viernes, 3 de mayo de 2013

-★DESMINTIENDO ARITMETICAMENTE LA CIFRA DE LOS 6 MILLONES DE JUDIOS "GASEADOS" PARTE 2


PARTE 2





Una objecion clasica PAG. 43

Antes de seguir adelante creemos que debemos atenernos ante la objeción que se presenta, siempre, a los que se niegan a reverenciar al ídolo; a los que se niegan a damitir el fraude de esa cifra absurda de seis millones de exterminados. La objeción se formula, invariablemente, después de un sencillo manejo de cifras o la exposición de un razonamiento que prueba la falsedad de la tesis oficial. Entonces, se replica que nadie habría osado inventar un cuento tan extraordinario como el de los seis millones; que nadie podría poseer una imagínación tan delirante y, en el improbable supuesto de que la poseyera, el evidente riesgo en que incurriría al pergeñar tan gigantescas mentiras acabaría por disuadirle de su empeño. Este argumento implica que la mera existencia de la leyenda presupone la realidad de sus partes esenciales, aún cuando aquí y allá pudieran detectarse exageraciones e incluso invenciones. Este argumento parece, superficialmente, muy lógico. Se basa, sobre todo, en la aceptación general de la leyenda; la gente está convencida de que nadie seria tan osado, ni tan cínico, como para inventar una mentira tan colosal.

No obstante, el razonamiento es falso, pues la Historia – y, sobre tódo, la Historia del Pueblo Judio, contada por los mismos judíos – nos proporciona numerosos ejemplos de aceptación popular de mentiras gigantescas, como el éxito trompetero de Josué ante las murallas de Jericó o la histérica caza de brujas en la Alta Edad Media. La aceptación general de una idea no es, precisamente, una credencial de infabilidad. La Tierra era tan redonda en siglo IV como al atardecer del 12 de octubre de 1492, y se movía en el instante en que contra Galileo se fulminaba una condena papal. Que la tesis oficial de los seis millones tenga que ser auténtica porque ha sido aceptada por el consenso general no significa necesariamente que sea cierta. El argumento puede, muy facilmente, volverse del revés con sólo recordar que también en Alemania, en la época hitieriana, existia un consenso general anti-judio, como existía en todo el mundo cristiano en la Edad Media y principios de la Edad Moderna. El argumento de la aceptación general de una determinada tesis no vale, pues, nada en absoluto. La Verdad, con aceptación general o sin ella, siempre será la Verdad. Pretender que el consenso popular es válido cuando se trata de avalar la tesis de los seis millones y es falso cuando se manifiesta en unas votaciones democráticas aplastantemente favorables a Hitler, es una siniestra idiotez que no resiste un examen serio.

Es sumamente irónico que Hitler, en el Capitulo X de «Mein Kampf» anticipara la técnica de la «Gran Mentira» cuando, al descubrir el modus operandi de los agitadores judíos en Alemania, afirmaba que, cuando mayor era una mentira, más probabilidades tenía de ser creída, porque precisamente el hombre medio reacciona afirmando que una enormidad tan grande no ha podido inventarla nadie.
Más irónico es todavía que los más absurdos relatos de exterminios masivos aparezcan en la literatura talmúdica judía y en el Antiguo Testamento. He aquí algunos ejemplos de ello:


Adriano, cónsul romano en Egipto en el año 200, exterminó a la población judía de Alejandría, según el Talmud, o le causó importantes bajas según modernos historiadores. 1
Ahora bien: el Talmud afirma que el número de judíos exterminados en Alejandría fué de 1.200.000, cuando según cualquier historiador solvente 2 la población de aquella ciudad en tal época no pasaba de los 500.000, y en ella los judíos sólo eran una relativamente importante minoría.

Digna de mención es, también, la revuelta de Bar-Kochba, un judío que se declaró Mesías en el siglo II de la Era Cristiana, y se sublevó contra los romanos. Aún cuando la población judía de Palestina era, en aquél entonces, de unos 500.000 habitantes, el Talmud asegura que el ejército de Bar-Kochba se componía de 200.000 soldados. Esto es sencillamente imposible; pero sigamos. Bar-Kochba abandonó Jerusalén y se hizo fuerte en la ciudad amurallada de Bethar, pero la ciudad fué tomada por los romanos tras un asedio tremendo y toda la población de Bethar isesinada. Esta es al menos la versión oficial judía. 3

En todas las historias de Roma que hemos podido consultar, desde la de Gibbon hasta la de Mommsen, el episodio de la toma de Bethar se le da una importancia minima, y tengamos en cuenta que en la batalla de Cannas hubo unos setenta mil muertos y en la cuenta de Zama – tal vez la victoria más importante de Roma en su lucha con Cartago – setenta mil. Rarísimo, pues, que historiadores de la talla de los citados omitan mencionar la toma de Bethar como una gran victoria.., pues gran victoria debía ser capturar una plaza defendida por 200.000 guerreros a los que hubo que exterminar en su totalidad. Esto parece casi milagroso que haya sido unánimemente omitido por la totalidad de los historiadores.

Más milagroso aún parece que en la pequeña plaza fuerte de Bethar pudieran cobijarse nada menos que 200.000 guerreros, si tenemos en cuenta que las dimensiones eran de 600 metros de profundidad por doscientos de anchura, según fuentes judaicas de indiscutible calidad. 4
Si la aritmética, no miente, para albergar a 200.000 guerreros, con sus lanzas y corazas, y suponemos que sus escuadrones de caballería, en un rectángulo de 120.000 metros cuadrados, sería preciso distribuirlos de manera que tocaran a ... 0,6 metros cuadrados por guerrero. Estamos por creer que la guarnición de Bethar no murió a causa del ardor bélico de los romanos sino de claustrofobia y asfixia. Y, no obstante, las citadas fuentes judías, insisten en que la lucha fué épica y la resistencia heroica. El mismo Bar- Kochba, era tan fuerte y tan ágil que cogía al vuelo las piedras arrojadas por las catapultas romanas y las devolvía de un sólo movimiento al campo de origen. 5
Debieron transcurrir dieciocho siglos para que una tal proeza fuera repetida por Popeye tras ingurgitar apresuradamente una ración de espinacas.

Para terminar con el abracadabrante episodio de la toma de Bethar, muy seriamente relatado, con pelos y señales, por el Talmud, mencionaremos que el número de judíos exterminados por los romanos, queremos suponer que ya no en Bethar, sino en el resto de Palestina, fue de ... ¡40 millones! Repetimos: Cuarenta millones. Y para ilustrarnos sobre la verosimilitud de la cifra, se asegura que la sangre de los judíos exterminados llegaba hasta los belfos de los caballos romanos y se perdía, como un río, en el mar, cuyas aguas teñía en una extensión de seis kilómetros.
Los romanos fueron tan eficientes como los alemanes: la sangre de los judíos fué utilizada como fertilizante de las viñas, y sus huesos para hacer amuletos.

1 [falta]
2 [falta]
3 [falta]
4 Encyclopedia Judaica, Vol. IV, pag. 735.
5 Midrash Rabbah.

La literatura talmúdica no estaba destinada al consumo de millones de lectores, y así sus autores tuvieron una mayor libertad de acción que los inventores del mito de los seis millones, que debieron tener en cuenta el posible escepticismo de masas importantes de «gentiles». Y, como señala muy bien A. R. Butz, autor norteamericano que no es precisamente un nazi, 1 puede ser significativo que dos rabinos, Weissmandel y Wise, jugaran un papel tan importante – tal como luego veremos – en el nacimiento del mito, y especialmente en la leyenda del campo de Auschwitz.


La Biblia y, concretamente, el Antiguo Testamento, está llena de relatos muy seriamente creidos por grandes masas de cristianos y suponemos que por la mayoria de judíos: los tratos y pactos particulares de Jehová con «su» pueblo – Pueblo Elegido – , regalándole la Tierra de Canáan y prometiéndole que las naciones y reinos que no se sometan a Israel perecerán:.

«Y tú, lsrael, chuparás la leche de los Gentiles y los pechos de los Reyes...»; 2

El episodio del cruce del Mar Rojo, con sus aguas que se separan para que pasen los israelitas y se vuelvan a unir para sepultar al ejército del Faraón persecutor; o el de las murallas de Jericó derrumbándose ante el estruendo de las trompetas judías, o el sol que se para (¡?) al escuchar Jehová la petición que le hace Josué para que este pueda degollar a sus vencidos adversarios antes de que llegue la noche... (¡Admirable!); para no hablar del «maná» en el desierto, de la inaudita pelea entre David y Goliat (probablemente un ingenuo atleta que se presentó al combate y fué sorprendido por una pedrada del mequetrefe David); o del «ángel exterminador» mandado por Jehová atendiendo la demanda de Moisés, para que ejecutara con su espada, con premeditación, alevosía y nocturnidad, a los primogénitos de cada una de las familias egipcias; curioso ángel éste, que descubría a los primogénitos sin ayuda pero en cambio necesitaba que los judíos le indicaran previamente las casas en que vivían egipcios, mediante una señal, trazada con sangre de cordero en la puerta de las mismas. 3
Esta estupenda colección de incongruencias la han creído – y muchos, aún la creen – docenas de millones de personas de todas las épocas. La doctrina de consenso general, empero, no le ha proporcionado ni un átomo de verdad. El último reducto de la objeción consiste en lo que podríamos llamar «formulación humanitaria». Tras un sin fin de argumentos y de cifras, el bien pensante, que se aferra al mito de los seis millones como un náufrago a un salvavidas, exclama:

«Bien. Tal vez no fueron seis millones, pero sólo con que hubiera sido uno, ello constituiría un crimen horrendo».

Estamos completamente de acuerdo en que todo homicidio injustificado es un horrendo crimen, pero aún vamos más allá: creemos que todos los homicidios injustificados – tanto si se trata de judíos como si se trata de «gentiles» – lo son igualmente. Y, aparte de que si «sólo fué uno», ya va siendo hora de que se diga, queremos insistir en que el objetivo de la presente obra es demostrar que el mito de los seis millones es completamente falso y que, en todo caso, los que murieron no fué a causa de unas medidas derivadas de una política oficial del III Reich, sino que los avatares de la guerra y de las condiciones generales de vida en los campos de concentración, tema del que vamos a ocuparnos a continuación.



1 Arthur R. Butz: «The Hoax of the Twentieth Century».
2 Libro de Isaías: LX, 10, 12– 16.
3 Exodo, XII, 21 a 34


En un principio, la propaganda de los vencedores pretendió que, todos o casi todos, los campos de concentración en territorio controlado por los alemanes habían sido campos de exterminio de judíos y de otros grupos raciales halógenos, como los gitanos. El «Congreso Mundial judío», que admitió en 1948, que tuvo el monopolio de la preparación de las «pruebas» de las atrocidades nazis exhibidas en el Proceso de Nuremberg presentó – tanto en el aludido Proceso como en casi todas las salas cinematográficas del mundo – docenas de películas en las que se mostraba el estado de los campos a la llegada de los libertadores Aliados.
Tal vez el film más conocido de los muchos exhibidos fue el que presentaba atroces escenas en el campo de Buchenwald. Durante cuatro años este film fue pasado en los cinematógrafos de los cinco continentes, como preludio de interminables colectas destinadas a aliviar la suerte de los pobres supervivientes y de los parientes de los muertos. Hasta que un buen día se demostró que tal film había sido tomado por orden de las autoridades alemanas, pero no en Buchenwald, sino en Dresde.



Se trataba, en realidad,  de atrocidades Aliadas; de las víctimas del ataque aéreo llevado a cabo por la RAF contra la ciudad hospital de Dresde, repleta de refugiados del Este. La película fué discretamente retirada de circulación, pero otras siguieron – y siguen – martirizando retinas y cerebros de las masas, especialmente las europeas y sobre todo las alemanas, cuyo complejo de culpabilidad con relación al Sionismo debe ser cuidadosamente entretenido. El Autor recuerda haber asistido, en el Consulado Británico de Madrid, a la proyección de un film «documental» sobre el campo de Bergen-Belsen. En el mismo aparecían numerosas vistas de la famosa cámara de gas, donde murieron según unas fuentes unos 100.000 judíos y según otras, más de 400.000.
Pero luego, el Premio Nóbel británico, Sir Bertrand Russell, al que ni remotamente podría tildarse de germanófilo, y aún menos de nazi, reconoció 1 que en el campo de Belsen no hubo, contra lo que pretendió la propaganda de los vencedores, ninguna cámara de gas. Hubo, simplemente, una cámara de duchas, que fué filmada y presentada como una «cámara de gas».
El edificio de mentiras fué derrumbándose poco a poco, piedra por piedra; Hasta que el «Institut für Zeitgeschichte» (Instituto de Historia Contemporánea), de Munich, siempre en vanguardia del llamado «resistencialismo» alemán (antinazi), y plagado de hebreos en sus cargos de dirección, se vio obligado a comunicar a la prensa que:

«Las cámaras de gas de Dachau y de Belsen no fueron nunca terminadas ni puestas en acción. Las exterminaciones masivas de judíos empezaron en 1941 1942, en algunos lugares de Polonia, pero, en ningún caso, en territorio aleman».

«En ningún caso en territorio alemán», dice el Instituto de Historia Contemporánea. Pero como es un hecho que, hoy en día, existen instalaciones bautizadas como «camaras de gas» en los antiguos campos convertidos en museos para la edificación de las masas, cuyo complejo de culpabilidad y amor por lo morboso debe ser continuamente atizado, el Instituto de Munich debiera, en realidad, decir:

«Las cámaras de gas no fueron puestas en funcionamiento durante la guerra, pero fueron construidas por los Aliados, después de la guerra, a efectos probatorios».

El instituto de Munich sabe hacer bien las cosas. Excepto para Juan Pueblo, que engullirá ingenuamente cualquier cosa que le repita suficientemente la Radio, la Prensa o la Televisión al servicio de las Fuerzas Políticas establecidas, resulta evidente que la historia de las cámaras de gas es insostenible.
 En cuanto a los crematorios, todos los testimonios de primera mano han coincidido en afirmar que se utilizaban para incinerar los cadáveres de los fallecidos a causa de las epidemias, la inanición y los bombardeos. 2
Entonces, los resistencialistas de Munich sitúan las «cámaras de gas» en Auschwitz, en la actual Polonia bolchevizada, donde las autoridades comunistas locales no permiten la realización de ninguna encuesta histórica seria, y el historiador se ve obligado a creer en el testimonio de las honorables autoridades comunistas bajo palabra de honor.
En el epígrafe «Organización del Boicot contra Alemania» hemos visto que la política oficial del III Reich favorecía el llamado «Plan Madagascar», el cual, por razones técnicas y, sobre todo, por el desarrollo de los acontecimientos bélicos, no pudo llevarse a cabo. En tales circunstancias, la primera providencia que se tomó fué internar gran parte de los judíos en campos de concentración, razonándose tal medida en el hecho de que siendo los judíos un enemigo interno que, además, integraba los núcleos de mando de los llamados «movimientos de resistencia», no podía dejárseles sueltos entre la población civil por razones elementales de seguridad.


1 Sir Bertrand Russell: «The Scourge of the Swastika».
2 Conviene aqui citar el caso narrado por Paul Rassinier (en «La Mentira de Ulises») del bombardeo de Buchenwald por la aviación Aliada (Los americanos solían bombardear de noche y arrojaban sus bombas en cualquier aglomeración urbana). Cuando los aliados ocuparon Buchenwald, abrieron las fosas donde yacían enterradas sus propias víctimas y fotografiaron la lúgubre escena, para utilizarla como prueba de la brutalidad nazi (N. del A).

Como ya hemos visto, los Aliados, americanos y rusos, por no mencionar a los ingleses, 1 procedieron de igual – o peor (¡!) – manera con sus ciudadanos halógenos o simplemente sospechosos de deslealtad.
Por otra parte, ello es perfectamente comprensible, dado que en las guerras modernas, agónicas y existenciales, los pueblos se juegan su propia vida como tales, y en esas circunstancias es excesivamente candoroso creer que, en plena guerra, se va a proceder a estudiar caso por caso, con todos los formalismos legales, para decidir, según derecho, a qué enemigo potencial hay que internarlo en un campo de concentración, y a cual se le puede dejar transitoriamente libre, otorgándole el beneficio de la duda, que siempre juega a favor del acusado. 2
Conviene precisamente, además, que no todos los judíos que se encontraban dentro del ámbito político-militar alemán fueron internados en campos de concentración. Cuando los alemanes ocuparon Polonia, en el Otoño de 1939, confinaron a los judíos polacos en ghettos, por razones de seguridad militar. La administración interna de esos ghettos estaba en manos de Consejos Judíos, elegidos por los propios judíos, controlados, a su vez, por una fuerza de policía judía.
Para prevenir la especulación, las autoridades alemanas obligaron a los judíos de los ghettos a utilizar unos vales especiales, que hacían el papel de moneda, y sólo tenían curso en el interior de dichos ghettos. Que el confinamiento forzoso en un ghetto precisamente  un placer para los internados es innegable, pero de ahí a describir los ghettos como «centros de exterminación», o de «muerte lenta», como afirman los autores judíos Kogon y Uris, media un abismo.
En el ghetto de Varsovia se hallaban concentrados unos 400.000 judíos, mientras otros 500.000 estaban en otros ghettos y algo más de 200.000 en la zona denominada «Gobierno General de Polonia». En julio de 1942, Himmler ordenó que todos los judíos polacos fueran concentrados en campos de detención en donde se aprovecharían como mano de obra. No debemos olvidar que los campos de concentración – con la única excepción de los llamados «campos de tránsito» – estaban ubicados junto a zonas fabriles. En ellos no se encontraban tan sólo judios – tal como parece dar la impresión la impresionante literatura concentracionaria – sino que sobre todo prisioneros de guerra y elementos asociales.
Entre Julio y octubre de 1942, casi las tres cuartas partes de la población del ghetto de Varsovia fueron evacuadas y transportadas a campos de detención y trabajo, habiéndose efectuado el transporte bajo la supervisión de la Policía Judía. Esto, al menos, era la versión oficial o, en todo caso, lo que creía la Administración Penitenciaria Nazi, porque en una visita sorpresa llevada a cabo por Himmler a Varsovia en Enero de 1943 se descubrió que en el ghetto habían muchísimos más judíos – que se suponía se hallaban en campos de concentración – de los que teóricamente debía haber, y que 24.000 judíos registrados como trabajadores en las fábricas de armamento trabajaban, de hecho, ilegalmente, como sastres y peleteros. 3

1 En la llamada «Madre de las Democracias», a instancias de Churchill, se impuso un «decreto-ley» (que naturalmente no fué votado por el Parlamento) llamado «18 B Regulation». Segun tal «regulación», cualquier ciudadano inglés simplemente sospechoso – sin pruebas – de sustentar reservas mentales a propósito de la conveniencia de la guerra contra Alemania por proteger (?) a Polonia podía ser encarcelado indefinidamente. La medida afectó a unas tres mil personas desde comunes ciudadanos hasta miembros del Parlamento (Mosley) y heroes de la I Guerra Mundial (Almirante Domvile). (N. del A)
2 Es un hecho histórico bien establecido que los inventores del sistema moderno campos de concentración fueron los ingleses, en la guerra de los Boers, en el Transvaal, a principios de siglo. 120.000 no-combatientes Boers, y 75.000 negros sospechosos de hostilidad hacia Inglaterra, fueron internados em campos de concentración. El coeficiente de mortalidad llegó al 7% anual, y al final de las hostilidades, 20.000 y 10.000 negros – en su casi totalidad ancianos, mujeres y niños – hallaron la muerte. (Ameru, «The Boer War» – G.M. Trevelyan «History of England).
3 Manvell & Frankl (autores judíos): «Heinrích Himmler».


Cuando se produjo la sublevación armada del ghetto de Varsovia, los judíos, que «habían practicado masivamente el contrabando de armas, dispararon contra destacamentos de las SS y unidades de la Wehrmacht que custodiaban a columnas de prisioneros, matando a muchos». 1 Los sublevados del ghetto de Varsovia contaron con el apoyo de guerrilleros polacos y del ‘Polska Partía Robotnicza’, o Partido Comunista Polaco, en el que los judíos abundaban. En tales circunstancias los ocupantes, atacados por un movimiento de guerrilleros sin uniformar, se comportaron como lo haría, y como siempre lo ha hecho, cualquier ejército, en cualquier época, es decir, se presentaron en el lugar del alzamiento armado y, al negarse a rendirse los sublevados, dispararon contra ellos y los redujeron militarmente, hasta que capitularon.
Debe tenerse en cuenta que el proceso de la evacuación del ghetto hubiera continuado pacíficamente de no haber planeado los extremistas judíos la sublevación. Cuando el Teniente General de las SS, Stroop penetró en el ghetto fué atacado con ametralladoras y perdió doce hombres. Los alemanes y polacos que luchaban a su lado perdieron más de cien hombres y más de trescientos resultaron heridos. Los alemanes, entonces, se retiraron al exterior del ghetto y abrieron fuego de artillería, causando a los sublevados alrededor de unos doce mil muertos. Tras capitular, unos 56.000 judíos que había, en mayor o menor grado, tomado parte en el alzamiento armado, fueron internados en campos de concentración.
En Eslovaquia, los judíos permanecieron, en su mayoría, libres, por lo menos hasta 1943, y muchos de ellos lograron, a través de Rumania y Bulgaria, llegar a territorio turco, huyendo de la tutela nazi. Algo parecido ocurrió en Grecia, mientras en Serbia y Croacia numerosísimos judíos formaban parte de las bandas de «partisanos» de Tito.

En la Francia de Vichy, entre 150.000 y 200.000 judíos permanecieron sin ser, apenas, molestados, durante toda la guerra. En la Zona Ocupada, numerosos judíos fueron deportados a Alemania y confinados en campos de cóncentración. La acuciante necesidad de mano de obra impulsaba a los alemanes, cuando el Servicio Voluntario de Trabajo no daba para más, a utilizar prisioneros de guerra, presos políticos y elementos halógenos o sociales o políticamente peligrosos, como judíos, gitanos, o miembros de sectas juzgadas antinacionales, como los Testigos de Jehová.
La política judía del III Reich fué definida, según parece, de forma oficial, en la Conferencia de Gross Wannsee, en las cercanías de Berlín, el 20 de Enero de 1942. Según Léon Poliakov 2 dicha Conferencia estuvo presidida por Reinhardt Heydrich, pero se hallaban presentes representantes de todos los Ministerios del Reich, incluyendo a Eichmann, que representaba a la Gestapo. Poliakov afirma que en Gross Wannsee se decidió el exterminio de todos los judíos bajo control de Alemania, pero no se molesta en aportar pruebas de tal afirmación. Tres autores judíos, muy a menudo citados en subsiguientes procesos por «crímenes contra la Humanidad» – eufemismo que designa el supuesto asesinato de judíos por los nazis – Reitlinger, Manveil y Frankl aseguran qúe las minutas de la Conferencia de Gross Wannsee están redactadas en un lenguaje impreciso, para camuflar que se trataba de eliminar físicamente a los judíos. 3

1 Id.
2 Léon Poliakov: «Le Troisième Reich et les juifs».
3 Gerald Reitlinger: «The Final Solution».

Por ejemplo, cuando Heydrich, según los memorándums, afirmaba que había sido comisionado por Goering para encontrar una solución al problema judío, ello significaba que Goering le había dado instrucciones para que procediera a asesinarlos en masa. Según las minutas, Heydrich dijo:

«El desarrollo de la guerra ha hecho imposible la puesta en marcha del Plan Madagascar... El programa de emigración ha sido, ahora, reemplazado por la evacuación de los judíos tan hacia el Este como sea posible, y todo esto con la previa autorización del Führer.» 1

Allí – en el Este – continuaba Heydrich, su trabajo debía ser utilizado. Con tal motivo se había convocado en Gross Wannsee a altos funcionarios del Ministerio de Trabajo.
También según las minutas de la Conferencia citada, los judíos en el inmenso ghetto de Europa Oriental – en el Gobierno General de Polonia – a que llegara el final de la guerra, «momento en que se llevarían a cabo conversaciones a nivel internacional que decidirían su futuro». Manveil y Frankl, impertérritos, no se dejaron influenciar por el texto de las minutas, en las que no hay ninguna referencia a genocidio de los judíos europeos. Según ellos «en la Conferencia de Wannsee se evitaron las referencias directas al exterminio de los judíos, pués Heydrich prefería utilizar el término «Arbeitseinsatz im Osten» (asignación de trabajo en el Este). Lo que no explican Frankl y Manveil es por qué debemos traducir «asignación de trabajo en el Este» por «exterminio», rechazando a priori, porque si, que «asignación de trabajo en el Este» signifique simplemente «asignación de trabajo en el Este» y nada más.

La falta absoluta de pruebas documentales que den consistencia a la teoría de que hubo un plan oficial de exterminio de los judíos ha hecho que se adoptara el hábito de reinterpretar los documentos alemanes que se conserven. Así, por ejemplo, cuando un documento alemán habla de «deportación», inmediatamente se indica que ello significa «exterminación».
Los exégetas, naturalmente, omiten precisar en qué se basan para tales interpretaciones. Manveil y Frankl afirman que se utilizaron diversas expresiones para camuflar la expresión «genocidio».
Por ejemplo la palabra «Ausrottung». Que puede traducirse por «desenraizar» y también por «deportar», significaba, cuando la empleaban Heydrich, Müller, Himmler, Goering,  et alia «asesinar». También significaban «asesinar» «aussiedlung», que en alemán corriente pudiera traducirse por «expulsar» y «Überforderung», que significaba, «transportar» (???) 2

Todo es, pues, simple. Cuando un texto no incrimina a un acusado, se afirma que este se expresa en una especia de lenguaje cifrado. La clave de tal lenguaje esotérico ha sido hallada por la Acusación, que no se digna descifrarlo a los simples mortales, los cuales deben creer al Fiscal, – que es, al mismo tiempo, Juez y Verdugo– cual su éste pontificara ex cátedra. Así, naturalmente, puede llegar a demostrarse lo que se desee. Así, por ejemplo, cuando Reitlinger afirma que cuando Himmler dió la bien conocida orden de mandar a todos
los deportados judíos hacia el Este (se refería a los judíos polacos), lo que Himmler quería
decir a sus subordinados era «matarlos». 3


1 Manvell & Frankl: «Heinrich Himmler».
2 Id.
3 reitlinger, ibid.


Y, no obstante, bueno será tener presente que los alemanes, tanto antes, como durante y después de Hitler, han tenido siempre una acentuada propensión a la burocracia; a guardarlo todo por escrito, y de manera bien precisa. Esto es como un rasgo nacional alemán, y cualquiera que haya tratado con alemanes en un plano profesional podrá atestiguarlo.
No obstante, entre las docenas de miles de documentos de la S.D, la Gestapo, la Abwehr, la Wehrmarcht, la SS, la SA, los famosos y prolijos archivos de Himmler y las propias órdenes directas del Führer en el transcurso de la Guerra no se encuentra ni una sóla orden de exterminio de grupos raciales, ya se trate de judíos, de gitanos, o de quien quiera.
Esto ha sido admitido por el Centro Mundial de Documentación Judía Contemporánea de Tel-Aviv, el cual se ve reducido a afirmar, sin pruebas, y haciendo un verdadero «proceso de intenciones» a los jerarcas nazis, que éstos empleaban una especia de lenguaje cifrado. Ahora bien, Ese lenguaje cifrado ¿para qué?, nos preguntamos.
¿Para guardar el secreto del genocidio?
¿Es que puede, seriamente, creerse que si se emplea un lenguaje en clave en las altas esferas del Gobierno, con objeto de matener el secreto, se va en cambio. a permitir que se conozca en los escalones inferiores del mando?...
¿O es que en tales escalones también se usaba un lenguaje cifrado?
¿Cuando Hitler ordenaba a Himmler que matara a varios millones de judíos utilizaba circunlocuciones y metáforas para disimular Dios sabe ante quién, mientras que el Sargento SS Schmidt le ordenaba crudamente al Cabo SS Müller que preparara las parrillas de Auschwitz para asar a unos cuantos miles de judíos?
¿No es absurdo suponer que las precauciones llevadas a extremos sibariticos se observaran solo en las altas esferas del mando mientras en los escalones mas bajos. es decir, los mas vulnerables y, logicamente de menor confianza, no se observaran?. Y, si se observaban,
¿No nos hallamos ante el caso, único en la historia, de un «lenguaje cifrado», utilizado por cientos de miles de guardianes. carceleros y funcionarios, lenguaje cuyo código fueron incapaces de descifrar los servicios secretos de tres docenas de países contendientes?

Oscar Wilde ha dicho que un secreto entre dos es un secreto a voces y un secreto entre tres un anuncio en una gaceta. Sabido es que el pueblo alemán tiene fama de discreto, pero una tal discreción en ese asunto del «lenguaje cifrado» parece. en verdad, un suceso mágico; casi tan mágico como el de las trompetas de Jericó o el Maná en el Desierto. Por mucho que quieran torturarse los textos, subvirtiendo el significado de las palabras. la politica oficial del III Reich en relacion con los judios fué de «desenraizarlos» (Ausrottung) de Europa, favoreciendo su emigracion a Magadascar. Cuando el desarrollo de la guerra hizo practicamente imposible esa solucion. se adopto. transitoriamente, la de deportarlos al Este de Europa, a Polonia y a Rusia Blanca. Esa era la «Endlösung», la famosa «Solución Final».
Naturalmente, «Endlösung» se ha traducido por «matanza colectiva», siguiendo en la linea del lenguaje cifrado, tan cara a los cultivadores de la exotica planta del fraude concentracionario. Naturalmente, se arguirá que, además del lenguaje cifrado utilizado por los jerarcas nazis cuando se referian al presente tema, existe la evidencia legal proporcionada por numerosos testimonios alemanes.

Ahora bien: examinemos objetivamente tal «evidencia legal».

Un escritor de tan elevada categoría – entre los mantenedores del fraude – como León Poliakov se ve forzado a admitir:

«Las tres o cuatro personas relacionadas con el esquema general del plan para la exterrninacion total de los judíos han muerto, y no queda ningún documento» 1

No obstante, los muchísimos documentos que. de hecho. quedan, no hablan para nada de los planerde exterminacion. Entonces. Poliakov, Manvell, Frankl, Reitlinger, Kogon y un largo etcetera de autores judios - por cierto rarisimo que todos sean judíos aluden al ya mencionado lenguaje cifrado y, cuando conviene, a las órdenes verbales. Fantastico, también, eso de las «órdenes verbales», no ya en un estado disciplinado y superorganizado. sino en cualquier estado moderno. Un buen dia, el Führer, en un acceso de colera, llama a Goering y le dice que diga a Heydrich, que éste diga a su inmediato inferior que, en cascada, se vaya diciendo a las personas a quien pudiera interesar, que monten unas  parrillas en Auschwitz, y unas cámaras de gas enPolonia – precisamente, en Polonia – con objeto de que el cabo Müller (de las SS), proceda a exterminar, con su pelotón de soldados, a determinado número de judíos. Manveil y Frankl son, en este asunto, sencillamente deliciosos. Afirman que:

 «la política de genocidio parece haberse decidido después de unas reuniones secretas entre Hitler y Himmler.» 2


1 Léon Poliakov: «Le Troisième Reich et les Juifs».
2 Manvell & Frankl, id.

William Shirer, un autor judio que escribio el conocidísimo libro «Ascenso y Caída del III Reich» guarda, también, sorprendentemente mutismo en relación con las pruebas documentales de la supuesta política genocida nazi. Es con todo suficientemente franco para admitir que la orden de Hitler de que se aniquilara a los judíos nunca fué escrita en un papel. Y asegura que:

«probablemente fué dada, en forma verbal, a Goering, Himmler y Heydrich, que la transmitieron ...» 1

Manvell y Frankl decididamente imbatibles, nos suministran una «prueba».  ¡Al fin una prueba!. Hela aquí:

«El 31 de Julio de 1941 Goering envió un memorandum a Heydrich, redactado en los siguientes términos:

«Como suplemento a la tarea que le fué asignada a Usted el 24 de Enero de 1939, de resolver el problema judío mediante la evacuación y la emigración, de la mejor manera posible y en concordancia Con las presentes condicione…. deberá Usted encargarse de encontrar una solución total (Gesamtlösung) de la cuestión judía dentro del área de influencia alemana en Europa.» 2

En dicho memorandum Goering habla de los medios materiales, organizativos y financieros requeridos para llevar a cabo esa tarea. Finalmente se refiere a «la deseada solución final» (Endlösung), refiriéndose de forma taxativa al esquema ideal de la emigración y evacuación de los judíos, expresamente mencionado al principio del memorándum. No se menciona para nada la intención o la necesidad de asesinar a nadie, pero Manveil y Frankl, historiadores increíbles –pero aparentemente muy creídos por los tribunales desnazificadores–  afirman que eso es, realmente, lo que el memorándum significaba, porque, tras enviarle el memorándum en cuestión, Goering cogió el teléfono y le dijo a Heydrich lo que significaba, en realidad, la «Solución Final»: significaba asesinato colectivo de los judíos.

Evidentemente, con tales recursos dialécticos nos vemos capacitado para demostrar el «yo no existo» y la cuadratura del círculo. Cuando, más adelante, nos ocupemos específicamente del tema de las cámaras de gas y de los hornos crematorios, volveremos a hacer hincapié en ese impar argumento del lenguaje cifrado, en el que los alemanes, según sus «jueces», resultaron ser geniales maestros.
Hemos dicho que el Fraude de los Seis Millones, gestado por el «Congreso Mundial Judío», nació en el Tribunal Militar Internacional de Nuremberg. Y así la acusación constituida a la vez en juez y parte, dió rango oficial a la absurda cifra.
Desde un principio, los Procesos de Nuremberg, que duraron desde 1945 hata finales de 1949, se apoyaron, tomando como axiomas, en hechos que precisamente se trataba de demostrar.
Se basaron, así mismo, en una legislación «ex post facto», según la cual podían ser condenadas personas por la comisión de hechos que, cuando fueron – o se supone que fueron – cometidos no constituían delito.

Cualquiera que estuviera dispuesto a creer que el genocidio de los judios europeos quedó demostrado en los juicios de Nuremberg, debiera tener en consideración la naturaleza de dichos juicios, en los que se olvidaron todas las normas legales en vigencia en los países civilizados. Se llegó a la enormidad de decretar que «el Tribunal no admitiría limitaciones técnicas en la presentación de pruebas». En la práctica esto significó la admisión, como pruebas, de testimonios de tercera y cuarta mano; de declaraciones ante el Tribunal empezando por la frase: «me han dicho que...» y, sobre todo, de «affidavits», o declaraciones juradas por escrito El Tribunal admitió más de 300.000 de esos «affidavits».
Los abogados defensores 3 no podían obligar a los autores de los «affidavits» a que se presentaran ante el Tribunal para interrogarles.

1 William Shirer: «The Rise and Fall of the Third Reich» , pág. 1148.
2 Manvell & Frankl: «Heinrich Himmler», pág, 118.
3 En la mayoría de casos, los acusados no tenían siquiera el derecho a elgir a sus propios abogados defensores, de manera que, en determinadas ocasiones, defensores nombrados por el Tribunal parecían más bien fiscales que defensores, tal como le sucedió a Julius Streicher.


Más aún, ninguno de los testigos que se presentaron – de grado o por fuerza – a declarar citados por la Acusación, podía ser interrogado por los defensores, ni siquiera por los acusados. Cualquiera abogado defensor podía ser descalificado en el acto «si a consecuencia de sus preguntas al testigo se producía una situación intolerable». No sea incurrir en pecado de juicio. Temerario si suponemos que tal «situación intolerable» se producía cuando el defensor hacía incurrir al testigo en contradicciones y empezaba así, a demostrar la inocencia de su defendido.
Para patentizar aún más, si cabe, que los procesos de Nuremberg fueron un auténtico linchamiento enmascarado con formulismos legales, se llegó a enormidad jurídica de los miembros de ciertas organizaciones nazis, como las SS o las SA, eran considerados culpables en principio, debiendo demostrar su inocencia ante el Tribunal. En todos los cuerpos legales del mundo, cuando se juzga a un hombre, se parte del supuesto de su inocencia, y, en virtud del principio «in dubio pro reo», todos los casos o situaciones que presentan el menor resquicio a la duda razonable se interpretan a favor del acusado. La acusación es quien debe demostrar que el acusado es culpable, y no éste que es inocente.
Esto es de una lógica elemental: la prueba negativa, la demostración de que uno no ha hecho algo es, muchas veces, imposible.
El Juez Wennerturm, a quien ya hemos aludido, y que presidió uno de los tribunales afirmó que, a parte de que la Acusación presentó pruebas notoriamente falseadas e hizo lo posible para que no se exhibieran documentos oficiales alemanes capturados por los Aliados cuando tales documentos podían servir de descargo a los acusados, el noventa por ciento de los miembros del Tribunal, asi como sus auxiliares «entre bastidores» eran personas que, por motivos raciales, odiaban a los alemanes, y más concretamente a los nazis, y deseaban vengarse. Un alemán no nazi, Mark Lautern, escribe:

«La mayor parte de los testigos de la Acusación son judios, y también lo son los miembros de la oficina del Fiscal, empezando por Robert Kempner y su «segundo». Morris Amchan... Ya van llegado todos: los Salomons, los Schlossbergers y los Rabinovichs, miembros del personal de la Acusación Pública». 1

Lo único que preocupaba a los autores de aquél linchamiento legal era conseguir guardar un mínimo de apariencias, para no escandalizar demasiado a los periodistas, especialmente a los de países neutrales. 2

1 Mark Lautern: «Das Letzte Wort über Nürnberg». pag, 68.
2 Ello no logro, pues no solo periodistas suecos, suizos, españoles. portugueses, argentinos, sino también americanos, ingleses y franceses denunciaron la monstruisidad jurídica. Incluso políticos y militares de tanto relieve como el Senador Taft, candidato a la Presidencia de los EEUU y el Mariscal Montgomery, calificaron peyorativamente aquellos «juicios» (N. del A).




Aparte de los 300.000 «affidavits» y de los 240 testigos, de los que casi las tres cuartas partes eran judíos, el Tribunal de Nuremberg exhibió, también, triunfalmente, el testimonio de varios alemanes, nazis en su mayor parte, que habían confesado su participación, o la de sus superiores jerárquicos, en actos de genocidio contra la comunidad judía europea.
Personalmente, somos muy escépticos sobre la validez de las «confesiones espontáneas», presentadas por la Acusación en procesos criminales. Lógicamente, más debemos serlo en los procesos políticos, y si cabe, más aún en los político-militares. Se ha dicho que la Justicia militar es a la Justicia, lo que la Música militar es a la música.
Por si alguien albergaba dudas a tal respecto, le basta examinar, con espíritu crítico e imparcial, los entresijos de Nuremberg.
El General de las SS, Oswald Pohl, Administrador General de los Campos de Concentración, y Jefe del Departamento de Economía y Administración de las SS, fue apaleado durante meses. Su cabeza introducida en cubos llenos de excrementos y sometido a un régimen carcelero de aislamiento total, recibiendo una alimentación reducida a lo indispensable para mantenerle vivo. Finalmente, cuando se presentó ante el Tribunal, Pohl admitió haber firmado un documento en el que se afirmaba haber visto personalmente una cámara de gas en Auschwitz. Pohl relató las sevicias de que había sido objeto, y afirmo que nunca hubieron cámaras de gas en Auschwitz ni en ninguna parte; Pohl fué condenado a muerte, sin más pruebas que una declaración jurada por escrito, arrancada bajo la tortura. 1
El caso de Pohl es todavía más escandaloso si se toma en consideración que fué el mismo quien ordenó el procesamiento del Jefe del Campo de Buchenwald, Karl Koch, por dirigir una banda de carceleros que practicaban la corrupción y colaboraban con ciertos presos en el robo de paquetes de víveres de la Cruz Roja, que luego eran vendidos en el mercado negro. Pohl respaldó en todo momento al Juez del Servicio Jurídico de las SS Konrad Morgen, que condenó a muerte a Koch. 2

Otro General de las SS. Erich von dem Bach-Zelewski firmó también una declaración jurada en la que acusaba a Himmler de haber presidido y contemplado personalmente el asesinato, por fusilamiento, de cien mil judíos polacos y rusoblancos, en Minsk. En la declaración jurada de Von dem Bach-Zelewski incluso se afirmaba que mientras Himmler permanecía impasible observando la macabra escena, Bach-Zelewski casi se desmayé 3.
Examinemos muy seriamente esa declaración. Supongamos que esos fusilamientos se llevaban a cabo por tandas de cincuenta personas. Nos parece que esa cifra es incluso excesiva, pues al fin y al cabo, cincuenta personas alineadas para ser fusiladas ocupan – teniendo en cuenta sus dimensiones y la separación entre cuerpo y cuerpo – unos cincuenta metros, lo que parece más respetable para un campo de tiro. Pero en fin, aceptemos los cincuenta fusilados por tanda Maravillémonos, de paso, de la borreguil resignación de los destinados a ser fusilados, que ven como sus compañeros van siendo ejecutados, impertérritos se presentan en el matadero. Pero sigamos. Para cargar el fusil, apuntar, disparar, acercarse a los ejecutados, darles el golpe de gracia, retirarlos y traer otros cincuenta presos, poniéndolos en formación para continuar el macabro juego hacen falta, por mecanizados y eficientes que sean los ejecutores alemanes, no meflos de cinco minutos, pero vamos a dejarlo en tres minutos, para lo cual hace falta una rapidez de película de Charlot en la época del cine mudo. Pues bien, si Himmler contempló impasiblemente la ejecución de los cien mil judios rusos y polacos, necesitó desperdiciar cien horas de su tiempo, que nos atrevemos a suponer no podía malgastar, en época de guerra, por sádico y demente que se le quiera suponer. El ser humano capaz de permanecer cuatro días seguidos – aunque le traigan la comida sobre el terreno – sin dormir y escuchando el estruendo de cincuenta disparos cada minuto y medio (conviene no olvidar los tiros de gracia) sencillamente, no se ha inventado todavía. En 1959 Bach-Zelewski repudió sus acusaciones ante un Tribunal de Alemania Occidental, manifestando que le fueron arrancadas por la fuerza: había sido suspendido con correas que amarraban sus muñecas y apaleado con bastones; había recibido innumerables puntapiés en los testículos, se le había amenazado con entregar a su familia a los rusos y creía – no podía afirmarlo – haber sido drogado.

El capitán Dieter Wisliceny cayó en manos de los comunistas checos y fue «interrogado hábilmente» en la cárcel comunista de Bratislava. Al cabo de un año de «interrogatorios» Wisliceny – que había sido adjunto de Eichmánn – se convirtió en una verdadera piltrafa humana. Firmó entonces un «affidavit» en el que se acusaba de genocidio a multitud de jerarcas nazis. Que el documento le fué dictado a Wisliceny está demostrado por el hecho de que, a pesar de conocer muy poco de lengua inglesa, el redactado era impecable. En todo caso, Wisliceny intentó retractarse posteriormente, pero el Tribunal le cortó la palabra.


1 El Senador Norteamericano Joseph McCarthy declaró a la prensa que la condena de Pohl era una ignominia y que el Tribunal no logró presentar una sóla prueba contra él (N. del A.)
2 La esposa de Koch fué condenada a muerte por los tribunales de Nuremberg, bajo la acusacion de haber fabricado lámparas con piel de judíos. Pero el General en Jefe de las tropas de Ocupación Americanas en Alemania, Lucius D. Clay, encontró tan absurda esa acusación que redujo su pena a cuatro años de carcel. Intervino entonces el Rabino Stephen Wise, quien organizó tan bombástica campaña de prensa que Ilse Koch fué procesada de nuevo, por el Gobierno de Alemania Federal, al salir de prisión, y condenada a cadena perpetua. En 1967, se suicido, colgándose en su celda (N. del A.)
3 Willi Frischauer: «Himmler, Evil Genius of the Third Reich».


También se arrancaron confesiones de genocidio contra los judíos a personalidades como el General de las SS Sepp Dietrich y al Coronel Joachim Peiper. 1 Aunque luego se retractaron, los tribunales de Nuremberg se negaron a registrar tales retractaciones. 2
El Juez Norteamericano Edward L. Van Roden, que intervino en el proceso a los guardianes del Campo de Dachau, declaró que las sentencias se dictaron basándose en testimonios falsos. Investigó también las actividades de la Oficina del Fiscal en aquél proceso, describiendo sí los métodos por ellos empleados: «... introdujeron cerillas bajo las uñas de los presos y les prendieron fuego; les arrancaron los dientes; les rompieron las mandíbulas; los aislaron en confinamientos solitarios y les dieron una alimentación pobrísima; de. los 139 casos que investigué, 137 guardianes alemanes sufrieron puntapiés en los téstículos. Estos eran los medios habituales para obtener confesiones, empleados por la Oficina del Fiscal. Al menos el 90% de tales «investigadores» procedían de Alemania y habían obtenido la nacionalidad americana muy recientemente». 3

1 Peiper, primero condenado a muerte, luego indultado por los propios americanos por falta de pruebas, y fmalmente condenado por un Tribunal de Alemania Federal, por ejecución de rehenes (a pesar de que los propios americanos le habían hallado inocente de tal acusación) se fué a vivir a Francia de incógnito. Un periodista local, comunista, descubrió su paradero y lo publicó en un periódico. Al cabo de unas semanas la casa de Peiper era dinamitada y él perecía con su familia. No se ha encontrado a los culpables. (N. del A.)
2 «Sunday Pictorial», 9–1–1949 El senador norteamericano Joseph McCarthy escribió en ese semanario que los procesos de Nuremberg, si algo demostraban, era la inocencia de la mayoría de los acusados y la mala conciencia de los acusadores.
3 Déclaración del Juez Van Roden, aparecida en el Washington Daily News, el 9-1-1949.


He aquí los nombres de esos «investigadores americanos».
Teniente Coronel Burton F. Ellis, Presidente del Comité de Crímenes de Guerra, y sus ayudantes:
Raphael Shumacker,
Morris Ellowitz,
William R. Perl,
Harry Thon,
John Kirchbaum y Robert E. Byme.

Sólo este último era americano de nacimiento. Todos los demás, judíos europeos, incluyendo al Consejero legal del Tribunal, el Coronel A.H. Rosenfeld.

Otra persona que declaró, bajo torturas, que había ordenado la ejecución por fusilamiento de 90.000 judíos en Rusia y Ucrania fué el General de las SS Otto Ohlendorff, comandante de la unidad «Einsatzgruppe D», especializada en la lucha contra los guerrilleros. Ohlendorff servía bajo las órdenes directas del Mariscal de Campo Manstein, del Undécimo Ejército. Ohlendorff no compareció ante el Tribunal hasta 1948, es decir, bastante tiempo después de la celebración de los principales procesos de Nuremberg, cuando su declaración jurada, firmada bajo tortura, había servido para condenar a numerosos soldados y funcionarios alemanes. Ante el Juez, Ohlendorff denunció los malos tratos de que había sido objeto y retiró, por consiguiente, su declaración El Tribunal no admitió su retractación y fué condenado a muerte.
En realidad, lo curioso, e históricamente admitido hoy día, es que las tropas alemanas, en Ucrania y los Países Bálticos, debieron intervenir numerosas veces para evitar «pogroms». Otras veces no lo consiguieron, pues lo que acontecía en casi todas las ciudades conquistadas por la Wehrmacht era los escasos judíos que no habían logrado huir a tiempo, acompañando al Ejército Rojo en su retirada, eran asesinados por la población civil que, por el sólo hecho de abundar tanto los judíos en la G.P.U. y en el aparato estatal comunista, asimilaban judaísmo y comunismo.
La acción de los «Einsatzgruppen» afectados al Ejército de Von Manstein ha sido profusamente exagerada, El FiscaI General Soviético en Nuremberg Rudenko, afirmó que ésa unidad anti guerrillera había dado muerte a un millón de judíos.
Pero el historiador británico Robert T. Paget 1 como el judío William Shirer 2 demolen ese mito. El número total de baja causadas por los «Einsatzgruppen» a los guerrilleros comunistas fué de unas noventa mil de los que sólo una parte – segun Paget el 10% y según Shirer el 15% – eran judíos .

En cuanto a la cifra de los Seis Millones, desmentida por la Aritmética, no reposa más que en un vago testimonio de un tal Doctor Wilhelm Höttl que declaró, en el Proceso de Nuremberg, haber oído a Eichmann (?) evaluar el número de judíos asesinados en los campos de concentración en unos cuatro millones, más otros dos millones por «otros procedimientos».
Observemos el carácter indirecto de ese testimonio... cuyo único apoyo es, sólo, la palabra de honor del tal Höttl. Pero, ¿Quién era Höttl? Se sabe que durante la guerra fué miembro de las SS... y también un agente de los servicios secretos británicos. El periódico londinense «Week End» 3 inició, el 25 de Enero de 1941, una serie de revelaciones sensacionales bajo el titulo: «Our Man in the SS». (Nuestro hombre en las SS). Ese hombre era Höttl. 4
Es altamente importante tener en cuenta que el testimonio de Höttl. una persona que trabajó sucesivamente para dos servicios de espionaje, el inglés y el ruso, y fue condenado por los alemanes, bajándosele varios peldaños en el escalafón de las SS por actividades comerciales deshonestas – sea el único que atestigua en favor de la tesis de los Seis Millones. Este Höttl, que tras trabajar para ingleses y rusos, trabajó también para el Contraespionaje Americano, escribió libros semipornográficos con el pseudónimo de Walter Hagen. En su affidavit del 26 de Noviembre de 1945 afirmó, no que él supiera, sino que «Eichmann le dijo una vez en Budapest en 1944, que un total de seis millones de judíos habían sido exterminados».
Es rarísimo, es más que sospechoso, que, siendo un agente inglés o tal vez, ya, un agente doble anglo-ruso durante la guerra, Höttl no pusiera en conocimiento de rusos e ingleses tan espeluznante cifra, que tan útil hubiera sido a los Aliados, cuyos servicios de propaganda presentaban a los alemanes, lógicamente, como «los malos».
Así, pues, casi treinta años después de Nuremberg, el único testimonio en favor de la cifra oficial de los seis millones de judíos exterminados por los nazis resulta ser una persona a la que ningún tribunal del mundo otorgaría el menor crédito. 5

1 R. T. Paget: «Manstein, bis Campaigns and his Trial».
2 William Shirer: «Rise and Fall of the Third Reich».
3 Semanario «Week End», Londres 25 a 29 Enero 1961.
4 Para completar el retrato de Höttl diremos que en 1942 fué hallado «deshonesto, tramposo, poco recto» en un informe que las SS hizo sobre él por un asunto de compra-venta de terrenos a Polonia. En 1953, ese «agente británico» fué arrestado por la Policia Militar Americana en Viena por haberse mezclado en el caso de espionaje Verber-Ponger, dos judios que trabajaban para la URSS. El 1961 firmó un «affidavit» para ser usado en el proceso contra Eichmann.
5 Tampoco los principales acusados alemanes en Nuremberg otorgaron crédito alguno a la fábula. Goering y otros negaron resueltamente su realidad. Los demás afirmaron no saber nada de ejecuciones masivas de judios. Hess, Seyss-Inquart, Von Papen, Jodi, Von Neurtah y Doenitz también lo negaron. Sólo condicionando los testimonios presentados a que fueran verdaderos aceptaron más o menos como táctica de defensa (casos Streicher y Kaltenbrunner), la tesis de los genocidios, sin entrar en la cuantía de los seis millones (N. del A.)


Al analizar el  fraude de los Seis Millones, dos consideraciones se presentan de inmediato, a la mente de cualquier observador imparcial.

a) ¿Para qué matarlos?
b) ¿Para qué matarlos de esa manera, precisamente?.

En efecto, ¿para qué matarlos? El problema del III Reich era, al enfrentarse a fuerzas muy superiores en número, el de la mano de obra; el «manpower» como lo llaman los modernos tecnócratas. Parece, pues, muy raro que, disponiendo de tantos judíos – seis millones más los supervivientes, según la tesis oficial los alemanes los mataran, en vez de utilizarlos, precisamente, como mano de obra.

Las técnicas alemanas de aprovechamiento de trabajo de producción en cadena permitían, además, sacar partido de cualquier obrero, débil o robusto, hombre o mujer, en mayor o menor grado, claro está. Entonces, repetimos nuestra pregunta:
¿Para qué matarlos?
Dejando aparte los llamados «campos de tránsito» de prisioneros, en los demás campos de concentración se habían instalado factorías.
 En Auschwitz, por ejemplo, se fabricaba, entre otros materiales, caucho sintético. El profesor norteamericano Arthur Butz, que no es ciertamente un nazi, escribe a este respecto:

«Siendo lo que eran las condiciones económicas, el Gobierno Alemán hizo todo lo que estuvo en su mano para utilizar a los internados en los campos de concentración como mano de obra. Los prisioneros de guerra eran utilizados de acuerdo con las Convenciones de Ginebra y La Haya, que el Gobierno Aleman siguió escrupulosamente, según admitieron luego sus propios adversarios. Así, por ejemplo, los prisioneros de guerra occidentales, ingleses y franceses sobre todo, eran empleados sólo cuando ciertas transformaciones legalistas a trabajadores civiles podían llevarse a cabo. En cuanto a los prisioneros de guerra rusos, eran utilizados indiscriminadamente como mano de obra, ya que al no observar la Unión Soviética las reglas de las Convenciones de La Haya y Ginebra, Alemania se desligó, en reciprocidad, de tal trato con respecto a los prisioneros rusos.» 1

El número de personas registradas en el sistema concentracionario alemán, hasta 1943 era de 224.000, y un año más tarde – 1944 – 524.000. Esas cifras se refieren solamente a campos denominados por los propios alemanes «campos de concentración», y no incluyen los llamados «campos de tránsito», el ghetto de Theresienstadt, el del «Gobierno Central» de Polonia, u otro cualquier tipo de establecimiento cuya finalidad fuera aislar a determinados grupos étnicos. 2
Sumando, pues, las 524.000 personas internadas en 1944, a los demás internados en lugares no específicamente llamados campos de concentración, todos ello representaba una importante mano de obra, aún cuando los alemanes continuaran deficitarios en ese aspecto.


1 Arthur R. Butz: «The Hoax of the Twentieh Century».
2 Id.

Aquí, un inciso nos parece imprescindible: No hubo «campos de concentración» exclusivamente para judíos, pero esta observación debe aclararse, pues habían tres clases de judíos desde el punto de vista oficial alemán.

1– Los judíos internados por razones punitivas o de seguridad.
2– Los judíos no sospechosos específicamente, utilizados como mano de obra –igual que los del grupo anterior–  en general, mejor tratados.
3– Las familias judías (mujeres, ancianos no útiles para el trabajo), que estaban internados en los llamados «Durchgangslager», o campos de tránsito.

Pues bien: si, como dicen los mantenedores del Fraude, hubo, como mínimo, seis millones de judíos – los supuestamente gaseados y cremados – más los supervivientes, pongamos, en total, siete millones.

¿Por qué privarse de tan numerosa, y barata, mano de obra?
¿Cómo no se dieron cuenta, los nazis, del potencial humano que desperdiciaban, al ejecutarlos masivamente?
¿Tan estúpidos eran?
¿Y si eran; efectivamente, tan estúpidos, cómo fué posible que fuera necesaria una coalición cuasi-mundial, durante seis años, sólo para someter a un pueblo gobernado por estúpidos?
¿No constituye, la anterior pregunta, un tremendo insulto a los pueblos de los países Aliados y sus respectivos gobiernos, por haber necesitado de seis largos años, luchando al final en una proporción de veinte contra uno, y todo ello para someter a un hato de fanáticos y sangrientos borregos, que arrojaban piedras contras su propio tejado al privarse de seis millones de obreros que trabajaban gratuitamente?

Hitler, se ha dicho, odiaba a los judíos, y quiso exterminarlos. Bien. Admitido. Hitler no llevaba a los judíos en el corazón, y nunca hizo de ello un misterio.
No obstante, otra pregunta, sencilla pregunta, se nos ocurre:
Si Hitler quiso exterminar a los judíos, a todos los judíos, ¿Por qué no lo hizo? Tiempo para hacerlo lo tuvo de sobras. ¿Porqué, pues, no mando matarlos?

En el periódico norteamericano «International Tribune», 1 reproducido por, otros dos periódicos americanos – ambos dirigidos por judíos – el «New York Times» y el «Washington Post», apareció un artículo en el que se mencionaba que:

 «unos 500.000 judíos residentes en Israel han estado en campos de concentración alemanes».

Es más, el Autor conoce personalmente a judíos que no viven en Israel, sino en España, en Marruecos, en Australia, en Nueva Zelanda, en el Canadá, en los Estados Unidos, en Italia, en Holanda, en Suiza, en el Líbano, etc... y que también sobrevivieron a los campos de concentración nazis.
Pues bien: aún dando por cierta la cifra de medio millón de supervivientes en Israel – que son muchos más– entonces resulta evidente que Hitler no dio orden alguna de exterminarlos. Es obvio que Hitler y su régimen no tenían ningún plan ni ningún deseo específico de matar a los judíos, pues les sobró tiempo para hacerlo, y no lo hicieron.


1 «The International Tribune», New York, 11–VI-1973.


Puestos a matar a seis millones, ¿por qué detenerse precisamente en esa cifra y no acabar, de una vez, el trabajo eliminando al medio millón sobrante?
Decididamente aquellos nazis debían ser muy estúpidos. Pero esa estupidez no se limitaba a destruir deliberadamente un enorme potencial humano en mano de obra, dejando sobrevivir – ¿para qué? – a más de medio millón. La estupidez nazi parece haber alcanzado niveles patológicos.
Por ejemplo: Según los famosos «affidavits» triunfalmente exhibidos por la Acusación de Nuremberg, y aceptados por el Tribunal era corriente que los supervivientes del «Holocausto» hubieron estado en tres, cuatro o más campos de concentración.

De manera que la técnica del exterminio perpetrado por los nazis consistía, pongamos por caso:

En capturar a un judío en Burdeos, llevarle a Alemania, y, desde allí vía Bergen-Belsen, Dachau y Mathausen, transportarle a Auschwitz, precisamente a Auschwitz, donde era – suponemos que según el estado de ánimo del comandante del campo – ya gaseado, ya introducido en un horno crematorio.

¿Por qué tantas complicaciones?
¿Por qué utilizar trenes, emplear guardianes, servicios burocráticos y de intendencia, haciendo pasear por media Europa a aquellos futuros cadáveres?
¿No hubiera sido infinitamente más sencillo obligar al judío de Burdeos a que cavara su propia fosa, pegándole un tiro sobre el terreno, y haciéndole luego enterrar por la siguiente víctima?
Este sencillo sistema, fué puesto, en práctica, en España, durante la pasada guerra civil; concretamente en Paracuellos del Jarama (Madrid).
¿No parece raro que no se les ocurriera una solución tan sencilla y barata a los nazis?.
Al fin y al cabo, de ese modo, con un simple gasto de seis millones de cartuchos, se hubiera evitado la construcción de los crematorios.
Sabemos que incinerar un hombre cuesta dos mil pesetas, y un fusil ametrallador, cuatro mil – sin contar el costo de la construcción de los crematorios – los alemanes podían dotar de un fusil ametrallador a tres millones de soldados, es decir, a casi todos los hombres del Arma de Infantería que luchaban en Rusia.

Por otra parte, llevar «de paseo» a esa inmensa masa de siete millones de hombres, mujeres y niños – seis y medio, o siete, con los supervivientes del «holocausto» – y asignándoles aunque sólo fueran dos soldados para vigilar y custodiar a cien presos, representaba de 130.000 a 140.000 hombres, más otros 15.000, como mínimo, en servicios auxiliares, burocráticos y de Intendencia. En total, pues, de doce a trece divisiones que se podrían haber mandado a luchar en Rusia, en vez de tenerlas paseando por todo el Continente.
Aquí, creemos que se impone otra pregunta:

¿No parece imposible que siete millones de paseantes, los muertos más los supervivientes no fueran vistos por la población civil de media Europa? Y si fueron vistos.
¿Cómo no se enteraron los famosos servicios secretos Aliados?
No puede calcularse el carbón y la electricidad despilfarrados en el paseo de siete millones de judíos a través de Europa. Pero solo suponiendo que desde el lugar de origen hasta el de destino fueran en viaje directo, sin transbordos lo que parece imposible pero vamos a aceptarlo como hipótesis más favorable al punto de vista oficial fueron necesarios no menos de:
2.300 trenes de veinte vagones cada uno, suponiendo que en cada vagón de mercancías se intrdujeran 150 judios... lo que ya es aprovechar bien el espacio (¡!).
Además, debían instalarse, a lo largo del itinerario, cantinas provistas de alimentos y agua. Con personal para atenderlas. ¡Cuántas complicaciones y cuánto gasto  en plena guerra, y ¡todo para que el judío de Burdeos fuera a morir a Auschwitz!.
¡Auschwitz! Justamente, Auschwitz está muy cerca de Katyn, en cuyos bosques los hombres de la N.K.W.D. dieron muerte, por el acreditado sistema comunista del tiro en la nuca, a quince mil oficiales y suboficiales del Ejército Polaco. Previamente les habían hecho cavar sus propias fosas a las futuras víctimas.
Los nazis, que, ya no nos cabe la menor duda, debieron de ser unos tontos de solemnidad, se habían olvidado de Paracuellos del Jarama; al fin y al cabo habían ya transcurrido casi seis años y allí «sólo» mataron a nueve mil personas. Pero lo de Katyn era reciente, para ellos, y había restos de quince mil, cada una con el tradicional tiro en la nuca.
¿Cómo no cayeron los nazis, con una sencilla asociación mental de ideas, en:  el tiempo, el dinero, los hombres – guardianes,  carceleros, funcionarios – los trenes, los materiales de construcción para cárceles, alimento, ropaje a rayas, barracones, crematorios y cámaras de gas;  que habrían ahorrado con la simple adopción del sistema Katyn?
Más sencillo todavía.
El sistema Katyn como el sistema Paracuellos fue llevado a la práctica en condiciones de extrema urgencia. Las tropas alemanas se aproximaban y los quince mil oficiales polacos eran un lastre para los soviéticos. En tales circunstancias, fue preciso que los muchachos de la N.K.W.D. gastaran quince mil cartuchos alojados en otras tantas nucas polacas. Ahora bien: los alemanes tuvieron tiempo de sobras para ejecutar a sus judíos, de haberlo querido hacer: tuvieron seis años, si contamos a partir del comienzo de las hostilidades, y doce años, si contamos desde el momento en que subieron al poder en Alemania. De manera que pudieron haber llevado a cabo la «Operación Israel» sin gasto alguno.
No hubieron sido precisos ni siquiera seis millones de cartuchos – munición cuantitativamente importante y que les hubiera ido muy bien a los sitiados de Stalingrado, por ejemplo – sino que les hubiera bastado con seis millones de martillazos en el occipucio.
Tal vez las anteriores consideraciones pudieran parecer frívolas a un observador causal, pero de lo que no puede haber duda es de que son lógicas dentro del planteamiento oficial del problema de los Seis Millones. Es decir que si los nazis ejecutaron a seis millones de judíos mediante procedimientos tan rebuscados y barrocos como caros e ineficaces – pues todavía permitieron que se les escaparan con vida de medio millón a un millón, según fuentes judías – tenían, forzosamente, que ser unos redomados cretinos.
Y si tal eran ¿qué calificativo aplicar a sus vencedores, que les superaban en número y en materias primas, en una proporción no inferior al veinte por uno, y que para vencerles necesitaron seis largos años de guerra sin cuartel y estuvieron ellos mismos al borde de la derrota?


Más arriba mencionamos que el precio de costo de una incineración se halla sobre las 2.000 pesetas. Hemos obtenido este dato del propio cementerio de la Almudena de Madrid. Si convertimos esta cantidad en gasolina, tendremos que cada cuerpo precisa por lo menos de cincuenta litros de combustible.
Esta cantidad no resulta rara si tenemos en cuenta el combustible que fue necesario para quemar el cuerpo de Hitler. Ciertamente, a un gobierno en guerra el precio de cada incineración le resultará más bajo, pero igualmente le resultaría más bajo el precio del combustible a pesar de obtenerlo, Alemania, mediante la destilación del carbón –, así, pues, la cantidad de litros parece lógica.
En total, para incinerar a seis millones de judíos se necesitarían trescientos millones de litros. Trescientas mil toneladas.
La producción completa teórica de combustible sintético obtenido por Alemania, a plena producción, durante dos meses. Bastante más si se tienen en cuenta los efectos de los bombardeos Aliados contra los centros de producción de combustible sintético alemán y de los pozos petrolíferos de Ploesti, en Rumania. Según Albert Speer, 1 Ministro de Armamentos del Reich, la falta de combustible, de energía, fue causa decisiva de la derrota militar alemana, hasta el punto de que en Diciembre de 1944 justamente cuando, según la tesis oficial del «Holocausto», se hallaba en pleno apogeo el exterminio de los judíos para disponer del combustible necesario para la ofensiva de las Ardenas se tuvo que ahorrar durante meses y aún se contaba con que las fuerzas alemanas se aprovisionarían del combustible capturado al enemigo.
Si tenemos en cuenta que un carro de combate consume aproximadamente diez litros por kilómetro, podremos calcular que la energía consumida para quemar a los judíos hubiese bastado para hacer marchar durante siete mil quinientos kilómetros a las veinte divisiones blindadas de la Wehrmacht que empezaron la ofensiva en Rusia.
En efecto, veinte divisiones blindadas totalizan cuatro mil carros de combate. A diez litros por kilómetro, representan 40.000 litros. Y avanzando sobre 7.500 kilómetros, nos da la cifra apabullante de los 300.000.000 de litros que se utilizaron, según la tesis oficial, en quemar a los judíos.

Moraleja: la batalla de las Ardenas no terminó reexpidiendo a ingleses y americanos a la Rubia Albión porque el combustible que necesitaban angustiosamente los tanques alemanes se estaba empleando en Auschwitz para quemar a unos individuos que hubieran podido ser eliminados sin el menor gasto de energía, aparte de la energía necesaria para asestar los ya aludidos martillazos en el cráneo.
Pero ya que estamos metidos en cálculos, tomemos el problema desde otro ángulo.
Aceptemos, a efectos puramente polémicos, que los nazis asesinaron a seis millones de judíos, y añadámosles los quinientos mil supervivientes, según fuentes igualmente judías.
Esto da un total de seis millones y medio de personas, de las que no creemos constituya una exageración suponer que un quince por ciento podían ser utilizadas en las minas de carbón o en la destilación del mismo para obtener carburante sintético.
Esto nos da, aproximadamente, un millón de trabajadores. En las diversas fases de la producción de carburante sintético desde la extracción del carbón en las minas hasta la destilación del mismo en las plantas industriales los alemanes empleaban, en 1943, una mano de obra evaluada en dos millones de personas. 2

1 Albert Speer: «Memorias».
2 [Falta]

Apelamos al sentido común del lector: Si desde Winston Churchill, en sus «Memorias», hasta Eisenhower en su «Cruzada en Europa», pasando por el ya aludido Ministro alemán de Armamentos, Albert Speer, existe unanimidad total en que el punto más débil de Alemania era la escasez de combustible, ¿puede concebirse que no sólo despilfarraran los nazis nada menos que trescientos millones de litros, sino que precisamente materializaran tal despilfarro en la incineración de una potencial mano de obra que iba a permitirles incrementar su producción de combustible en un cincuenta por ciento? Con un cincuenta por ciento de combustible los tanques de Rommel no se hubieran detenido, con sus motores vacíos, ante un enemigo a la desbandada, a la vista del Canal de Suez. Con un cincuenta por ciento más de combustible la «Operacióin ciudadela», al Nordeste de Moscú, hubiera sido una batalla de aniquilamiento y no una operación de desgaste saldada con una retirada, Con un cincuenta por ciento más de combustible los tanques alemanes, en vez de permanecer parados en la nieve, hubieran penetrado por el frente, hecho trizas, en las Ardenas y vuelto a ocupar Paris que ya americanos y gaullistas abandonaban precipitadamente. Con un cincuenta por ciento más de combustible, en fin y sin olvidarnos del estúpidamente despilfarrado en los crematorios los científicos alemanes hubieran llegado antes a la producción de la bomba atómica. Bien sabido es que en la carrera hacia esa entonces arma absoluta, los alemanes llevaban ventaja. Los anuncios de Goebbels sobre las «armas secretas» que pondrían fin a la guerra no eran, contra lo que afirmaban los Aliados, fanfarronadas propagandísticas.

Si los Aliados tardan unas cuantas semanas más en materializar su victoria, puede asegurarse que el resultado de la contienda hubiera sido diametralmente diferente. Esto lo han admitido personalidades tan dispares y de tanta calidad como Churchill y Einstein. Venciendo en cualquiera de las tres batallas que no pudieron coronarse con un espectacular triunfo por falta de combustible, los alemanes hubieran ganado no unas semanas, sino varios meses.
El signo de la guerra hubiera cambiado. Para su desgracia y, al mismo tiempo, para bendición del Estado de Israel, el principal beneficiario del Mito de los Seis Millones, los nazis no se dieron cuenta del combustible que despilfarraban y de la mano de obra gratuita de que se privaban.
No cabe duda. ¡Los nazis eran unos estúpidos!, ¡Si llegaran a ser listos!



OTROS LIBROS DE INTERES:


DERROTA MUNDIAL de Salvador Borrego 

Salvador Borrego Escalante (Ciudad de México; 24 de abril de 1915) es un periodista y escritor mexicano. Fue director técnico de 37 periódicos y director fundador de varios de ellos. Ha publicado más de 33 libros en campos como Historia militar, Política, Economía,Sociología, Periodismo, Filosofía y Religión, textos que han recibido fuertes críticas y le han acusado de antisemitismo debido a que coloca a los capitales e ideología judía internacional como los causantes de la Segunda Guerra Mundial. Junto a Joaquín Bochaca, es considerado uno de los primeros representantes del revisionismo histórico de habla hispana.








-LOS CRIMENES DE LOS BUENOS de Joaquín Bochaca

      Si esta bueno recomendado. Como digo aunque Bochaca es nacionalsocialista, el libro es bastante objetivo sobre todo al basar su trabajo en fuentes aliadas.




Link para descargar en PDF LOS CRIMENS DE LOS BUENOS



-LA INDUSTRIA DEL HOLOCAUSTO de Norman G. Finkelstein


No se queda atrás por el hecho de ser hijo un de supervivientes de los campos de concentración de Auschwitz y Majdanek. En la actualidad Finkelstein es profesor en la Universidad de DePaul en Chicago y escribe para la London Review of Books. (Este libro básicamente se tratan tres aspectos concretos, siempre bajo un telón de fondo de denuncia, que es el uso que Israel y el lobby judío internacional han hecho del Holocausto en la II Guerra Mundial)



Link sobre el libro: INDUSTRIA DEL HOLOCAUSTO
Link para descargar en PDF INDUSTRIA DEL HOLOCAUSTO
-EL JUDIO INTERNACIONAL: Un problema del mundo escrito por Henry Ford
Este no lo tengo pero se podría encontrar en línea o físico.





También puede ver el siguiente artículo:


EL JUDÍO QUE DERRIBÓ EL MITO DEL HOLOCAUSTO: JOSEPH BURG.




OTROS LIBROS DEL MISMO TEMA MUY RECOMENDADOS:









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