PARTE 3
TRAGEDIA Y
COMEDIA PAG. 60
Al estudiar el Mito nos hemos encontrado
con situaciones verdaderamente grotescas, pues el histrionismo de los
mantenedores del fuego sagrado les ha jugado una mala pasada. Hemos encontrado
auténticos «gags», verdaderos chistes dignos de una antología del humor negro.
Antes
de pasar a un análisis de lo esencial que sobre los principales campos de concentración
se ha dicho, un pequeño intermedio humorístico nos ha parecido refrescante. El
fiscal Joseph Kirschbaum, judío
nacido en Alemania y naturalizado americano, convocó ante el Tribunal que
juzgaba a los acusados de crímenes contra la Humanidad en el campo de Dachau, a
un tal Jacob Einstein, con objeto de que testificara de que el acusado Menzel,
guardián del campo, había dado muerte a su hermano, Simon Einstein. Cuando Menzel respondió que el tal hermano se
hallaba en buena salud y, de hecho, sentado a unos tres metros de distancia del
propio Kirschbaum, éste arrojó un legajo de papeles a la cabeza del pobre Jacob
Einstein y le dijo:
«¿Cómo diablos quieres que lleve a ese
cerdo a la horca si tú eres lo bastante estúpido para traer a tu hermano a esta
sala?». 1
Este no fue un caso aislado. Cuando el
Coronel A. H. Rosenfeid, Juez
Principal de los acusados del campo de concentración de Dachau abandonó su
puesto en 1948 para trasladarse a los Estados Unidos,
los
periodistas le preguntaron si se habían ejercido «presiones físicas y morales»
contra los acusados para que declararan de acuerdo con los deseos de la
acusacion. su respuesta fue:
¡Claro que si! De otro modo, hubiera
sido imposible hacer cantar a esos pájaros». 2
1 Arthur R. Butz: «The Hoax of
the Twentieth Century», pág. 24.
2 Id., pág. 25.
Un testigo de la Acusación. sin duda
un humorista, cuyo nombre era Krath y su origen étnico judío, declaró ante el
Tribunal de Frankfurt que juzgaba los crímenes del campo de Auschwitz que él
había trabajado en el laboratorio dental del campo y había visto al personal
alemán arrancando los dientes de oro de miles de judíos recién asesinados, y
antes de ser llevados a los crematorios. Añadió que «... casi cada día los
asesinos de las SS se llevaban un camión lleno de dientes». Bien. Ya tenemos
algo que llevarnos a la boca, si se nos excusa la expresión. «Casi cada día los
asesinos de las SS se llevaban un camión lleno de dientes». Esta declaración
nos permitirá manejar algunas. cifras que demostrarán la alta calidad y la
integridad moral de ese testigo.
Con
objeto de ponernos, como siempre. del lado más favorable a la interpretación de
la tesis oficial judia, y para que el numero de gaseados destinados a ser
cremados sea más bien subestimado que exagerado, partiremos de los siguientes
supuestos:
1) Cada judío pensionista de Auschwitz poseía
el juego completo de dientes con que le dotó Jehová, es decir, 32.
Eso, al principio.
2) Porque, luego, cada judío los había
perdido todos, sustituyéndolos – todos, los 32- por otros tantos dientes de oro.
3) Los asesinos de las SS, en vez de
usar un camión, usaban una carretilla estilo jeep.
4) «Casi cada día» vamos a considerarlo
como «un día sí y otro no».
Creemos, modestia aparte, hacer gala
de un espíritu deportivo que merecería los plácemes del más exigente gentleman
británico.
Supongamos que el jeep llevaba una
plataforma de trasporte de 160 por 250
por 60 centímetros.
Esto da una capacidad de 2,4 metros cúbicos.
Suponiendo que cada diente judío tuviera
2 centímetros de largo por 6 milímetros
de ancho y otros tantos de grueso, obtenemos una capacidad total, por cada
boca de 32 dientes igual a 23
centímetros cúbicos.
De manera que cada jeep llevaba 1.382.400
dientes pertenecientes a 43.200
gaseados destinados a ser incinerados. Es decir, que cada día se gaseaban – como preludio a su incineración-- 21.600 judíos. Lo que daba, sólo en un
año, la cifra de 7.884.000 gaseados.
Para ser luego incinerados. Y sólo en Auschwitz. Y eso incluye a los judíos con
dentaduras completas de oro.
El inefable testigo, señor Krath, no fue arrestado en el acto por
el Juez, por desacato al Tribunal. Porque desacato y ultraje es suponer que el
Tribunal pueda tener tan descomunales tragaderas. El Juez, tampoco ordenó que
el testigo fuera internado en un manicomio simplemente ordeno que se tornara
nota de su declaración jurada que fue incorporada al dossier. 1
Otro testigo. Aaron Sommerfeldt hizo ante el Tribunal de Düsseldorf que se
ocupaba de los crímenes del campo de Belsen. Esta original deposición:
«Los
SS mataban durante toda la semana, pero nunca en domingo». Evidentemente. Esta declaración
persigue un doble objetivo: por una parte ironiza sobre la festividad cristiana
del domingo. Por otra, reactiva la vieja mentira del anticristianismo nazi, al
«descansar», jocosamente los SS, los domingos, en que no mataban a judíos. Sommerfeldt
identifico a un acusado, antiguo guardián del campo de Belsen, diciendo que le
había visto «apuñalar y luego ahorcar» a un judío el 18 de Octubre de 1942.
Ese «juicio» se celebró en Düsseldorf
el 13 de Enero de 1965. Admirémonos del «golpe de vista» del buen Aaron que reconoció,
veintitrés años después, con ropajes civiles, a un hombre que, cuando le vio
cometer ese crimen, llevaba traje militar, y en unas circunstancias en que el
testigo decía estar bajo intensa presión psíquica, y también temeroso de que le
sucediera a él lo mismo. Fantástica su memoria. Fantástico también, que
recordaba la hora y la fecha exacta el 18 de Octubre de 1942. Admirable
memoria. Con una sorprendente laguna, no obstante. Que, según el abogado
defensor, el 18 de Octubre de 1942 era precisamente, Domingo. 2
1 «Evening Press», Dublin, 21 de Diciembre de 1964.
2 «Nationalist News», Dublin. Enero de 1965.
El celo de algunos propagandistas
judíos para explotar el tema de los exterminios en Auschwitz no sólo ha
devaluado la supuesta capacidad judía para la Aritmética sino que también ha
servido para mostrar en cuán poco estiman ellos la inteligencia de sus
lectores.
Lino de tales propagandistas es Olga Lengyel, que, en su libro, «Cinco Chimeneas» 1 comprobar los más minimos detalles sobre las cámaras de
gas y los crematorios. Y afirma:
«Desde 1941,
hubo en servicio cuatro hornos crematorios y el rendimiento de esta inmensa planta de
exterminación aumento extraordinariamente».
«Trescientos
sesenta cadáveres cada media hora, que era el tiempo que se precisaba para
reducir la carne humana en cenizas, totalizaba 720 cadáveres por hora, o sea
17.280 al día. Y los hornos, con asesina eficiencia funcionaban día y noche. Además,
debemos tener igualmente presentes los «pozos de la muerte», inmensas piras que
podían incinerar otros ocho mil cadáveres al día En números redondos, los nazis
quemaban unos veinticinco mil cadáveres diarios.» 2
Bien. A efectos puramente polémicos,
vamos a tomar como ciertas, como lógicas, las palabras de la Señora Lengyel,
aún cuando más adelante demostraremos la inexistencia de esos «hornos
gigantes». Ciñámonos, exclusivamente a la deposición de ese testigo, que compareció
citados por la acusación en varios procesos antinazis y su testimonio fue, muy seriamente,
aceptado por los respectivos Tribunales.
Según la Señora Lengyel, hubo 25.000 cadáveres diarios. Eso totaliza,
al año, 9.125.000. Olvidándonos del
período transcurrido entre 1940, cuando empieza a funcionar el campo de
Auschwitz, hasta las supuestas instalaciones de los «cuatro nuevos hornos gigantes»,
tendremos que la cifra de seis millones de judíos exterminados por los nazis es
falsa. Ya no se trata de seis millones, sino de ¡Treinta y seis millones y
medio!... sólo en Auschwitz.
Una cifra que es superior al doble de
la totalidad de la población judía en el mundo en 1939, según fuentes judías. Insistimos
en que el anterior cálculo sólo lo hemos hecho para demostrar una vez más, la
ligereza con que se citaban cifras ante los Tribunales y el desparpajo con que
éstos las aceptaban.
Un testigo que, bajo juramento,
hubiera hecho tal deposición ante cualquier Tribunal del Mundo, exceptuando
Nuremberg, hubiera sido arrestado, en la sala, por orden del Juez, por
manifiesto perjurio. Otto Hoppe, un
guardián del campo de Dachau, estuvo en la cárcel, desde 1949, en que fué
condenado a cadena perpetua por «crímenes contra la Humanidad», hasta 1965. Sus
«crímenes contra la humanidad» consistían en haber dado muerte – según el
testimonio de varios judíos – a un tal H.S.
De Griessen y a un antiguo miembro del Reichstag llamado Asch. Huelga
precisar que, según la Acusación, De Griessen y Asch eran judíos. Pero a mediados
de 1965 se descubrió que De Griessen estaba vivo y gozaba de excelente salud, y
que el diputado Asch nunca existió. 3
Tal vez fué en el proceso de
Frankfurt, incoado contra los guardianes del Campo de Auschwitz, donde se
batieron todos los records de maligna estupidez.
El abogado defensor fué amenazado por
el Juez con ser llevado ante un Tribunal de «desnazificación» por osar poner en
duda la veracidad de las declaraciones de un testigo presentado por la
Acusación; dos testigos de la Defensa, Georg
Engeishall y Jacob Fries, tras deponer en favor de los acusados, fueron
detenidos en plena Audiencia. Finalmente, a los acusados no se les permitía
hablar; sólo podían hacerlo cuando les interrogaba el Juez o la Acusación, y no
se les permitían más respuesta que «sí» o «no». Fué, precisamente el Proceso de
Frankfurt contra los guardianes del campo de Auschwitz el que superó todas las
cotas de parcialidad por parte del Tribunal. Como ya se había demostrado, por
organismo de indudable «cachet» democrático, que en toda Alemania no
existieron, jamás, cámaras de gas, los mantenedores del Fraude de los Seis
Millones se aferraron desesperadamente a la tesis de que tales cámaras
existieron y funcionaron sólo en siete campos, ubicados en Polonia, el
principal de los cuales era, con mucho Auschwitz.
1 Olga Lengyel: «Five Chimneys»,
Panther Books, Londres, 1959.
2 Id., p. 80-81.
3 «Europe Action», Coburg, 20–IX–1965.
Se había logrado demostrar que en los
veintitrés principales campos de concentración alemanes no hubo tales cámaras
de gas, a pesar de haberlas «filmado»
numerosas películas propagandísticas angloamericanas. Pero al llegar a
Auschwitz... «con la Iglesia comunista hemos topado». Allí se acababan las
actividades de los comités de investigación, que tropezaban con la «palabra de
honor» de las autoridades comunistas polacas, atestiguando que allí hubieron
cámaras de gas, dándose el asunto por terminado.
Pues bien, para demostrar que en
Auschwitz tampoco existieron las llamadas «cámaras de gas» quiso trasladarse a
Frankfurt Paul Rassinier, ex-alcalde
de Belfort, miembro del Partido Socialista S.F.I.O. (Sección Francesa de la
Internacional Obrera), miembro del «maquis» que luchó contra los alemanes,
inválido de guerra al 90 por ciento e internado en diversos campos de
concentración alemanes. Los abogados defensores de los guardianes acusados
solicitaron su presencia como testigo de descargo. ¡Pero las autoridades Oeste-Alemanas
le denegaron el visado de entrada! Huelga decir que dicho visado no se negó a
numerosos «supervivientes» que, procedentes de Israel, los Estados Unidos y el
Este de Europa, se presentaron en Frankfurt para declarar como testigos de
cargo. Tiempo habrá de ocuparse con el necesario detenimiento de la general actitud
oficial del Gobierno y de los funcionarios de la llamada República Federal
Alemana.
El campo de
Dachau PAG. 63
Cuando las tropas aliadas occidentales
penetraron en Alemania, la campaña propagandística desatada por las grandes
agencias internacionales de noticias acerca de las atrocidades alemanas y,
concretamente, de los campos de «exterminio», se hallaba en todo su apogeo. Es
un hecho que cuando los americanos ocuparon el campo de Dachau, inmediatamente
fotografiaron «cámaras de gas», «crematorios» y montones de cadáveres. Es evidente
que un montón de cadáveres es lo que más se parece a otro montón de cadáveres. Perogrullada.
Es cierto. Pero también es cierto que lo que caracteriza a esta época nuestra
de intoxicación mental y de lavado de cerebro colectivo es, precisamente, el
olvido de Perogrullo. Pues tales montones de cadáveres que aparecían
monótonamente en la prensa, tanto podían ser de Dachau como de cualquier otro
lugar. Y así, por ejemplo, luego resultó que uno de aquellos macabros montones,
que se decían haber sido fotografiados en Dachau, por los fotógrafos de las
libres democracias, habían sido fotografiados en Dresde, por los fotógrafos de
la «Gross Deutchsland» tras el
bombardeo inglés de aquella ciudad-hospital.
Es un hecho también, que nunca
hubieron «cámaras de gas» en toda Alemania. En realidad, no las hubo en ningún
lugar de Europa, pero, hasta ahora, sólo se ha admitido oficialmente su
inexistencia en Alemania. Basta con recordar la conocida declaración del Instituto
de Historia Contemporanea de Munich (en el que trabajan numerosos judíos) que, textualmente,
afirmaba: «Nunca hubieron cámaras de gas en ningún campo de concentracion
situado en el territorio del antiguo Reich». 1
1 Instituto de Historia Contemporanea: Declaración del
19-VIII-1960.
No obstante, los americanos afirmaron
que tales «camaras de gas» existían. Luego. Súbitamente. se hizo el silencio,
al comprobarse que las pretendidas «camaras de gas» no eran más que unos «baños-ducha» para despiojar
(lamentamos la palabra, pero no hay otra, y, además, es la traducción literal del
alemán y del inglés) a los internados, especialmente a los prisioneros
procedentes del Este.
Pero si se dejó de hablar de «cámaras
de gas» en Dachau, sí que se organizó un clamoreo inmenso a propósito del
crematorio gigante instalado en aquel campo. Durante mucho tiempo, todo el
mundo estuvo convencido de que en tal horno se incineraban los cadáveres de los
gaseados judíos. Aunque luego, al demostrarse la inexistencia de las «camaras
de gas», se aseguró que las víctimas eran directamente incineradas, es decir, quemadas en vivo. Aparte de que no debe ser
tarea fácil colocar a unos individuos en unos hornos, recomendándoles que se
estén quietos mientras se ponen en marcha las parrillas que deberán
reexpedirlos «ad patres» convenientemente transformados en cenizas, el procedimiento
de ejecución sigue pareciéndonos barroco, costoso en tiempo, en energía y rebuscado.
Nos recuerda demasiado aquellas
películas americanas de la serie Fantomas en que el bueno y la chica, atados de
pies y manos ante los malos. Armados hasta los dientes, eran encerrados en una
cámara hermética. Al cabo de unos angustiosos instantes. Empezaba a emanar el agua
de un grifo colocarlo en el techo; primer plano del bueno, sosteniendo a la desmayada
chica con sus manos. Por encima de su cabeza, mientras el líquido elemento llega,
inexorablemente, a su barbilla. Entonces, la Policía logra abrir las
compuertas, salvando la vida de los protagonistas, los cuales todavía llegan a
tiempo de capturar a Fantomas en el momento en que va a poner pie en la
frontera mejicana con el maletín conteniendo el millón de dólares.
El lavado de cerebro colectivo, llevado a cabo
por la «mass media», ha logrado que la infantil y fantomática historia del
crematorio de Dachau sea aceptada por ignaras masas de crédulos lectores,
auditores y televidentes, los cuales no parecen haberse interrogado sobre el por qué del «modus operandi», tan inútilmente complicado de los verdugos
nazis. Teniendo en sus manos a una inerme masa de prisioneros, a los que se
asegura que deseaban exterminar ¿por qué no hacerlo a garrotazos, o, máxime, a
tiros, en unos días, en vez de complicarse la existencia con crematorios, por no
hablar de las super fantomaticas ‘cámaras de gas»?
Se argüirá que esta pregunta no
constituye, ni directa ni indirectamente, una prueba; que no pasa de ser un
indicio. Que los nazis podían estar poseídos de locura diabólica, como Fantomas.
Pues bien: El arquitecto Karl Johann
Fischer, de Munich, internado por los americanos, después del final de la
guerra, en Dachau, se presento voluntario para proceder a la limpieza del crematorio,
del que se contaban horrores.
«Lo que pude ver y constatar sobrepasó
mis previsiones. Aquellos hornos, recientemente construidos, no estaban,
siquiera, secos; la albañilería todavía no había cuajado del todo. Además,
todas las partes metálicas estaban nuevas y no habían conocido jamás el
contacto con el fuego. Allí no se hubiera podido asar un perrito, ni siquiera
un volátil, pues aquellos cuatro hornos no reunían las condiciones necesarias para
ello. Aquellas construcciones de diletantes, que querían hacer pasar como
hornos crematorios, no poseían ni siquiera una chimenea...» 1
Del anterior testimonio se deduce que
los «libertadores» americanos, no sólo mantuvieron en funcionamiento el campo
de Dachau, limitándose a la substitución de los anteriores internados por
militares y civiles alemanes, sino que además se apresuraron a construir unos
ridículos hornos crematorios atribuyendo su construcción y su uso a los nazis.
Según el testigo Gerhardt Rossberger, antinazi y responsable alemán del campo de Dachau,
desde Mayo hasta Septiembre de 1945, es decir, durante los cinco primeros meses
de la post-guerra:
«en el campo de
concentración de Dachau habia, antes de 1945, un pequeño crematorio, destinado
a la incineración de las personas que morían victimas del tifus, pero nunca
hubo ninguna cámara de gas. Los agentes americanos Howard y Strauss intentaron
transformar el vestíbulo del crematorio en una «cámara de gas», pero cuando el mayor
Duncan, americano y comandante del campo, se enteró del proyecto, rehusó su autorización» 2
1 «Deutsche Wochen Zeitung», 6-V
-1977.
2 Id., 7- V– 1977.
El detalle de la chímenea olvidada,
según el mencionado testimonio del arquitecto Fischer, quiso ser corregido más
tarde, a principios de la década de los cincuenta, en que los americanos
construyeron dicha chimenea, según otro testigo, alemán pero antinazi, Horst Kreuz, de Munich. No obstante,
tampoco esta vez se hicieron las cosas bien, pues los constructores se
olvidaron de ensuciar hornos y chimeneas con hollín, detalle que fue corregido
mas tarde.1 Stephen F. Pinter, abogado del Departamento de la Guerra de los Estados
Unidos, que sirvió en Alemania con las fuerzas de ocupación, por un periodo de seis
años, manifestó, en el semanario católico «Our Sunday Visitor», lo siguiente:
«Estuve en Dachau diecisiete meses,
después de la guerra, como Fiscal del Departamento de Guerra, y puedo
atestiguar que en Dachau no hubieron ni cámaras de Gas ni crematorios. Lo que
se mostraba al público como cámaras de gas no era más que un minúsculo crematorio
para incinerar a personas que morían de enfermedades infecciosas, y precisamente
para evitar la propagación de infecciones, muy especialmente el tifus. Se nos
dijo que había una cámara de Gas en Auschwitz. Pero como estaba en la Zona de
Ocupación Rusa no pudimos comprobarlo por no habérnoslo permitido las
autoridades rusas. Por lo que pude investigar, en mi calidad de Fiscal del
Ejército de los Estados Unidos, durante mis seis años de postguerra en Alemania
y Austria, hubo un elevado número de judíos que murieron, pero la cifra de un
millón, ciertamente, no se alcanzó. Yo interrogué personalmente a miles de
judíos, ex–internados en campos de concentración alemanes y me considero tan
bien informado como el que más en este sujeto». 2
Recalquemos que el señor Pinter
ostentaba el cargo de Fiscal en el War Departament, es decir, en el Ministerio
de la Guerra de los Estados Unidos.: Dachau era uno de los más antiguos campos
de concentración alemanes, y albergaba mayoritariamente a presos políticos
austríacos, presos comunes y, al final de la guerra, también soldados
prisioneros, procedentes del frente del Este, en su mayoría.
Naturalmente, también había presos
judíos, no englobados en las categorías que acabamos de enumerar. Los presos
eran utilizados como trabajadores en fábricas cercanas, aunque también se
dedicaban al cultivo de una plantación de hierbas medicinales instalada junto
al campo y a secar pantanos y zonas cenagosas de las cercanías. El avance de las tropas rusas en el frente
del Este forzó a las autoridades alemanas a evacuar cada vez más hacia el Oeste
a su impresionante masa de prisioneros de guerra. Más del ochenta por ciento de
esa masa estaba compuesta de rusos. Los bombardeos de la aviación aliada habían
conseguido crear en Alemania, sobre todo a partir de mediados de 1944, una
situación caótica. Como es lógico en una situación bélica, el suministro de
abastecimientos, así como de armas y municiones para los soldados que luchaban
en el frente gozó de absoluta prioridad. Luego, venían, por este orden, los
suministros de víveres a la población civil y a los presos, militares y
políticos. La guerra de bloqueo practicada por Inglaterra, y secundada desde su
entrada en la guerra a finales de 1941 por los Estados Unidos, contribuyó
notoriamente al fomento del hambre en Alemania, sobre todo a ‘partir del Otoño
de 1944. Las consecuencias las pagaron, como era de esperar, la población civil
y, aún más que ésta, los internados en los campos de concentración.
A principios, de Marzo de 1945,
Kaltenbrunner dió la orden de permitir la presencia en cada campo de
concentración, de un delegado del Comité Internacional de la Cruz Roja. Estos
delegados tenían por misión supervisar la entrega de alimentos a los presos.
Una parte de esos alimentos procedía de países neutrales.
El
29 de Abril, la mayor parte de los guardianes y empleados administrativos alemanes
a cuyo cuidado estaba encomendado el campo, se retiraron hacia el Este; en
vista de la inminente llegada de las tropas americanas. Sólo quedaron algunos
guardianes al mando del teniente SS Wickert y el delegado de la Cruz Roja.
Según los escritores judíos Franz Lenz y
Nerin E. Gun, que se hallaban presentes en Dachau en el momento de la llegada
de los americanos, lo primero que éstos hicieron fué ametrallar a los alemanes
que iban a entregarles el campo. Ni los indefensos perros guardianes escaparon
a esa suerte. El motivo de esos ametrallamientos fué, según afirman los citados
autores judíos, 3 La indignación provocada en
el jefe del destacamento americano por el hallazgo de un tren de mercancías en
el que se encontraron unos quinientos cadáveres.
1 [Falta]
2 «Our Sunday Visitor»,
14-VI-1959.
3 Nerin E. Gun: «The Day of the Americans» y Johann M.
Lenz: «Christ in Dachau», aun cuando la probable autora de ésta última obra
fuera la Baronesa Waldstein.
Se trataba, principalmente, de
prisioneros de guerra rusos, muchos de ellos enfermos del tifus, que quedaron abandonados
en una vía muerta de la estación de ferrocarril de Dachau, tras un bombardeo de
la aviación anglo-americana, unas semanas antes del abandono del campo por la
mayor parte de los guardianes alemanes. Butz afirma 1 que la versión de Gun y de
Lenz es falsa en lo que se refiere al ametrallamiento colectivo de los
guardianes; en todo caso, el delegado de la Cruz Roja omitió mencionar el
«incidente» en su informe.
Según
afirma el ya citado Fiscal norteamericano Pinter, 2
encontrar
cadáveres en los trenes alemanes hacia finales de la guerra no era nada
extraordinario, incluyendo los trenes ordinarios de pasajeros. A finales de
Enero de 1945 llegó a Berlin un tren con ochocientos refugiados civiles, todos
ellos muertos de frío. 3
El
indescriptible caos creado por los bombardeos de los Aliados hacia que para un
viaje de un par de horas se invirtieran, a veces, ocho días, sin alimentos y
sin calefacción. En el caso de Dachau, a donde afluían, desde
Enero
de 1945, muchos prisioneros de guerra rusos, la situación era todavía más grave
debido al aludido bombardeo de la población, que afectó necesariamente al servicio
de suministros al campo de concentración, aparte de que en el mismo, según
Rassnier, cayeron también numerosas bombas. 4 En ese campo, según fuentes
americanas, se encontraron a unos 35 ó 40 mil prisioneros de guerra soviéticos,
5 casi todos ellos en avanzado estado
de infección tífica, y muy desnutridos. Los baños-ducha para despiojar (las, en
un principio llamadas «cámaras de gas») eran demasiado reducidos; no daban
abasto para la población del campo. En los cuatro pri meros meses de 1945 se
produjeron quince mil muertes a causa del tifus. 6 En 1946, el Secretario de
Estado del Gobierno «autónomo» de Baviera, Philip Auerbach, descubrió, en
Dachau, una placa en la que podía leerse:
«Esta
zona se considerará, desde hoy en adelante, como el altar del sacrificio de 238.000 judíos que aquí fueron
asesinados en los hornos crematorios».
Este señor Auerbach, por cierto un
judío, de profesión abogado, se especializó en demandas judiciales al titulado
gobierno de Baviera para obtener sumas inmensas de dinero en concepto de
«reparaciones» a los familiares de los judíos gaseados y cremados en Dachau.
Hasta que un buen día se demostró que tales «victimas» – y, menos aún, sus «familiares»
– no existieron nunca, y que todo no pasaba de ser una burda estafa. Y el señor
Auerbach fue a la cárcel. Hoy en día, la placa de los «238.000» ha desaparecido, por ser la cifra manifiestamente
imposible y por no haberse podido aún llegar, en Occidente, al inconmensurable
cinismo del Este donde se mantiene todavía el mito de Auschwitz. La placa ha
sido discretamente quitada. Porque tras sucesivas rebajas impuestas por la Aritmética,
se ha llegado a la cifra máxima de 20.600
muertes, la mayoría causadas por el tifus
y la desnutrición en los últimos meses de la guerra.
1 Arthur R. Butz: «The Hoax of
the Twentieth Century».
2 Stephen F. Pinter, Id.
3 Christopher Burney: «The
Dungeon Democracy».
4 Paul Rassnier: «La Mentira de Ulyses».
5 Boletín de la «American
Association for the Advancement of Science». (Asociación Americana
para
el Progreso de la Ciencia).
6 Boletín de la Cruz Roja Internacional, 1947.
El Cardenal Faulhaber, Arzobispo
Católico de Munich, informó a los americanos de que, durante los bombardeos
aéreos de la capital bávara en Septiembre de 1944 perecieron treinta mil personas.
El propio Arzobispo pidió a las autoridades alemanas que incineraran los
cuerpos de las víctimas en el crematorio de Dachau. Desgraciadamente, ese plan
no pudo llevarse a cabo. El crematorio, que sólo poseía un horno – que se
utilizaba para incinerar a los internados que morían de muerte natural y
especialmente de enfermedades infecciosas – no podía hacerse cargo de aquéllos 30.000 cadaveres, según le informaron a
su Eminencia las autoridades del campo.
De ello se deduce que todavía menos
hubieran podido los nazis incinerar a los inicialmente pretendidos 238.000 judíos. Disponiendo – como. se
ha demostrado – de un crematorio con un sólo horno, el número máximo de judíos
que podían cremar los nazis, diariamente, era de doce. O sea, 4.480 judíos al año. Con lo que, para
cremar en Dachau a los supuestos 238.000
judíos, hubieran sido precisos setenta y
dos años. Es decir, que las complicadas
ejecuciones debieran haber continuado ininterrumpidamente hasta el año 2.013, suponiendo
que, como se dice, empezaran en 1941. Además, y tomando como promedio 2,5 kgs. de cenizas por persona,
hubieran debido aparecer nada menos que 595
toneladas de cenizas. Casi seiscientas toneladas de ceniza, que es una
substancia ligera, de mínima densidad. Hubieran debido aparecer verdaderas
montañas.
¿Dónde están?
¿Cómo no se fotografiaron esas
montañas de ceniza?
Ralph W. McInnis, un jurista norteamericano
que fue Jefe Administrativo para la División de Relaciones Culturales y
Educación del Programa de Desnazificación de Alemania, dimitió de su cargo en
señal de protesta por las resoluciones del Tribunal de Nuremberg, regresó a los
Estados Unidos y escribió un libro 1 sobre los abusos de las
tropas de Ocupación Aliadas en Alemania y sobre los que se atribuían a los
nazis. Al hablar del campo de Dachau Mclnnis dice:
«Estando de permiso visité el campo de
Dachau... Al principio no vi ninguna razón para sospechar una burla, pero
después de un examen más detenido de este cepo para turistas me vi obligado a llegar
a la conclusión de que yo y millones de otros confiados americanos habíamos
sido víctimas de noticias arregladas. En el interior de la cámara de gas (?) un
curioso observador puede constatar que se halla ante un burdo fraude. De hecho,
el engaño era demasiado perfecto, demasiado limpio, pues la cámara de los
horrores estaba nueva y brillante, sin una mancha, rasguño, señal o deterioro
que atestiguase que alguien había muerto alli».
Todavía tenían
que pasar años para que el Instituto de Historia Contemporánea de Munich
afirmase oficialmente que ni en Dachau ni en ningún otro lugar de Alemania o Austria
había habido cámaras de gas.
Pero, no obstante, cuando el comunista checo Franz Blaha, judío, declaró ante
el Tribunal de Nuremberg que «la cámara de gas de Dachau fue terminada en 1944
y el doctor Rascher me encargó que vigilara las primeras víctimas; había ocho o
nueve personas, de las que tres continuaban vivas, y las demás tenían los ojos enrojecidos,
etc. etc...» 2, el Tribunal, que no se
consideraba obligado por las reglas técnicas de la administración de pruebas (artículo 19) no se las pidió y el
hecho, declarado de notoriedad pública (artículo
21) fue considerado como demostrado.
A consecuencia del perjurio del Doctor Blaha, muchos acusados alemanes
fueron a la horca, pero a él nadie le pidió cuentas. Entretanto, el museo de horrores de Dachau continúa abierto al público.
La placa de los 238.000 judíos muertos
ya no está. La «brausebad» o sala de baños es presentada como lo que fue,
una sala dedespiojamiento y no una cámara de gas. Y los «238.000» gaseados y cremados se han transformado, de momento, pues
la cuenta sigue bajando, en 20.600 como máximo posible, por desnutrición y
enfermedades infecciosas. Esta deflación hasta el 10 por ciento de la cifra original, continuará bajando hasta un 6
por ciento, y un día será aplicada a la mítica cantidad de los seis
millones.
1 Ralph W. McInnis: «Managed
Atrocities».
2 Debates de Nuremberg, Tomo V, pág. 75.
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