martes, 29 de septiembre de 2009

-EL ORIGEN RÚNICO DEL "SIGNO DE LA PAZ"


(Runes IV:5 1986)*

A comienzos de los años 60s una marca curiosa y hasta entonces desconocida, comienza a ser habitual en todas partes. Podía ser vista sobre las chapas de los hippies, en las furgonetas con parlantes o pintado sobre paredes y edificios. Quizás la primera vez que fue visto este signo fue en las demostraciones de calle de los militantes de izquierda contra la guerra y el desarme nuclear, desde entonces fue popularmente conocido como el “signo de la paz.”

Entre los ocultistas que se ocupan de la Runología, es común considerar runa o signo rúnico a cualquier forma o símbolo, ya que las runas compuestas dan origen a todas las formas, de modo que en casi cualquier símbolo puede ser comprobado la presencia de runas, en el conocido “signo de la paz” esto puede ser verificado.

Hace unos años leí una descripción de esta señal que era muy insatisfactoria. Decía que era una combinación de dos letras: D+N, que superpuestas una sobre otra significaban “No a la proliferación nuclear,” teniendo en cuenta que este signo fue utilizado por primera vez por los activistas británicos en contra la proliferación de armas nucleares podía ser cierto, quizás era parte de alguna clave alfabética subversiva (tiempo después descubrí que D + N era el código utilizado por los semáforos de transito)


El signo de la paz visto en las manifestaciones de calle en Inglaterra, difería un poco del que comúnmente conocemos, era asi: ¿pero era este signo una invención de los pacifistas británicos o lo tomaron de alguna fuente previa?

El uso de este símbolo no era nuevo en la Izquierda de los años 60s, había sido usado antes en Alemania por los opositores izquierdistas al régimen nacional-socialista y por los propagandistas soviéticos en el frente oriental, es decir este símbolo era parte de la propaganda de guerra, una muestra de cómo un símbolo pierde su significado al ser deformado o invertido mostrando algo totalmente contrario a lo que originalmente significaba.

En la Runología esotérica de principios del siglo XX y cuyo máximo representante era Guido Von List, el signo anteriormente indicado era la runa de la “muerte” Y mientras que orientado hacia arriba: , M significaba “vida” Este simbolismo pronto se hizo popular en Alemania en la primera mitad del siglo XX, por ejemplo en los obituarios de los periódicos la fecha de nacimiento del difunto era precedida por la runa de la vida y la fecha del deceso precedida por la runa de la muerte, así por ejemplo:





Guido Von List M 1848-1919,

Esta práctica aún continua en algunos periódicos alemanes hoy en día debido a su profundo arraigo, también es usada por algunas organizaciones nacionalistas pro-blancas como la National Vanguard que usa la runa de la vida en sus insignias y publicaciones.

El Ejército Rojo en su avance sobre territorio alemán hacia Berlín lanzaba panfletos donde advertían a los alemanes de la inutilidad de seguir resistiendo ya que la guerra ya estaba perdida y que de continuar solo les esperaba la muerte, estos panfletos mostraban el “signo de la paz” como advertencia de muerte. Abajo vemos un ejemplo de un panfleto utilizado por los comunistas en Alemania donde se presenta a Himmler el jefe de las SS como responsable de las muertes y ejecuciones en los territorios ocupados y en Alemania misma con la leyenda: Ahora es nuestro turno” en tono de odio y venganza, noten que también usan la runa de la muerte, que posteriormente plagiaron los izquierdistas británicos.

Si los activistas británicos de izquierda no plagiaron este símbolo, entonces llego a ellos por asociación arquetípica recurrente, algo habitual en los signos rúnicos, una señal que por si misma atrae la atención, debido a su asociación cultural fue usada por la guerra psicológica que actúa sobre las profundidades de la psique humana del grupo social y étnico hacia el que es dirigido, en un trabajo de Magia Negra Menor es más eficaz si su sentido original es deformado o invertido, ya vimos sus efectos devastadores en la Avenida Madison y aun más lejos en todos los muertos que su uso dejo desde Moscú hasta Berlín.
[QUEPD.]






jueves, 24 de septiembre de 2009

-CRISTIANOS Y NAZIS: LA IGLESIA DEL REICH


Hitler saluda a Muller el "Obispo del Reich" y Abbot Schachleitner



A ciento veinte años del nacimiento de Hitler, (20 de abril de 1889) queremos hacer una puntualización. Está dedicada a aquellos católicos que sólo entonan el mea culpa en respuesta al viejo coro de acusaciones, como si la Iglesia fuera la responsable de aquel cristiano austriaco.

Pero la verdad es ésta: en mayor o menor medida, todos comparten la responsabilidad de lo acaecido entre 1933 y 1945. Sin embargo, si Alemania hubiera sido católica, no habría responsabilidades que echarse en cara: el nacionalsocialismo habría seguido siendo una facción política impotente y folclórica.

Primero fueron Lutero y sus sucesores y luego, en el siglo XIX, Otto von Bismarck, quienes intentaron, con toda la violencia a su alcance, desterrar de Alemania el catolicismo, considerado como una sumisión a Roma indigna de un buen patriota alemán. El «Canciller de Hierro» definió su persecución de los católicos como Kulturkamp, «lucha por la civiliza ción», con el fin de separarlos por la fuerza del papado «extranjero y supersticioso» y hacerlos confluir en una activa Iglesia nacional, al igual que pretendían los luteranos desde siglos atrás. No lo consiguió y al final fue él quien se vio obligado a ceder (sin embargo, la fidelidad a Roma fue hasta 1918 una deshonra que impedía el ascenso a los altos escalafones del Estado y del Ejército).

Después de la Reforma luterana, sólo un tercio de los alemanes siguió siendo católico. Hitler no llegó al poder mediante un golpe de Estado, lo hizo con toda legalidad, mediante el democrático método de elecciones libres. No obstante, en ninguna de aquellas elecciones obtuvo mayoría en los Länder católicos, los cuales, obedientes (entonces lo eran...) a las indicaciones de la jerarquía, votaron unidos, como siempre, por su partido, el glorioso Zentrum, que ya había desafiado victoriosamente a Bismarck y que también se opuso a Hitler hasta el último momento.

Y esto fue (dato que se olvida pronto), lo que no hicieron los comunistas, para quienes, hasta 1933, el enemigo principal no era el nazismo, sino la «herética» socialdemocracia. Se ha hecho todo lo posible para que olvidemos que Hitler nunca habría desencadenado la guerra sin la alianza con la Unión Soviética que, en 1939, bajó al campo de batalla con los nazis para dividirse Polonia. Y fueron los soviéticos quienes, al librar a Hitler de la amenaza del doble frente, le permitieron llegar hasta París, después de conquistar Varsovia. Hasta la «traición» de Hitler en el verano de 1941, las materias primas rusas sostuvieron el esfuerzo germano durante sus buenos veintidós meses. Los motores de los carros de combate nazis del Blitz en Polonia y en Francia y los aviones de la batalla de Inglaterra rodaron con el petróleo de la soviética Bakú. Hasta esa fecha, en los países ocupados, como Francia, los comunistas locales obedecían las directrices de Moscú y estaban de parte de los nazis, no de la resistencia.

Sirvan estos hechos por las décadas de alardes de «importantes méritos antifascistas» del comunismo internacional, tan predispuesto a definir a los católicos (los «clérigo-fascistas») de encubridores de la gran tragedia. No son méritos los que ostentan los comunistas sino responsabilidades gravísimas. Al nazismo no lo venció de ningún modo la iniciativa de Stalin, quien, por el contrario, se sintió traicionado por el ataque imprevisto de la aliada Berlín. Lo venció la resistencia, de cuyos méritos intentó luego apropiarse el marxismo, tras una decisión tardía y obligada por el revés alemán.

El nazismo cayó gracias a la obstinación de Inglaterra, que consiguió atraer tras de sí a la potencia industrial americana y que, de acuerdo con su política tradicional más que por motivos ideales (el propio Churchill había sido admirador de Mussolini y tuvo palabras de aprecio y elogio para Hitler; además, el partido fascista local recogía simpatía y apoyo en la isla), nunca había soportado la existencia de una potencia hegemónica en la Europa continental. Así había ocurrido con Napoleón y la entrada en la guerra de 1914: ésta no fue una guerra de principios sino de estrategia imperial. A principios de siglo, la Gran Bretaña victoriana no había mostrado intenciones y procedimientos muy distintos de los de la Alemania hitleriana contra los bóers sudafricanos. Por desgracia, en política (y en la guerra, que es su continuación), no existen los paladines de ideal in maculado.

Volviendo al ascenso de Hitler, recordaremos que, también en las decisivas elecciones de marzo de 1933, los Länder protestantes le proporcionaron la mayoría, pero las zonas católicas lo mantuvieron en minoría. El presidente Hindenburg, respetando la voluntad de la mayoría de los electores, confió la cancillería a aquel austriaco de cuarenta y cuatro años, de orígenes oscuros (quizás parcialmente judío, según algunos historiadores). El 21 de marzo, día de la primera sesión del Parlamento del Tercer Reich, Goebbels proclamó el «Día de la Revancha Nacional». Las solemnes ceremonias se abrieron con un servicio religioso en el templo luterano de Postdam, antigua residencia prusiana.

Joachin Fest, el biógrafo de Hitler, escribe: «Los diputados del católico Zentrum tenían permiso para entrar en el servicio religioso (luterano) de la iglesia de los santos Pedro y Pablo sólo por una puerta la teral, en señal de escarnio y venganza. Hitler y los jerarcas nazis no se presentaron "a causa -dijeron- de la actitud hostil del obispado católico".» La famosa foto de Hindenburg estrechando la mano de un Hitler vestido con casaca se realizó en los escalones del templo protestante. «Inmediatamente después -escribe Fest- el órgano entonó el himno de Lutero: Nun danket alle Gott, y que ahora todos alaben a Dios.» Era el principio de una tragedia que vería el asesinato de cuatro mil sacerdotes y religiosos católicos, por el mero hecho de serlo.

Desde 1930, en la Iglesia luterana los Deutschen Christen (los Cristianos Alemanes) se habían organizado siguiendo el modelo del partido nazi en la «Iglesia del Reich» que sólo aceptaba a bautizados «arios». Después de las elecciones de 1933, Martin Niemoller, el teólogo que luego se pasó a la oposición, «en nombre -escribió- de más de dos mil qui nientos pastores luteranos no pertenecientes a la "Iglesia del Reich"», envió un telegrama a Hitler: «Saludamos a nuestro "Führer", dando gracias por la viril acción y las claras palabras que han devuelto el honor a Alemania. Nosotros, pastores evangélicos, aseguramos fidelidad absoluta y encendidas plegarias.»

Se trata de una larga y penosa historia que, también en julio de 1944, tras el fallido atentado a Hitler, mientras lo que quedaba de la Iglesia católica alemana guardaba un profundo silencio, los jefes de la Iglesia luterana enviaban otro telegrama: «En todos nuestros templos se expresa en la oración de hoy la gratitud por la benigna protección de Dios y su visible salvaguarda.» Una pasividad, que, como veremos, no fue casual.

La historia no perdona. Tal vez deje que pasen los siglos, pero a la larga no se olvida de nadie, llevando la luz a todos los rincones. En este tout se tient, todo encaja, incluida la relación directa entre la reforma luterana y la docilidad alemana frente al ascenso del nacionalsocialismo, por un lado, y, por el otro, la fidelidad absoluta al régimen hasta el fin, pese a alguna excepción tan heroica como aislada.

Recordábamos cómo, ya desde 1930, los protestantes se organizaron en la «Iglesia del Reich» de los Deutschen Christen, los «Cristianos Alemanes», cuyo lema era: «Una nación, una Raza, un Führer.» Su proclama: «Alemania es nuestra misión, Cristo nuestra fuerza.» El estatuto de la Iglesia se modeló según el del partido nazi, incluido el denominado «párrafo ario» que impedía la ordenación de pastores que no fueran de «raza pura» y dictaba restricciones para el acceso al bautismo de quien no poseyera buenos antecedentes de sangre.

Entre otros documentos que han de hacer reflexionar a todos los cristianos, pero de manera muy especial a los hermanos protestantes, citamos la crónica enviada por el corresponsal en Alemania del acreditado periódico norteamericano Time, publicado en el número que lleva fecha del 17 de abril de 1933, es decir, un par de meses después del ascenso a la cancillería de Hitler:

«El gran Congreso de los Cristianos Germánicos ha tenido lugar en el antiguo edificio de la Dietaprusiana para presentar las líneas de las Iglesias evangélicas en Alemania en el nuevo clima auspiciado por el nacionalsocialismo. El pastor Hossenfelder ha comenzado anunciando: "Lutero ha dicho que un campesino puede ser más piadoso mientras ara la tierra que una monja cuando reza. Nosotros decimos que un nazi de los Grupos de Asalto está más cerca de la voluntad de Dios mientras combate, que una Iglesia que no se une al júbilo por el Tercer Reich."» [Alusión polémica a la jerarquía católica que se había negado a «unirse al júbilo». N. del e.]

El Time proseguía: «El pastor doctor Wieneke-Soldin ha añadido: "La cruz en forma de esvástica y la cruz cristiana son una misma cosa. Si Jesús tuviera que aparecer hoy entre nosotros sería el líder de nuestra lucha contra el marxismo y contra el cosmopolitismo antinacional." La idea central de este cristianismo reformado es que el Antiguo Testamento debe prohibirse en el culto y en las escuelas de catecismo dominical por tratarse de un libro judío. Finalmente, el Congreso ha adoptado estos dos princi pios:

1) "Dios me ha creado alemán. Ser alemán es un don del Señor. Dios quiere que combata por mi germanismo"

2) "Servir en la guerra no es una violación de la conciencia cristiana sino obediencia a Dios".»

La penosa extravagancia de los Deutschen Christen no fue la de un grupo minoritario sino la expresión de la mayoría de los luteranos: en las elecciones eclesiásticas de julio de 1933 los «cristonazis» obtenían el 75 % de los sufragios de parte de los mismos protestantes que, a diferencia de los católicos, en las elecciones políticas habían asegurado la mayoría par lamentaria al NSDAP (el Partido Nacionalsocialista de los Trabajadores Alemanes).

Todo esto (como ya anticipábamos) no es casual, sino que responde a una lógica histórica y teológica. Como explica el Papa Benedicto XVI (Joseph Ratzinger), un bávaro que en 1945 tenía dieciocho años y estaba alistado en la Flak, la artillería contraaérea del Reich: «El fenómeno de los "Cristianos Alemanes" ilumina el típico peligro al que está expuesto el protestantismo frente al nazismo. La concepción luterana de un cristianismo nacional, germánico y antilatino, ofreció a Hitler un buen punto de partida, paralelo a la tradición de una Iglesia de Estado y del fuerte énfasis puesto en la obediencia debida a la autoridad política, que es natural entre los seguidores de Lutero. Precisamente por estos motivos el protestantismo luterano se vio más expuesto que el catolicismo a los halagos de Hitler. Un movimiento tan aberrante como el de los Deutschen Christen no habría podido formarse en el marco de la concepción católica de la Iglesia. En el seno de esta última, los fieles hallaron más facilidades para resistir a las doctrinas nazis. Ya entonces se vio lo que la Historia ha confirmado siempre: la Iglesia católica puede avenirse a pactar estratégicamente con los sistemas estatales, aunque sean represivos, como un mal menor, pero al final se revela como una defensa para todos contra la degeneración del totalitarismo. En efecto, por su propia naturaleza, no puede confundirse con el Estado -a diferencia de las Iglesias surgidas de la Reforma-, sino que debe oponerse obligatoriamente a un gobierno que pretenda imponer a sus miembros una visión unívoca del mundo.»

En efecto, el típico dualismo luterano que divide el mundo en dos Reinos (el «profano» confiado sólo al Príncipe, y el «religioso» que es competencia de la Iglesia, pero del cual el propio Príncipe es Moderador y Protector, cuando no su Jefe en la tierra), justificó la lealtad al tirano. Una lealtad que para la mayoría de los cargos de la Iglesia protestante se llevó hasta el final: ya vimos el mensaje enviado al Führer cuando, después de escapar del atentado de julio de 1944, ordenó acabar con la conjura (en la que estaban implicados, entre otros, oficiales de la antigua aristocracia y la alta burguesía católica) con un baño de sangre.

Si en la época del ascenso al poder del nazismo no hubo movimientos de resistencia apreciables, ya en 1934 una minoría protestante se aglutinaba en torno a la figura no de un alemán sino del suizo Karl Barth, tomando distancias respecto a los Deutschen Christen y organizándose luego en el movimiento de la «Iglesia confesante», que tuvo sus propios mártires, entre ellos al célebre teólogo Dietrich Bonhoffer. Sin embargo, como menciona Ratzinger, «precisamente porque la Iglesia luterana oficial y su tradicional obediencia a la autoridad, cualquiera que fuera ésta, tendían a halagar al gobierno y al compromiso en servirlo también en la guerra, un protestante necesitaba un grado de valor mayor y más íntimo que un católico para resistir a Hitler». En resumidas cuentas, la resistencia fue una excepción, un hecho individual, de minorías, que «explica por qué los evangélicos -prosigue Benedicto XVI- han podido jac tarse de personalidades de gran relieve en la oposición al nazismo». Era necesario un gran carácter, enormes reservas de valor, una inusual convicción para resistir, precisamente porque se trataba de ir contra la mayoría de los fieles y las enseñanzas mismas de la propia Iglesia.

Naturalmente, dado que la historia de la Iglesia católica es también la historia de las incoherencias, de sus concesiones, de los yerros del «personal eclesiástico», no todo fue un brillo dorado ni entre la jerarquía ni entre los religiosos y fieles laicos.

Se ha discutido mucho, por ejemplo, acerca de la oportunidad de la firma en julio de 1933 de un Concordato entre el Vaticano y el nuevo Reich. Ya lo habíamos mencionado, pero vale la pena repetirlo, al igual que continuamente se repiten las acusaciones contra la Iglesia por este asunto.

En primer lugar hay que considerar -y esto, naturalmente, vale para todos los cristianos, sean católicos o protestantes- que hacía pocos meses desde el advenimiento a la Cancillería de Adolf Hitler, que todavía no había asumido todos los poderes y por lo tanto no había revelado al completo el rostro del régimen, cosa que sólo se aprestaría a hacer inmedia tamente después. Recuérdese que hasta 1939, el primer ministro británico Chamberlain defendía la necesidad de una conciliación con Hitler y que el mismo Winston Churchill escribió (algo que, para mayor apuro de los aliados, recordarían los acusados en el Proceso de Nuremberg): «Si un día mi patria tuviera que sufrir las penalidades de Alemania, rogaría a Dios que le diera un hombre con la activa energía de un Hitler.»

Joseph Lortz, historiador católico de la Iglesia, que vivió aquellos años en Alemania, su país, dice:«No hay que olvidar nunca que durante mucho tiempo, y de una forma refinadamente mentirosa, el nacionalsocialismo ocultó sus fines bajo fórmulas que podían parecer plausibles.» Ahora nosotros juzgamos aquellos años sobre la base de la terrible documentación descubierta: pero sólo después. Como se demostró en el mismo Proceso de Nuremberg, sólo muy pocos de los miembros de las altas esferas sabían lo que en realidad estaba sucediendo en los campos de concentración (para judíos; pero también para Cristiano Católicos, Testigos de Jehová, gitanos, homosexuales, disidentes o presos comunes, en su mayoría eslavos). Las órdenes para la «solución final del problema judío» se mantuvieron con tal reserva que no tenemos ningún rastro escrito de las mismas, hecho que permite a los historiadores «revisionistas» poner en duda que hubiesen llegado a proclamarse.

En cualquier caso, en lo referente al Concordato de 1933 cabe señalar que no debía de ser un texto tan impresentable si, aunque con alguna modificación, todavía sigue vigente en la República Federal Alemana, limitándose casi a repetir los acuerdos firmados tiempo atrás con los Estados de la Alemania democrática prenazi. Recuérdese también que en 1936, apenas tres años después del pacto, la Santa Sede ya había presentado al gobierno del Reich unas 34 notas de protesta por violación del citado Concordato. Y como punto final a aquellas continuas violaciones, al año siguiente, en 1937, Pío XI escribió la célebre encíclica Mit brennender Sorge.

Pero luego, volviendo a las raíces del tema; los opositores a cualquier concordato, no entienden que éstos sean posibles en virtud de una concepción de la Iglesia que es preciosa, sobre todo en épocas dramáticas como aquéllas. Es la concepción católica de una Iglesia como sociedad anónima, independiente, con sus estructuras, su organización, su vicario terreno y cuyo único jefe y legislador es Jesucristo.

En resumen, una esperanza que toma realmente en serio la inaudita palabra del Evangelio: «Dad al César lo que es del César, a Dios lo que es de Dios.» Es extraordinariamente importante el hecho mismo de que un gobierno (y más uno como el del Führer), acepte pactar con la Iglesia, estableciendo derechos y deberes recíprocos: es el reconocimiento de que el hombre también tiene deberes con Dios, no sólo con el Estado. Es la afirmación de que el césar no lo es todo, como casi llega a hacer el protestantismo con la sofocante creación de las «Iglesias de Estado», al menos en lo que concierne a los hechos. Pese a sus inconvenientes y, pese, como en el caso del nazismo, a no ser siempre respetado, la mera existencia del Concordato confirma que a la larga existe otro poder capaz de resistir y vencer al poder terrenal.

Bien es verdad que, una vez declarada la guerra, el Concordato de 1933 fue para Berlín poco menos que papel mojado. Sin embargo, recordó a los creyentes perseguidos que en Europa no sólo existía el omnipotente Tercer Reich. También existía la Iglesia romana, desarmada pero temible hasta para el tirano que, por más que desafiara al mundo entero, no osó pedir a los paracaidistas que tenía situados en una Roma de la que había huido el gobierno italiano, que rebasaran las fronteras de la colina vaticana.


IMAGENES




Papa Pio XII



Gott Mit Uns (Dios está con Nosotros)

EM Cinto del Ejército Alemán (Acero estampado, 1937 diseño de "R S & S" para Richard Sieper & Sohne Ludenscheid).




El Nuncio Papal Orsenigo goza con la compañía de Joseph Goebbels




Hitler siempre demostró e hizo publica su fe. En esta foto lo muestra saliendo de la Iglesia Marine de Wilhelmshaven.

(From: The German Archive )




El 20 de Abril de 1939, el Arzobispo Cesare Orsenigo, nuncio Papal en Berlin, celebra el cumpleaños de Hitler. Las celebraciones iniciadas por Pacelli (Papa Pio XII) se transformaron en una tradición. Cada 20 de Abril el Cardinal Bertram de Berlin enviaba sus "mas calurosas felicitaciones al Fuhrer en nombre de los obispos y las diósesis de Alemania con las fervientes plegarias que los Católicos de Alemania envían al cielo desde sus altares."




Hitler firma un autógrafo para una admiradora cristiana

Fuente: Hitler in Seinen Bergen, Heinrich Hoffmann, Berlin, den 24.9.35





Las dos imágenes a continuación demuestran la cristiandad de los Nazis. Originalmente fueron publicadas durante el gobierno de Hitler:

Una multitud de soldados alemanes ante una cruz cristiana y el Ejército Pardo de Hitler asistiendo a un servicio religioso

La primera foto proviene de:

Die Jugend Des Fuhrers Adolf Hitler: Bildbuch uber die grossdeutsche Jugend, 1942

(La juventud del Fuhrer Adolfo Hilter: Libro de fotos de la juventud alemana)

La segunda imagen proviene de:

Das Braune Heer: mit einem geleitwort von Adolf Hitler

(El Ejercito Pardo: con un prólogo por Adolfo Hitler)






Adolfo Hitler (centro) frente al monumento a los caídos en la guerra en el pequeño pueblo de Franken. Según Ray Cowdery, Hitler raramente perdía la oportunidad de visitar monumentos a los caídos, aún cuando no hubieran fotógrafos presentes.

Fuente: Hitler: The Hoffmann Photographs, Vol. 1, Ray Cowdery, Ed., 1990






Una muy interesante carta fechada diciembre 2 de 1933

TRADUCCION:


Esta carta se refiere a un campo de concentración que era manejado por diáconos Luteranos en Bad Segeberg, cerca de Hamburgo. Los diáconos le cobraban al presidente del districto por sus gastos.
Archivo [KS]



El Cardinal Michael Faulhaber marcha entre las filas de los hombres de la

SA en una concentración Nazi en Munich


Sacerdotes haciendo el saludo Nazi en un encuentro de la Juventud Católica en el estadio de Berlin-Neukolln en agosto de 1933.

Fuente: A Moral Reckoning: The Role of the Catholic Church in the Holocaust and Its Unfulfilled Duty of Repair by Daniel Jonah Goldhagen



Hitler saluda al cardenal Católico



Obispos Catolicos haciendo el saludo Nazi en honor a Hitler





Tapa de revista Cristiana Alemana , Abril 1939

Note que ya para la época en que esta revista fue impresa, la mayoría de los crímenes nazi ya habían sido cometidos. Comunistas, demócratas, homosexuales, y otros ya habían sido llevados a los campos de concentración y las vergonzosas leyes anti-judías de Nuremberg ya habían sido introducidas en 1935. Hasta aquellos quienes por mucho tiempo habían cerrado sus ojos a la perversidad Nazi ya no se podían engañar después del "Kristallnacht" de noviembre de 1938, un ataque contra los judíos incitado por el mismo gobierno donde miles de judíos murieron en las calles. El Ejercito Alemán había "pacíficamente" (y para el alivio de la mayoría dela población) anexado a Austria a principios de 1938, y después – menos pacíficamente – invadiera Checoslovaquia en marzo de 1939






martes, 22 de septiembre de 2009

-EL PASADO OSCURO DE JEHOVA, EL DIOS MOLOC


Por años se había creído que Moloc y Jehová eran la diferencia entre la barbarie y la iluminación de un pueblo, del Pueblo de Sión, al dejar de adorar a un demonio sangriento y entregarse al culto de un dios todopoderoso que los había elegido como su gente predilecta.

Sin embargo, recientes descubrimientos parecen comprobar que Moloc nunca existió como tal, sino que se ha tratado siempre del propio Jehová, en uno de los tantos errores que se han cometido en la interpretació n de la historia humana.

"Géenna" es una palabra griega usada para describir un lugar de castigo o tortura.

Este mismo concepto es usado por los antiguos judíos con el vocablo hebreo "Ge Hinnom", alusivo al valle de Hinom, cerca de Jerusalén. Dicho lugar fue en el pasado un activo sitio de culto, en donde los judíos sacrificaban y quemaban a sus hijos primogénitos y a niños pequeños al dios Moloc, un demonio venerado por pueblos esclavos que exigía mucha muerte y mucha sangre como forma de liturgia (2 Crónicas. 28:3; 31:1, 6).

Hinom terminó siendo conocido también con el aterrador nombre del "Valle de la Matanza". Los relatos de tiempos bíblicos hablan que los cadáveres de los asesinados en honor a Moloc eran enterrados hasta que el sitio no daba a bastos, mientras que otros debían quedar a la interperie, convirtiéndose en comida para las aves carroñeras:

"Porque los hijos de Judá han hecho lo malo ante mis ojos, dice Jehová; pusieron sus abominaciones en la casa sobre la cual fue invocado mi nombre, mancillándola. Y han edificado los lugares altos de Tofet, que está en el valle del hijo de Hinom, para quemar al fuego a sus hijos y a sus hijas, cosa que yo no les mandé, ni subió en mi corazón. Por tanto, he aquí vendrán días, ha dicho Jehová, en que no se diga más, Tofet, ni valle del hijo de Hinom, sino Valle de la Matanza; y serán enterrados en Tofet, por no haber lugar. Y serán los cuerpos muertos de este pueblo para comida de las aves del cielo y de las bestias de la tierra; y no habrá quien las espante.

"Y haré cesar de las ciudades de Judá, y de las calles de Jerusalén, la voz de gozo y la voz de alegría, la voz del esposo y la voz de la esposa; porque la tierra será desolada" (Jeremías 7:30-34).

El lugar de muerte y crema constante, alimentada por contínuas cargas de azufre, fue llamado "Seol". Miles y miles de muertos ardían en el "Seol"; todos ellos sin sumarles los otros tantos miles de animales que seguramente eran sacrificados en el mismo período para tal divinidad. Este panorama infernal sólo se ha vuelto a ver en algunos pueblos centroamericanos de los tiempos precolombinos.

Tal era la cantidad de cadáveres apilados en el valle, que se optó por quemarlos, naciendo así la tradición holocáustica de la quema ritual del cuerpo sacrificado. Con el pasar de los años llegó a ser un lugar que funcionaba simultáenamente como sitio sagrado y como el depósito de deshechos de Jerusalén, a usársele para quemar basura y cadáveres.

El espectáculo que debía haberse visto entonces era ciertamente sobrecogedor, una postal terrorífica de fuego, muerte e inmundicia, con columnas de humo negro y vapores fétidos provenientes de la crema y la podredumbre. Los judíos habían configurado la idea de un Infierno desde la cultura Persa y Babilonia, pero con esta nueva fuente de inspiración, van decorando su idea del averno con las características azufreras y piromaníacas con que hoy se identifica popularmente al reino del Diablo. En otras palabras, el sagrado valle de Hinom es el Infierno bíblico.

Más aún lo fue, cuando la tradición del valle incorporó la posibilidad de sacrificar a los niños arrojándolos directamente al fuego, aún vivos.Se supone que Moloc era deidad amonita y moabitas, denominada Milcom en otros casos. El valle de Hinom es llamado también Tofet. Allí, el Rey Salomón edificó altos lugares altos donde posteriormente eran sacrificados los niños en honor de los ídolos, representados en varias estatuas que los hijos de Amón habían erigido como dioses.

De todos ellos, el que más veces cita la Biblia es Moloc, símbolo de este culto judío infanticida:

"Antes pusieron sus abominaciones en la casa en la cual es invocado mi nombre, contaminándola. Y edificaron lugares altos a Baal, los cuales están en el valle del hijo de Hinom, para hacer pasar por el fuego sus hijos y sus hijas a Moloc; lo cual no les mandé, ni me vino al pensamiento que hiciesen esta abominación, para hacer pecar a Judá" (Jeremías 32:34-35).

Esta estatua, según la leyenda, era de bronce y tenían cabeza de becerro.

Para el sacrificio, calentaban con antorchas sus manos extendidas hasta colocarlas al rojo vivo, y después depositaban sobre ella el cuerpo del niño o bebé elegido para el sacrificio, donde le esperaba, evidentemente, una horrible y nada de rápida muerte. Reyes de judá como Acaz y Manasés, incurrieron en esta práctica sacrificando a sus propios hijos.

Sin embargo, dada las diferencias que la Biblia establece entre Moloc y Jehová, nunca se había tenido la sospecha de que pudiesen tratarse de lo mismo. De hecho, el Dios de los Judíos reclama constantemente contra el culto al demonio infanticida:

"No des hijo tuyo para ofrecerlo por fuego a Moloc; no contamines así el nombre de tu Dios" (Levítico 18:21).

O bien: "Cualquier varón de los hijos de Israel, o de los extranjeros que moran en Israel, que ofreciere a alguno de sus hijos a Moloc, de seguro morirá; el pueblo de la tierra lo apedreará".

"Y yo pondré mi rostro contra el tal varón y lo cortaré de entre su pueblo, por cuanto dio de sus hijos a Moloc, contaminando su santuario y profanando mi santo Nombre... con todos los que se prostituyeron con Moloc" (Levítico 20:2-5).

Cuando el Rey Josias dicta una severa orden de prohibición de cualquier tipo de sacrificios humanos en el valle de Hinom, el lugar se usaría de ahí en adelante sólo como basurero y depóstio de desperdicios, pero también recibiría los cuerpos muertos de animales y de criminales que habían sido ejecutados sin sepultura. Se habían convertido así en un lugar aborrecible, desagradable a los sentidos, y con un pasado macabro, donde el fuego ardía día y noche consumiendo la basura y la carne muerta.

Era el Infierno de Moloc... "Pues es mejor que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea echado en Gehenna"(Mateo 5:29).


De ahí en adelante, los sacrificios pasan a ser de preferencia con animales y en honor a Jehová... ¿Por qué este cambio de hábito y de dios?

El "Gehenna" pasa a ser así , también, la promesa de una amenaza, de un fuego apocalíptico, temible. "Y la Muerte y el Hades fueron lanzados al lago del fuego. Esta es la muerte segunda.

"Y el que no se halló inscrito en el libro de la vida fue lanzado al lago de fuego"

(Apocalipsis 20:14-15).

Los arqueólogos han descubierto, sin embargo, que la expresión"Molloch", original de Moloc, no se refiere particularmete a una ídolo o demonio como lo sugiere erradamente la Biblia, sino que más bien al tipo de culto que incluye el sacrificio de niños y la quema ritual de los cuerpos.

Y este culto está relacionado (y aquí viene lo sorprendente), ¡¡con el propio Jehová!!.

Efectivamente, la inexplicada ausencia de representaciones arqueológicas y artísticas de Moloc ha quedado explicada a fines de los años '90, cuando una serie de hallazgos y nuevas teorías permitieron armar el rompecabezas y descubrir que la existencia de Moloc estaba siendo forzada a partir de las imprecisas afirmaciones bíblicas más que en los descubrimientos.

El término "Molloch" era así el tipo de culto rendido a Jehová; el valle del Hinam era el lugar de veneración del Dios Judío y el fuego de Gehennna no era otra cosa que su propio fuego...

Moloc siempre estuvo entre ellos y entre nosotros, hasta nuestros días.

Ahora todo calza. Incluso los simbolismos bíblicos, como la entrega para el "sacrificio" que hace el propio Jehová con su hijo Jesús. La cruel petición hecha a Abraham de asesinar en su honor a su primogénito y la complacencia de este Dios Judío hacia masacres en masa, como la de Persia en los tiempos de Esther, son algunas de las manifestaciones de criminalidad ritual propiciada por este Moloc que ha maquillado su identidad de la mano de los nuevos judíos jerosolimitanos, que han olvidado de algún modo los horrores del valle de las Matanzas que alguna vez les fue atractivo.

Esto explica también que en fases decadentes de algunas culturas que asimilaron en su sociedad a los judíos, como fenincios y catagineses, comenzaran a practicar progresivamente el infanticidio molocquiano en sus rituales, dentro de cavernas-templos, con ceremonias que incluían la quema de fetos y neonatos, en honor a las personalidades del dios Baal, ahora asociado injustamente a un demonio, a Moloc, pudiendo salir de allí la versión demonizada de esta antigua divinidad: Beelzebut (Baal - Zebut).

Esto coincide con la expansión del monoteísmo jehovítico por algunos pueblos del Mediterráneo.

La idea de la absorción de energía vital por medio de la sangre es un concepto típico del judaísmo. Es practicado entonces a través de la tradición molocquiana, pero subsiste hasta nuestros días en el ininterrumpido sacrificio de animales en honor a Jehová, en la cocina "kosher", que sólo les permite comer carne de animales sacrificados ritualmente, y por supuesto, en los holocaustos, que requieren la quema completa del cuerpo de la bestia ofrecida a Jehová.

Encontramos así otra explicación a la criminalidad propia del Pueblo de Sión, como un deber molocquiano alojado precisamente en su arquetipo de pueblo jehovítico, de Pueblo Judío.

Moloc, aquel demonio que no era otro que el propio Jehová, encarna también la esencia orgánica de esta raza criminal y fundamentalistas, al vivir a expensas de la energía y la capacidad de otros, al usufructura de la vitalidad de las masas humanas y al tener una vida que podríamos catalogar de "vampírica", porque Moloc-Jehová, al necesitar proveerse de sangre para su existencia, es también un vampiro, un Dios-Vampiro, he allí el origen de todas las aberraciones de Antiguo Testamento, que Julius Streicher definía como "un horrible folletín criminal, lleno de asesinatos, incestos, fraudes, robos e indecencia".

Como un comentario final, recordaremos a nuestro lector que el judaísmo viene practicando desde hace siglos una relación selectiva de mezcla con las demás razas humanas, especialmente al procurar matrimonios entre mujeres representantes del "Pueblo Elegido" y algunos elementos masculinos del los grupos de la aristocracia de cada país o cultura. Esto no sólo le permite acceder a sitios de importancia en la sociedad correspondiente, sino que liquida además la tendencia aristocrática del linaje correspondiente, al inocularle el germen judío. Esta es la esencia de la sencilla manipulación vampírica de las mezclas de sangres propiciadas por el judaísmo jehovítico...

Es la nueva cara del culto a Moloc, sacrificando para él sociedades enteras, razas y pueblos completos, sin necesidad de derramar una gota de sangre, poque el fuego de Gehemma, hoy arde entre los genes, en el valle del alma de cada hombre.