- La copa del mundo de 1942 debería haberse disputado en América Latina. A pesar de los intentos del Führer y Mussolini, la II Guerra Mundial no lo permitió
- Un falso documental asegura que se disputó en la Patagonia
Los combinados de Alemania e Italia hacen el saludo nazi a un oficial teutón antes del inicio de un partido amistoso en París durante los años de la ocupación. / Getty
El Mundial de Stanley Matthews, de la Austria mágica, de la Italia de Valentino Mazzola, de la Argentina de la delantera de River Plate, de la Hungría del fútbol arte, de los violinistas checoslovacos, del Brasil de Leonidas da Silva, del orgullo charrúa, de una primera gran selección soviética dominada por los ucranios del Dinamo de Kiev... “Visto así, podría haber sido uno de los mejores Mundiales de la historia”, concede Sergio Levinsky, periodista y sociólogo argentino especializado en fútbol internacional. “Hubiese sido un choque de trenes entre el fútbol alegre y ofensivo de la escuela suramericana y el juego más físico y directo de la mayoría de selecciones europeas”, añade Carlos Marañón, periodista director de Cinemanía, experto en fútbol y cine. “Lo hubiese ganado Uruguay, que derrotó a Brasil en Maracaná en 1950 y aún hubiese sido más competitivo ocho años antes”, se aventura Oriol Rodríguez, director de Offside, festival barcelonés especializado en documentales sobre fútbol.
El caso es que entre junio y julio de 1942 iba a disputarse un Mundial de fútbol en América Latina. Lo hubiese organizado la Argentina de la Concordancia, presidida por Roberto María Ortiz, o el Brasil de la dictadura de Getúlio Vargas. Podría haber sido un Mundial extraordinario, a la altura de torneos míticos como los del 58, el 66, el 70, el 74 o el 86. Pero no se disputó.
En verano del 42, ningún lugar del planeta reunía las condiciones necesarias para que selecciones europeas y latinoamericanas se jugasen entre ellas la Copa Jules Rimet. Tres años antes, la Alemania nazi había invadido Polonia, y aquel mes de junio, tropas alemanas cruzaban el Volga para atacar los pozos de petróleo soviéticos del Sur del Cáucaso, carros blindados alemanes y británicos combatían en Libia y Egipto, y Estados Unidos derrotaba a la marina de guerra japonesa en Midway al tiempo que preparaba la contraofensiva de Guadalcanal.
Amistoso disputado en Berlín en abril de 1942 entre Alemania y España. Empataron a uno. En la imagen, los Ultrasur desplazados para alentar a 'La Furia' / Getty
A falta del fútbol que no fue, queda la leyenda, la explicada en El hijo de Butch Cassidy, relato del escritor argentino Osvaldo Soriano que arranca con una frase que es puro coágulo de realismo mágico: “El Mundial de 1942 no figura en ningún libro de historia pero se jugó en la Patagonia argentina sin sponsors ni periodistas y en la final ocurrieron cosas tan extrañas como que se jugó sin descanso durante un día y una noche, los arcos y la pelota desaparecieron y el temerario hijo de Butch Cassidy despojó a Italia de todos sus títulos”. Esa leyenda comparte fábula y memoria con otra igual de sugerente: la de lo más parecido a un partido entre selecciones de los Aliados y del Eje que se disputó durante la Segunda Guerra Mundial, precisamente en junio del 42. El llamado Partido de la Muerte, que enfrentó en la Ucrania ocupada a prisioneros de guerra que habían jugado en el Dinamo de Kiev contra un equipo de la Luftwaffe reforzado por internacionales alemanes.
El partido que inspiró la película Evasión o victoria (John Huston, 1981). Para Carlos Marañón, que ha escrito un libro, Un partido de leyenda, sobre la película y sobre los hechos reales que la inspiraron, “casi todo lo que sabemos acerca de aquel encuentro tiene que ver con la versión que difundió años después la propaganda soviética”. Hay dos viejas películas al respecto, una húngara y otra rusa, y ambas cuentan, con matices, la misma historia: que a pesar de las presiones para que se dejasen ganar, los prisioneros de guerra aplastaron al equipo de sus carceleros, que las autoridades de ocupación alemana lo vivieron como una humillación intolerable y que casi todos los integrantes del equipo ganador fueron torturados y asesinados antes del final de la guerra.
“Hoy podemos dar por cierto que sí se disputaron dos partidos amistosos entre prisioneros ucranios y miliares alemanes”, tercia Marañón, “y que los prisioneros los ganaron ambos. Lo que no está tan claro es que sufriesen represalias por su victoria. Sabemos que algunos de ellos murieron, pero hay que tener en cuenta que estaban relacionados con el Dinamo de Kiev, el equipo de la policía soviética, así que lo más probable es que sus muertes fueran actos de guerra, no una especie de macabra represalia deportiva”. Para la mitología del fútbol que no pudo ser, queda ese partido (pura ficción) en la Francia ocupada, en el estadio de Colombes, entre una selección mundial de prisioneros de guerra liderada por un tipo sospechosamente parecido a Pelé y la de la Alemania nazi. El partido de Evasión o victoria, disputado por hombres con un sentido de la dignidad deportiva tan agudo que acaban abortando su plan de fuga porque prefieren quedarse a remontar un partido que pierden por 4 a 1. Para Marañón, un momento de absoluta magia cinematográfica.
GLORIA MAPUCHE EN EL FIN DEL MUNDO
Montevideo, enero de 1942. Ecuatorianos y uruguayos saltan al terreno de juego para la disputa de un partido perteneciente a la Copa América que terminarían ganando los charrúas. / Getty
Mientras se jugaba a fútbol en la Ucrania bajo protectorado nazi, ¿qué ocurría en la Patagonia argentina? Probablemente, no gran cosa a nivel futbolístico. Pero el relato de Soriano dio pie hace pocos años a una película insólita, el falso documental El Mundial dimenticato (2011), de los italianos Lorenzo Garzella y Filippo Macelloni. Oriol Rodríguez, que la proyectará el próximo 6 de junio en Barcelona en el marco de la primera edición del Offside Fest, la considera “una gamberrada maravilllosa, la cuota de realismo mágico y de ficción que queríamos incluir en un festival que, por lo demás, programará solo documentales auténticos”. Marañón la ha visto, y la considera “una simpática rareza”. Levinsky va más allá: él la ha protagonizado. “Los directores me contactaron a través de un amigo común”, cuenta el periodista, actor eventual en esta oda a aquel fútbol que no fue posible. “Todo fue extrañísimo desde el principio. Buenos Aires es una ciudad inmensa, pero resulta que ellos se habían instalado, por pura casualidad, no ya en mi barrio, sino en mi calle, a menos de una cuadra de mi casa, al lado del bar en que desayuno todos los días”. Era el destino. “Me explicaron el proyecto y querían que yo les asesorase, pero bastaron unos minutos de conversación para que me dijesen que era yo quien debía protagonizar la película. No pude o no supe negarme”.
Durante semanas, recorrieron la Patagonia transandina filmando a salto de mata. La idea era documentar un supuesto Mundial sepultado por la historia oficial. Un torneo delirante, en la línea del que imaginó Soriano, en el que una Alemania compuesta por ingenieros desplazados al lugar para construir una presa se enfrentaron a indios guaraníes bajo bandera paraguaya, almaceneros españoles, expatriados ingleses y (lo mejor de todo) una selección mapuche que se encargó de defender el pabellón de la Patagonia y la Argentina en su conjunto, y que ganaría el torneo en una final épica, entre destellos de magia blanca. “Nadie que haya visto la película puede dudar de que es un falso documental, un fake, y que lo del Mundial de la Patagonia es pura invención”, concluye Marañón. “Y sin embargo, hay gente que se lo cree”, confirma un Levinsky que no sale de su asombro. “No ya periodistas que han escrito del tema a toda prisa y sin ver la película, sino gente del lugar que me cuenta que su abuelo vio aquella final, o arbitró e incluso jugó uno de aquellos partidos. Supongo que es así como se gestan las leyendas”, concluye con una carcajada. Para Oriol Rodríguez, resulta divertido e inteligente que los directores de la película mantengan un cierto margen de ambigüedad al referirse a ella: “Está en la esencia del falso documental, un género que pretende explorar los límites de la credulidad de la gente, como si se tratase de una especie de experimento sociológico”.
Pero Marañón considera que especular sobre quién podría haber ganado el Mundial del 42, en caso de que se hubiese podido disputar en Argentina tal como estaba previsto, es incluso más divertido que la película de Garzella y Maccelloni: “Intuyo que Uruguay, Argentina y tal vez Brasil estaban entonces un peldaño por encima del resto. Pero me hubiese gustado ver a los equipos centroeuropeos compitiendo contra ellos. Sobre todo Hungría, que hubiese llegado al 42 con un equipo estupendo, porque seguían siendo buenísimos después de que la guerra dejase su país arrasado. O Austria, pero no integrada en el equipo del III Reich, sino por separado, con el equipo que asombró al mundo en los años treinta. Su máxima estrella, Matthias Sindelar, murió en el 39, y en caso de haber sobrevivido a los primeros meses de guerra hubiese llegado al verano del 42 con 38 años. Pero, puestos a especular, ¿por qué no imaginarse a un Sindelar vivo, veterano pero aún en plena forma, liderando una Austria maravillosa?”.
JUEGA INGLATERRA, GANA ARGENTINA
Otra hipótesis sugerente es que el del 42 podría haber sido el primer Mundial de Inglaterra, que en el año 38 estaba a punto de reconciliarse con la FIFA y volver al redil de las competiciones internacionales. Al final, no lo haría hasta después de la guerra. “Cierto”, se entusiasma Levinsky, “se podría haber visto a Stanley Matthews, que por entonces estaba en su apogeo y jugó poquísimos partidos fuera de las Islas Británicas”. Pero el periodista argentino tiene claro que aquella Inglaterra no estaba en condiciones de ganar la Jules Rimet: “No hubiese sido mucho mejor que la que hizo un papel discreto en el siguiente Mundial disputado, el del 50, o la que fue aplastada por Hungría en Wembley en el 53. Los ingleses no lo sabían, pero en 1942 ya no eran rival para el fútbol alegre y pujante de las naciones de la Sudamérica atlántica. Brasil hubiese tenido a Leonidas, un jugador formidable, pero su equipo aún no estaba maduro para competir con los mejores, como se demostró en el 38. Argentina sí. Podría haber contado con el quinteto de ataque de River Plate, La Máquina (Muñoz, Moreno, Pedernera, Labruna y Loustau). Pedernera dejó a Di Stéfano en el banquillo unos cuantos años, hasta el punto que Alfredo tuvo que irse cedido a Huracán, así que imaginense cómo sería”. Rodríguez y Levinsky coinciden en que el máximo rival de Argentina hubiese sido la nación milagro del fútbol internacional, Uruguay. “Ellos tienen el mejor ratio mundial de talentos futbolísticos por habitante. Pero el factor cancha también hubiese tenido su importancia. Es aventurado decirlo, pero yo creo que Argentina hubiese ganado el Mundial del 42. Como ganará el de 2014, Messi mediante”, dice Levinsky. Para Rodríguez, el favorito sentimental, ahora y siempre, es Urguay.
Y para Marañón, que confiesa preferir el fútbol europeo a la magia y la mística del balompié latinoamericano, “una victoria húngara, checoslovaca o austríaca hubiese sido un acto de justicia poética, aunque bastante improbable. Y también me hubiese gustado que la España de la posguerra hubiese ido a jugar a Argentina en el 42. Nos hubiésemos abierto a otro fútbol. Estábamos tan aislados, jugando amistosos inútiles contra Portugal, que no nos dábamos cuenta de que la raza y la furia ya no servían para nada, que por ahí fuera se jugaba a otra cosa y lo hacían mucho mejor. Tal vez las derrotas del 42 nos hubiesen hecho evolucionar y llegar al tiki-taca décadas antes. En esta especie de historia paralela del fútbol que nos estamos imaginando, podríamos haber llegado a finales de los años setenta jugando un fútbol exquisito, una síntesis muy española entre la escuela sudamericana y la europea, y el del 78 podría haber sido nuestro primer Mundial”.
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