En una sentencia dictada el 26 de abril de 1983, los jueces franceses
reconocieron el carácter científico de mi investigación y sus conclusiones
sobre lo que el historiador Olga Wormser-Migot, en 1968, llamó “el problema de
las cámaras de gas”. Llegaron a la
conclusión de que todo el mundo debe tener el derecho a decir, que esas
supuestas armas de destrucción masiva no existían y, además, no podrían haber
existido.
Plano de los crematorios de Auschwitz y Birkenau.
Fui yo quien, el 19 de marzo de 1976,
descubrió los planos de construcción, que se habían mantenidos ocultos hasta
entonces, de los crematorios de Auschwitz y Birkenau y que se suponía contenían
cámaras de gas para asesinar a los prisioneros. Esos planos revelaron que junto
a esos crematorios no habían cámaras de gas pero contenían, según el caso, o
bien un depósito de cadáveres a nivel del suelo ( Leichenhalle ), o sótanos
para aislarlos del calor del verano ( Leichenkeller ), u otros en simples
habitáculos.
A pesar de que el hecho era una cuestión
de “atroces crímenes, además de metódicos, innumerables y sin precedentes en la
historia”, nadie había buscado pruebas forenses en una sola de esas “cámaras de
gas” con la única excepción del examen que se produjo en Francia en 1944 en una
supuesta cámara de gas del campo de Struthof-Natzweiler cerca de Estrasburgo
que, por cierto, fue desestimada por el tribunal que me juzgaba.
El 1 de diciembre de 1944, el Profesor
René Fabre, decano de la Facultad de Farmacia de París, después de haber
conducido una investigación toxicológica, tampoco había encontrado rastros de
cianuro de hidrógeno (HCN), ni en la supuesta “cámara de gas” ni en los cuerpos
de los cadáveres supuestamente gaseados (el informe se conserva en el Hospital
Civil de Estrasburgo). Cabe destacar que en dicho informe forense no consta una
fecha determinada, pero, por fortuna, en 1982, yo personalmente descubrí un
informe firmado por los expertos médicos Simonin, Fourcade y Piedelièvre que
acreditaban los resultados de Fabre, a pesar de la ausencia de dicha fecha en
el documento.
No menos notable es el hecho de que, a
pesar de mi publicación de estos descubrimientos sobre el informe forense del
profesor, los historiadores no los tuvieron en consideración, hasta el punto,
por ejemplo, de que Robert Steegmann ni tan siquiera menciona el nombre de René
Fabre en sus dos obras de un total de 875 páginas que dedica a Struthof (en
2005 y 2009, respectivamente), y en la que presentó como un hecho establecido
la existencia y el funcionamiento de una cámara de gas homicida en ese mismo
campo.
http://robertfaurisson.blogspot.fr/2013/05/il-est-temps-den-finir-avec-la-chambre.html
Yo fui el primero y el único, durante
muchos años, en cuestionar la existencia y el funcionamiento de las cámaras de
gas mediante la realización de pruebas físicas, químicas, arquitectónicas y
topográficas, evidencias que también se
realizan en investigaciones criminales de la policía técnica y científica de
todo el mundo.
Me dediqué a la realización de
numerosos estudios y consultas en varios campos de la ciencia en el Laboratorio
Central de la Prefectura de Policía de París junto a expertos en gas en Francia
y del extranjero, con los fabricantes o usuarios de Zyklon B y con especialistas en cámaras de gas para la
desinfección, en hornos crematorios, etc.
En una época presté mi atención hacia
las cámaras de gas de ejecución utilizados hasta la década de 1990 en las
prisiones americanas (que funcionaban con HCN,
(el ingrediente activo del Zyklon B). Me sorprendí al encontrar que en
Alemania, Austria y Estados Unidos, donde los ingenieros y químicos abundan,
nunca se les había preguntado acerca de la posibilidad de la formación de un
gas destinado a asfixiar a millones de seres humanos con HCN, es decir, con una
sustancia que no fuera tan peligrosa de manejar como la que utilizan los
americanos para la ejecución de una sola persona, ya que ésta les obligaba a diseñar un
habitáculo de acero extraordinariamente complicado con una puerta como la de un
submarino y una sofisticada maquinaria – especialmente para la eliminación para
la ventilación del gas venenoso y su neutralización, sin la cual un cadáver
impregnado de HCN no se podía tocar, y mucho menos trasladar.
Para la ejecución de un solo recluso
toda la prisión está en estado de alerta ya que ésta era extraordinariamente
más peligrosa que un gaseamiento de
desinfección. Mi argumento de la cámara de gas en América resultó tan eficaz
que, en cierto modo, mi estudio permitió que el descrédito total de las
supuestas cámaras de gas alemanas .
Dicho esto, uno se queda desconcertado
ante la credulidad de su existencia por parte de la mayoría de la gente en la actualidad. Durante casi un siglo ha
sido posible engañar a miles de millones de personas y convencerlas de que,
durante años, los alemanes utilizaron un arma de destrucción masiva que nunca
se ha demostrado más que de una forma
vaga y fantástica.
Incluso hoy en día, a los turistas que
visitan Auschwitz se les muestra el interior de un lugar llamado “cámara de
gas”, mientras que el historiador Eric Conan finalmente confesó y admitió en
1995 que todo es falso.
Otro caso es el del Padre Patrick
Desbois que tanto ha defendido su teoría
del “Holocausto por balas”, Desbois
afirmó haber descubierto, en Ucrania, 850 fosas comunes con un millón y medio
de cadáveres de judíos. El autor muestra
las supuestas ubicaciones de algunas de ellas, pero ni un solo cadáver. Desbois
explicaba que un rabino, a quien fue a consultar en Londres, le aseguró que las
víctimas del Holocausto eran santos y que, por lo tanto, nadie tiene derecho a
perturbar su paz con excavaciones. Y el truco funciona.
Es suficiente con tener ” fe
holocáustica” y creer. Como los visitantes del Museo Conmemorativo del
Holocausto de Washington que leen con fruición la inscripción situada sobre la
fotografíaque, con una impresionante pila de “zapatos de los gaseados” pone::
“Somos los últimos testigos”.
Al principio muchas de las autoridades
políticas, religiosas y académicas festejaron a Desbois y a su tesis del “Holocausto
por balas”, pero “su descrédito ha comenzado y su suerte se desvanece”. ( Le
Monde (des livres) , 19 de junio de 2009).
La ciencia es un largo proceso de
ensayos, errores, y correcciones, por lo que los revisionistas, en lugar de ser
castigados como criminales, deberían ser protegidos y considerados como
benefactores de la humanidad.
Robert Faurisson / 09 de abril
2014
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