PARTE 4
El mito de
Ana Frank PAG. 70
Fue precisamente en el campo de
concentración de Bergen-Belsen donde, en marzo de 1945, se dice que murió la
niña judía Ana Frank. El libro que cuenta los horrores de su historia
concentracionaria apareció en 1952, con el título «Diario de Ana Frank», convirtiéndose inmediatamente en un
«best-seller». Desde entonces se han hecho, sólo en lengua inglesa, cuarenta y dos ediciones y una película en
Hollywood. El padre de la niña, Otto
Frank, en royaltyes sólo, por la venta del libro, ha hecho una fortuna.
También ha ingresado mucho dinero por los derechos sobre la película y las
versiones teatrales que se han hecho en numerosos idiomas. Esta fortuna la ha
amasado, no lo olvidemos, gracias a la venta de un libro que cuenta la historia
de la – se asegura – tragedia real de su hija.
Según afirma, atinadamente, el
escritor inglés Harwood, 1
«...apelando directamente a la emoción
del público, el libro y el film han influenciado literalmente a millones de
personas, ciertamente a muchas más que cualquier otra historia de esa clase. Y,
no obstante, sólo siete años después de su publicación inicial, la Corte
Suprema del Estado de Nueva York estableció que el libro era un fraude».
La verdad sobre el Diario de Ana Frank
fue revelada, en primer lugar, por el periódico sueco «Fria Ord», en 1959, en una serie de artículos diarios aparecidos
en marzo. En abril de aquel mismo año, la revista americana «Economic Council Letter» 2 resumió los artículos de su colega sueco, con la
siguiente gacetilla:
La Historia nos
proporciona muchos ejemplos de mitos que tienen una vida más rica y más larga
que la verdad, y que, sin duda, pueden llegar a ser más efectivos que la
verdad.
«El Mundo Occidental, durante varios
años, ha podido enterarse de las vicisitudes de una niña judía, a través de lo
que se ha afirmado que fue su diario personal, personalmente escrito por ella
Pero ahora, una decisión de la Corte Suprema del Estado de Nueva York nos informa
de que el escritor judeo-americano, Meyer
Levin, ha recibido, o deberá recibir, por orden del juez, la suma de 50.000 dólares que deberá pagarle el
padre de Ana Frank, en concepto de honorarios por el trabajo de Levin en el
libro titulado precisamente El Diario de Ana Frank».
Una triste historia, en verdad. Un
señor se hace millonario gracias a una lacrimógena historia, que dice haber
escrito su hija, muerta. Luego para pagar al autentico autor de la historia
tiene que ser llevado a los tribunales. Y, por favor, que no se diga que todo
esto es una maquinación antisemita.
Si el demandado, y condenado a pagar,
Otto Frank, era judío, también lo eran el demandante, el autor Meyer Levin, así como el Juez, Samuel
L. Coleman. 3
1 Richard Harwood: «Did Six
Millions Really Die?»
2 «Economic Council Letter», New
York, 15-4-59.
3 Lo referente al caso Weyer Levin - Otto Frank está archivado en la Oficina del
Condado de Nueva York (New York County Clerk’s Office), con el número
2241.1956, y también en el «New York Supplement, II Serie 170, y en 5, II Serie
181. Otto Frank apeló contra la cuantía de la sentencia, alegando vicio de
forma en la demanda. Le fue dada razón. La sentencia fue casada, y todo terminó
en un arreglo amigable entre el padre de Anna Frank y el autor de «su» libro,
Meyer Levin. Así obtuvo Otto Frank una rebaja en la cifra a pagar (Harwood, op.
cit.).
Naturalmente, que el Diario de Ana
Frank es una farsa, destinada a formar parte del arsenal ideológico de los
mantenedores del mito, lo saben muchas
personas (aparte, claro es, de los beneficiarios del Gran Fraude de los
Seis Millones) pero la gran masa del público
lo ignora. Y no obstante, como fraude, es de los más burdos que se han llegado
a concebir y su éxito hace dudar muy seriamente por lo menos. Dudar de la
capacidad mental del hombre disuelto en la masa.
Veamos. El Diario de Ana Frank se ha
vendido al público como si fueran las auténticas memorias de una niña judía de
Amsterdam, que, a la edad- de doce años, escribía sus vivencias en unos
cuadernos, mientras ella y cuatro familiares judíos se escondían en una
buhardilla durante la ocupación alemana. Eventualmente fueron detenidos y
mandados a Bergen-Belsen, donde se dice que la niña murió, probablemente del tifus.
El «se dice» se basa en el testimonio de su padre Otto Frank, el cual, al salir
del campo de concentración al final de la guerra, regresó a su casa de
Amsterdam y, casualmente, encontró el diario de su hija, escondido en una
cavidad entre la viga y el techo.
¡También es casualidad ir a encontrar
el diario en sitio semejante, caramba!
¿Qué debía estar buscando el viejo
Otto Frank, entre la viga y el techo?.
¿Qué raras cabriolas debió hacer Ana
Frank para encaramarse por la pared y esconder su obra literaria en sitio semejante?
¿Qué providencial coincidencia fué
necesaria para que mientras la joven literata se entregaba a sus ejercicios de
alpinismo interior, los otros cuatro ocupantes de la habitación, incluyendo su
padre, miraran a otro lugar?.
Y en cuanto a la obra en sí:
¿Puede, realmente, creerse que una niña de
doce años escribirá, en la segunda página de su Diario, un ensayo filosófico
sobre lo que va a escribir tal diario, y en la tercera página una historia de
la familia Frank, antepasados incluidos?
¿Es lógico que una niña de doce años, que
vive confinada en una buhardilla esté al corriente de las medidas antijudías de
los nazis, incluyendo fechas y nombres propios?
¿No es descorazonador pensar que
millones de personas han podido creer en la autenticidad de este «Diario»?
¿No es increíble que por el mero hecho
de haber osado poner en duda la autenticidad del Diario, el Profesor Stielau, de Hamburgo, fuera expulsado
de su cátedra, en 1957?
Hemos dicho que el Diario de Ana Frank
era, no sólo un fraude, que eso está
establecido por sentencia de juez, (y de juez judío, además) sino que era un fraude burdo. Paul Rassinier, ex-miembro de la
Resistencia Francesa, miembro de la Sección Francesa de la Internacional
Obrera, deportado por los alemanes, pensionado en media docena de campos de concentración
e inválido de guerra al 90% afirma 1 que las ediciones francesa,
alemana e inglesa del Diario difieren fundamentalmente,
y que la escritura que dice ser la de Ana Frank, fotocopiada, en el libro «Spur
eines Kindes» del alemán Ernst Schnabel. difiere totalmente de la escritura de
Ana Frank en el manuscrito original, escritura que, por cierto, se parece
muchísimo a la de su buen padre, Otto Frank.
El caso de Ana Frank es el más
espectacular, pero es un caso aislado. Por ejemplo, cuando, en 1954, se
discutía sobre la necesidad de rearmar a Alemania Occidental, a lo que se
oponía el entonces Primer Ministro Francés, el sefardita Pierre Méndes France, aparecieron, con notoria oportunidad, las
«memorias» del niño Rubinowich, otro
adolescente judío muy dotado para la literatura lacrimógena. Estas «memorias»
aparecieron, por cierto, en un cubo de basura (sic). Inmediatamente la Gran
Prensa, armó un alboroto de mil diablos, recordando que los alemanes eran unos
desalmados y la cuestión del rearme se aplazó. Simultáneamente el Shylock
israelita exigía otra libra de carne a Alemania para alimentar a su colonia de
Palestina. Más importante que el caso mencionado fué el de Emmanuel Ringelblum versión oriental de Ana Frank; claro que en
masculino y de más edad. El tal Ringelblum escribió «Notes from the Warsaw
Ghetto: the journal of Emmanuel Ringelblum» (Notas del Ghetto de Varsovia: el
Diario de Emmanuel Ringelblum).
Ringelblum, según él mismo afirma,
había sido un líder en la campaña de sabotaje contra los alemanes en Polonia, así
como en la revuelta del Ghetto de Varsovia en 1943, hasta que fué arrestado y
ejecutado como partisano en 1944. El diario está lleno de referencias
fantásticas sobre crueldades alemanas, todas ellas gratuitas y barrocas, como siempre,
y especialmente, de crueldades contra niños y niñas judíos.
MacGraw-Hill, los editores de la
versión inglesa del libro se vieron forzados a admitir que no se les permitió
ni siquiera echar un vistazo al manuscrito original, guardado en Varsovia, y si
solo a una versión expurgada por el gobierno comunista polaco. Ringelblum en el
Este. Ana Frank en el Oeste. «Diarios» y «Memorias» que son triunfalmente
presentados como pruebas por los sacerdotes que mantienen vivo el culto al Mito
de los Seis Millones. Pruebas que son completamente inválidas como documentos
históricos.
1 Paul Rassinier: «Le drame des Juifs Européens»; pag.
42. Editions des Sept Couleurs. Rassinier
muestra las fotocopias de ambas escrituras que no dejan
lugar a dudas. Se trata de la escritura de dos
personas diferentes. (N. del A.)
NOTAS
EXTRAS DEL AUTOR DEL BLOG:.
También
hay que agregar:
-Las pruebas recopiladas por Ditlieb Felderer en Suecia y por el Dr. Robert Faurisson en Francia
prueban, definitivamente, que el famoso Diario es una falsificación literaria.
-La historia había sido escrita en bolígrafo, un instrumento que no se
comercializó sino en los años posteriores al fin de la guerra.
Auschwitz-Birkenau PAG. 75
El varias veces aludido Instituto de
Historia Contemporanea. más de la mitad de cuyos miembros son judíos. pese a
que se vio forzado a admitir que las cámaras de gas nunca funcionaron en el
territorio del Reich. preciso que «las exterminaciones masivas de judíos
empezaron en 1942. en algunos lugares de Polonia, pero, en ningún caso, en territorio
aleman».
En ningún caso en territorio alemán,
dice el Instituto Este Instituto sabe hacer bien las cosas. Excepto para Juan
Pueblo, que engullira ingenuamente cualquier cosa que le repita suficientemente
la Radio, la Prensa o la Televisión al servicio de los poderes politicos
establecidos, resulta evidente que la historia de las cámaras de gas es
insostenible.
En cuanto a los crematorios, todos los
testimonios de primera mano han afirmado que se utilizaban para incinerar los
cadáveres de los numerosos fallecidos a causa de las epidemias, la inanicion y
los bombardeos. Entonces, los resistencialistas de Munich sitúan las «cámaras de
gas» en Auschwitz, en la actual Polonia boichevizada, donde las autoridades locales
no permiten ninguna encuesta histórica seria, y el historiador se vé obligado a
creer en el testimonio de las honorables autoridades comunistas polacas bajo
palabra de honor. (sic)
Esos «lugares de la Polonia ocupada»
citados por el muy oficioso Instituto de Munich son:
1-Chelmno,
2-Belzec,
3-Maidanek,
4-Seibidor,
5-Treblinka,
6-Stutthof y
7-Auschwitz- Birkenau.
Por lo que se refiere a los seis
primeros, la existencia y funcionamiento de las «camaras de gas» no ha sido
atestiguada más que por el llamado «Documento
Gerstein», del que más adelante hablaremos, y que presentó tal número de
falsedades y exageraciones que el propio Tribunal de Nuremberg lo rechazó.
Queda, pues, Auschwitz-Birkenau, el mayor de los campos de concentración nazis,
ubicado en Polonia, y donde se han «colocado» como último refugio, las
exterminaciones masivas, mediante las «cámaras de gas», de los judíos.
Antes de seguir adelante, queremos
llamar la atención sobre una coincidencia fantástica. Los alemanes tenían,
aproximadamente, medio centenar de campos de detenidos, aunque sólo 30
merecieran el pomposo título de campo de concentración. De estos 30, y tras
haberse asegurado inicialmente que todos poseían sus cámaras de gas, luego, al
irse demostrando que tal aseveración era falsa, se aseguró muy seriamente que
sólo poseían tal tipo de instalación 7 campos, situados en Polonia, es decir,
en territorio ocupado por el Ejército Rojo. Auschwitz, concretamente, en la
Alta Silesia, era étnicamente territorio alemán y fué reincorporado al Reich en
1939, al hundirse Polonia. Evidentemente, era posible – al menos, era
matemáticamente posible – que los nazis instalaran cámaras de gas en 7 de sus
30 campos de concentración, y que estos 7 campos de. concentración, provistos de
cámaras de gas fueran los que cayeran en manos de los soviéticos, mientras que
los otros 23 desprovistos de cámaras de gas – tal como seadmitió oficialmente
nueve años después – cayeran en manos de americanos e ingleses. Esto es
matemática. mente posible. Como es posible que arrojemos 30 monedas al aire; 23
blancas y 7 negras; y que al caer sobre el tapete las 23 blancas salgan cara y
las siete negras salgan cruz. Es el mismo caso. La posibilidad matemática de
que esto ocurra es, exactamente, igual al cociente del factorial 23 dividido
por el factorial 30, es decir, que hay una posibilidad contra 2.035.800. (Una
contra dos millones, treinta y cinco mil ochocientas).
No cabe duda. La posiblidad existe.
Algo remota, esto parece innegable. Pero existe. Tras haberse afirmado que en
Dachau, Belsen, Buchenwald, Dora, y demás campos ocupados por los occidentales
hubieron cámaras de gas, la investigación histórica, dirigida por los ocupantes
o por entidades contando con su placet, ha debido admitir, bien a regañadientes,
que en tales campos no hubieron – o, más exactamente, no llegaron a funcionar –
pues alguien las construyó después del final de la guerra – las fatídicas cámaras
de gas. Como en los paises «socialistas» la investigación histórica no ha
podido llevarse a cabo por haber opuesto una rotunda negativa las autoridades
polaco-soviéticas, se ha admitido, oficialmente, que en los 7 campos precitados
si hubieron «cámaras de gas», aduciéndose, como prueba, la palabra de honor del
Gobierno Polaco. Delicioso. Resulta refrescante, en este mundo materializado,
comprobar con qué rara unanimidad se acepta, como prueba incontrovertible,
sólido como la roca de Jehová en el Monte Sinai, la palabra de honor de un
Gobierno, que ignora, sin duda, lo que se llama «razón de Estado» que tantas mentirijillas
diplomáticas ha alumbrado. Sin ocurrírsenos, ni por asomo, poner en duda la
palabra del honorable Gomulka, nos permitiremos recordar que, hasta ahora,
nunca la palabra de honor de un gobierno, y menos aún, de un gobierno
interesado, se ha considerado irrefutable prueba histórica. Por consiguiente,
vamos a estudiar, con cierto detenimiento, el caso de Auschwitz.
La
revista australiana «Perseverance»1 publicó la siguiente
gacetilla que reproducimos in extenso por considerarla de gran interés:
1 «Perseverance»,
Merredin, Australia, 1 5-V- 1977.
«Día tras día siguen comentándose las
supuestas atrocidades nazis y la gente sigue creyéndolas sin pararse a pensar
si tales y tantos crímenes son lógica y matemáticamente posibles. Klaus Losch,
se paró a pensar en que todo esto fuera falso y a través de todos los datos que
pudo recoger, ha reconstruido este estudio, basándose, además, en la capacidad
de trabajo de un moderno horno crematorio existente actualmente en la ciudad
alemana en que vive, Bocholt.
Se ha dicho en
la mayoría de los reportajes, que sólo en Auschwitz murieron unos tres millones
de seres humanos. Pues bien: teniendo en cuenta que el campo de Auschwitz operó
durantes cuatro años, para conseguir llegar a la cifra de tres millones de
asesinados, debieron ser incineradas 750.000 personas por año, lo que quiere
decir 62.500 cada mes, o sea, 2.083 cada día. De acuerdo con posteriores declaraciones
hechas por los propios testimonios de cargo y admitidas por el Tribunal de
Frankfurt que juzgó a los guardianes del campo de Auschwitz, estos crímenes se
efectuaban por la noche, para guardar el secreto. 1
Por lo tanto, los 2.083 individuos debían ser asesinados y quemados en las doce
horas nocturnas, operación que debió repetirse durante 1460 días (los cuatro
años de servicio). «Segun se afirmó, los restos de las victimas fueron
enterrados. El peso de la tierra o arena, es un 40 por ciento mayor que el del
cuerpo humano; si consideramos un peso de 120 libras (unos 60 kg) de peso por
cuerpo humano, eso significa 168 libras de tierra, o sea que cada día se
debieron quemar 124 toneladas de carne humana, lo que corresponde a 174
toneladas de tierra que se ha debido
remover para enterrarlos. En esos cuatro años 254.000 toneladas de tierra
debieron ser removidas y puestas en algún sitio. Al final de la guerra debería existir
un muro de tierra alrededor de Auschwitz de 18 pies, es decir, de cinco metros
y medio de altura. ¿Dónde está?.
«Se ha dicho que los cuerpos fueron
quemados, pero esto es totalmente imposible. Las siguientes cifras se basan en
datos obtenidos en el. actual crematorio de Dortmund. Consideremos que en la
guerra usaban carbón en vez de gas, como en los modernos crematorios de hoy en
día. La incineración de un cuerpo humano de peso mediano necesita hoy día 30
metros cúbico; de gas, y una densidad de calor que requiere 325 kilos de
carbón. Para incinerar 2.083 cuerpos diarios son necesarios 60.490 metros
cúbicos de gas, o 677 toneladas de carbón por día; 677 toneladas de un material
tan vital en periodo de guerra, y durante cuatro años. Es imposible que usaran
tal cantidad considerando la crítica situación militar de aquellos días.
«Veamos otro cálculo más. Hoy día los modernos hornos necesitan de dos horas y
media para quemar un cuerpo. Aún pretendiendo que existieran cien instalaciones
de hornos en Auschwitz, serían necesarios .15 años – ¡quince años!– para
quemar tres millones de cuerpos, en 12 horas diarias. El campo sólo operó
durante cuatro años.
«Las cenizas de un cuerpo pesan
aproximadamente dos kilos y medio. Tres millones de cuerpos producirían 7.500
toneladas de cenizas. Dada la escasa densidad de la ceniza, se hubieran producido
gigantescas montañas de ceniza. ¿Dónde están? ¿Qué fué de ellas?»
El Doctor Scheidl, alemán aunque no
nazi, y ex-internado en Auschwitz, escribe:
«Después de la
guerra, Auschwitz fué herméticamente cerrado al exterior. Nadie pudo visitarlo.
Desapareció totalmente tras el Telón de Acero.
Cuando se volvió a abrir, dijeron que
los alemanes habían volado las cámaras de gas, y al mismo tiempo los hórnos
fueron expuestos a la vista del público. Ese hecho, por si mismo, demuestra la
mentira. Según los planos (sin duda, falsos, pero admitidos como verdaderos por
el Tribunal de Frankfurt) las cámaras de gas debieron estar en el sótano, y los
hornos encima. En.esto han coincidido todos los testigos de cargo. Ahora bien:
¿Cómo se las arreglaron los alemanes para volar el sótano y dejar intacta la
parte superior? Esto es física y técnicamente imposible». 2
Como este es el último campo de
concentración en el cual pueden dar al fraude de los Seis Millones una cierta
plausibilidad, los sionistas se aferran con psicopático frenesí a las absurdas
cifras de Auschwitz. La última demostración la ha proporcionado Simon Wiesenthal,
el auto-nombrado perro sabueso que persigue a supuestos responsables nazis de crimenes
contra los judíos. En marzo de 1973, la revista alemana «Deutsche Buerger Initiative»,
de Frankfurt, publicó un panfleto, editado por el Doctor Manfred Roeder, Fiscal
del Tribunal de Hesse, titulado «Die Auschwitz Luege» (La Mentira de
Auschwitz). El Doctor Roeder cita una frase del conocido abogado judío, Benedikt
Kautsky, internado en Auschwitz durante tres años, quien manifestó:
1 Aún cuando ya lo hemos comentado, queremos resaltar de
nuevo la imposibilidad práctica de
guardar u secreto conocido por miles de personas, desde
Hitler hasta el último guardián de un campo.
(N. del A.)
2 Franz Scheidl: «Geschichte der Verfemmung
Deutschlands».
«Estuve en los mayores campos de
concentración de Alemania, incluso en Auschwitz. Pero debo testificar, en
verdad, que en ningún campo vi, jamás, una cámara de gas». 1
El panfleto editado por Roeder
contiene las manifestaciones de un testigo ocular, Thies Christophersen, que
estuvo un año en Auschwitz. A pesar de que el panfleto es una serena y
ponderada refutación de la cifra de los Seis Millones en general, y de los tres
o cuatro millones atribuidos a Auschwitz en particular, Simon Wiesenthal tuvo
la osadía de exigir al Gobierno de Alemania Occidental que retirara de la
circulación el folleto, como insultante a la memoria de los Seis Millones de
judíos gaseados por los nazis.
Naturalmente1 el aterrorizado Gobierno de Bonn cedió a las exigencias
de Wiesentahl, sujeto, que, incidentalmente, se pasea por medio mundo tomándose
«su» justicia por su mano raptando y asesinando, sin que ningún gobierno se
atreva a aplicarle la ley.
Hace muchos años, cuando las escuelas
proporcionaban educación, además de enseñanza, nuestros libros contaban la
historia del mentiroso que se da cuenta de que un cierto número de mentiras son
necesarias para «demostrar» su primera mentira. Este simple ejemplo forma la
base de la afirmación judía de ser un pueblo perseguido, y la primera mentira
sobre campos de exterminio ha debido, forzosamente, tener una secuencia de mayores
y mejores mentiras. Una gran mentira tiene infinitamente más éxito que una mentira
pequeña. El asesinato de seis judíos podría ser facilmente examinado y
demostrarse que es falso; pero seis millones de asesinatos son demasiados para
ser fácil y rápidamente sometidos a un examen critico. En el Proceso de dejadas
de lado. En ningún tribunal del mundo – al menos, en ningún tribunal de un
Frankfurt contra los guardianes del campo de Auschwitz, todas las reglas de la
jurisprudencia han sido país civilizado – un reo será acusado de haber cometido
un número vago e indeterminado de asesinatos. Pero en Frankfurt se acusó a los
guardianes de haber dado muerte... «de dós y medio a cuatro millones de
personas». Las cifras ya no significan nada... En ningún tribunal civilizado se
presumirá culpable al acusado mientras no se haya ronunciado un sentencia.
Cualquier periodista que presuma la culpabilidad del acusado será castigado con
presidio por ultraje al Tribunal y el proceso será suspendido. En Frankfurt,
todo era al revés. Allí, los periódicos y otros rganos de «desinformación»
pública desataron una campaña de fal sedades e injurias contra los acusados
antes del juicio, durante el juicio y después del juicio. Cuando un fontanero
del campo de Auschwitz fué absuelto, se organizó una campaña de prensa poniendo
en duda la honorabilidad de los jueces. Un cambio notable en la parodia
jurídica de Frankfurt fué la sustitución del jurado – ¡una institución tan
democrática! – por una serie de jueces, cuidadosamente nombrados a dedo. De
este modo se evitaba que el sorteo designara a un jurado de mentalidad
independiente que fuera capaz de dar un veredicto no acorde con lo que se había
prejuzgado.
Los procesos de Frankfurt intentaron –
y en muchos caso lograron – sobrepasar en pintoresquismo los procesos de
Nurenberg. Omitiremos las referencias a un montón de cosas que se admitieron
como evidentes, tales como la quema de bebés judíos en gigantescas piras, el
asesinato de unos judíos por un SS provisto de una metralleta, porque los
judíos en cuestión discutían acalorada mente y no le dejaban dormir, etc., etc.
Un chico judío contó una escena tan horripilante, que él mismo se puso a
llorar. Los periodistas lloraron. Los jueces lloraron. El Jurado en pleno
lloró. Y al día siguiente el juez debió guardar cama, por sentirse indispuesto
tras el drama que había escuchado el día anterior. Incidentalmente, el chico
promotor de tan lacrimógena orgía, tenía 17 años, y recordemos que los juicios
de Frankfurt se celebraron en marzo de 1964, veinte años después del drama.
Claro
que el chico contaba una historia que a su vez le había contado alguien. 2 Una testigo judía que lucía unas antiparras respetables
y que declaró que no pudo divisar las atrocidades de Auschwitz demasiado
claramente debido a la debilidad de su vista, reconoció, 20 años
1 Benedikt Kautsky: «Teufel und
Verdammte».
2 «Nationalist News»,
Dublin, Marzo 1964.
después,
al «acusado» Hoffmann, que entretanto, se había dejado crecer la barba y se
hallaba a 50 metros de distancia. 1 No obstante, nos detendremos a examinar un
par de «pruebas» admitidas por el Tribunal que, a nuestro juicio merecen
atención, no por su valor intrínseco, sino por reflejar el desprecio que
determinados judíos sienten por la inteligencia de los no-judíos. La primera
fué la declaración – admitida por el Tribunal – de que el pelo de las cabezas
de los prisioneros de Auschwitz se utilizaba para fabricar cuerdas para ser usadas
por los submarinos. Lo que más nos admira, personalmente, es la precisión de
las declaraciones. No bastaba con decir que el pelo se utilizaba para fabricar
cuerdas. Debían ser cuerdas para submarinos. Este pelo, presumiblemente, no era
suficientemente fuerte para acorazados. Nos imaginamos al comandante de un
U-Boote, en medio del Atlántico, a la luz de la luna, murmurando:
«Ya
no es el mismo pelo ensortijado de los rabinos de antes de la guerra... Lós
judíos de ahora usan demasiado tónico capilar y perfume y esto debiita las
fibras de las cuerdas».
Lo que sorprende es que esas cuerdas
de pelo no se utilizaran en las horcas, que, sin duda, debían estar diseminadas
en el campo de Auschwitz como narcisos en un claro del bosque. La segunda
historia es una verdadera joya. Es la historia de un soldado de las SS, que fué
hallado convicto de haber mandado a su casa un lingote de oro hecho con las extracciones
de dientes de... «20.000 a 100.000 judíos gaseados»... Decididamente las cifras
no significan nada y 80.000 más o menos es una insignificancia. Supongamos
cuatro dientes de oro por boca; ese lingote de oro ha debido hacerse al menos,
con 80.000 dientes, o con 400.000 si aceptamos el presupuesto máximo de 100.000
gaseados. Suponiendo que sólo se emplearan dos minutos por extracción – tiempo
rápido para una mandíbula en pleno rigor mortis – , el tiempo necesario para
recuperar estos dientes de oro seria, para usar el moderno argot técnico 2.666
horas dentales (mínimo) o 13.334 horas dentales (máximo). Uno está tentado de
decir que los dentistas de Auschwitz no tenían un sindicato que les
protegiera
eficazmente.
Thies Christophersen, a quien ya hemos
aludido, niega resueltamente que existiera el «crematorio gigante», con una
enorme chimenenea, cerca del campo de Auschwitz.
«Cuando
salí del campo, en diciembre de 1944, no ví ninguna chimenea, ni grande ni pequeña».
2
¿Existe
hoy ese misterioso edificio, con su gigantesca chimenea...? Pues no. El autor
«concentracionario» judío, varias veces citado por nosotros, Reitlinger, afirma
que fue completamente demolido en octubre de 1944, aún cuando Chnstophersen
niega que existiera tal demolición. No obstante, Reitlinger no es, en este
caso, un testigo de primera, sino de segunda mano. A él se lo dijo un colega
judío, el dóctor Bendel, y este Bendel es el único testimonio de la existencia
y posterior demolición del «horno gigante». Mejor dicho, era el único
testimonio, porque cuando Reitlinger le citó en su libro, ya había muerto.
Reconozcamos
que la situación es extrañamente típica. Cuando se llega a un punto en el que
se precisa una evidencia, en el sentido legal del término, una prueba,
entonces... el edificio fué demolido, el documento «se extravió», las órdenes
fueron «verbales». Otra cosa curiosa: el único acusado que no apa. reció en el
Proceso de Frankfurt fué Richard Baer, el sucesor de Rudolf Höss como
Comandante de Auschwitz. A pesar de hallarse en perfecto estado de salud, murió
súbitamente er su celda de la prisión, dos días antes de empezar el proceso,
«de manera extremadamente misteriosa». 3 Baer siempre había mantenido su
versión de que en Auschwitz nunca existieron cámaras de gas, ni nunca creyó que
tales cosas hubieran existido jamás en ningún campo de concentración aleman.
1 Id.
2 Thies Christophersen: «La Mentira de Auschwitz», pág.
37.
3 Id.
Según Christophersen, en fin,
Auschwitz-Birkenau no era más que un gigantesco complejo insustrial, donde se fabricaba,
especialmente, caucho sintético y en el que, si ciertamente se empleaba a los
internados en trabajos forzosos, nunca tuvieron lugar exterminios masivos de
judíos ni de ningún otro grupo étnico. Como cualquier gran complejo industrial
Auschwitz fue organizado de manera sistemática pensando en dársele la mayor
eficiencia posible. Las per sonas recién llegadas, y sin empleo, eran, de
momento, acuarteladas en Birkenau, donde estaban instalados los campos de
tránsito. Allí mismo estaban los campos para judíos y gitanos. Así mismo, las
personas enfermas, muy en fermas ó moribundas eran igualmente enviadas a
Birkenau, y si tomamos las cosas en tal sentido sí que puede afirmarse que
Auschwitz era un»campo de la muerte». Con tal motivo, habían más hornos crematorios
que en otros campos: cuatro, según Rassinier y muchísimos más según los
diversos autores judíos, que se contradicen entre ellos hasta límites
increíbles.
Otra contradicción se produce en el
caso de la única prueba documental de la existencia de las «cámaras de gas», un
documento triunfalmente exhibido por la Acusación en Nurenberg y posteriormente
en Frankfurt. 1 Se trata de una carta de la Administración General de los
Campos de Concentración dirigida a la casa Topf & Söhne, de Erfurt, en la que
se solicita el suministro, no de cámaras de gas, sino de «hornos crematorios» y
de unos llamados «baños duchas». Estos «baños duchas» son, según los
mantenedores del Fraude, las célebres «cámaras de gas». Cuando los abogados
defensores, en Nürenberg o en Frankfurt, preguntaban a los testigos de la
Acusación en qué se basaban para llegar a tal conclusión, éstos respondían que
los alemanes no eran tan estúpidos para formular claramente órdenes tan
comprometedoras para ellos y que «baño ducha» significa, en lenguaje de código,
«cámara de gas». Naturalmente no se molestaban en explicar dónde y cómo habían
descubierto ellos la clave de tan abracadabrante código.
En cambio, pretenden haber encontrado
una orden de cierto «alto jefe» nazi, en el sentido de que dejaran de
utilizarse, temporalmente dichas «cámaras de gas»... de dónde hay que concluir
que los alemanes eran muy estúpidos o muy listos, según conviniera a los razonamientos
de la Acusación. Pero es que, además, no han hallado tal orden, sino que simplemente
se apoyan en un testimonio de segunda mano, de un tal Kurt Becker, un oficial
de las SS, que se lo «oyó decir» a Himmler. Este Becker salvó su vida
protegiendo a la judía húngara Baronesa Weisz.
El gas utilizado en las «cámaras de
gas» era el Zyklon B.
El Zyklon B era un bien conocido y
ampliamente utilizado insecticida, producido por la «Deutsche Gesellschaft fur
Schädlingsbekämpfung» (DEGESCH). Antes de la guerra había sido vendido en todos
los mercados del mundo como insecticida de primera clase.
Durante
la guerra lo utilizó la Wehrmacht y fué también muy empleado en los campos de prisioneros
y de concentración y, naturalmente, fué empleado en Auschwitz. La constante amenaza
del tifus causado por los piojos, y los calamitosos resultados de un alto forzoso
en las medidas de desinfección en Belsen, hicieron que los alemanes extremaran
las medidas de precaución en Auschwitz, donde ya en 1943 hubo una epidemia de
tifus que fué de tal magnitud que debieron de suspenderse los trabajos en las
plantas industriales de caucho sintético. En vista de la gran importancia del
complejo industrial de Auschwitz para el esfuerzo de guerra alemán, no es
sorprendente que el Zyklon B fuera usado en grandes cantidades en Auschwitz y
su región circundante, incluyendo Birkenau, para la prevención de epidemias.
Hagamos referencia, de paso, al hecho de que los alemanes eran los pioneros en
gases tóxicos, mucho más baratos que el insecticida Zykion B, y de efectos más prácticos
para el objetivo que se supone. Al terminar la guerra, se confirmó que los alemanes
habían descubierto los tres gases tóxicos más poderosos de los conocidos hasta entonces:
el Tabun, el Sarin y el Somán. El
llamado Somán produce los efectos más terribles.1
1 Juicios de
Nurenberg: Documento N. 1 1450/42/B 1/H.
Al cabo de unos segundos de aspirarlo,
los hombres quedan sometidos a un estado de colapso convulsivo al que sigue la
muerte segura, en cuestión de unos minutos.
Cuando
un neurogas (Tabun o Sarin) pasa a través de la piel en cantidades efectivas,
deja sentir sus efectos rápidamente y sobreviene la muerte al cabo de uno o dos
minutos. Al final de la guerra, los alemanes estaban provistos de 7.000
toneladas sólo de Sarin; cantidad ésta más que suficiente para exterminar a los
habitantes de más de 30 ciudades del tamaño de Paris.2 Es decir, que si
hubieran querido realmente los alemanes gasear a sus judios, les bastaba con
concentrarles en una reducida zona de la estepa rusa arrojando sobre la misma una
ínfima parte de los gases letales que tenían almacenados.
Es absurdo que disponiendo de tales
gases fueran a emplear un insecticida tan conocido en Alemania como el DDT en
América y, después de la guerra, en Europa.
Los
autores del Fraude saben muy bien que la mejor manera de «colar» una mentira es
servirla aderezada con fragmentos de verdad, tengan o no relación con el caso.
Además, es imprescindible, para autentificar un fraude, lograr una «doble
interpretación» de los hechos.
Esto
se logró en Auschwitz mejor que en ningún sitio. Por ejemplo:
a) No sería demasiado injusto el
sobrenombre de «Campo de la Muerte» que se le adjudicó a Auschwitz, puesto que
allí eran mandados, los considerados, en principio, enfermos graves,
precisamente por disponer de las mejores facilidades médicás. Los mitómanos de
los Seis Millones lo llamaron «Campo de la Muerte» por haber sido, según ellos,
un campo de exterminio.
b) El Zyklon B era utilizado
para desinfectar, pero según otros, para exterminar.
c) Las «selecciones» de personal
eran necesarias por la naturaleza de los trabajos que se realizaban en la zona
industrial de Auschwitz; pero se alegaba que esas «selecciones» tenían como
finalidad escoger a los presos que se iban a gasear, y, posteriormente, a cremar.
d) Cuando se hacía desnudar a
los presos y luego se les obligaba a entrar en los
«baños
ducha» era para proceder a su despiojamiento, pero los del Fraude afirman que
era
para
gasearles.
e) Existían crematorios
convencionales en Auschwitz-Birkenau. Para incinerar los cadáveres de los
fallecidos por causas naturales o inherentes a un campo de concentración normal,
según unos. Los crematorios eran para cremar a los gaseados e, incluso, a
judíos vivos, según otros.
f) El mal olor que se percibía
en el campo era debido al proceso de hidrogenación en la fabricación del caucho
sintético. No. No era eso. Era el hedor de la carne quemándose en los hornos...
En realidad, esa «doble
interpretación» sólo sirve para personas muy influenciadas por la propaganda,
Las segundas alternativas propuestas en los cinco primeros puñ tos son obvias
mentiras. En todo caso, son indemostrables, y no debemos nunca olvidar que en
los sistemas jurídicos de todos los paises civilizados, se aplica el principio
«in dubio, pro reo».
En
caso de duda, se resuelve a favor del reo. En cuanto al sexto punto, el del
hedor de los cadáveres asándose, es un error de los cultivadores del Fraude.
Nunca debieron haber hablado de mal olor en su historia; si se nos permite un
fácil juego de palabras, eso del mal olor, «huele mal». Es el clásico hecho
excesivo. El querer demostrar demasiado. No hace falta ser un Gustave Le Bon,
un Sorel, un gran especialista de la psicología de las masas para comprender
que una multitud que percibe el hedor de los cuerpos quemados de sus camaradas,
con los que ha estado conviviendo horas antes, cae presa del pánico, se produce
la histeria colectiva y los guardianes de los miradores deben agotar su
munición
1 [Falta]
2 Brian Ford: «Armas
Secretas Alemanas».
ametrallando
a la despavorida muchedumbre. No obstante, en toda la ingente literatura concentracionaria
no hemos leído un solo relato de pánico colectivo. ¿No es esto increíble? Ya no
nos circunscribimos al caso particular de Auschwitz. Nos dicen los Kogon, los Reitlinger,
los Uris, los Hilberg, y demás apóstoles de este tipo de literatura, que en
todos los campos los alemanes, gradualmente, iban exterminando a los judíos. Es
inconcebible que los parien tes y amigos de los exterminados estuvieran tan
«distraídos» que no se dieran cuenta de que estos habían desaparecido tras una
sesión de despiojamiento. «Ante la creencia en un daño inminente, la multitud
sedesmanda. Se produ.cen, entonces, actos inauditos de heroicidad y de
desesperación, hasta que llega la histeria colectiva que sólo puede ser controlada
y dominada por la vioÍencia serena de unos pocos». 1 La Historia nos demuestra que
esta observación es atinada. Por ejemplo, al final de la pasada guerra mundial,
los croatas y los rusos anticomunistas de Vlassov que, faltando a sus promesas,
los
angloamericanos
entregaron a los comunistas, se rebelaron, al enterarse de lo que se tramaba y,
desarmados, se enfrentaron a sus guardianes. Hubo más de 15.000 suicidios; los hombres
mataban a sus mujeres y luego se abrían las venas. Los pseudo-historiadores concentracionarios
no citan ni un sólo caso de revuelta en los campos. ¿Tan diferentes eran los
judíos de rusos, croatas y, en general, de cualquier otro grupo humano?...
Habrá que creerlo así. 2
Podría escribirse un grueso volumen
exclusivamente dedicado a narrar los falsos testimonios perpetrados en conexión
con el tema de Auschwitz. Nos limitaremos a mencionar el caso Nyiszli.
El comunista húngaro Mikios Nyiszli
declaró ante el tribunal que le escuchó muy seriamente, y luego lo publicó en
un libro espeluznante3 que, en su calidad de
detenido empleado en el campo de Auschwitz, se veía obligado a colaborar con
los alemanes en la manipulación de los crematorios y las cámaras de gas. Dice
Nyiszli: «25.000 personas, judíos, gitanos, rusos, ucranianos, etc., fueron cremadas
en Auschwitz desde prinicipios de 1940 hasta 1944. Otro marxista como Nyiszli,
pero no comunista, sino socialista, el ya aludido Paul Rassinier, respondió en
su sensacional obra «Le Mensonge d’Ulysse» que:
«... 25.000
personas diarias durante casi cinco años supondría más de 45.000.000 de cremados,
en Auschwitz sólo; y con cuatro hornos crematorios de quince parrillas cada uno
– afirmación de Nyiszli que no responde siquiera á la versión oficial – a tres
cadáveres por parrilla, harían falta. doce años para acabar de cremarlos a
todos».
Rassinier pagaría su fidelidad a la
Aritmética con un proceso en difamación que contra él entabló la Asociación de
ex-deportados franceses, donde los marxistas tienen predominio casi absoluto.
El proceso terminó con un «no ha lugar», lo que, dado el clima políticó de la
época, constituyó un sorprendente éxito.
En el curso del proceso, Rassinier
declaró que hizo esfuerzos denodados para ponerse en contacto con el tal
Nyiszli, al que parecía habérselo tragado la tierra. Finalmente, consiguió
entrevistarse con el traductor de la obra al francés, un tal T. Kremer (otro
judio).
Rassinier
no pudo llegar.a obtener la certeza de que el tal Nyiszli existió
verdaderamente.
Dos
años más tarde apareció una traducción inglesa del libro, titulada, simplemente
«Auschwitz». El traductor era Richard Seaver, otro Judío, 4 y el editor Bruno
Bettelheim,
1 Gustave Le Bon: «Psychologie des Foules».
2 Y no obstante, hay motivos para creer que los júdíos,
ante la muerte, son extremadamente humanos.
Basta con leer a Arthur Koestler en «El Cero y el
Infinito», donde nos describe las actitudes de sus correligionarios trotzkystas
en el momento de ser llevados ante el pelotón de ejecución: lantos, pataletas, ataques
de histeria, pérdida del control de la propia fisiología, etc. En cambio, en
Auschwitz, se iban impertérritos a la cámara de gas. ¡ Inaudito!
3 Miklós Nyiszli: «SS-Obersturmführer Mengele».
4 Observemos que autores y editores de este tipo de
literatura son siempre judíos, nunca Gentiles. (N. del A.)
de
la misma raza. Nyiszli – si es que llegó a existir realmente – había ya muerto
por entonces, toda vez que en el copyright del libro se especiflca que el
détentor del mismo es una tal «N. Margaretha Nyiszli», viuda del autor. Igualmente
se específica en la anteportada del libro que el autor, Miklós Nyiszli, era
doctor por la Universidad de Breslau en 1930.
Según Rassinier es practicamente
imposible poner de acuerdo los datos suministrados por las diversas ediciones
(alemana, inglesa y francesa); es más, incluso es imposible obtener una
consistencia interna dentro de una misma edición. En la edición francesa de
1960 sé puede leer que «sesenta hornos podían incinerar varios miles de cadáveres
diarios», pero unas páginas después afirma que cada uno de los crematorios reducía
a cenizas, diariamen. te, 10.500 cadáveres. Es una cifra realmente
impresionante, pero lo chocante es que sólo dos páginas atrás el autor se
contradice al afirmar que los hornos podrían cremar a 6.500 cadáveres diario,
como máximo. En una palabra, una confusión total de datos y cifras.
Rassinier, que no pudo hallar un sólo
testigo que hubiera conocido al tal Nyiszli, no pudo, tampoco, localizar a su
viuda, que se supone cobraba los derechos de autor. Es muy importante tener en
cuenta que Miklós Nyiszl, que se supuso, en un principio, que había declarado
personalmente ante el Tribunal de Nuremberg, resultó luego que testificó por
medio de una declaración jurada, tipo de testimonio que no se admite como
prueba ante ningún tribunal del mundo, sino como simple indicio o
corroboración. No ha sido posible demostrar la existencia del tal Nyíszli, ni
tampoco que una persona de tal nombre se doctorara en la Universidad de Breslau
en 1930, pues al ser anexionada esa ciudad por Polonia en 1945, los archivos de
la Universidad pasaron bajo control del Gobierno Polaco, que no permitió que
Rassinier investigara en ese sentido. Realmente, parece, por lo menos, sospechoso,
qué si Nyiszli estaba en las listas de doctorados, el gobierno Polaco,
principal defensor de la tesis de que Auschwitz fue un campo de exterminio, no
permitiera esa investigación que debiera hacer resplandecer «su» verdad.
CONCLUSION:
6 millones asesinados (población de un país como Suiza), sin dejar
rastro:
Sin arma del crimen.
Sin millones de cadáveres
ni toneladas de cenizas ni huesos.
Sin encontrar ordenes en
los kilómetros de documentos capturados de la dictadura mas disciplinada del
mundo.
Solo declaraciones
incongruentes de detenidos rencorosos y de unos SS torturados.
¿Millones de gaseados y
ninguna autopsia diagnosticando 'muerte por gas'? ¡Ni una sola!.
LA VERDAD SOBRE EL HOLOCAUSTO
LAS 6 PARTES
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PARTE 1
PARTE2
PARTE 4
PARTE 5
PARTE 6
PARTE 7
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