PARTE 2
Una
objecion clasica PAG. 43
Antes de seguir adelante creemos que
debemos atenernos ante la objeción que se presenta, siempre, a los que se
niegan a reverenciar al ídolo; a los que se niegan a damitir el fraude de esa
cifra absurda de seis millones de exterminados. La objeción se formula, invariablemente,
después de un sencillo manejo de cifras o la exposición de un razonamiento que
prueba la falsedad de la tesis oficial. Entonces, se replica que nadie habría osado
inventar un cuento tan extraordinario como el de los seis millones; que nadie
podría poseer una imagínación tan delirante y, en el improbable supuesto de que
la poseyera, el evidente riesgo en que incurriría al pergeñar tan gigantescas
mentiras acabaría por disuadirle de su empeño. Este argumento implica que la
mera existencia de la leyenda presupone la realidad de sus partes esenciales,
aún cuando aquí y allá pudieran detectarse exageraciones e incluso invenciones.
Este argumento parece, superficialmente, muy lógico. Se basa, sobre todo, en la
aceptación general de la leyenda; la gente está convencida de que nadie seria
tan osado, ni tan cínico, como para inventar una mentira tan colosal.
No obstante, el razonamiento es falso,
pues la Historia – y, sobre tódo, la Historia del Pueblo Judio, contada por los
mismos judíos – nos proporciona numerosos ejemplos de aceptación popular de
mentiras gigantescas, como el éxito trompetero de Josué ante las murallas de
Jericó o la histérica caza de brujas en la Alta Edad Media. La aceptación
general de una idea no es, precisamente, una credencial de infabilidad. La
Tierra era tan redonda en siglo IV como al atardecer del 12 de octubre de 1492,
y se movía en el instante en que contra Galileo se fulminaba una condena papal.
Que la tesis oficial de los seis millones tenga que ser auténtica porque ha
sido aceptada por el consenso general no significa necesariamente que sea
cierta. El argumento puede, muy facilmente, volverse del revés con sólo
recordar que también en Alemania, en la época hitieriana, existia un consenso
general anti-judio, como existía en todo el mundo cristiano en la Edad Media y
principios de la Edad Moderna. El argumento de la aceptación general de una
determinada tesis no vale, pues, nada en absoluto. La Verdad, con aceptación
general o sin ella, siempre será la Verdad. Pretender que el consenso popular
es válido cuando se trata de avalar la tesis de los seis millones y es falso
cuando se manifiesta en unas votaciones democráticas aplastantemente favorables
a Hitler, es una siniestra idiotez que no resiste un examen serio.
Es sumamente irónico que Hitler, en el
Capitulo X de «Mein Kampf» anticipara la técnica de la «Gran Mentira» cuando,
al descubrir el modus operandi de los agitadores judíos en Alemania, afirmaba
que, cuando mayor era una mentira, más probabilidades tenía de ser creída,
porque precisamente el hombre medio reacciona afirmando que una enormidad tan grande
no ha podido inventarla nadie.
Más irónico es todavía que los más
absurdos relatos de exterminios masivos aparezcan en la literatura talmúdica
judía y en el Antiguo Testamento. He aquí algunos ejemplos de ello:
Adriano, cónsul romano en Egipto en el
año 200, exterminó a la población judía de Alejandría, según el Talmud, o le
causó importantes bajas según modernos historiadores. 1
Ahora bien: el Talmud afirma que el
número de judíos exterminados en Alejandría fué de 1.200.000, cuando según cualquier historiador solvente 2 la población de aquella ciudad en tal época no pasaba de
los 500.000, y en ella los judíos sólo
eran una relativamente importante minoría.
Digna de mención es, también, la
revuelta de Bar-Kochba, un judío que se declaró Mesías en el siglo II de la Era
Cristiana, y se sublevó contra los romanos. Aún cuando la población judía de
Palestina era, en aquél entonces, de unos 500.000 habitantes, el Talmud asegura
que el ejército de Bar-Kochba se componía de 200.000 soldados. Esto es sencillamente
imposible; pero sigamos. Bar-Kochba abandonó Jerusalén y se hizo fuerte en la
ciudad amurallada de Bethar, pero la ciudad fué tomada por los romanos tras un
asedio tremendo y toda la población de Bethar isesinada. Esta es al menos la
versión oficial judía. 3
En todas las historias de Roma que
hemos podido consultar, desde la de Gibbon hasta la de Mommsen, el episodio de
la toma de Bethar se le da una importancia minima, y tengamos en cuenta que en
la batalla de Cannas hubo unos setenta mil muertos y en la cuenta de Zama – tal
vez la victoria más importante de Roma en su lucha con Cartago – setenta mil. Rarísimo,
pues, que historiadores de la talla de los citados omitan mencionar la toma de
Bethar como una gran victoria.., pues gran victoria debía ser capturar una
plaza defendida por 200.000 guerreros a los que hubo que exterminar en su
totalidad. Esto parece casi milagroso que haya sido unánimemente omitido por la
totalidad de los historiadores.
Más milagroso aún parece que en la
pequeña plaza fuerte de Bethar pudieran cobijarse nada menos que 200.000
guerreros, si tenemos en cuenta que las dimensiones eran de 600 metros de profundidad por
doscientos de anchura, según fuentes judaicas de indiscutible calidad. 4
Si
la aritmética, no miente, para albergar a 200.000
guerreros, con sus lanzas y corazas, y suponemos que sus escuadrones de caballería,
en un rectángulo de 120.000 metros
cuadrados, sería preciso distribuirlos de manera que tocaran a ... 0,6 metros cuadrados por guerrero.
Estamos por creer que la guarnición de Bethar no murió a causa del ardor bélico
de los romanos sino de claustrofobia y asfixia. Y, no obstante, las citadas fuentes
judías, insisten en que la lucha fué épica y la resistencia heroica. El mismo
Bar- Kochba, era tan fuerte y tan ágil que cogía al vuelo las piedras arrojadas
por las catapultas romanas y las devolvía de un sólo movimiento al campo de
origen. 5
Debieron
transcurrir dieciocho siglos para que una tal proeza fuera repetida por Popeye
tras ingurgitar apresuradamente una ración de espinacas.
Para terminar con el abracadabrante
episodio de la toma de Bethar, muy seriamente relatado, con pelos y señales,
por el Talmud, mencionaremos que el número de judíos exterminados por los
romanos, queremos suponer que ya no en Bethar, sino en el resto de Palestina,
fue de ... ¡40 millones! Repetimos:
Cuarenta millones. Y para ilustrarnos sobre la verosimilitud de la cifra, se
asegura que la sangre de los judíos exterminados llegaba hasta los belfos de
los caballos romanos y se perdía, como un río, en el mar, cuyas aguas teñía en
una extensión de seis kilómetros.
Los romanos fueron tan eficientes como
los alemanes: la sangre de los judíos fué utilizada como fertilizante de las
viñas, y sus huesos para hacer amuletos.
1 [falta]
2 [falta]
3 [falta]
4 Encyclopedia Judaica, Vol. IV, pag. 735.
5 Midrash Rabbah.
La literatura talmúdica no estaba
destinada al consumo de millones de lectores, y así sus autores tuvieron una
mayor libertad de acción que los inventores del mito de los seis millones, que
debieron tener en cuenta el posible escepticismo de masas importantes de
«gentiles». Y, como señala muy bien A.
R. Butz, autor norteamericano que no es precisamente un nazi, 1 puede ser significativo que dos rabinos, Weissmandel y Wise,
jugaran un papel tan importante – tal como luego veremos – en el nacimiento del
mito, y especialmente en la leyenda del campo de Auschwitz.
La
Biblia y, concretamente, el Antiguo Testamento, está llena de relatos muy seriamente
creidos por grandes masas de cristianos y suponemos que por la mayoria de judíos:
los tratos y pactos particulares de Jehová con «su» pueblo – Pueblo Elegido – , regalándole la Tierra de Canáan y
prometiéndole que las naciones y reinos que no se sometan a Israel perecerán:.
«Y tú, lsrael, chuparás la leche de
los Gentiles y los pechos de los Reyes...»; 2
El episodio del cruce del Mar Rojo,
con sus aguas que se separan para que pasen los israelitas y se vuelvan a unir
para sepultar al ejército del Faraón persecutor; o el de las murallas de Jericó
derrumbándose ante el estruendo de las trompetas judías, o el sol que se para
(¡?) al escuchar Jehová la petición que le hace Josué para que este pueda
degollar a sus vencidos adversarios antes de que llegue la noche...
(¡Admirable!); para no hablar del «maná» en el desierto, de la inaudita pelea
entre David y Goliat (probablemente un ingenuo atleta que se presentó al combate
y fué sorprendido por una pedrada del mequetrefe David); o del «ángel
exterminador» mandado por Jehová atendiendo la demanda de Moisés, para que ejecutara
con su espada, con premeditación, alevosía y nocturnidad, a los primogénitos de
cada una de las familias egipcias; curioso ángel éste, que descubría a los
primogénitos sin ayuda pero en cambio necesitaba que los judíos le indicaran
previamente las casas en que vivían egipcios, mediante una señal, trazada con
sangre de cordero en la puerta de las mismas. 3
Esta estupenda colección de
incongruencias la han creído – y muchos, aún la creen – docenas de millones de
personas de todas las épocas. La doctrina de consenso general, empero, no le ha
proporcionado ni un átomo de verdad. El último reducto de la objeción consiste
en lo que podríamos llamar «formulación humanitaria». Tras un sin fin de argumentos
y de cifras, el bien pensante, que se aferra al mito de los seis millones como
un náufrago a un salvavidas, exclama:
«Bien. Tal vez
no fueron seis millones, pero sólo con que hubiera sido uno, ello constituiría
un crimen horrendo».
Estamos
completamente de acuerdo en que todo homicidio injustificado es un horrendo
crimen, pero aún vamos más allá: creemos que todos los homicidios
injustificados – tanto si se trata de judíos como si se trata de «gentiles» –
lo son igualmente. Y, aparte de que si «sólo fué uno», ya va siendo hora de que
se diga, queremos insistir en que el objetivo de la presente obra es demostrar que
el mito de los seis millones es completamente falso y que, en todo caso, los
que murieron no fué a causa de unas medidas derivadas de una política oficial
del III Reich, sino que los avatares de la guerra y de las condiciones
generales de vida en los campos de concentración, tema del que vamos a
ocuparnos a continuación.
1 Arthur R. Butz: «The Hoax of
the Twentieth Century».
2 Libro de Isaías: LX, 10, 12– 16.
3 Exodo, XII, 21 a 34
En un principio, la propaganda de los
vencedores pretendió que, todos o casi todos, los campos de concentración en
territorio controlado por los alemanes habían sido campos de exterminio de
judíos y de otros grupos raciales halógenos, como los gitanos. El «Congreso
Mundial judío», que admitió en 1948, que tuvo el monopolio de la preparación de
las «pruebas» de las atrocidades nazis exhibidas en el Proceso de Nuremberg
presentó – tanto en el aludido Proceso como en casi todas las salas
cinematográficas del mundo – docenas de películas en las que se mostraba el
estado de los campos a la llegada de los libertadores Aliados.
Tal vez el film más conocido de los
muchos exhibidos fue el que presentaba atroces escenas en el campo de
Buchenwald. Durante cuatro años este film fue pasado en los cinematógrafos de
los cinco continentes, como preludio de interminables colectas destinadas a
aliviar la suerte de los pobres supervivientes y de los parientes de los muertos.
Hasta que un buen día se demostró que tal film había sido tomado por orden de
las autoridades alemanas, pero no en Buchenwald, sino en Dresde.
Se trataba, en realidad, de atrocidades Aliadas; de las víctimas del
ataque aéreo llevado a cabo por la RAF contra la ciudad hospital de Dresde,
repleta de refugiados del Este. La película fué discretamente retirada de
circulación, pero otras siguieron – y siguen – martirizando retinas y cerebros
de las masas, especialmente las europeas y sobre todo las alemanas, cuyo complejo de culpabilidad con relación
al Sionismo debe ser cuidadosamente entretenido. El Autor recuerda haber
asistido, en el Consulado Británico de Madrid, a la proyección de un film «documental»
sobre el campo de Bergen-Belsen. En el mismo aparecían numerosas vistas de la
famosa cámara de gas, donde murieron según unas fuentes unos 100.000 judíos y según otras, más de 400.000.
Pero luego, el Premio Nóbel británico,
Sir Bertrand Russell, al que ni
remotamente podría tildarse de germanófilo, y aún menos de nazi, reconoció 1 que en el campo de Belsen no hubo, contra lo que
pretendió la propaganda de los vencedores, ninguna cámara de gas. Hubo, simplemente, una cámara de duchas,
que fué filmada y presentada como una «cámara de gas».
El edificio de mentiras fué
derrumbándose poco a poco, piedra por piedra; Hasta que el «Institut für
Zeitgeschichte» (Instituto de Historia Contemporánea), de Munich, siempre en
vanguardia del llamado «resistencialismo» alemán (antinazi), y plagado de
hebreos en sus cargos de dirección, se vio obligado a comunicar a la prensa
que:
«Las cámaras de
gas de Dachau y de Belsen no fueron nunca terminadas ni puestas en acción. Las
exterminaciones masivas de judíos empezaron en 1941 1942, en algunos lugares de
Polonia, pero, en ningún caso, en territorio aleman».
«En ningún caso
en territorio alemán»,
dice el Instituto de Historia Contemporánea. Pero como es un hecho que, hoy en
día, existen instalaciones bautizadas como «camaras de gas» en los antiguos campos
convertidos en museos para la edificación de las masas, cuyo complejo de
culpabilidad y amor por lo morboso debe ser continuamente atizado, el Instituto
de Munich debiera, en realidad, decir:
«Las cámaras de
gas no fueron puestas en funcionamiento durante la guerra, pero fueron construidas
por los Aliados, después de la guerra, a efectos probatorios».
El instituto de Munich sabe hacer bien
las cosas. Excepto para Juan Pueblo, que engullirá ingenuamente cualquier cosa
que le repita suficientemente la Radio, la Prensa o la Televisión al servicio
de las Fuerzas Políticas establecidas, resulta evidente que la historia de las cámaras
de gas es insostenible.
En cuanto a los crematorios, todos los testimonios de primera mano han
coincidido en afirmar que se utilizaban para incinerar los cadáveres de los fallecidos
a causa de las epidemias, la inanición y los bombardeos. 2
Entonces, los resistencialistas de
Munich sitúan las «cámaras de gas» en Auschwitz, en la actual Polonia bolchevizada,
donde las autoridades comunistas locales no permiten la realización de ninguna
encuesta histórica seria, y el historiador se ve obligado a creer en el
testimonio de las honorables autoridades comunistas bajo palabra de honor.
En el epígrafe «Organización del
Boicot contra Alemania» hemos visto que la política oficial del III Reich
favorecía el llamado «Plan Madagascar», el cual, por razones técnicas y, sobre
todo, por el desarrollo de los acontecimientos bélicos, no pudo llevarse a
cabo. En tales circunstancias, la primera providencia que se tomó fué internar
gran parte de los judíos en campos de concentración, razonándose tal medida en
el hecho de que siendo los judíos un enemigo interno que, además, integraba los
núcleos de mando de los llamados «movimientos
de resistencia», no podía dejárseles sueltos entre la población civil por
razones elementales de seguridad.
1 Sir Bertrand Russell: «The
Scourge of the Swastika».
2 Conviene aqui citar el caso narrado por Paul Rassinier
(en «La Mentira de Ulises») del bombardeo de Buchenwald por la aviación Aliada
(Los americanos solían bombardear de noche y arrojaban sus bombas en cualquier
aglomeración urbana). Cuando los aliados ocuparon Buchenwald, abrieron las
fosas donde yacían enterradas sus propias víctimas y fotografiaron la lúgubre
escena, para utilizarla como prueba de la brutalidad nazi (N. del A).
Como ya hemos visto, los Aliados,
americanos y rusos, por no mencionar a los ingleses, 1 procedieron de igual – o peor (¡!) – manera con sus
ciudadanos halógenos o simplemente sospechosos de deslealtad.
Por otra parte, ello es perfectamente
comprensible, dado que en las guerras modernas, agónicas y existenciales, los
pueblos se juegan su propia vida como tales, y en esas circunstancias es
excesivamente candoroso creer que, en plena guerra, se va a proceder a estudiar
caso por caso, con todos los formalismos legales, para decidir, según derecho,
a qué enemigo potencial hay que internarlo en un campo de concentración, y a
cual se le puede dejar transitoriamente libre, otorgándole el beneficio de la
duda, que siempre juega a favor del acusado. 2
Conviene precisamente, además, que no
todos los judíos que se encontraban dentro del ámbito político-militar alemán
fueron internados en campos de concentración. Cuando los alemanes ocuparon
Polonia, en el Otoño de 1939, confinaron a los judíos polacos en ghettos, por
razones de seguridad militar. La administración interna de esos ghettos estaba en manos de Consejos Judíos,
elegidos por los propios judíos, controlados, a su vez, por una fuerza de
policía judía.
Para prevenir la especulación, las
autoridades alemanas obligaron a los judíos de los ghettos a utilizar unos
vales especiales, que hacían el papel de moneda, y sólo tenían curso en el
interior de dichos ghettos. Que el confinamiento forzoso en un ghetto
precisamente un placer para los
internados es innegable, pero de ahí a describir los ghettos como «centros de
exterminación», o de «muerte lenta», como afirman los autores judíos Kogon y Uris, media un abismo.
En el ghetto de Varsovia se hallaban concentrados
unos 400.000 judíos, mientras otros 500.000 estaban en otros ghettos y algo
más de 200.000 en la zona denominada
«Gobierno General de Polonia». En
julio de 1942, Himmler ordenó que todos los judíos polacos fueran concentrados
en campos de detención en donde se aprovecharían como mano de obra. No debemos olvidar que los campos de concentración
– con la única excepción de los llamados «campos de tránsito» – estaban ubicados
junto a zonas fabriles. En ellos no se encontraban tan sólo judios – tal
como parece dar la impresión la impresionante literatura concentracionaria –
sino que sobre todo prisioneros de guerra y elementos asociales.
Entre Julio y octubre de 1942, casi
las tres cuartas partes de la población del ghetto de Varsovia fueron evacuadas
y transportadas a campos de detención y trabajo, habiéndose efectuado el
transporte bajo la supervisión de la Policía Judía. Esto, al menos, era la
versión oficial o, en todo caso, lo que creía la Administración Penitenciaria
Nazi, porque en una visita sorpresa llevada a cabo por Himmler a Varsovia en
Enero de 1943 se descubrió que en el ghetto habían muchísimos más judíos – que
se suponía se hallaban en campos de concentración – de los que teóricamente
debía haber, y que 24.000 judíos registrados como trabajadores en las fábricas de
armamento trabajaban, de hecho, ilegalmente, como sastres y peleteros. 3
1 En la llamada «Madre de las Democracias», a instancias
de Churchill, se impuso un «decreto-ley» (que naturalmente no fué votado por el
Parlamento) llamado «18 B Regulation». Segun tal «regulación», cualquier
ciudadano inglés simplemente sospechoso – sin pruebas – de sustentar reservas
mentales a propósito de la conveniencia de la guerra contra Alemania por
proteger (?) a Polonia podía ser encarcelado indefinidamente. La medida afectó
a unas tres mil personas desde comunes ciudadanos hasta miembros del Parlamento
(Mosley) y heroes de la I Guerra Mundial (Almirante Domvile). (N. del A)
2 Es un hecho histórico bien establecido que los
inventores del sistema moderno campos de concentración fueron los ingleses, en
la guerra de los Boers, en el Transvaal, a principios de siglo. 120.000 no-combatientes
Boers, y 75.000 negros sospechosos de hostilidad hacia Inglaterra, fueron internados
em campos de concentración. El coeficiente de mortalidad llegó al 7% anual, y
al final de las hostilidades, 20.000 y 10.000 negros – en su casi totalidad
ancianos, mujeres y niños – hallaron la muerte. (Ameru,
«The Boer War» – G.M. Trevelyan «History of England).
3 Manvell & Frankl (autores judíos): «Heinrích
Himmler».
Cuando se produjo la sublevación
armada del ghetto de Varsovia, los judíos, que «habían practicado masivamente el contrabando de armas, dispararon
contra destacamentos de las SS y unidades de la Wehrmacht que custodiaban a
columnas de prisioneros, matando a muchos». 1 Los sublevados del ghetto de
Varsovia contaron con el apoyo de guerrilleros polacos y del ‘Polska Partía Robotnicza’, o Partido
Comunista Polaco, en el que los judíos abundaban. En tales circunstancias
los ocupantes, atacados por un movimiento de guerrilleros sin uniformar, se
comportaron como lo haría, y como siempre lo ha hecho, cualquier ejército, en
cualquier época, es decir, se presentaron en el lugar del alzamiento armado y,
al negarse a rendirse los sublevados, dispararon contra ellos y los redujeron militarmente,
hasta que capitularon.
Debe tenerse en cuenta que el proceso
de la evacuación del ghetto hubiera continuado pacíficamente de no haber
planeado los extremistas judíos la sublevación. Cuando el Teniente General de
las SS, Stroop penetró en el ghetto
fué atacado con ametralladoras y perdió doce hombres. Los alemanes y polacos
que luchaban a su lado perdieron más de cien hombres y más de trescientos
resultaron heridos. Los alemanes, entonces, se retiraron al exterior del ghetto
y abrieron fuego de artillería, causando a los sublevados alrededor de unos
doce mil muertos. Tras capitular, unos 56.000
judíos que había, en mayor o menor grado, tomado parte en el alzamiento armado,
fueron internados en campos de concentración.
En Eslovaquia, los judíos permanecieron,
en su mayoría, libres, por lo menos hasta 1943, y muchos de ellos lograron, a
través de Rumania y Bulgaria, llegar a territorio turco, huyendo de la tutela
nazi. Algo parecido ocurrió en Grecia, mientras en Serbia y Croacia
numerosísimos judíos formaban parte de las bandas de «partisanos» de Tito.
En la Francia de Vichy, entre 150.000 y 200.000 judíos permanecieron sin ser, apenas, molestados, durante
toda la guerra. En la Zona Ocupada, numerosos judíos fueron deportados a
Alemania y confinados en campos de cóncentración. La acuciante necesidad de mano
de obra impulsaba a los alemanes, cuando el Servicio Voluntario de Trabajo no
daba para más, a utilizar prisioneros de guerra, presos políticos y elementos
halógenos o sociales o políticamente peligrosos, como judíos, gitanos, o
miembros de sectas juzgadas antinacionales,
como los Testigos de Jehová.
La política judía del III Reich fué
definida, según parece, de forma oficial, en la Conferencia de Gross Wannsee,
en las cercanías de Berlín, el 20 de Enero de 1942. Según Léon Poliakov 2 dicha Conferencia estuvo presidida por Reinhardt
Heydrich, pero se hallaban presentes representantes de todos los Ministerios
del Reich, incluyendo a Eichmann, que representaba a la Gestapo. Poliakov
afirma que en Gross Wannsee se decidió el exterminio de todos los judíos bajo
control de Alemania, pero no se molesta en aportar pruebas de tal afirmación.
Tres autores judíos, muy a menudo citados en subsiguientes procesos por
«crímenes contra la Humanidad» – eufemismo que designa el supuesto asesinato de
judíos por los nazis – Reitlinger, Manveil y Frankl aseguran qúe las minutas de
la Conferencia de Gross Wannsee están redactadas en un lenguaje impreciso, para
camuflar que se trataba de eliminar físicamente a los judíos. 3
1 Id.
2 Léon Poliakov: «Le Troisième Reich et les juifs».
3 Gerald
Reitlinger: «The Final Solution».
Por ejemplo, cuando Heydrich, según
los memorándums, afirmaba que había sido comisionado por Goering para encontrar
una solución al problema judío, ello significaba que Goering le había dado instrucciones
para que procediera a asesinarlos en masa. Según las minutas, Heydrich dijo:
«El desarrollo de la guerra ha hecho
imposible la puesta en marcha del Plan Madagascar... El programa de emigración
ha sido, ahora, reemplazado por la evacuación de los judíos tan hacia el Este
como sea posible, y todo esto con la previa autorización del Führer.» 1
Allí
– en el Este – continuaba Heydrich, su trabajo debía ser utilizado. Con tal motivo
se había convocado en Gross Wannsee a altos funcionarios del Ministerio de Trabajo.
También
según las minutas de la Conferencia citada, los judíos en el inmenso ghetto de
Europa Oriental – en el Gobierno General de Polonia – a que llegara el final de
la guerra, «momento en que se llevarían
a cabo conversaciones a nivel internacional que decidirían su futuro». Manveil y Frankl, impertérritos, no se
dejaron influenciar por el texto de las minutas, en las que no hay
ninguna referencia a genocidio de los judíos europeos. Según ellos «en la
Conferencia de Wannsee se evitaron las referencias directas al exterminio de
los judíos, pués Heydrich prefería utilizar el término «Arbeitseinsatz im Osten» (asignación de trabajo en el Este). Lo que
no explican Frankl y Manveil es por qué debemos traducir «asignación de trabajo
en el Este» por «exterminio», rechazando a priori, porque si, que «asignación
de trabajo en el Este» signifique simplemente «asignación de trabajo en el
Este» y nada más.
La
falta absoluta de pruebas documentales que den consistencia a la teoría de que hubo
un plan oficial de exterminio de los judíos ha hecho que se adoptara el hábito
de reinterpretar los documentos alemanes que se conserven. Así, por ejemplo,
cuando un documento alemán habla de «deportación»,
inmediatamente se indica que ello significa «exterminación».
Los exégetas, naturalmente, omiten
precisar en qué se basan para tales interpretaciones. Manveil y Frankl afirman
que se utilizaron diversas expresiones para camuflar la expresión «genocidio».
Por ejemplo la palabra «Ausrottung». Que puede traducirse por «desenraizar» y también por «deportar», significaba, cuando la
empleaban Heydrich, Müller, Himmler, Goering, et alia «asesinar».
También significaban «asesinar» «aussiedlung»,
que en alemán corriente pudiera traducirse por «expulsar» y «Überforderung»,
que significaba, «transportar» (???)
2
Todo es, pues, simple. Cuando un texto
no incrimina a un acusado, se afirma que este se expresa en una especia de
lenguaje cifrado. La clave de tal lenguaje esotérico ha sido hallada por la
Acusación, que no se digna descifrarlo a los simples mortales, los cuales deben
creer al Fiscal, – que es, al mismo tiempo, Juez y Verdugo– cual su éste
pontificara ex cátedra. Así, naturalmente, puede llegar a demostrarse lo que se
desee. Así, por ejemplo, cuando Reitlinger afirma que cuando Himmler dió la
bien conocida orden de mandar a todos
los
deportados judíos hacia el Este (se refería a los judíos polacos), lo que
Himmler quería
decir
a sus subordinados era «matarlos». 3
1 Manvell & Frankl: «Heinrich
Himmler».
2 Id.
3 reitlinger, ibid.
Y, no obstante, bueno será tener
presente que los alemanes, tanto antes, como durante y después de Hitler, han tenido siempre una acentuada propensión
a la burocracia; a guardarlo todo por escrito, y de manera bien precisa. Esto es como un rasgo nacional alemán,
y cualquiera que haya tratado con alemanes en un plano profesional podrá atestiguarlo.
No obstante,
entre las docenas de miles de documentos de la S.D, la Gestapo, la Abwehr, la
Wehrmarcht, la SS, la SA, los famosos y prolijos archivos de Himmler y las
propias órdenes directas del Führer en el transcurso de la Guerra no se
encuentra ni una sóla orden de exterminio de grupos raciales, ya se trate de
judíos, de gitanos, o de quien quiera.
Esto ha sido admitido por el Centro Mundial de Documentación Judía
Contemporánea de Tel-Aviv, el cual se ve reducido a afirmar, sin pruebas, y
haciendo un verdadero «proceso de intenciones» a los jerarcas nazis, que éstos
empleaban una especia de lenguaje cifrado. Ahora bien, Ese lenguaje cifrado
¿para qué?, nos preguntamos.
¿Para guardar el secreto del
genocidio?
¿Es que puede, seriamente, creerse que
si se emplea un lenguaje en clave en las altas esferas del Gobierno, con objeto
de matener el secreto, se va en cambio. a permitir que se conozca en los
escalones inferiores del mando?...
¿O es que en tales escalones también
se usaba un lenguaje cifrado?
¿Cuando Hitler ordenaba a Himmler que
matara a varios millones de judíos utilizaba circunlocuciones y metáforas para
disimular Dios sabe ante quién, mientras que el Sargento SS Schmidt le ordenaba
crudamente al Cabo SS Müller que preparara las parrillas de Auschwitz para asar
a unos cuantos miles de judíos?
¿No es absurdo suponer que las
precauciones llevadas a extremos sibariticos se observaran solo en las altas
esferas del mando mientras en los escalones mas bajos. es decir, los mas
vulnerables y, logicamente de menor confianza, no se observaran?. Y, si se
observaban,
¿No nos hallamos ante el caso, único
en la historia, de un «lenguaje cifrado», utilizado por cientos de miles de
guardianes. carceleros y funcionarios, lenguaje cuyo código fueron incapaces de
descifrar los servicios secretos de tres docenas de países contendientes?
Oscar Wilde ha dicho que un secreto
entre dos es un secreto a voces y un secreto entre tres un anuncio en una
gaceta. Sabido es que el pueblo alemán tiene fama de discreto, pero una tal
discreción en ese asunto del «lenguaje cifrado» parece. en verdad, un suceso
mágico; casi tan mágico como el de las trompetas de Jericó o el Maná en el Desierto.
Por mucho que quieran torturarse los textos, subvirtiendo el significado de las
palabras. la politica oficial del III Reich en relacion con los judios fué de
«desenraizarlos» (Ausrottung) de Europa, favoreciendo su emigracion a
Magadascar. Cuando el desarrollo de la guerra hizo practicamente imposible esa
solucion. se adopto. transitoriamente, la de deportarlos al Este de Europa, a
Polonia y a Rusia Blanca. Esa era la «Endlösung», la famosa «Solución
Final».
Naturalmente, «Endlösung» se ha
traducido por «matanza colectiva», siguiendo en la linea del lenguaje cifrado,
tan cara a los cultivadores de la exotica planta del fraude concentracionario.
Naturalmente, se arguirá que, además del lenguaje cifrado utilizado por los
jerarcas nazis cuando se referian al presente tema, existe la evidencia legal
proporcionada por numerosos testimonios alemanes.
Ahora
bien: examinemos objetivamente tal «evidencia legal».
Un
escritor de tan elevada categoría – entre los mantenedores del fraude – como León Poliakov se ve forzado a admitir:
«Las tres o cuatro personas relacionadas
con el esquema general del plan para la exterrninacion total de los judíos han
muerto, y no queda ningún documento» 1
No obstante, los muchísimos documentos
que. de hecho. quedan, no hablan para nada de los planerde exterminacion. Entonces.
Poliakov, Manvell, Frankl, Reitlinger, Kogon y un largo etcetera de autores
judios - por cierto rarisimo que todos sean judíos aluden al ya mencionado
lenguaje cifrado y, cuando conviene, a las órdenes verbales. Fantastico,
también, eso de las «órdenes verbales», no ya en un estado disciplinado y superorganizado.
sino en cualquier estado moderno. Un buen dia, el Führer, en un acceso de colera,
llama a Goering y le dice que diga a Heydrich, que éste diga a su inmediato
inferior que, en cascada, se vaya diciendo a las personas a quien pudiera
interesar, que monten unas parrillas en
Auschwitz, y unas cámaras de gas enPolonia – precisamente, en Polonia – con objeto
de que el cabo Müller (de las SS), proceda a exterminar, con su pelotón de
soldados, a determinado número de judíos. Manveil y Frankl son, en este asunto,
sencillamente deliciosos. Afirman que:
«la política de genocidio parece haberse
decidido después de unas reuniones secretas entre Hitler y Himmler.» 2
1 Léon Poliakov: «Le Troisième Reich et les Juifs».
2 Manvell &
Frankl, id.
William Shirer, un autor judio que
escribio el conocidísimo libro «Ascenso y Caída del III Reich» guarda, también,
sorprendentemente mutismo en relación con las pruebas documentales de la
supuesta política genocida nazi. Es con todo suficientemente franco para
admitir que la orden de Hitler de que se aniquilara a los judíos nunca fué
escrita en un papel. Y asegura que:
«probablemente
fué dada, en forma verbal, a Goering, Himmler y Heydrich, que la transmitieron
...» 1
Manvell
y Frankl decididamente imbatibles, nos suministran una «prueba». ¡Al fin una prueba!. Hela aquí:
«El
31 de Julio de 1941 Goering envió un memorandum a Heydrich, redactado en los siguientes
términos:
«Como suplemento a la tarea que le fué
asignada a Usted el 24 de Enero de 1939, de resolver el problema judío mediante
la evacuación y la emigración, de la mejor manera posible y en concordancia Con
las presentes condicione…. deberá Usted encargarse de encontrar una solución
total (Gesamtlösung) de la cuestión judía dentro del área de influencia alemana
en Europa.» 2
En dicho memorandum Goering habla de
los medios materiales, organizativos y financieros requeridos para llevar a
cabo esa tarea. Finalmente se refiere a «la
deseada solución final» (Endlösung), refiriéndose de forma taxativa al
esquema ideal de la emigración y evacuación de los judíos, expresamente
mencionado al principio del memorándum. No se menciona para nada la intención o
la necesidad de asesinar a nadie, pero Manveil y Frankl, historiadores
increíbles –pero aparentemente muy creídos por los tribunales desnazificadores–
afirman que eso es, realmente, lo que el
memorándum significaba, porque, tras enviarle el memorándum en cuestión,
Goering cogió el teléfono y le dijo a Heydrich lo que significaba, en realidad,
la «Solución Final»: significaba asesinato colectivo de los judíos.
Evidentemente, con tales recursos
dialécticos nos vemos capacitado para demostrar el «yo no existo» y la cuadratura del círculo. Cuando, más adelante,
nos ocupemos específicamente del tema de las cámaras de gas y de los hornos
crematorios, volveremos a hacer hincapié en ese impar argumento del lenguaje
cifrado, en el que los alemanes, según sus «jueces», resultaron ser geniales maestros.
Hemos dicho que el Fraude de los Seis
Millones, gestado por el «Congreso Mundial Judío», nació en el Tribunal Militar
Internacional de Nuremberg. Y así la acusación constituida a la vez en juez y
parte, dió rango oficial a la absurda cifra.
Desde un principio, los Procesos de
Nuremberg, que duraron desde 1945 hata finales de 1949, se apoyaron, tomando
como axiomas, en hechos que precisamente se trataba de demostrar.
Se basaron, así mismo, en una
legislación «ex post facto», según
la cual podían ser condenadas personas por la comisión de hechos que, cuando
fueron – o se supone que fueron – cometidos no constituían delito.
Cualquiera que estuviera dispuesto a
creer que el genocidio de los judios europeos quedó demostrado en los juicios
de Nuremberg, debiera tener en consideración la naturaleza de dichos juicios,
en los que se olvidaron todas las normas legales en vigencia en los países civilizados.
Se llegó a la enormidad de decretar que «el Tribunal no admitiría limitaciones técnicas
en la presentación de pruebas». En la práctica esto significó la admisión, como
pruebas, de testimonios de tercera y cuarta mano; de declaraciones ante el
Tribunal empezando por la frase: «me han dicho que...» y, sobre todo, de
«affidavits», o declaraciones juradas por escrito El Tribunal admitió más de
300.000 de esos «affidavits».
Los
abogados defensores 3 no podían obligar a los
autores de los «affidavits» a que se presentaran ante el Tribunal para
interrogarles.
1 William Shirer: «The Rise and
Fall of the Third Reich» , pág. 1148.
2 Manvell & Frankl: «Heinrich
Himmler», pág, 118.
3 En la mayoría de casos, los acusados no tenían siquiera
el derecho a elgir a sus propios abogados defensores, de manera que, en
determinadas ocasiones, defensores nombrados por el Tribunal parecían más bien
fiscales que defensores, tal como le sucedió a Julius Streicher.
Más aún, ninguno de los testigos que
se presentaron – de grado o por fuerza – a declarar citados por la Acusación,
podía ser interrogado por los defensores, ni siquiera por los acusados.
Cualquiera abogado defensor podía ser descalificado en el acto «si a
consecuencia de sus preguntas al testigo se producía una situación
intolerable». No sea incurrir en pecado de juicio. Temerario si suponemos que
tal «situación intolerable» se producía cuando el defensor hacía incurrir al testigo
en contradicciones y empezaba así, a demostrar la inocencia de su defendido.
Para patentizar aún más, si cabe, que
los procesos de Nuremberg fueron un auténtico linchamiento enmascarado con
formulismos legales, se llegó a enormidad jurídica de los miembros de ciertas
organizaciones nazis, como las SS o las SA, eran considerados culpables en
principio, debiendo demostrar su inocencia ante el Tribunal. En todos los cuerpos
legales del mundo, cuando se juzga a un hombre, se parte del supuesto de su inocencia,
y, en virtud del principio «in dubio pro reo», todos los casos o situaciones
que presentan el menor resquicio a la duda razonable se interpretan a favor del
acusado. La acusación es quien debe demostrar que el acusado es culpable, y no
éste que es inocente.
Esto
es de una lógica elemental: la prueba negativa, la demostración de que uno no
ha hecho algo es, muchas veces, imposible.
El Juez Wennerturm, a quien ya hemos
aludido, y que presidió uno de los tribunales afirmó que, a parte de que la
Acusación presentó pruebas notoriamente falseadas e hizo lo posible para que no
se exhibieran documentos oficiales alemanes capturados por los Aliados cuando
tales documentos podían servir de descargo a los acusados, el noventa por
ciento de los miembros del Tribunal, asi como sus auxiliares «entre bastidores»
eran personas que, por motivos raciales, odiaban a los alemanes, y más
concretamente a los nazis, y deseaban vengarse. Un alemán no nazi, Mark Lautern, escribe:
«La mayor parte de los testigos de la
Acusación son judios, y también lo son los miembros de la oficina del Fiscal,
empezando por Robert Kempner y su «segundo». Morris Amchan... Ya van llegado
todos: los Salomons, los Schlossbergers y los Rabinovichs, miembros del
personal de la Acusación Pública». 1
Lo
único que preocupaba a los autores de aquél linchamiento legal era conseguir guardar
un mínimo de apariencias, para no escandalizar demasiado a los periodistas, especialmente
a los de países neutrales. 2
1 Mark Lautern: «Das Letzte Wort
über Nürnberg». pag, 68.
2 Ello no logro, pues no solo periodistas suecos, suizos,
españoles. portugueses, argentinos, sino también americanos, ingleses y
franceses denunciaron la monstruisidad jurídica. Incluso políticos y militares
de tanto relieve como el Senador Taft, candidato a la Presidencia de los EEUU y
el Mariscal Montgomery, calificaron peyorativamente aquellos «juicios» (N. del
A).
Aparte de los 300.000 «affidavits» y de los 240 testigos, de los que casi las
tres cuartas partes eran judíos, el Tribunal de Nuremberg exhibió, también,
triunfalmente, el testimonio de varios alemanes, nazis en su mayor parte, que
habían confesado su participación, o la de sus superiores jerárquicos, en actos
de genocidio contra la comunidad judía europea.
Personalmente, somos muy escépticos
sobre la validez de las «confesiones
espontáneas», presentadas por la Acusación en procesos criminales.
Lógicamente, más debemos serlo en los procesos políticos, y si cabe, más aún en
los político-militares. Se ha dicho que la Justicia militar es a la Justicia,
lo que la Música militar es a la música.
Por si alguien albergaba dudas a tal
respecto, le basta examinar, con espíritu crítico e imparcial, los entresijos
de Nuremberg.
El General de las SS, Oswald Pohl, Administrador General de
los Campos de Concentración, y Jefe del Departamento de Economía y
Administración de las SS, fue apaleado durante meses. Su cabeza introducida en
cubos llenos de excrementos y sometido a un régimen carcelero de aislamiento
total, recibiendo una alimentación reducida a lo indispensable para mantenerle
vivo. Finalmente, cuando se presentó ante el Tribunal, Pohl admitió haber
firmado un documento en el que se afirmaba haber visto personalmente una cámara
de gas en Auschwitz. Pohl relató las sevicias de que había sido objeto, y
afirmo que nunca hubieron cámaras de gas en Auschwitz ni en ninguna parte; Pohl
fué condenado a muerte, sin más pruebas que una declaración jurada por escrito,
arrancada bajo la tortura. 1
El caso de Pohl es todavía más
escandaloso si se toma en consideración que fué el mismo quien ordenó el
procesamiento del Jefe del Campo de Buchenwald, Karl Koch, por dirigir una banda de carceleros que practicaban la
corrupción y colaboraban con ciertos presos en el robo de paquetes de víveres
de la Cruz Roja, que luego eran vendidos en el mercado negro. Pohl respaldó en
todo momento al Juez del Servicio Jurídico de las SS Konrad Morgen, que condenó a muerte a Koch. 2
Otro
General de las SS. Erich von dem
Bach-Zelewski firmó también una declaración jurada en la que acusaba a
Himmler de haber presidido y contemplado personalmente el asesinato, por
fusilamiento, de cien mil judíos polacos y rusoblancos, en Minsk. En la
declaración jurada de Von dem Bach-Zelewski incluso se afirmaba que mientras
Himmler permanecía impasible observando la macabra escena, Bach-Zelewski casi se
desmayé 3.
Examinemos muy seriamente esa
declaración. Supongamos que esos fusilamientos se llevaban a cabo por tandas de
cincuenta personas. Nos parece que esa cifra es incluso excesiva, pues al fin y
al cabo, cincuenta personas alineadas para ser fusiladas ocupan – teniendo en
cuenta sus dimensiones y la separación entre cuerpo y cuerpo – unos cincuenta
metros, lo que parece más respetable para un campo de tiro. Pero en fin, aceptemos
los cincuenta fusilados por tanda Maravillémonos, de paso, de la borreguil resignación
de los destinados a ser fusilados, que ven como sus compañeros van siendo ejecutados,
impertérritos se presentan en el matadero. Pero sigamos. Para cargar el fusil, apuntar,
disparar, acercarse a los ejecutados, darles el golpe de gracia, retirarlos y
traer otros cincuenta presos, poniéndolos en formación para continuar el
macabro juego hacen falta, por mecanizados y eficientes que sean los ejecutores
alemanes, no meflos de cinco minutos, pero vamos a dejarlo en tres minutos,
para lo cual hace falta una rapidez de película de Charlot en la época del cine
mudo. Pues bien, si Himmler contempló impasiblemente la ejecución de los cien
mil judios rusos y polacos, necesitó desperdiciar cien horas de su tiempo, que
nos atrevemos a suponer no podía malgastar, en época de guerra, por sádico y demente
que se le quiera suponer. El ser humano capaz de permanecer cuatro días
seguidos – aunque le traigan la comida sobre el terreno – sin dormir y
escuchando el estruendo de cincuenta disparos cada minuto y medio (conviene no
olvidar los tiros de gracia) sencillamente, no se ha inventado todavía. En 1959
Bach-Zelewski repudió sus acusaciones ante un Tribunal de Alemania Occidental,
manifestando que le fueron arrancadas por la fuerza: había sido suspendido con
correas que amarraban sus muñecas y apaleado con bastones; había recibido
innumerables puntapiés en los testículos, se le había amenazado con entregar a
su familia a los rusos y creía – no podía afirmarlo – haber sido drogado.
El capitán Dieter Wisliceny cayó en
manos de los comunistas checos y fue «interrogado hábilmente» en la cárcel
comunista de Bratislava. Al cabo de un año de «interrogatorios» Wisliceny – que
había sido adjunto de Eichmánn – se convirtió en una verdadera piltrafa humana.
Firmó entonces un «affidavit» en el que se acusaba de genocidio a multitud de
jerarcas nazis. Que el documento le fué dictado a Wisliceny está demostrado por
el hecho de que, a pesar de conocer muy poco de lengua inglesa, el redactado
era impecable. En todo caso, Wisliceny intentó retractarse posteriormente, pero
el Tribunal le cortó la palabra.
1 El Senador Norteamericano Joseph McCarthy declaró a la
prensa que la condena de Pohl era una ignominia y que el Tribunal no logró
presentar una sóla prueba contra él (N. del A.)
2 La esposa de Koch fué condenada a muerte por los
tribunales de Nuremberg, bajo la acusacion de haber fabricado lámparas con piel
de judíos. Pero el General en Jefe de las tropas de Ocupación Americanas en
Alemania, Lucius D. Clay, encontró tan absurda esa acusación que redujo su pena
a cuatro años de carcel. Intervino entonces el Rabino Stephen Wise, quien
organizó tan bombástica campaña de prensa que Ilse Koch fué procesada de nuevo,
por el Gobierno de Alemania Federal, al salir de prisión, y condenada a cadena
perpetua. En 1967, se suicido, colgándose en su celda (N. del A.)
3 Willi Frischauer: «Himmler, Evil Genius of the Third
Reich».
También se arrancaron confesiones de
genocidio contra los judíos a personalidades como el General de las SS Sepp Dietrich y al Coronel Joachim Peiper. 1 Aunque luego se retractaron, los tribunales de Nuremberg
se negaron a registrar tales retractaciones. 2
El Juez Norteamericano Edward L. Van Roden, que intervino en
el proceso a los guardianes del Campo de Dachau, declaró que las sentencias se
dictaron basándose en testimonios falsos. Investigó también las actividades de
la Oficina del Fiscal en aquél proceso, describiendo sí los métodos por ellos
empleados: «... introdujeron cerillas bajo las uñas de los presos y les
prendieron fuego; les arrancaron los dientes; les rompieron las mandíbulas; los
aislaron en confinamientos solitarios y les dieron una alimentación pobrísima;
de. los 139 casos que investigué, 137 guardianes alemanes sufrieron puntapiés en
los téstículos. Estos eran los medios habituales para obtener confesiones,
empleados por la Oficina del Fiscal. Al menos el 90% de tales «investigadores»
procedían de Alemania y habían obtenido la nacionalidad americana muy
recientemente». 3
1 Peiper, primero condenado a muerte, luego indultado por
los propios americanos por falta de pruebas, y fmalmente condenado por un
Tribunal de Alemania Federal, por ejecución de rehenes (a pesar de que los
propios americanos le habían hallado inocente de tal acusación) se fué a vivir
a Francia de incógnito. Un periodista local, comunista, descubrió su paradero y
lo publicó en un periódico. Al cabo de unas semanas la casa de Peiper era
dinamitada y él perecía con su familia. No se ha encontrado a los culpables.
(N. del A.)
2 «Sunday Pictorial», 9–1–1949 El senador norteamericano
Joseph McCarthy escribió en ese semanario que los procesos de Nuremberg, si
algo demostraban, era la inocencia de la mayoría de los acusados y la mala
conciencia de los acusadores.
3 Déclaración del Juez
Van Roden, aparecida en el Washington Daily News, el 9-1-1949.
He
aquí los nombres de esos «investigadores americanos».
Teniente Coronel Burton F. Ellis, Presidente del Comité de
Crímenes de Guerra, y sus ayudantes:
Raphael
Shumacker,
Morris
Ellowitz,
William
R. Perl,
Harry
Thon,
John
Kirchbaum y Robert E. Byme.
Sólo
este último era americano de nacimiento. Todos los demás, judíos europeos,
incluyendo al Consejero legal del Tribunal, el Coronel A.H. Rosenfeld.
Otra persona que declaró, bajo
torturas, que había ordenado la ejecución por fusilamiento de 90.000 judíos en Rusia y Ucrania fué el
General de las SS Otto Ohlendorff, comandante
de la unidad «Einsatzgruppe D», especializada en la lucha contra los guerrilleros.
Ohlendorff servía bajo las órdenes directas del Mariscal de Campo Manstein, del Undécimo Ejército.
Ohlendorff no compareció ante el Tribunal hasta 1948, es decir, bastante tiempo
después de la celebración de los principales procesos de Nuremberg, cuando su
declaración jurada, firmada bajo tortura, había servido para condenar a
numerosos soldados y funcionarios alemanes. Ante el Juez, Ohlendorff denunció
los malos tratos de que había sido objeto y retiró, por consiguiente, su
declaración El Tribunal no admitió su retractación y fué condenado a muerte.
En realidad, lo curioso, e
históricamente admitido hoy día, es que las tropas alemanas, en Ucrania y los
Países Bálticos, debieron intervenir numerosas veces para evitar «pogroms». Otras veces no lo
consiguieron, pues lo que acontecía en casi todas las ciudades conquistadas por
la Wehrmacht era los escasos judíos que no habían logrado huir a tiempo,
acompañando al Ejército Rojo en su retirada, eran asesinados por la población
civil que, por el sólo hecho de abundar tanto los judíos en la G.P.U. y en el
aparato estatal comunista, asimilaban judaísmo y comunismo.
La acción de los «Einsatzgruppen» afectados
al Ejército de Von Manstein ha sido profusamente exagerada, El FiscaI General
Soviético en Nuremberg Rudenko, afirmó que ésa unidad anti guerrillera había
dado muerte a un millón de judíos.
Pero el historiador británico Robert
T. Paget 1 como el judío William Shirer 2 demolen ese mito. El número total de baja causadas por
los «Einsatzgruppen» a los guerrilleros comunistas fué de unas noventa mil de
los que sólo una parte – segun Paget el 10% y según Shirer el 15% – eran judíos
.
En cuanto a la cifra de los Seis
Millones, desmentida por la Aritmética, no reposa más que en un vago testimonio
de un tal Doctor Wilhelm Höttl que
declaró, en el Proceso de Nuremberg, haber oído a Eichmann (?) evaluar el
número de judíos asesinados en los campos de concentración en unos cuatro
millones, más otros dos millones por «otros procedimientos».
Observemos el carácter indirecto de
ese testimonio... cuyo único apoyo es, sólo, la palabra de honor del tal Höttl.
Pero, ¿Quién era Höttl? Se sabe que durante la guerra fué miembro de las SS...
y también un agente de los servicios secretos británicos. El periódico
londinense «Week End» 3 inició, el 25 de Enero de
1941, una serie de revelaciones sensacionales bajo el titulo: «Our Man in the
SS». (Nuestro hombre en las SS). Ese hombre era Höttl. 4
Es altamente importante tener en
cuenta que el testimonio de Höttl. una persona que trabajó sucesivamente para
dos servicios de espionaje, el inglés y el ruso, y fue condenado por los
alemanes, bajándosele varios peldaños en el escalafón de las SS por actividades
comerciales deshonestas – sea el único que atestigua en favor de la tesis de
los Seis Millones. Este Höttl, que tras trabajar para ingleses y rusos, trabajó
también para el Contraespionaje Americano, escribió libros semipornográficos
con el pseudónimo de Walter Hagen. En su affidavit del 26 de Noviembre de 1945
afirmó, no que él supiera, sino que «Eichmann le dijo una vez en Budapest en 1944,
que un total de seis millones de judíos habían sido exterminados».
Es rarísimo, es más que sospechoso, que,
siendo un agente inglés o tal vez, ya, un agente doble anglo-ruso durante la
guerra, Höttl no pusiera en conocimiento de rusos e ingleses tan espeluznante
cifra, que tan útil hubiera sido a los Aliados, cuyos servicios de propaganda
presentaban a los alemanes, lógicamente, como «los malos».
Así,
pues, casi treinta años después de Nuremberg, el único testimonio en favor de
la cifra oficial de los seis millones de judíos exterminados por los nazis
resulta ser una persona a la que ningún tribunal del mundo otorgaría el menor
crédito. 5
1 R. T. Paget: «Manstein, bis
Campaigns and his Trial».
2 William Shirer: «Rise and Fall
of the Third Reich».
3 Semanario «Week End», Londres 25 a 29 Enero 1961.
4 Para completar el retrato de Höttl diremos que en 1942
fué hallado «deshonesto, tramposo, poco recto» en un informe que las SS hizo
sobre él por un asunto de compra-venta de terrenos a Polonia. En 1953, ese
«agente británico» fué arrestado por la Policia Militar Americana en Viena por
haberse mezclado en el caso de espionaje Verber-Ponger, dos judios que
trabajaban para la URSS. El 1961 firmó un «affidavit» para ser usado en el
proceso contra Eichmann.
5 Tampoco los principales acusados alemanes en Nuremberg
otorgaron crédito alguno a la fábula. Goering y otros negaron resueltamente su
realidad. Los demás afirmaron no saber nada de ejecuciones masivas de judios.
Hess, Seyss-Inquart, Von Papen, Jodi, Von Neurtah y Doenitz también lo negaron.
Sólo condicionando los testimonios presentados a que fueran verdaderos aceptaron
más o menos como táctica de defensa (casos Streicher y Kaltenbrunner), la tesis
de los genocidios, sin entrar en la cuantía de los seis millones (N. del A.)
Al analizar el fraude de los Seis Millones, dos
consideraciones se presentan de inmediato, a la mente de cualquier observador
imparcial.
a) ¿Para qué matarlos?
b) ¿Para qué matarlos de esa manera,
precisamente?.
En
efecto, ¿para qué matarlos? El problema del III Reich era, al enfrentarse a
fuerzas muy superiores en número, el de la mano de obra; el «manpower» como lo
llaman los modernos tecnócratas. Parece, pues, muy raro que, disponiendo de
tantos judíos – seis millones más los supervivientes, según la tesis oficial
los alemanes los mataran, en vez de utilizarlos, precisamente, como mano de obra.
Las técnicas alemanas de
aprovechamiento de trabajo de producción en cadena permitían, además, sacar
partido de cualquier obrero, débil o robusto, hombre o mujer, en mayor o menor
grado, claro está. Entonces, repetimos nuestra pregunta:
¿Para qué matarlos?
Dejando aparte los llamados «campos de
tránsito» de prisioneros, en los demás campos de concentración se habían
instalado factorías.
En Auschwitz, por ejemplo, se fabricaba, entre
otros materiales, caucho sintético. El profesor norteamericano Arthur Butz, que
no es ciertamente un nazi, escribe a este respecto:
«Siendo lo que
eran las condiciones económicas, el Gobierno Alemán hizo todo lo que estuvo en
su mano para utilizar a los internados en los campos de concentración como mano
de obra. Los prisioneros de guerra eran utilizados de acuerdo con las
Convenciones de Ginebra y La Haya, que el Gobierno Aleman siguió
escrupulosamente, según admitieron luego sus propios adversarios. Así, por
ejemplo, los prisioneros de guerra occidentales, ingleses y franceses sobre todo,
eran empleados sólo cuando ciertas transformaciones legalistas a trabajadores
civiles podían llevarse a cabo. En cuanto a los prisioneros de guerra rusos,
eran utilizados indiscriminadamente como mano de obra, ya que al no observar la
Unión Soviética las reglas de las Convenciones de La Haya y Ginebra, Alemania
se desligó, en reciprocidad, de tal trato con respecto a los prisioneros
rusos.» 1
El número de personas registradas en
el sistema concentracionario alemán, hasta 1943 era de 224.000, y un año más
tarde – 1944 – 524.000. Esas cifras se refieren solamente a campos denominados
por los propios alemanes «campos de concentración», y no incluyen los llamados
«campos de tránsito», el ghetto de Theresienstadt, el del «Gobierno Central» de
Polonia, u otro cualquier tipo de establecimiento cuya finalidad fuera aislar a
determinados grupos étnicos. 2
Sumando, pues, las 524.000 personas internadas en 1944, a
los demás internados en lugares no específicamente llamados campos de
concentración, todos ello representaba una importante mano de obra, aún cuando
los alemanes continuaran deficitarios en ese aspecto.
1 Arthur R. Butz: «The Hoax of
the Twentieh Century».
2 Id.
Aquí, un inciso nos parece
imprescindible: No hubo «campos de concentración» exclusivamente para judíos,
pero esta observación debe aclararse, pues habían tres clases de judíos desde
el punto de vista oficial alemán.
1– Los judíos internados por razones
punitivas o de seguridad.
2– Los judíos no sospechosos específicamente,
utilizados como mano de obra –igual que los del grupo anterior– en general, mejor tratados.
3– Las familias judías (mujeres,
ancianos no útiles para el trabajo), que estaban internados en los llamados
«Durchgangslager», o campos de tránsito.
Pues bien: si, como dicen los
mantenedores del Fraude, hubo, como mínimo, seis millones de judíos – los
supuestamente gaseados y cremados – más los supervivientes, pongamos, en total,
siete millones.
¿Por
qué privarse de tan numerosa, y barata, mano de obra?
¿Cómo
no se dieron cuenta, los nazis, del potencial humano que desperdiciaban, al
ejecutarlos masivamente?
¿Tan
estúpidos eran?
¿Y
si eran; efectivamente, tan estúpidos, cómo fué posible que fuera necesaria una
coalición cuasi-mundial, durante seis años, sólo para someter a un pueblo
gobernado por estúpidos?
¿No constituye, la anterior pregunta,
un tremendo insulto a los pueblos de los países Aliados y sus respectivos gobiernos,
por haber necesitado de seis largos años, luchando al final en una proporción
de veinte contra uno, y todo ello para someter a un hato de fanáticos y
sangrientos borregos, que arrojaban piedras contras su propio tejado al privarse
de seis millones de obreros que trabajaban gratuitamente?
Hitler, se ha dicho, odiaba a los
judíos, y quiso exterminarlos. Bien. Admitido. Hitler no llevaba a los judíos
en el corazón, y nunca hizo de ello un misterio.
No obstante, otra pregunta, sencilla
pregunta, se nos ocurre:
Si Hitler quiso exterminar a los
judíos, a todos los judíos, ¿Por qué no lo hizo? Tiempo para hacerlo lo tuvo de
sobras. ¿Porqué, pues, no mando matarlos?
En el periódico norteamericano
«International Tribune», 1 reproducido por, otros dos
periódicos americanos – ambos dirigidos por judíos – el «New York Times» y el «Washington
Post», apareció un artículo en el que se mencionaba que:
«unos 500.000 judíos residentes en Israel han
estado en campos de concentración alemanes».
Es más, el Autor conoce personalmente
a judíos que no viven en Israel, sino en España, en Marruecos, en Australia, en
Nueva Zelanda, en el Canadá, en los Estados Unidos, en Italia, en Holanda, en
Suiza, en el Líbano, etc... y que también sobrevivieron a los campos de concentración
nazis.
Pues bien: aún dando por cierta la
cifra de medio millón de supervivientes en Israel – que son muchos más– entonces
resulta evidente que Hitler no dio orden alguna de exterminarlos. Es obvio que
Hitler y su régimen no tenían ningún plan ni ningún deseo específico de matar a
los judíos, pues les sobró tiempo para hacerlo, y no lo hicieron.
1 «The International Tribune», New York, 11–VI-1973.
Puestos a matar a seis millones, ¿por
qué detenerse precisamente en esa cifra y no acabar, de una vez, el trabajo
eliminando al medio millón sobrante?
Decididamente
aquellos nazis debían ser muy estúpidos. Pero esa estupidez no se limitaba a
destruir deliberadamente un enorme potencial humano en mano de obra, dejando
sobrevivir – ¿para qué? – a más de medio millón. La estupidez nazi parece haber
alcanzado niveles patológicos.
Por ejemplo: Según los famosos «affidavits»
triunfalmente exhibidos por la Acusación de Nuremberg, y aceptados por el Tribunal
era corriente que los supervivientes del «Holocausto» hubieron estado en tres, cuatro
o más campos de concentración.
De manera que la técnica del
exterminio perpetrado por los nazis consistía, pongamos por caso:
En
capturar a un judío en Burdeos, llevarle a Alemania, y, desde allí vía
Bergen-Belsen, Dachau y Mathausen, transportarle a Auschwitz, precisamente a
Auschwitz, donde era – suponemos que según el estado de ánimo del comandante
del campo – ya gaseado, ya introducido en un horno crematorio.
¿Por
qué tantas complicaciones?
¿Por
qué utilizar trenes, emplear guardianes, servicios burocráticos y de
intendencia, haciendo pasear por media Europa a aquellos futuros cadáveres?
¿No
hubiera sido infinitamente más sencillo obligar al judío de Burdeos a que cavara
su propia fosa, pegándole un tiro sobre el terreno, y haciéndole luego enterrar
por la siguiente víctima?
Este
sencillo sistema, fué puesto, en práctica, en España, durante la pasada guerra
civil; concretamente en Paracuellos del Jarama (Madrid).
¿No
parece raro que no se les ocurriera una solución tan sencilla y barata a los
nazis?.
Al fin y al cabo, de ese modo, con un
simple gasto de seis millones de cartuchos, se hubiera evitado la construcción
de los crematorios.
Sabemos que incinerar un hombre cuesta
dos mil pesetas, y un fusil ametrallador, cuatro mil – sin contar el costo de
la construcción de los crematorios – los alemanes podían dotar de un fusil
ametrallador a tres millones de soldados, es decir, a casi todos los hombres
del Arma de Infantería que luchaban en Rusia.
Por otra parte, llevar «de paseo» a
esa inmensa masa de siete millones de hombres, mujeres y niños – seis y medio,
o siete, con los supervivientes del «holocausto» – y asignándoles aunque sólo
fueran dos soldados para vigilar y custodiar a cien presos, representaba de 130.000 a 140.000 hombres, más otros 15.000,
como mínimo, en servicios auxiliares, burocráticos y de Intendencia. En total,
pues, de doce a trece divisiones que se podrían haber mandado a luchar en
Rusia, en vez de tenerlas paseando por todo el Continente.
Aquí, creemos que se impone otra
pregunta:
¿No parece imposible que siete millones
de paseantes, los muertos más los supervivientes no fueran vistos por la
población civil de media Europa? Y si fueron vistos.
¿Cómo no se enteraron los famosos
servicios secretos Aliados?
No
puede calcularse el carbón y la electricidad despilfarrados en el paseo de
siete millones de judíos a través de Europa. Pero solo suponiendo que desde el
lugar de origen hasta el de destino fueran en viaje directo, sin transbordos lo
que parece imposible pero vamos a aceptarlo como hipótesis más favorable al
punto de vista oficial fueron necesarios no menos de:
2.300 trenes de veinte vagones cada uno,
suponiendo que en cada vagón de mercancías se intrdujeran 150 judios... lo que ya es aprovechar bien el espacio (¡!).
Además, debían instalarse, a lo largo
del itinerario, cantinas provistas de alimentos y agua. Con personal para
atenderlas. ¡Cuántas complicaciones y cuánto gasto en plena guerra, y ¡todo para que el judío de
Burdeos fuera a morir a Auschwitz!.
¡Auschwitz! Justamente, Auschwitz está
muy cerca de Katyn, en cuyos bosques los hombres de la N.K.W.D. dieron muerte, por el acreditado sistema comunista del
tiro en la nuca, a quince mil oficiales y suboficiales del Ejército Polaco.
Previamente les habían hecho cavar sus propias fosas a las futuras víctimas.
Los nazis, que, ya no nos cabe la
menor duda, debieron de ser unos tontos de solemnidad, se habían olvidado de
Paracuellos del Jarama; al fin y al cabo habían ya transcurrido casi seis años
y allí «sólo» mataron a nueve mil personas. Pero lo de Katyn era reciente, para
ellos, y había restos de quince mil, cada una con el tradicional tiro en la
nuca.
¿Cómo no cayeron los nazis, con una sencilla
asociación mental de ideas, en: el
tiempo, el dinero, los hombres – guardianes,
carceleros, funcionarios – los trenes, los materiales de construcción
para cárceles, alimento, ropaje a rayas, barracones, crematorios y cámaras de
gas; que habrían ahorrado con la simple
adopción del sistema Katyn?
Más sencillo todavía.
El sistema Katyn como el sistema
Paracuellos fue llevado a la práctica en condiciones de extrema urgencia. Las
tropas alemanas se aproximaban y los quince mil oficiales polacos eran un
lastre para los soviéticos. En tales circunstancias, fue preciso que los
muchachos de la N.K.W.D. gastaran quince mil cartuchos alojados en otras tantas
nucas polacas. Ahora bien: los alemanes tuvieron tiempo de sobras para ejecutar
a sus judíos, de haberlo querido hacer: tuvieron
seis años, si contamos a partir del comienzo de las hostilidades, y doce años, si contamos desde el momento en que subieron al poder en
Alemania. De manera que pudieron haber llevado a cabo la «Operación Israel» sin
gasto alguno.
No hubieron sido precisos ni siquiera
seis millones de cartuchos – munición cuantitativamente importante y que les
hubiera ido muy bien a los sitiados de Stalingrado, por ejemplo – sino que les
hubiera bastado con seis millones de martillazos en el occipucio.
Tal vez las anteriores consideraciones
pudieran parecer frívolas a un observador causal, pero de lo que no puede haber
duda es de que son lógicas dentro del planteamiento oficial del problema de los
Seis Millones. Es decir que si los nazis ejecutaron a seis millones de judíos
mediante procedimientos tan rebuscados y barrocos como caros e ineficaces –
pues todavía permitieron que se les escaparan con vida de medio millón a un
millón, según fuentes judías – tenían, forzosamente, que ser unos redomados cretinos.
Y si tal eran ¿qué calificativo
aplicar a sus vencedores, que les superaban en número y en materias primas, en
una proporción no inferior al veinte por uno, y que para vencerles necesitaron
seis largos años de guerra sin cuartel y estuvieron ellos mismos al borde de la
derrota?
Más arriba mencionamos que el precio
de costo de una incineración se halla sobre las 2.000 pesetas. Hemos obtenido
este dato del propio cementerio de la Almudena de Madrid. Si convertimos esta
cantidad en gasolina, tendremos que cada cuerpo precisa por lo menos de cincuenta litros de combustible.
Esta cantidad no resulta rara si
tenemos en cuenta el combustible que fue necesario para quemar el cuerpo de
Hitler. Ciertamente, a un gobierno en guerra el precio de cada incineración le
resultará más bajo, pero igualmente le resultaría más bajo el precio del
combustible – a pesar de obtenerlo,
Alemania, mediante la destilación del carbón –, así, pues, la cantidad de litros parece lógica.
En total, para incinerar a seis
millones de judíos se necesitarían trescientos millones de litros. Trescientas mil
toneladas.
La producción completa teórica de
combustible sintético obtenido por Alemania, a plena producción, durante dos
meses. Bastante más si se tienen en cuenta los efectos de los bombardeos
Aliados contra los centros de producción de combustible sintético alemán y de
los pozos petrolíferos de Ploesti, en Rumania. Según Albert Speer, 1 Ministro de Armamentos del Reich, la falta de
combustible, de energía, fue causa decisiva de la derrota militar alemana,
hasta el punto de que en Diciembre de 1944 –
justamente cuando, según la tesis oficial del «Holocausto», se hallaba en pleno
apogeo el exterminio de los judíos –
para disponer del combustible necesario para la ofensiva de las Ardenas se tuvo
que ahorrar durante meses y aún se contaba con que las fuerzas alemanas se aprovisionarían
del combustible capturado al enemigo.
Si tenemos en cuenta que un carro de
combate consume aproximadamente diez litros por kilómetro, podremos calcular
que la energía consumida para quemar a los judíos hubiese bastado para hacer marchar durante siete mil quinientos
kilómetros a las veinte divisiones blindadas de la Wehrmacht que empezaron
la ofensiva en Rusia.
En efecto, veinte divisiones blindadas totalizan cuatro mil carros de combate. A diez litros por kilómetro,
representan 40.000 litros. Y
avanzando sobre 7.500 kilómetros,
nos da la cifra apabullante de los 300.000.000
de litros que se utilizaron, según la tesis oficial, en quemar a los judíos.
Moraleja: la batalla de las Ardenas no terminó
reexpidiendo a ingleses y americanos a la Rubia Albión porque el combustible
que necesitaban angustiosamente los tanques alemanes se estaba empleando en
Auschwitz para quemar a unos individuos que hubieran podido ser eliminados sin
el menor gasto de energía, aparte de la energía necesaria para asestar los ya
aludidos martillazos en el cráneo.
Pero
ya que estamos metidos en cálculos, tomemos el problema desde otro ángulo.
Aceptemos, a efectos puramente
polémicos, que los nazis asesinaron a seis millones de judíos, y añadámosles
los quinientos mil supervivientes, según fuentes igualmente judías.
Esto da un total de seis millones y
medio de personas, de las que no creemos constituya una exageración suponer que
un quince por ciento podían ser utilizadas en las minas de carbón o en la
destilación del mismo para obtener carburante sintético.
Esto nos da, aproximadamente, un
millón de trabajadores. En las diversas fases de la producción de carburante
sintético – desde la extracción del
carbón en las minas hasta la destilación del mismo en las plantas industriales – los alemanes empleaban, en 1943, una
mano de obra evaluada en dos millones de personas. 2
1 Albert Speer: «Memorias».
2 [Falta]
Apelamos al sentido común del lector:
Si desde Winston Churchill, en sus «Memorias», hasta Eisenhower en su «Cruzada
en Europa», pasando por el ya aludido Ministro alemán de Armamentos, Albert
Speer, existe unanimidad total en que el punto más débil de Alemania era la
escasez de combustible, ¿puede concebirse que no sólo despilfarraran los nazis
nada menos que trescientos millones de litros, sino que precisamente
materializaran tal despilfarro en la incineración de una potencial mano de obra
que iba a permitirles incrementar su producción de combustible en un cincuenta
por ciento? Con un cincuenta por ciento de combustible los tanques de Rommel no
se hubieran detenido, con sus motores vacíos, ante un enemigo a la desbandada,
a la vista del Canal de Suez. Con un cincuenta por ciento más de combustible la
«Operacióin ciudadela», al Nordeste de Moscú, hubiera sido una batalla de
aniquilamiento y no una operación de desgaste saldada con una retirada, Con un
cincuenta por ciento más de combustible los tanques alemanes, en vez de
permanecer parados en la nieve, hubieran penetrado por el frente, hecho trizas,
en las Ardenas y vuelto a ocupar Paris que ya americanos y gaullistas
abandonaban precipitadamente. Con un cincuenta por ciento más de combustible,
en fin – y sin olvidarnos del estúpidamente
despilfarrado en los crematorios – los
científicos alemanes hubieran llegado antes a la producción de la bomba
atómica. Bien sabido es que en la carrera hacia esa – entonces – arma
absoluta, los alemanes llevaban ventaja. Los anuncios de Goebbels sobre las
«armas secretas» que pondrían fin a la guerra no eran, contra lo que afirmaban
los Aliados, fanfarronadas propagandísticas.
Si los Aliados tardan unas cuantas
semanas más en materializar su victoria, puede asegurarse que el resultado de
la contienda hubiera sido diametralmente diferente. Esto lo han admitido personalidades
tan dispares y de tanta calidad como Churchill y Einstein. Venciendo en cualquiera
de las tres batallas que no pudieron coronarse con un espectacular triunfo por falta
de combustible, los alemanes hubieran ganado no unas semanas, sino varios
meses.
El signo de la guerra hubiera
cambiado. Para su desgracia y, al mismo tiempo, para bendición del Estado de
Israel, el principal beneficiario del Mito de los Seis Millones, los nazis no
se dieron cuenta del combustible que despilfarraban y de la mano de obra
gratuita de que se privaban.
No
cabe duda. ¡Los nazis eran unos estúpidos!, ¡Si llegaran a ser listos!
OTROS LIBROS DE INTERES:
DERROTA MUNDIAL de Salvador Borrego
Salvador Borrego Escalante (Ciudad de México; 24 de abril de 1915) es un periodista y escritor mexicano. Fue director técnico de 37 periódicos y director fundador de varios de ellos. Ha publicado más de 33 libros en campos como Historia militar, Política, Economía,Sociología, Periodismo, Filosofía y Religión, textos que han recibido fuertes críticas y le han acusado de antisemitismo debido a que coloca a los capitales e ideología judía internacional como los causantes de la Segunda Guerra Mundial. Junto a Joaquín Bochaca, es considerado uno de los primeros representantes del revisionismo histórico de habla hispana.
-LOS CRIMENES DE LOS BUENOS de Joaquín Bochaca
Si esta bueno
recomendado. Como digo aunque Bochaca es nacionalsocialista, el libro es
bastante objetivo sobre todo al basar su trabajo en fuentes aliadas.
Link para descargar en PDF LOS CRIMENS DE LOS BUENOS
-LA
INDUSTRIA DEL HOLOCAUSTO de Norman G. Finkelstein
No se queda atrás por el hecho de ser hijo un de
supervivientes de los campos de concentración de Auschwitz y Majdanek. En la
actualidad Finkelstein es profesor en la Universidad de DePaul en Chicago y
escribe para la London Review of Books. (Este libro básicamente se tratan tres
aspectos concretos, siempre bajo un telón de fondo de denuncia, que es el uso
que Israel y el lobby judío internacional han hecho del Holocausto en la II
Guerra Mundial)
Link sobre el libro: INDUSTRIA DEL HOLOCAUSTO
Link para descargar en PDF INDUSTRIA DEL HOLOCAUSTO
-EL JUDIO INTERNACIONAL: Un problema del mundo escrito por
Henry Ford
Este no lo tengo pero se podría encontrar en línea o físico.
Este no lo tengo pero se podría encontrar en línea o físico.
También puede ver el siguiente artículo:
EL JUDÍO QUE DERRIBÓ EL MITO DEL HOLOCAUSTO: JOSEPH BURG.
OTROS LIBROS DEL MISMO TEMA MUY RECOMENDADOS:
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