PARTE 1
Este libro es bastante bueno. El
denominado antisemitismo no es, como algunos han pretendido hacer creer post
mortem, una invención de Hitler. Ese es un problema tan añejo como la propia
historia del pueblo judío, a lo largo de todo su deambular por el mundo. La Iglesia Católica —veintinueve de cuyos
Papas dictaron cincuenta y siete bulas, edictos y 14 decretos antijudíos -
participó tanto en la persecución (versión judía) o en la defensa (versión
cristiana) contra los israelitas como Martin Lutero que escribió el folleto
titulado “De los Judíos y sus Mentiras”. Todos los pueblos.
En cuanto a la migración
de los judíos de Alemania:
En
Alemania se empezó a pensar en la isla de Madagascar, entonces colonia
francesa, como futuro hogar de los judíos; se especuló con la idea de que allí
se concentrarían no sólo los judíos procedentes de Alemania sino también los
israelitas ortodoxos procedentes de otros países.
Pero la idea no era nueva. El padre del
moderno Sionismo político, Theodorl Herzl, ya había formulado,
a finales del siglo XIX, la posibilidad de un Hogar Nacional Judío en Madagascar,
o en Uganda. Para Herzl el lugar ideal era Palestina, pero comprendía, y en eso
coincidía con los políticos del III Reich, que ello originaría interminables
conflictos con la población árabe autóctona. Esto y más toca este libro.
A continuación leerá algunos fragmentos de
este
fantástico y revelador libro si desea leerlo
por completo
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PDF EL MITO DE LOS 6 MILLONES
PAG.
28
Si los judíos, independientemente de
su nacionalidad de pasaporte, tomaron parte activa en el desencadenamiento de la guerra contra
Alemania y en el endurecimiento de la misma, como apóstoles de las matanzas
injustificadas de civiles y de la sistemática violación de las leyes de la
guerra en el tratamiento dado a los soldados alemanes, 1 también fueron los instigadores de los procesos de
desnazificación, cuya culminación la constituyó el Proceso de Nuremberg. A
partir de la Conferencia de Placentia
Bay, en que se habló por primera vez de los procesos contra los «criminales
de guerra» alemanes, el Congreso Mundial Judío, ya en 1942, es decir, un año
antes de que empezaran, según los acusadores del bando Aliado, las ejecuciones
masivas de judíos en los campos de concentración alemanes, empezó a redactar
las listas de tales «criminales».
Los campos de concentracion PAG.
28
Los llamados modernos medios de
Información que, en honor a la Verdad, debieran ser apodados de «Desinformación», han presentado una
imagen convencional del problema. El contencioso germano-judío ha sido fallado
por la Historia Oficial de la post-guerra de manera totalmente maniquea. Los
nazis y, por extensión, los alemanes todos, eran unos brutos salvajes que
encerraban a los judíos de Alemania y de los países que lograron ocupar militarmente
en unos campos de concentración, con la finalidad de exterminarlos en crematorios
y en cámaras de gas. Los judíos eran unas inocentes criaturas, que se dejaban llevar
mansamente al matadero, entonando a coro el Cantar de los Cantares. Esa imagen
ha sido reiterada, ad nauseam, en revistas y periódicos, por la radio y la
televisión de todos los países, beligerantes o no en la pasada guerra...
Docenas, centenares de películas han aparecido y aparecen aún, pasados mas de
60 años del final de la contienda, repitiendo obsesivamente el mismo leit motiv
alemanes estúpidos, nazis asesinos, judíos inocentes y holocausto infernal de
seis millones de personas, perpetrado con refinamientos de crueldad inconcebibles
en seres que se suponen civilizados.
Antes de entrar decididamente en lo
que constituye el tema central de la presente obra, esto es, la demostración de
que no existió un plan oficial alemán
para la exterminación masiva de los judíos por el hecho de serlo y que, en
cualquier caso, la cifra de bajas
judías, por todos los conceptos, de resultas de la conflagración mundial, no
pudo sobrepasar el 10 por ciento de la cifra oficial, hemos querido situar
el problema en sus justos y exactos términos. Tal vez nos hayamos extendido
excesivamente en los precedentes epígrafes, pero ello nos ha parecido imprescindible
para una nueva evaluación precisa del problema. Bien intencionados de la
escuela revisionista se han sumergido de lleno en el tema, olvidándose de los
antecedentes del mismo, y limitándose a señalar la imposibilidad material de la
cifra de seis millones de exterminados.
Un tal planteamiento, excluyendo las circunstancias que enmarcan el caso,
parece dar por sentado que es lógico el internamiento de varios millones de
civiles en campos de concentración.
Si
se omite el mencionar lo que, basándonos en testimonios de parte contraria a
los nazis o, simplemente, a los alemanes en general, hemos reseñado en los
epígrafes anteriores, cualquier lector medianamente advertido notará una laguna
que por fuera hay que colmar. A nuestro juicio, el planteamiento correcto del
problema de lo que no dudamos en calificar como «el mayor fraude histórico de todos los tiempos» es el siguiente:
a) La tradicional amistad entre el
Sionismo y el Pan-Germanismo quedo rota cuando, a mediados de 1917, aquél
traicionó una alianza fáctica y propició la entrada de los Estados Unidos en la
guerra, al lado de los Aliados, lo que originó la derrota de Alemania y el
infausto Tratado de Versalles, en cuya redacción participaron numerosos e
influyentes judíos, en muchos casos nacidos en Alemania.
b) La masiva participación de los judíos
en las revueltas comunistas ocurridas en Alemania entre 1917 y 1925, así como
su papel de líderes de los movimientos disolventes y antinacionales, culminando
todo ello en una posición de preponderancia política y económica contribuyó
poderosamente al triunfo electoral del Nacionalsocialismo, cuyo programa
preveía la asimilación de los judíos alemanes al estatuto de extranjería.
c) Tal como hemos visto en precedentes
epígrafes, los judíos del mundo entero, incluyendo los nativos de Alemania y
Austria, declararon, de hecho y oficialmente, la guerra a Alemania.
d) En el transcurso de la guerra,
diversos judíos con pasaporte norteamericano, inglés, francés o apátridas
(ex-alemanes) coadyuvaron al endurecimiento de la guerra contra Alemania y a la
entrada de los Estados Unidos en la contienda.
e) Las actividades de los judíos en los
diversos movimientos de resistencia, es decir, de francotiradores que combatían
sin uniforme, han sido tan voceadas por los propios hagiógrafos de los judíos
que huelga extenderse sobre ello. En dichos movimientos – de lucha ilegal según
las Convenciones de Ginebra y La Haya, no se olvide – los judíos eran legión. 1
f) En tales circunstancias, y atendidos
los citados precedentes, los civiles judíos constituían, tanto en Alemania como
en los territorios que sucesivamente fue ocupando el Ejército Alemán en el
curso de la guerra, un peligro potencial. Por consiguiente, se hizo necesario,
en determinados casos, su internamiento.
g) Ese internamiento hubo de realizarse
en campos de concentración, que hubo que improvisar en plena guerra, pues los
construidos en preguerra para alberge de marxistas y elementos asociales no
bastaban. Con la masiva llegada de prisioneros, especialmente procedentes del
frente del Este, la situación en los campos de concentración empeoró, aumentando
la tasa de mortalidad, ya normalmente elevada en los campos de prisioneros.
h) La tesis oficial pretende que,
mediante gaseamientos, crematorios, fusilamientos en masa y sevicias de todo
género, no menos de seis millones de judíos fueron deliberadamente ejecutados
por los nazis, siguiendo un plan oficial del Gobierno Alemán.
i) Como vamos a demostrar seguidamente,
no existió ningún programa oficial de exterminación de los judíos, no
existieron cámaras de gas y los crematorios tenían como finalidad la
incineración de los cadáveres. Finalmente la cifra de seis millones de judíos muertos
2 representa de quince a veinte
veces la realidad.
j) El «mito de los seis millones» es
artificiosamente mantenido en vida por el interés mancomunado y convergente del
Sionismo Internacional y de la Unión Soviética.
1 Fue precisamente un comando judío, mandado por un tal
Peretz Gold
2 La cifra «oficial», que en un principio fue de siete
millones y medio para rebajarse a seis millones, ha sufrido una nueva rebaja de
un 5 por ciento en el Proceso contra Eichmann, en Jerusalen, pues el Fiscal judío
presentó la cifra de 5.700.000. (N. del A.).
Para ésta, la creencia en tal
entelequia mantiene en pié un muro de horror entre Alemania Occidental 1 y los demás países de la Europa residual aún no
sometidos al Comunismo. Si seis millones de judíos fueron exterminados,
muchísimos alemanes debieron saberlo; si lo sabían y lo toleraban, Alemania era
– y debe continuar siéndolo – un país de salvajes, indigno de la convivencia
internacional. Así se mantiene una resquebrajadura permanente en el ya de por
sí poco sólido edificio de la Alianza Atlántica. Para aquél,– para el Sionismo
–, la pervivencia del mito representa la seguridad de poder continuar contando
con la República Federal Alemana como enjuagador de los permanentes déficits
del Estado de Israel.
Los
campos de concentración para judíos y (no-judíos) estaban ubicados en las siguientes
ciudades:
1-Natzweiler.
2-Dachau.
3-Flossenburg.
4-Buchenwald.
5-Bergen-Belsen.
6-Neuengamme.
7-Ravensbrück.
8-Sachsenhausen.
9-Gross-Rosen.
10-Theresienstadt.
11-Mauthausen.
12-Stutthoff.
13-Chelmno.
14-Treblinka,
15-Sobibor,
16-Maidanek,
17-Belzec,
18-Auschwitz-Birkenau,
19-Vught,
20-Dora,
21-Beuchow,
22-Drancy,
23-Ellrich,
24-Elsing,
25-Gandersheim,
26-Gurs,
27-Herzogenbusch,
28-Kistarcsa,
29-Lublin y
30-Wolzec.
Para empezar, he aquí una fantástica
coincidencia. Según la literatura concentracionaria, aún cuando los malos
tratos ejercidos con lunático sadismo se dieron en todos los campos citados, sólo fueron «campos de exterminación»
propiamente dichos los de: Auschwitz-Birkenau,
Stutthof, Chelmno, Belzec, Treblinka, Maidanek y Sobibor, es decir, todos
los situados en territorio controlado por los comunistas, rusos o polacos, o sea (En los
años siguientes y décadas después de terminada la guerra en 1945, o sea 1947,
1948, 1949, los 50’s, 60’s, 70’s, 80’s y 90’s antes de la caída del muro del
Berlín).
Se ha podido probar que ni Dachau,
Buchenwald y Bergen-Belsen fueron «campos de exterminación»; cuando se ha
pretendido continuar las investigaciones en los siete campos restantes, controlado por los comunistas, o sea (En los años siguientes y décadas después
de terminada la guerra en 1945, o sea 1947, 1948, 1949, los 50’s, 60’s, 70’s, 80’s y 90’s antes de la caída del muro del
Berlín).
Éstos han declarado, bajo «palabra de
honor» que la versión que los presenta como campos de exterminio es correcta, y
el asunto se ha dado por zanjado. Así pues, la cuestión de los campos de
exterminio se inicia, ya, con una coincidencia matemáticamente super improbable.
Pero de ello ya hablaremos más adelante, al estudiar el caso campo por campo.
Ahora creemos interesante
hacer un inciso sobre la necesidad del internamiento de grandes masas civiles
de halógenos potencialmente hostiles, llevada a cabo por países en estado de
guerra. Sin necesidad de remontarnos a conflictos bélicos anteriores, y circunscribiéndonos
a la última guerra mundial, observaremos que los Estados Unidos de América, a
los que se supone patentados campeones del Derecho, la Justicia, la Democracia,
etc, etc,. Adoptaron, contra los halógenos a los que consideraron
potencialmente peligrosos, una serie de medidas tan racistas como odiosas.
Concretamente, y salvo rarísimas excepciones, los casi 150,000 norteamericanos de origen japonés, residentes en la costa
occidental de los Estados Unidos y especialmente en California, fueron
internados, pocos días después de la ruptura de hostilidades entre los Estados
Unidos y el Japón, en campos de concentración, y mantenidos en una situación de
subalimentación que causó la muerte de, como mínimo, la mitad de ellos.2
1 Es curioso, pero nadie parece
sorprenderse del hecho de que sólo se exijan reparaciones por los supuestos
judíos exterminados al Estado de la Alemania Federal y no a la titulada
República Democrática Alemana, controlada por los comunistas. Un hecho tan
sencillo y a la vez tan sorprendente parece haber escapado a todo el mundo (!).
(N. del A.).
2 Austín J. App: «Morgenthau Era
Letters».– Charles Lindbergh: «The Wartime Journals of Charles A. Lindbergh».
Sus bienes fueron incautados y
ahora, a posteriori, numerosos escritores e historiadores norteamericanos han
reconocido la injusticia del trato dado a unos ciudadanos norteamericanos, de
naturaleza y de nacimiento, y que por razón del color dé su piel, sin sospecha
alguna de deslealtad al gobierno de los Estados Unidos, sin precedentes recientes
y reiterados de animosidad contra el país, cuál era el caso de numerosos judíos
contra Alemania, eran hacinados en campos de concentración con coeficientes de
mortalidad nunca alcanzados en la acosada Alemania, abarrotada de prisioneros
de guerra. 1
Otro caso notable es el de los
alemanes del Volga que, en número de 600.000
se habían aposentado en Rusia ciento cincuenta años antes. Al producirse el
ataque hitleriano contra Rusia, a mediados de 1941, los alemanes del Volga
fueron deportados, en condiciones atroces, a Siberia, por considerárseles un
enemigo potencial, y nunca más ha vuelto a saberse de ellos. Ni los alemanes
del Volga ni los japoneses de California representaban, remotamente siquiera,
un peligro potencial comparable al de los judíos en el área territorial
controlada por la Wehrmacht. Entre aquéllos y los pueblos americano y ruso que
les habían dado alberge, no existían precedentes de animosidad, ni conflictos
de intereses, como era el caso en el contencioso germano-judío. Su porcentaje
con relación a las colectividades nacionales americana y rusa era también más
reducido que el de los judíos en el Continente Europeo, o en la zona de éste
controlada por el ejército alemán.
Finalmente,
los japoneses de California y los alemanes del Volga, de haber sido halógenos potencialmente
hostiles, sólo habrían contado con el apoyo de Alemania y el Japón, mientras
que los judíos contaban con apoyos y complicidades en todos los países del mundo.
Pese a estas fundamentales diferencias, aun aceptando como válida la cifra imposible
de seis millones de judíos exterminados por los nazis, el tratamiento dado por americanos
y rusos a sus ciudadanos de origen japonés y alemán fue aún peor y el número de
bajas comparativamente más elevado.
Los
derechos de la aritmetica PAG. 31
Si diversos autores, periodistas e historiadores
al dedo alzado pretendieron, entre el final de la guerra y principios de 1946,
que los nazis habían exterminado hasta... ¡¡once millones!!
de judíos, mientras otros, más moderados, se contentaban con sólo ocho millones, los violines de la orquesta
fueron debidamente acordados dejando la cifra en siete millones y medio, cifra que resistió tres o cuatro meses
hasta oficializarse la de seis millones.
Y aunque en el simulacro del proceso a Eichmann
en Jerusalen el Fiscal General judío presentó como oficial la cifra de 5.700.000, los «mass media» siguen
aferrados, cual náufrago a un salvavidas, a los seis millones y a tal cifra
absurda vamos a atenernos.
Según fuentes oficiales judías,2 el número de
judíos que viven en Europa cuando el Nacionalsocialismo accede al poder, en
1933, es de 5.600.000. Sin contar
los que viven en la Unión Soviética, a los cuales difícilmente pudo llegar a
capturar el ejército alemán. Es de aplastante lógica suponer que los judíos de
Ucrania y Rusia Blanca se retiraran hacia el interior de Rusia con el Ejército
Rojo y no se quedaran «sur place» para ser llevados a los campos de
concentración alemanes.
Ahora bien, dos fuentes dispares, una
suiza3 y otra judía4 coinciden en que el número de emigrantes judíos,
entre 1933 y 1945, a Inglaterra, Suecia, Suiza, la Península Ibérica, Canadá,
los Estados Unidos, América Latina, Australia, China, la India, Palestina y
Africa, fué de 1.440.000.
1 A los «Nisei» (americanos de orígen racial japonés, que
sobrevivieron a los campos de concentración de Roosevelt se les indemnizó con
una cifra equivalente al diez por ciento del importe de sus haberes que les
fueron incautados a finales de 1941. Es decir, que tras casi cuatro años de
internamiento, el tío Sam ( o el tío Sem?) magnánimo, les devolvía un dólar por
cada diez que les había quitado. Y si consideramos la erosión del dinero en
aquellos años de guerra, más cerca estaremos de la verdad si decimos que la
indemnización fué de un dolar por cada quince.
2 «The New York Times», 11 de Enero de 1945,
reproduciendo datos oficiales de la «American Jewish Conference».
3 «Baseler Nachrichten» 13-IV-1946.
4 «Aufbau», periódico yiddisch de Nueva York. Articulos
del demógrafo israelita Bruno Blau, 13-VIII- 1948.
Estos judíos procedían de Alemania, Austria, Checoeslovaquia y, en
menor escala, de Polonia, Rumania y Hungría. Por otra parte, el número de
judíos que vivían en los países neutrales, sin contar a los recientes
inmigrados, era de 413.128. 1
Es decir que de los 5.600.000 judíos que vivían en Europa,
excluyendo la URSS, en 1933, cuando el Nacionalsocialismo sube al poder,
debemos eliminar como posibles víctimas de los nazis a 1.440.000 que logran emigrar a países neutrales y militantes en el bando
Aliado, más a 413.128 que ya
residían en países neutrales o en la inocupada Inglaterra. Esto reduce la cifra
a 3.746.872. 2
Pero tampoco esta cifra es definitiva.
Para llegar a la cifra máxima de judíos que estuvieron dentro del radio de
acción de los nazis –lo que no significa necesariamente internados, pues los judíos
abundaban en los movimientos de resistencia– hay que descontar a los que
vivían en la parte oriental de Polonia y en los países bálticos, que huyeron a
la Unión Soviética después de 1939 y fueron, luego, evacuados fuera del alcance
de las tropas alemanas que se internaban en la URSS. Según el historiador judío
Reitlinger 3, el número de
judíos emigrados hacia la Unión Soviética y, por tanto, a salvo, fue de 1.550.000.
Esto nos da la cifra definitiva de 2.196.872. Citaremos, de paso, el testimonio
de un periodista israelita, Freilig
Foster quien asegura que:
«..desde 1939 hasta la invasión nazi de Rusia.
2.200.000 judíos de los ghettos del
Este de Europa encontraron su salvación en la Unión Soviética»4.
Si hacemos caso de este testimonio, la
cifra definitiva debe quedar reducida en la diferencia entre la cifra
facilitada por Reitlinger, es decir, 1.550.000
y esos 2.200.000, o sea que hay que
reducir 650.000 más a los que, según
ese autor, no pudo llegar el fatal brazo del Führer, con lo cual la cifra
definitiva de víctimas potenciales, no
efectivas, quedaría reducida a la cifra de 1.546.872.
No obstante, el testimonio de Foster
no parece real. Pese a escribir en una revista «burguesa» de los Estados
Unidos, ese periodista era conocido por la benevolencia de sus comentarios
cuando tocaba el tema que rozara, de cerca o de lejos, a la URSS. De ahí que su
artículo, tan pro soviético, presentando a la Meca del Comunismo como la
salvadora de los judíos orientales, nos parezca, a priori, sospechoso. Por eso
nos quedamos con la cifra antes citada de 2.196.872,
a pesar de que otro judío pro-comunista, Louis
Levine, Presidente del «American
Jewish Council for Russian Relief» (Comité Judeo-Americano de Ayuda a
Rusia) declaró en una conferencia que:
«... al principio de la agresión
alemana contra Rusia, los judíos fueron los primeros evacuados de las regiones
amenzadas por los hitlerianos y puestos en seguridad tras los Urales. Así
fueron salvados dos millones de judíos». 5
Esa
alta cifra es confirmada por otro pro-comunista judío, David Berlengson al afirmar que:
«gracias a la evacuación el 80% de los judíos
que vivían en la zona polaca ocupada por el Ejécito Rojo en 1939, y en los
Países Bálticos pudo salvar la vida, es decir, algo más de dos millones de
personas». 6
1 «World Almanach» (Almanaque Mundial), 1942. p. 594.
2 Tales judíos residían en Inglaterra, Gibraltar,
Portugal, España, Suecia. Suiza, Turquía Europea e Irlanda (N. del A.).
3 G. Reitlinger, «Die Endlösung», p. 34.
4 «Collier’s Magazine»,
9-VI-1945.
5 Chicago, 30– X– 1946.
6 David Bergelson in «Ainikeit», revista yiddish en
Moscú, 5– XII– 1942.
La cifra de 2.196.872 puede ser aumentada en, aproximadamente, 110.000 es decir, el 5% de crecimiento
de población, por diferencia favorable entre nacimientos y decesos, porcentaje
que nos parece muy «deportivo» por favorable a la tesis oficial, máxime si
tenemos en cuenta que la Judería Europea – de rentas elevadas – siempre ha sido
menos fecunda en nacimiento que las de otros continentes, y con mayor razón
debió darse esa circunstancia en el azaroso periodo que nos ocupa. Es decir,
que la cifra máxima de judíos que, según fuentes judías más favorables a la
tesis oficial, pudieron caer en manos de los nazis fue de unos 2.300.000. Pero hay, aún otra fuente
que permite aumentar esa cifra. En efecto, los precedentes cálculos están
basados en unos datos oficiales judíos, facilitados
por la Conferencia Judeo- Americana, según la cual la población israelita
de Europa cuando el Nacionalsocialismo llega al poder es de 5.600.000. Pero según la «Chambers Enciclopedia», el número
total de judíos que vivían en Europa en la época objeto del presente estudio
era de 6.500.000, es decir, 900.000 más que los citados por fuentes
judías. Es posible que la «Chambers» haya manipulado erróneamente datos de
otras agencias judías, aunque lo más probable es que éstas sólo hayan
considerado judíos a los inscritos en las sinagogas, lo que explicaría el «décalage»
(Desface) de cifras. No obstante, lo importante a retener de este dato es que
la cifra dada por la «Chambers», o sea, 6.500.000
es la más elevada que se conoce. La conclusión final es, pues, que utilizando
los datos más favorables a la llamada tesis oficial, Hitler sólo pudo llegar a
tener bajo su control a 3.200.000
judíos, es decir, los 2.300.000 a
que llegábamos en los precedentes cálculos más los 900.000 de diferencia en más según la generalmente bien informada «Chambers Enciclopedia».
No queremos insultar al sentido común
del lector amigo, demostrándole que si Hitler solo pudo tener acceso, en el
mejor de los casos, a 3.200.000 judíos,
no le fue posible ordenar el asesinato indiscriminado de 6.000.000.
Procedamos ahora, a efectos de comprobación,
en el sentido inverso. «La mayoría de
los judíos alemanes consiguieron abandonar Alemania antes de que la guerra
estallara».1
También pudieron emigrar 220.000 de los 280.000 judíos austríacos y 260.000
de los 420.000 de los checoslovacos.
En total sólo quedaron en Alemania, Austria y Checoslovaquia, después de
Septiembre de 1939, unos 360.000
judíos.
En
Francia había, en 1939, 320.000
judíos. Según el Fiscal francés en los procesos de Nuremberg, 120.000 de ellos fueron deportados a
los campos de concentración, aún cuando el repetidamente citado autor judío Gerald Reitlinger sostiene que la cifra
sólo fue de 50.000, basándose en
fuentes emanadas de la «Alliance
Israélite Universelle»2.
No obstante, vamos a tomar la cifra
más favorable a la tesis oficial, es decir, 320.000 contra los que pudo actuar Hitler:
Las colonias judías de Bélgica (40.000)
Holanda (140.000)
Italia (50.000)
Yugoeslavia (55.000)
Hungría (380.000) y
Rumanía (710.000) En 1939 3.
Totalizan, junta a las ya mencionadas
de Alemania, Austria, Checoslovaquia y Francia, 2.055.000 personas. Queda el problema de los judíos polacos, cuya
cifra es, siempre, la más difícil de evaluar. Se ha afirmado frecuentemente,
sin fundamento alguno, que a consecuencia de la guerra con Polonia el reich
obtuvo el control sobre tres millones de judíos suplementario. Esto es
sencillamente imposible. Según Reitlinger 4, el censo de judíos polacos era, en el año de
1938, de 2.732.600, de los cuales 1.170.000 residían en la zona ocupada
por los soviéticos y otros 380.000
emigraron antes de la ocupación alemana de la zona occidental de aquél país, lo
cual presupone que el número de judíos polacos bajo control alemán fue de 1.182.600, cifra a todas luces exagerada,
y a la que se llega sólo si se toman como válidas las cifras de Reitlinger (que
incluyen a los judíos que vivían en los Países Bálticos) pero que deben
acercarse más a la realidad si se acepta la cifra del estadístico y demógrafo
judío Jakob Leczinsky, de 750.000 personas.
1 «Unity in Dispersion», p. 377. Publicación oficial del
Congreso Mundial Judío.
2 Gerald Reitlinger: «Die
Endlösung».
3 Id., p. 93.
4 Id., p. 36.
En cualquier caso, si se aceptan las
cifras de Reitlinger con respecto a Polonia, las más favorables a la tesis
oficial, el número máximo de judíos bajo control alemán fue de 3.237.600, cifra sensiblemente
semejante a los 3.200.000 que
hallamos en el cálculo anterior, basándonos en las cifras iníciales de 6.500.000 judíos en toda Europa
aseveraba la «Chambers Enciclopedia».
Si se aceptan las de Lesczinsky,
llegamos a la cifra máxima de 2.805.000,
que representaba aproximadamente el punto medio entre la cifra de la «Chambers»
(6.500.000) y la del tratadista
judío Bruno Blau (5.600.000), que parece gozar de más
autoridad en la materia.1
Podemos, pues, resumir la cuestión
diciendo que el número de judíos que pudieron estar bajo jurisdicción alemana,
en el transcurso de la II Guerra Mundial fue, como máximo, de 3.237.600, y, como mínimo, de 2.300.000, siendo la cifra de unos 2.800.000 la que parece más ajustada a
la realidad.
Enfoquemos la cuestión desde otro
punto de vista:
En 1938, había en el mundo 15.688.259 judíos, según datos oficiales
judíos.2
Diez
años después, es decir, después de las persecuciones nazis y del supuesto
holocausto de los seis millones de gaseados y cremados, habían, en todos el mundo,
entre 15.600.000 y 18.700.000 judíos, según un artículo,
aparecido en el diario «The New York
Times»3 suscrito por Mr. Hanson William Baldwin, experto
demógrafo.
Tomemos como cierta la evaluación más
baja, es decir, la más favorable a la
tesis oficial de los seis millones de israelitas asesinados, o sea, 15.600.000
judíos, y observaremos que resulta que en los diez años que mediaron entre
1938 a 1948 – época que incluye los años
de guerra, de 1939 a 1945, durante los cuales se asegura muy seriamente que
Hitler hizo matar a seis millones de judíos – la población judía ha
permanecido inalterable, cubriendo, con seis millones de nacimientos, los
supuestos seis millones de muertes.
Es decir, que en
siete años de persecución, y tres años de post-guerra, los judíos
supervivientes de la matanza, 16 millones menos 6 millones igual a 10 millones,
han logrado, en un alarde sexual sin precedentes en la Historia, un incremento
de población del ¡60%! ... Y si se toma la cifra más alta propuesta por Mr.
Baldwin, es decir, 18.700.000 judíos, resultaría que si Hitler, efectivamente
hizo matar a seis millones de judíos nos encontraríamos con un incremento de la
cifra demográfica de nueve millones, o sea un aumento de tres millones más
otros seis millones de nacimientos para suplir los seis millones de judíos pretendídos,
entre gaseados o cremados por los nazis.
Si en 1948 había
en el mundo 18,000,000 (dieciocho millones) de judíos, el nacimiento de nueve
millones de judíos durante los diez años del período de 1938-1948, o sea un
incremento total del 100% es una imposibilidad física. Ni aun cuando todo judío
púber se hubiera dedicado, exclusivamente, veinticuatro horas diarias, a
practicar el coito con mujeres púberes de su raza, el que hubiesen podido
llegar a engendrar, en diez años, nueve millones de retoños está en pugna total
con las leyes de la genética, por muy sexualmente obsesos que se quiera suponer
a los correligionarios de Freud.
1 Bruno Blau, obtuvo sus datos de la «American Jewish
Conference», cuyas fuentes de información sobre la población judía parecen
dignas de crédito (N. del A.)
2 «World Almanac», 1947. Cifra facilitada al referido
Almanaque Mundial por el «Comité Judeo- Americano y por la Oficina Estadística
de las Sinagogas de América».
3 Ejemplar del 22– II–
1948. El propietario de este diario es el judío y sionista, Arthur Sulzberger.
El
origen del mito PAG. 34
Si durante la contienda ambos bandos
se acusaron mutuamente de la comisión de actos crueles e inhumanos, tal como
mandan los cánones de la llamada «guerra
psicológica», las referencias especiales a los malos tratos dados a los
judíos se iniciaron en los Estados Unidos, cuando estos eran aún neutrales, a
mediados de 1941. En un despacho radiado desde Estocolmo, el 12 de Junio de
1941, se habló de cámaras de gas; el autor de la noticia era el periodista
judío Lipschitz Winchell, y los principales periódicos norteamericanos se hicieron
eco de la noticia. No obstante, una cosa era innegable; aún cuando la Gran
Prensa acusara a los nazis de «todos los pecados de Israel», para utilizar una expresión
bíblica, las alegaciones de exterminación masiva de civiles judíos no tuvieron eco
destacado en la prensa de los países Aliados. Solamente a finales de 1944
recrudeció la campaña sobre los campos de exterminación, pero siempre en
noticias de segunda página, basta para
cerciorarse de ello solicitar en cualquier hemeroteca pública, ejemplares del londinense
«Times» o su homónimo neoyorquino. Toda acusación del campo Aliado iba seguida
de un desmentido alemán, con invitación a la Cruz Roja Internacional a que comprobara
la falsedad de tales acusaciones. Acusaciones de unos y desmentidos de otros son
normales dentro de los condicionantes de la guerra psicológica.
La relativa lenidad de la campaña
propagandística de los Aliados a propósito del tema judío puede explicarse,
aunque no afirmaremos que ésta fuera la razón, por la posibilidad de los nazis
de acudir al testimonio imparcial de la Cruz Roja Internacional.
Es un hecho que, a mediados de 1944,
cuando la victoria aliada parecía segura y Alemania no podía acudir prácticamente
a ningún testimonio imparcial, se multiplicó la campaña propagandística a
propósito del tema concentracionario y de las exterminaciones masivas de
judíos. No obstante, la mayor virulencia
se alcanzó una vez terminada la guerra, con el vencido adversario prácticamente
amordazado. Sería necio pretender que el motivo de ese «crescendo» en el
tono propagandístico fue debido a la circunstancia de haber podido comprobar
los Aliados, «de visu», la realidad de los llamados «campos de exterminio». No
se puede sostener que entidades de tan merecido prestigio como el «Intelligence Service», el «F.B.I.» o el
espionaje soviético ignoraran el supuesto programa de exterminio de los judíos;
no se puede sostener que los nazis quemaran a seis millones de personas y tales
entidades no se enteraran. Precisamente
los Aliados tenían contactos incluso en el Gran Cuartel General del Führer y
estaban al corriente del atentado contra Hitler el 20 de Julio de 1944.
Es inconcebible, pues, que los Aliados
no se enteraran de tan macabro plan y si se enteraron, es aún más inconcebible
que, disponiendo, como disponían, del control de las grandes agencias
internacionales de noticias, no armaran un verdadero alboroto, cuando el «leit
motiv» de su propaganda consistió, precisamente, en presentar a sus adversarios
en el papel de los villanos de la película.
Dejando aparte las acusaciones de
malos tratos y de asesinatos individuales o en pequeña escala, de judíos, la primera
acusación de exterminaciones masivas fué hecha por el Congreso Judeo-Americano y Congreso Mundial Judío, conjuntamente,
el 27 de Agosto de 1943, en un informe de 300 páginas que fué entregado a la
prensa norteamericana. En él se afirmaba que 3.000.000 de judíos habían sido exterminados en los campos de
concentración nazis, mientras que 1.800.000
habían logrado salvarse por haber huido a la Unión Soviética y otros 180.000 a otros países. En dicho
informe no hay ni un indicio de prueba, y sí tan sólo algunos «affidavits» o
declaraciones juradas por escrito de sedicentes evadidos de los campos nazis. No
obstante fué aceptado por los organismos oficiales norteamericanos, siendo de
destacar la virulencia de la presión ejercida por el Departamento del Tesoro,
cuyo titular, Henry Morgenthau,
sostuvo un verdadero duelo con el Subsecretario de Estado John Breckenridge Long, que se resistía a incluir el tema en la
propaganda oficial norteamericana. Finalmente, Morgenthau, con el poderoso
apoyo del Secretario de Justicia, Felix
Frankfurter y del propio huésped de la Casa Blanca1 logró doblegar la
resistencia de Breckenridge Long y hacer que fueran aceptando, sin control ni
verificación de ningún género, los relatos de atrocidades nazis contra los
judíos, mandados desde Ginebra por los dos representantes del Congreso Mundial
Judío, Paul Guggenheim y Gerhard Riegner.
1 El Presidente Franklin Delano Roosevelt, pertenecía a
la séptima generacióñ del hebreo Claes Martenszen van Roosevelt, expulsado de
España en 1620 y refugiado en Holanda, de donde emigró, en 1650 o 1651 a las
colonias inglesas del Norte de América, según investigaciones fueron
continuadas por el publicista judío Abraham Slomovitz quien publicó en el
«Jewish Chronicle» que los antepasados judíos de Roosevelt residían en España y
se apedillaban Rosacampo. Robert E. Edmondsson, que estudió el árbol
genealógico de los Roosenvert-Rosacampo-Martenszen-Roosvelt dice que, desde su
llegada a América tal familia apenas se mezció con elementos anglosajones
puros, abundando sus alianzas matrimoniales con
Jacobs, Samuels, Abrahams y Delanos. La propia esposa de
Roosevelt era judía y fervorosa sionista. El New York Times del 4 de Marzo de
1935 recogió unas manifestaciones de Roosevelt en las que se reconocía su
origen judío. (N. del A.)
Uno de los relatos transmitidos desde
el Consulado norteamericano en Ginebra afirmaba que «un industrial alemán»
había informado a Guggenheim sobre una conferencia mantenida en el Gran Cuartel
General del Führer en la que se decidió exterminar a todos los judíos
pro-soviéticos en manos de los alemanes. Los judíos debían ser confinados en
algún lugar del Este de Europa y gaseados con ácido prúsico. Esta información fue
enviada a Washington y a Londres por conducto diplomático. El «industrial
aleman», cuyo celo en conservar el anonimato se comprende en aquel tiempo, ha
continuado recluido en el mismo anonimato hasta hoy, en que tan provechosa
podría resultarle la publicidad de su confidencia a Guggenheim. Cuando el
mensaje fué recibido en el Departamento de Estado fue debidamente evaluado y se
decidió que:
«... la publicación de ésta noticia no
parece aconsejable en vista de la naturaleza fantástica de las alegaciones y de
la imposibilidad de su comprobación». 1
El mensaje fue, pues, suprimido de la
propaganda oficial norteamericana. Inmediatamente, el rabino Stephen Wise, del Congreso Judeo-Americano, presentó una enérgica protesta ante el
Departamento de Estado por la supresión de la noticia. Pero unas semanas
después dos personas desconocidas, y que «preferían
guardar su anonimato», se presentaron en el Consulado Americano en Ginebra
asegurando ser unos judíos que habían logrado huir de unos (sin mencionarlos)
campos de exterminio.
Aséguraron
que los alemanes mataban a los judíos para utilizar sus cadáveres como fertilizantes.
De nuevo se informó a Washington por vía diplomática y entonces, el Gobierno de
los Estados Unidos, oficialmente, requirió a la Santa Sede que tratara de confirmar
esta noticia, así como la anterior, causante de la protesta del rabino Wise.
Finalmente, el 10 de Octubre de 1943
el Vaticano. Oficialmente, informó al Gobierno de los Estados Unidos, a través
de Myron Taylor, que asumía las
funciones de Embajador sin Embajada en la Santa Sede, que le era imposible
confirmar los informes de severas medidas contra los judíos en el territorio
controlado por los alemanes. Casi simultáneamente. Reigner presentó
triunfalmente dos nuevos documentos.
El primero, según él afirmó, había sido
redactado por un «oficial de elevada graduación», miembro del Alto Estado Mayor
Alemán y que, naturalmente, deseaba permanecer anónimo. Dicho oficial aseguraba
en su informe que habían, en el Este de Alemania, al menos de factorías para el
aprovechamiento de los cadáveres judíos, de los que los alemanes obtenían
jabón, grasas y lubricantes, y que se había calculado, por los contables de la
Gestapo (¡!¿?) que cada cadáver judío valía, en promedio, 50 Reichsmarks.
El segundo documento consistía en dos
cartas cifradas escritas por un judío suizo residente en Varsovia, en las
cuales afirmaba que todos los judíos de la capital polaca habían sido
exterminados mediante fusilamientos en masa. Esto se afirmó muy seriamente, en
septiembre de 1943, es decir, más de un
año antes de que los judíos del ghetto de Varsovia se sublevaran con las armas
en la mano y fueran vencidos por las unidades alemanas enviadas en su
represión.
Queremos hacer notar la sorprendente
semejanza de las acusaciones en cuestión con las formuladas contra Alemania en
el transcurso de la I Guerra Mundial:
Aprovechamiento
de cadáveres para hacer jabón y fertilizantes.
Una falta de imaginación y creatividad
realmente asombrosa. Sólo el fiscal soviético hizo suyas las acusaciones de las
«fábricas de jabón» en el Proceso de Nuremberg – del que más adelante
hablaremos – mientras que uno de los pioneros de la literatura
concentracionaria, Raul Hilberg,
afirmó que tales «fábricas» nunca existieron en realidad. 2
1 A. R. Butz: «The Hoax of the
Twentieh Century», pag. 60.
2 Raul Hilberg: «The Destruction of European Jews», p.
246.
A finales de Octubre de 1943 el
infatigable Riegner se presentó de nuevo ante el Embajador norteamericano en
Berna, Harrison, informándole de que había obtenido pruebas de que los nazis
estaban exterminando masivamente a los judíos en el territorio ocupado por ellos.
He aquí las pruebas:
Un informador anónimo alemán y un alto funcionario de la Cruz Roja Internacional,
naturalmente también anónimo,
aseguraban poseer información de primera mano, aunque también anónima, de que los alemanes estaban gaseando o fusilando en
masa a los judíós bajo su control. Harrison
mandó el informe a Riegner al Departamento de Estado en Washington, adjuntando
una carta personal informando, a su vez, de haber recibido un «affidavit» de
Guggenheim, el colega de Riegner, en el que se afirmaba haber recibido
testimonios que corroboraban las manifestaciones de Riegner. Tales testimonios
emanaban de un ciudadano alemán, igualmente
anónimo, que había obtenido su información en una conversación sostenida
con un funcionario del Ministerio de Asuntos Exteriores – funcionario asimismo anónimo – y de un
ex-funcionado del Ministerio de la Guerra, anónimo
igualmente. Finalmente, un informador suizo, residente en Belgrado había proporcionado
información a Guggenheim, confirmando las acusaciones de exterminios masivos de
judíos. Naturalmente, ese suizo, era, también
anónimo.
Realmente, es muy dificil presentar
una acusación basándose en testimonios más gaseosos e inmateriales. Con audacia
sin par, Riegner y Guggenheim lo hicieron, y Morgenthau, Dexter White y Wise se encargaron de materializarla en
los Estados Unidos.
Precisamente fué el Rabino Wise quien
se presentó en la Casa Blanca, ante el Presidente Roosevelt, al frente de una
delegación de judíos americanos, entregándole un documento de veinte páginas
titulado «Blue Print for
Exterminations», basado exclusivamente en la clase de información que
acabamos de mencionar. La presión del «lobby» judío, y especialmente de su fracción sionista, forzaron al Gobierno Norteamericano
a aceptar las alegaciones de Wise y, en consecuencia, los gobiernos de los países
aliados – incluyendo la Unión Soviética – hicieron público un comunicado condenando
las «exterminaciones de judíos llevadas a cabo por los nazis». Junto al «lobby»
judío, apoyándole en todo momento en la tarea de oficializar la tesis
propagandística de los exterminios en masa de judíos, estuvieron
infatigablemente los comunistas y los ultra-izquierdistas de Norteamérica, como
Harry Dexter White y los hermanos Hiss a la cabeza.1
Al término de las hostilidades, los
abanderados campeones de la Democracia y el Progreso consideraron necesario
actualizar el ignominioso ¡Vae Victis! del bárbaro Brenno y, nombrándose a sí mismo jueces, fiscales y
verdugos condenaron, en los llamados Procesos de Nuremberg, a los vencidos,
basándose en leyes «ex post facto». No vamos a ocuparnos aquí, por escapar del
ámbito estricto de la presente obra, del Tribunal Militar Internacional de
Nuremberg, de sus pompas y sus obras. Simplemente mencionaremos que, por
decisión personal del Presidente Roosevelt, el Juez Samuel Rosenman2 fue designado representante directo de la Casa Blanca en
el llamado «War Crimes Branch» (Sección
de Crimenes de Guerra), presidido por el General John M. Weir,3 cuya misión consigna en juzgar y castigar a
los criminales de guerra nazis una vez consumada su derrota».
1 Dexter White, Sub-Secretario del Tesoro y «alter ego»
de Morgenthau era un agente soviético, que se suicidó antes de caer en manos de
la justicia. También fueron convictos agentes soviéticos Alger Hiss, consejeron
especial de Roosevelt y su hermano Donald, funcionario del Departamento de Estado. Los tres eran judíos. (N.del A.)
2 Judío, sionista y miembro del «Brain Trust». (N. del
A.)
3 Igualmente judío
aunque no miembro del «Brain Trust». (N. del A.)
Este «War Crimes
Branch», actuó, junto al Tribunal Militar Internacional en los doce procesos de
Núremberg, y posteriormente, en los centenares de procesos llevados a cabo por
los vencedores en toda Europa, y no solamente en Alemania.
El «Congreso Mundial Judío» tuvo,
prácticamente el monopolio en la presentación
de pruebas contra los denominados «criminales
de guerra».1 Más adelante trataremos de tales pruebas
cuando incidan en el tema del presente sujeto. Baste, por el momento, mencionar
que fue precisamente el Tribunal Militar Internacional de Núremberg quien, a
priori, admitió como demostrado el plan de exterminio de los judíos, llevado a cabo
por los nazis. Así, por ejemplo, el Juez soviético Nikitchenko declaró tranquilamente, antes de los procesos que:
«...ahora vamos a ocuparnos de los mayores
criminales de guerra, que ya pueden considerarse convictos». 2
No creemos exagerar si afirmamos que
ese «juez» estaba ligeramente predispuesto contra los reos.
Pero
mayor incidencia ha tenido, aún, en la consagración del mito como verdad histórica,
la inmensa literatura concentracionaria, que, desde 1945 hasta hoy, se ha
vertido sobre un mundo atónito. Se han publicado relatos esperpénticos, con una
técnica narrativa y publicitaria adaptada a todas las culturas y mentalidades. Películas,
conferencias, emisiones radiofónicas y televisivas, martilleando ad nauseam
cerebros y retinas del hombre disuelto en la masa. Es comúnmente admitido que,
las en su género, más destacadas obras de la literatura concentracionaria
corresponden a cinco autores, todos ellos judíos:
Léon
Poliatov, 3
Gerald
Reitlinger, 4
Lucy
S.
Davidowicz, 5
Nora Levin, 6 y
Raul Hilberg. 7
Todos estos libros tienen un punto en
común: se apoyan en el veredicto del tribunal internacional de Nuremberg, y se
citan profusamente entre sí, aludiendo constantemente a declaraciones de
personas como Morgenthau, Dexter White,
Rosenman et alia, cual si se tratara de testimonios irrefutables y de
probada imparcialidad. También presentan numerosos documentos gráficos, de los
que más adelante hablaremos, y que en muchos casos no son más que hábiles
fotomontajes. Su falta de valor probatorio se fundamenta en que dan por
axiomático lo que, precisamente, se trata de demostrar, estos es, que hubo un plan
premeditado del gobierno alemán para asesinar masivamente a los judíos en razón
de su procedencia étnica y que el total de víctimas alcanzó los seis millones,
parten, para ello, de las conclusiones del Tribunal Militar Internacional de Núremberg,
sobre la validez de cuyas decisiones han opinado de forma demoledora numerosos
miembros del mismo.
Sirvan como ejemplo entre varios que
se podrían citar, las declaraciones del Juez Norteamericano Charles F. Wennerstrum, que presidió el
llamado «caso séptimo» (juicio de los
generales alemanes acusados de la ejecución de rehenes), quien de regreso a
América y tras presentar la dimisión de su cargo, manifestó:
«Si hubiera sabido antes lo que hoy
se, nunca hubiera ido a Alemania a participar en esos juicios... La acusación
pública no ha podido disimular que no se trataba de justicia sino de venganza.
La atmosfera de los juicios es insana. Se necesitaban lingüistas, Abogados,
pasantes, interpretes e investigadores eran americanos desde hacía pocos años.
Conocían mal nuestra lengua y se hallaban imbuidos de los odios y los
prejuicios europeos».
8
No
creemos sea torturar los textos si de las palabras del Juez Wennerstrum deducimos
que «abogados, pasantes, intérpretes e investigadores», «que crearon una atmosfera
insana» y antepusieron la venganza a la justicia debían ser en su abrumadora mayoría,
judíos. Conocían bien el alemán – intérpretes – y mal el inglés, por llevar
pocos años en América, y además, se hallaban «imbuidos de los odios y
prejuicios europeos».
1 Según Louis Marschalsko, al menos dos terceras partes
del personal que trabajó en los procesos eran judíos. («World
Conquerors»), pág. 134.
2 Eugene Davidson: «The trial of
the Germans».
3 Léon Poliakov: «Le Troisième
Reich et les Juifs».
4 Gerald Reitlinger: «The final
solution».
5 Lucy. S. Davidowicz: «The War
against the Jews, 1933-1945».
6 Nora Levin: «The Holocaust».
7 Raul Hillberg: «The Destruction
of the European Jews».
8 Artículo de Eugen
Dubois, sionista, en la «Chicago Tribune» del 3-2-1948.
¿Quiénes
podían ser sino judíos emigrados de Alemania antes de estallar el conflicto?.
¿Cuántas
personas saben, por ejemplo, que el Fiscal General Americano de Nuremberg fue Robert Kempner, un judío nacido en
Alemania en 1899, Consejero legal de la Policía de Prusia durante el régimen de
Weimar y luego, durante el régimen nazi, abogado del sindicato de taxistas
alemanes?.
¿Cuántas
personas saben que el tal Kempner fue, prácticamente el único abogado de
Occidente que apoyó la absurda tesis soviética según la cual la matanza de
15.000 oficiales polacos en el bosque de Katyn (conocida como la matanza de Katyn) fue llevada a cabo por los
alemanés y no por los rusos?.
¿Cuántas
personas, en fin, saben que el jefe del «Staff» encargado de redactar las
listas de «criminales de guerra» fué David
Marcus, un sionista, miembro de la Hagannah, que perdió la vida en la
guerra judeo-árabe de 1948.
¿Cómo
puede, seriamente, creerse en la imparcialidad de unas estructuras judiciales
cuyos miembros eran, a la vez, juez y parte?.
Los creadores
del mito fueron, puede decirse que exclusivamente, judíos y, en su aplastante
mayoría, sionistas.
En segundo plano – y sólo en segundo plano – colaboraron con ellos los comunistas,
interesados por las razones más arriba apuntadas, en la supervivencia del
rancio mito. 1
Si en el epígrafe «Los Deréchos de la
Aritmética» creemos haber demostrado que el número máximo de personas de
extracción racial judía que pudieron estar bajo control alemán en el transcurso
de la II Guerra Mundial fué de 3.237.600,
el mínimo de 2.300.000, siendo la
cifra de unos 2.800.000 la que nos
parecía más ajustada a la realidad, vamos a deducir, basándonos en fuentes
libres de toda sospecha de parcialidad, la cifra de bajas que, por todos los
conceptos, pudieron padecer los judíos en el transcurso de la pasada contienda mundial.
Analicemos el mito, el sacrosanto tabú
de los seis millones, sin prejuicios. Tratemoslo, más bien, como un simple
problema aritmético, utilizando para nuestros cálculos la clase de datos que
ninguna persona en su sano juicio pueda pretender que emanan de fuentes
«anti-semitas».2
Vamos a referirnos, por ejemplo, a la
Enciclopedia Británica,3 en la que podemos leer la siguiente frase, tan
interesante como ambigua, a propósito de las víctimas judías en la II Guerra
Mundial:
«Si sólo una
fracción de las atrocidades denunciadas es exacta, entonces muchos miles de
no combatientes judíos, hombres, mujeres y niños indefensos fueron asesinados
después de Septiembre de 1939».
Fijémonos bien: los autores de este
articulo en la Enciclopedia Británica hablan de miles y no de «millones»
de posibles víctimas, y, al principio de la frase, colocan un cauteloso «Si
. . . » «Si sólo una fracción de las atrocidades denunciadas es exacta...»
¿Tenían, los autores, base o
fundamento para poner en duda la veracidad de tales atrocidades?
Aparentemente, sí; pues no es verosímil
suponer que la primera enciclopedia del mundo no cuide, controle y verifique el
contenido de los artículos de sus muy escogidos colaboradores; más aún si
tenemos en cuenta que la editora de dicha enciclopedia es la firma Wagnalls, cuya dirección está
encomendada a judíos, y judíos son los detentores de la mayoría de sus
acciones. El motivo de las dudas puede radicar en los fraudes Auerbach, Ohrenstein et alia, que más
adelante estudiaremos. Limitémonos, de momento, a reproducir una noticia
aparecida en el semanario americano «South
Carolina Sunday Post»:
1 Mencion especial merecen en tal sentido. Ilya
Ehrenbourg, a quien el mismo Lenín llamaba «la ramera al alcance de todos», y
Yevgeni Evtouchenko, depurados por «trotzkistas» y ambos judíos. (N. del A.).
2 Somos conscientes de que «antijudío» no significa
necesariamente antisemita, pero, dado el clima imperante, creemos necesaria esa
concesión a la inercia mental de los más (N. del A.).
3 Encyclopedia
Britannica, Vol. XIII, pág. 63-B (Edición de 1953).
«El Doctor Aaron Ohrenstein, Gran Rabino de
Baviera, ha sido sentenciado a un año de cárcel por fraude. El Gran Rabino ha
sido convicto de haber falsificado numerosas declaraciones juradas sobre
inexistentes víctimas del terrorismo nazi».1
Desgraciadamente, ignoramos cuántos
cadáveres fabricó ese pío personaje de Jehová y cuántos otros rabinos, doctores
y comunes mortales siguieron su ejemplo. Hemos recopilado unos cuantos de los
que, repetimos, más adelante nos ocupamos.
Ahora bien: creemos que no es
descabellado suponer que ese rabino no era una «rara avis», porque sólo mediante
la concatenación de esfuerzos concentrados y altamente organizados de muchos colaboradores
eficientes pudo ser posible crear y mantener tan delirante mito.
Y mito – ¡por no decir otra cosa! – es
afirmar que quien tuvo bajo su control a tres millones de seres pudo asesinar a
seis millones... y aún le sobraron, como mínimo, un par de millones
supervivientes que se fueron a los Estados Unidos y a Palestina...(!)
Una moderna actualización del bíblico
milagro de los panes y los peces. Sólo a título comparativo mencionaremos aquí
que el Japón, que lucho – primero contra China y luego contra los
anglo-americanos – durante casi nueve años, fué despiadadamente bombardeado y fué
la víctima de las dos primeras bombas atómicas, tuvo un total de 3.087.000 muertos «solamente».
¿Cuántos
judíos murieron, en realidad?.
La cifra generalmente admitida, como sabemos,
como saben hasta los parvulitos de Nueva Zelanda porque se lo han introducido a
martillazos publicitarios en sus cabecitas, es la de seis millones, que es fácil de
recordar y de repetir. Pero las sedicentes cifras «oficiales», según el Fiscal
del Juicio contra Eichmann, en Jerusalen, confirmados posteriormente por el
Comité Anglo Americano quedan fijadas – ¡hasta
la próxima rebaja! – en la sorprendentemente exacta cifra dé «Víctimas» de 5.721.000.
Admitamos,
a efectos puramente polémicos que ésta es la respuesta correcta a nuestra
pregunta, y situémonos en 1957, cuando la revista norteamericana «Time» publicó una estadística sobre
población judía que armó un cierto revuelo. 2
–Población Mundial Judía en 1938,
según datos oficiales de la Oficina Estadística de las Sinagogas de América: 15,7
millones.
–
Aumento natural de la población judía entre 1938 y 1957 según datos del Congreso
Mundial Judío:
1. millón. Total.:16,
7 millones.
–
Menos las victimas según el Fiscal del Juicio contra Eichmann,. 5, 7 millones.
–
Debieran quedar, en 1957:.11 millones.
Pero he aquí que según datos proporcionados por el mismo Congreso Mundial
Judío, había, en 1957:
–
Judíos en la Unión
Soviética.......................................................... 2 millones.
–
Judíos en los Estados
Unidos.......................................................5,2 millones.
–
Judíos en otros
países..................................................................4,6 millones.
–
Lo que totaliza: 11,8 millones.
Once millones ochocientos mil judíos. Es decir, 0,8 millones más de los que debieran
haber de acuerdo con el primer cálculo.
Por consiguiente, un testimonio de tan
excepcional calidad como el propio Congreso Mundial Judío admite, tácitamente,
que el número de «victimas» no puede ser siquiera de 5,7 millones, debiendo rebajarse a 5,7 - 0,8: 4,9 millones.
1 «S. C. Sunday Post», 11– VII–
1954
2 «Time», New York,
18– 2– 1957.
Pero, según informa el demógrafo
norteamericano Roland L. Morgan, en
el censo de la población soviético de 1957, el número de judíos residentes en
la URSS era ligeramente superior a los tres
millones y no los dos millones mencionados por el Congreso Mundial
Judío. 1
Si substraemos ese millón «perdido» y
ahora «hallado» en Rusia, de la cifra del párrafo anterior deberemos deducir
precisamente «ese» millón: 4,9 millones
- 1 millón= 3,9 millones.
Ahora
bien, si el Congreso Mundial Judío pudo «arreglar» la población judeo-soviética
en un tercio, ¿podemos admitir como aceptable la sospechosamente baja cifra de sólo
5,2 millones de judíos en los
Estados Unidos...? Roland L. Morgan
lo niega resueltamente, razonándolo de la siguiente manera:
«Según
cifras oficiales del Comité Judeo-Americano la población judía de los Estados
Unidos era:
En
1917, el 3,27 % del total.
En
1927, el 3,58 % y
En
1937 el 3,69 %.
Todos
sabemos que, además del aumento natural normal se produjo, en las décadas de
los años 40 y 50 un tremendo influjo de inmigrantes judíos – tanto legal como
ilegalmente – a las hospitalarias tierras americanas.
Pero, sorprendentemente, si hemos de
creer las cifras del Congreso Mundial Judío, en 1957 el porcentaje había
descendido hasta un 2,88 % del total
(5,2 millones sobre 18 millones). Esto
es imposible. No se puede admitir». 2
En efecto: ¿cómo pudo ocurrir ese
«milagro»?. ¿No sería más lógico suponer que, según el demógrafo norteamericano
Wilmot Robertson,3 a mediados de la década
de los cincuenta debieron haber en los Estados Unidos entre 8,000,000 Y 9,000,000 (ocho y nueve millones)
de judíos, lo que llevaría su porcentaje con respecto al total de la población
a un 4,5%?.
Porque,
en todo caso el asumir que el porcentaje descendió por debajo del nivel de 1937
es sencillamente absurdo.
Examinemos
esta cuestión desde otro punto de vista. La revista «Time» 4 citando el Anuario de las Iglesias Americanas informa de
que hay, en los Estados Unidos, 5,5 millones
de judíos «practicantes de la religión
mosaica». En otras palabras, si el número total de judíos oficialmente
admitidos en el país es de 5,2 millones,
resulta que más del cien por cien de los judíos – aproximadamente el 106% por ciento – están inscritos en
sus comunidades religiosas. ¿Otró milagro?... Que no todos los judíos
residentes en los Estados Unidos son practicantes de su religión está
corroborado por un artículo aparecido en el mismo semanario «Time»5 en el que se
afirma que sólo el 10,6% de la
población neoyorquina profesa la religión mosaica, a pesar de que el porcentaje
total de los judíos en esa ciudad es del 28%,
aún cuando creemos, avalados por las obras de Robertson, entre otros, que esa
cifra es inferior a la realidad, que más bien debe acercarse al 35%. En todo caso, una cosa es
evidente: más de la mitad de los judíos neoyorquinos son religiosamente indiferentes
y no se hallan registrados en las sinagogas. Según las estadísticas, 6 el 38% de los americanos son ateos o agnósticos, y el 62% pertenece a una u otra de las
diversas religiones.
Dando por sentado – tratando, como
siempre hacemos, de ponernos en la postura más favorable a la tesis oficial de
los seis millones – que los judíos norteamericanos son más religiosos que sus
compatriotas neoyorquinos, les aplicaremos, a todos ellos, el porcentaje
general del 62%. De manera que si
hay 5,5 millones de judíos «practicantes»
(62%), deben haber, aproximadamente
otros 3,3 millones de «no practicantes»
(38%).
Sumando ambas cifras tendremos un
total de 8,8 millones de judíos en
los Estados Unidos, lo que cuadra con las cifras de Robertson. Además, esta
cifra, que es el 4,9% de la
población americana, coincide con nuestro anterior cálculo y es, indudablemente,
mucho más plausible que la ridículamente baja cifra de 5,2 millones que, con fines evidentemente políticos facilitó el
Congreso Mundial Judío. Este exceso en la población judía de los Estados
Unidos, es decir, 8, 8 miIlones - 5,2
millones = 3,6 millones
1 Las estadísticas soviéticas fueron publicadas por el
periódico judío «New Russian World», en Nueva York, 30– 9– 1960. (N. del A.).
2 Roland L. Morgan, «The Biggest
Lie».
3 Wilmot Robertson: «The
Dispossessed Majority».
4 «Time», New York, 31-X-1960.
5 «Time», New York, 11-II-1957.
6 Wilmot Robertson: «The Dispossessed Majority».
nos
da derecho a acortar, por tercera y úl tima vez el número de víctimas, pues
resulta obvio a la luz de los precedentes cálculos que el número de los judíos
americanos ha sido, igual que el de los rusos, «ajustado» en más de un tercio.
Y resulta evidente que si no se hubieran producido tales «ajustes» hubiera sido
imposible mantener tanto tiempo el mito de los seis millones (ahora, ya
5,7 millones) de víctimas judías.
De modo que, finalmente, resulta: 3,9 millones - 3,6 millones
«descubiertos» en los Estados Unidos: 0,3
millones. Y esta cifra, 300.000
judíos, es el número aproximado de muertos que tuvo esa comunidad a
consecuencia de la II Guerra Mundial. Es posible incluso que la cifra haya sido
algo más baja, o algo más alta, pudiéndose concluir que el número total de
bajas judías debió oscilar entre las 250.000
y las 400.000.
Creemos que las cifras y razonamientos
presentados más arriba debieran ser más que suficientes para demostrar que las
reticencias y cautelas de la Enciclopedia con respecto al número de víctimas
judías estaban más que justificadas, pues la más bombástica y desvergonzada
campaña propagandística que han visto los siglos multiplicó, de quince a veinte
veces, el número real de bajas judías en la contienda mundial.
Aldo Dami, autor que dista mucho de ser
un «pro-nazi», con sangre judía en sus venas y casado con una judía, ha escrito
un documentadísimo libro 1 en el que demuestra que el
total posible de víctimas judías en la guerra fué de seiscientas mil, aunque afortunadamente,
dicho total posible no se alcanzó, pues hubo muchos individuos dados inicialmente
por desaparecidos en las cámaras de gas y crematorios, que aparecieron, años después,
en el nuevo Estado de Israel. Para Dami perecieron, como máximo, medio millón
de
judios, incluyendo los que murieron en la sublevación armada del ghetto de
Varsovia y las victimas del terrorismo de los movimientos de «resistencia», del
consiguiente «contraterrorismo» y de los bombardeos aéreos.
Otro judío, el demógrafo Allen Lesser confesó que «el número de
judíos fallecidos en la pasada contienda ha sido profusamente exagerado», y
también que, «según se divulgó durante los años de guerra, por parte de las
agencias de prensa judaicas, el número de judíos muertos en toda Europa,
asciende a varios millones más de los que los mismos nazis supieran jamás que
hubiesen existido». 2
De las cifras facilitadas por el
escritor judío Jacob Letchinsky se
deduce, igualmente, que, como máximo, de
trescientos cincuenta a cuatrocientos mil israelitas perecieron en la contienda,
por todos los conceptos, y aproximadamente, los dos tercios de esa cifra en los
campos de concentración. 3
La
cifra de trescientos mil judíos muertos ha sido sostenida por el periódico
suizo «Die Tat», de Zurich 4 que tras un documentado
estudio, basado en fuentes neutrales y judías, concluye que «el total de
victimas judías en los campos de concentración alemanes durante la guerra es,
de aproximadamente, unas 300.000». Esa cifra incluye los fallecimientos a causa
de todos los factores, epidemias, muertes naturales, inanición e, incluso,
bombardeos de la Aviación Aliada. La propia Cruz Roja Internacional, en documentado
estudio aparecido en el periódico suizo «Baseler Nachrichten», y cuya reproducción
adjuntamos, afirmó oficialmente que el número de muertos en los campos de concentración
fué de 395.000. Esta cifra, emanada de la Cruz Roja, no ha sido, evidentemente,
reproducida millones de veces por los periódicos y los locutores de radio y televisión
del mundo entero. Al contrario, un espeso muro de silencio ha mantenido a la incómoda
cifra en el más discreto de los anonimatos. La Verdad no siempre es cómoda, especialmente
cuando contradice los dogmas oficiales.
Pero... ¿no parece más digno de fé el testimonio
de la Cruz Roja Internacional, al
fin y al cabo entidad filantrópica y neutral, que las acusaciones del Congreso Mundial Judío y
demás organismos paralelos, que son entidades políticas y no ciertamente
neutrales en el caso que nos ocupa?.
Es importante mencionar que el «Guinness Book of World Records»,
publicación estadística que goza de buen renombre en el mundo de habla
anglosajona, publicó que:
«a pesar de haberse repetido frecuentemente
que las víctimas judías en la última guerra fueron seis millones de personas,
de nuestros estudios resulta que el máximo de victimas que hubieron fué de 1.200.000., de los cuales 900.000 en el campo de concentración de
Auschwitz».
El
Guinness Book simplemente manejó las cifras oficiales que le fueron
facilitadas, y a través de las contradicciones de las mismas llegó a la
antedicha cifra. Pero es preciso tener en cuenta que tales cifras oficiales
están muy sujetas a caución, especialmente las referentes a Auschwitz,
emanadas, como se sabe, de las autoridades polacas.
1 Aldo Dami: «Le Dernier des Gibelins».
2 Articulo «Histeria Anti-Difamatoria», 1-IV-1946, en la
revista judeo neoyorquina «Menorah Journal».
3 Jacob Letchinsky: «La situation économique des Juifs
depuis la Guerre Mondiale».
4 «Die Tat», Zurich,
19-I-1955.
AHORA LA PLACA LA HAN CAMBIADO POR UNA CON UN DATO MENOR
ISRAELITAS ANTISIONISTAS EN PROTESTA CONTRA ISRAEL COMO NACION
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