

Aldo Dami, autor que dista mucho de ser un «pro-nazi», con sangre judía en sus venas y casado con una judía, ha escrito un documentadísimo libro 1 en el que demuestra que el total posible de víctimas judías en la guerra fué de seiscientas mil, aunque afortunadamente, dicho total posible no se alcanzó, pues hubo muchos individuos dados inicialmente por desaparecidos en las cámaras de gas y crematorios, que aparecieron, años después, en el nuevo Estado de Israel. Para Dami perecieron, como máximo, medio millón
de judios, incluyendo los que murieron en la sublevación armada del ghetto de Varsovia y las victimas del terrorismo de los movimientos de «resistencia», del consiguiente «contraterrorismo» y de los bombardeos aéreos.
Otro judío, el demógrafo Allen Lesser confesó que «el número de judíos fallecidos en la pasada contienda ha sido profusamente exagerado», y también que, «según se divulgó durante los años de guerra, por parte de las agencias de prensa judaicas, el número de judíos muertos en toda Europa, asciende a varios millones más de los que los mismos nazis supieran jamás que hubiesen existido». 2
De las cifras facilitadas por el escritor judío Jacob Letchinsky se deduce, igualmente, que, como máximo, de trescientos cincuenta a cuatrocientos mil israelitas perecieron en la contienda, por todos los conceptos, y aproximadamente, los dos tercios de esa cifra en los campos de concentración. 3

La cifra de trescientos mil judíos muertos ha sido sostenida por el periódico suizo «Die Tat», de Zurich 4 que tras un documentado estudio, basado en fuentes neutrales y judías, concluye que «el total de victimas judías en los campos de concentración alemanes durante la guerra es, de aproximadamente, unas 300.000». Esa cifra incluye los fallecimientos a causa de todos los factores, epidemias, muertes naturales, inanición e, incluso, bombardeos de la Aviación Aliada. La propia Cruz Roja Internacional, en documentado estudio aparecido en el periódico suizo «Baseler Nachrichten», y cuya reproducción adjuntamos, afirmó oficialmente que el número de muertos en los campos de concentración fué de 395.000. Esta cifra, emanada de la Cruz Roja, no ha sido, evidentemente, reproducida millones de veces por los periódicos y los locutores de radio y televisión del mundo entero. Al contrario, un espeso muro de silencio ha mantenido a la incómoda cifra en el más discreto de los anonimatos. La Verdad no siempre es cómoda, especialmente cuando contradice los dogmas oficiales.
Pero... ¿no parece más digno de fé el testimonio de la Cruz Roja Internacional, al fin y al cabo entidad filantrópica y neutral, que  las acusaciones del Congreso Mundial Judío y demás organismos paralelos, que son entidades políticas y no ciertamente neutrales en el caso que nos ocupa?.
Es importante mencionar que el «Guinness Book of World Records», publicación estadística que goza de buen renombre en el mundo de habla anglosajona, publicó que:

 «a pesar de haberse repetido frecuentemente que las víctimas judías en la última guerra fueron seis millones de personas, de nuestros estudios resulta que el máximo de victimas que hubieron fué de 1.200.000., de los cuales 900.000 en el campo de concentración de Auschwitz».

El Guinness Book simplemente manejó las cifras oficiales que le fueron facilitadas, y a través de las contradicciones de las mismas llegó a la antedicha cifra. Pero es preciso tener en cuenta que tales cifras oficiales están muy sujetas a caución, especialmente las referentes a Auschwitz, emanadas, como se sabe, de las autoridades polacas.


1 Aldo Dami: «Le Dernier des Gibelins».
2 Articulo «Histeria Anti-Difamatoria», 1-IV-1946, en la revista judeo neoyorquina «Menorah Journal».
3 Jacob Letchinsky: «La situation économique des Juifs depuis la Guerre Mondiale».
4 «Die Tat», Zurich, 19-I-1955.





AHORA LA PLACA LA HAN CAMBIADO POR UNA CON UN DATO MENOR




ISRAELITAS ANTISIONISTAS EN PROTESTA CONTRA ISRAEL COMO NACION



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