viernes, 31 de enero de 2014

-MILES DE JUDÍOS FALSIFICARON DOCUMENTOS DEL HOLOCAUSTO Y COBRARON 42 MILLONES


Unos 5.500 judíos recibieron fraudulentamente 42 millones de dólares en Estados Unidos pagados por Alemania, haciéndose pasar por víctimas del Holocausto, reveló el martes la fiscalía de Nueva York. 



Judíos deportados en Buchenwald después de la liberación del campo de concentración nazi …más Ampliar fotografía
Un total de 17 personas fueron inculpadas por la estafa de larga data a través de un fondo destinado a ayudar a víctimas de la persecución nazi en la SEgunda Guerra Mundial, precisó en un comunicado la fiscalía.

Los presuntos estafadores, en su mayoría de origen ruso, aprobaron "más de 5.500 candidaturas fraudulentas, que resultaron en el pago a candidatos que no calificaban para los programas", agrega.

"Si hay una causa que uno podría suponer inmune a la codicia y el fraude criminal es la Conferencia de Reclamaciones, que asiste a diario a miles de pobres y ancianos víctimas de la persecución nazi", dijo el fiscal del distrito sur de Nueva York, Preet Bharara.


Uno de los fondos estafados entregaba en un pago único 3.600 dólares a judíos que supuestamente habían sido evacuados de sus ciudades de origen a causa de la persecusión de los nazis.










EL ESPECTADOR

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TRIBUNA DE EUROPA

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jueves, 23 de enero de 2014

-★EL FASCISMO NACE DE LA IZQUIERDA,


         Cuando se relee el artículo del historiador Erwin Robertson (“El fascismo nace a la izquierda” publicado en marzo de 1998 en el N° 48 de la revista Ciudad de los Césares, que él mismo dirige) dando a conocer el libro “El nacimiento de la ideología fascista” (en donde sus autores, Zeev Sternhell y su equipo desarrollan la tesis de que el fascismo surge como una revisión revolucionaria del marxismo que reconoce en la valoración de la nación el detonante necesario para derribar el orden burgués), en el contexto de las manifestaciones indignadas del 2011-2013 en distintos países del globo terráqueo (Chile, “Primavera Arabe”, España, Estados Unidos, Brasil, Francia, Grecia, Turquía, etcétera), no puede dejar de compararse la situación europea de hace 100 años con la globalizada situación actual, y al atreverse a hacer esa comparación, es difícil sustraerse a la tentación de imaginarse como el actual descontento generalizado podría llevar a las multitudes descontentas a radicalizarse de tal modo que rompiendo con el modelo neoliberal impuesto en sus respectivos países, rompan también con la dependencia respecto de la dominación ejercida por una oligarquía transnacional (la clase globalitaria de la que habla Bernard Notin, el economista francés exiliado en Mexico) que conduce la global-invasión: para derribar el “Nuevo Orden Mundial” (o sea la imposición del capitalismo salvaje en todos los países del mundo) no queda otra cosa que recurrir a las fibras más íntimas de todos los pueblos del mundo, o sea, a las respectivas identidades nacionales , con heroísmo, con dedicación, con militancia, esto es, en definitiva, CON FASCISMO.




Solo con el fascismo (o sea, con la confluencia del impulso revolucionario social y el apasionado amor por la patria) se podrá disponer de las potencialidades necesarias para resistir a la globalización de un capitalismo cosmopolita que absolutiza un mercado mundial perfecto en el que no existen ni tradiciones ni identidades ni fronteras.

Vale la pena, entonces, releer el artículo de Robertson, pensando en de qué modo nos sirve para entender lo que está pasando ahora en el mundo.*








El Fascismo nace a la Izquierda  Erwin Robertson

         Reseña del libro “El nacimiento de la ideología fascista” de Zeev Sternhell, Mario Sznajder y Maia Asheri; (traducción de Octavi Pellisa). – 1ª ed. – Madrid : Siglo XXI, 1994, 418 p..

Que Mussolini fue miembro del partido socialista es un hecho conocido. Hecho problemático, en especial para una de las interpretaciones dominantes del fascismo; a saber, que éste fue la reacción alentada o dirigida por el gran capital contra el avance del proletariado. En tal evento, aquel hecho y la evolución consecutiva debían ser entendidos como oportunismo, incoherencia o, en el mejor de los casos, como una cuestión de conversión que no deja huellas en el pasado de un hombre. La obra de Zeev Sternhell -profesor en la Universidad Hebrea de Jerusalén- y sus colaboradores ha puesto toda esta materia bajo otra luz. En su interpretación, la comprensión histórica del fascismo no puede disociarse esta ideología de sus orígenes de izquierda.





“El nacimiento de la ideología fascista” de Zeev Sternhell, Mario Sznajder y Maia Asheri



Desde luego, toda una pléyade de historiadores y filósofos abordó hace ya tiempo el problema del fascismo: cada uno según sus particulares orientaciones espirituales, con sus propios puntos de vista y sus personales prejuicios, pero no sin altura: Ernst Nolte, Renzo de Felice, James A. Gregor, Stanley Payne, Giorgio Locchi, y “last but not least”, el joven investigador hispano-sueco Erik Norling, entre otros. No es que la “vulgaris opinio” aludida arriba goce hoy de autoridad intelectual. Pero Sternhell viene a aportar la valorización de fuentes hasta aquí tal vez descuidadas y, con ellas, la novedosa interpretación que es objeto de este comentario. Estudioso en particular del nacionalismo francés (suyas son “Maurice Barrés et le nationalisme français”, “La droite revolutionarie” y “Ni droite ni gauche, L´ideologie fasciste en France”), el profesor israelí no se cuida de los criterios de la corrección política. Es notable leer sobre el tema páginas en las que está ausente la edificación moral, en las que no se ha estimado oportuno advertir al lector que se interna en terrenos peligrosos; en los que no hay, en suma, demonización ni tampoco el afán de achacar polémicamente a la izquierda una incómoda vecindad.

¿Qué es, pues, el fascismo en la interpretación de Sternhell? Ni anomalía en la historia contemporánea, ni “infección” (Croce), ni resultado de la crisis de 1914-1918, ni reflejo o reacción contra el marxismo (Nolte). El fascismo es un fenómeno político y cultural que goza de plena autonomía intelectual (p.19); es decir, que puede ser estudiado en sí mismo, no como producto de otra cosa o epifenómeno. Por cierto, y de partida, para Sternhell es preciso distinguir el fascismo del nacional-socialismo (Sternhell dice “nazismo”, acomodándose al uso, contra lo cual, sin embargo, se rebela honestamente un Nolte). Con todos los aspectos que uno y otro tienen en común, la piedra de toque está en el determinismo biológico: un marxista puede convertirse al nacional-socialismo, más no así un judío (en cambio, hubo fascistas judíos). El racismo no es elemento esencial del fascismo, aunque contribuye a la ideología fascista. Y unas páginas más adelante el autor apunta que uno de los elementos constitutivos del fascismo es el nacionalismo tribal; esto es, un nacionalismo basado en el sentido de pertenencia, la “tierra y los muertos” de Barrés, la “Sangre y suelo” del nacional-socialismo. Este sentido organicista lo comparte con los nacionalismos desde finales del siglo XIX, germanos y latinos, Maurras y Corradini, Vacher de Lapouge y Treitschke. El mismo Sternhell debilita así la distinción que acaba de hacer (reparemos, de paso, en la delicadeza del adjetivo “tribal”: ¿sería poco oportuno por nuestra parte recordar que una traducción de “tribal” es “gentil”)

El fascismo entonces es una síntesis de ese nacionalismo “tribal” u “orgánico” y de una revisión antimarxista del marxismo. Sternhell se extiende explicando que a finales del siglo XIX las previsiones de Marx no se han cumplido: el capitalismo no parece derrumbarse, ni la pauperización es la señal característica de la población, mientras que el proletariado se integra política y culturalmente en las sociedades capitalistas occidentales. De aquí la aparición del “revisionismo”. Siguiendo el ejemplo del SPD, el partido socialdemócrata alemán, el conjunto del socialismo occidental se hace reformista; esto es, sin renunciar a los principios teóricos del marxismo, acepta los valores del liberalismo político, y en consecuencia, tácticamente, el orden establecido. Mas una minoría de marxistas va a rehusar el compromiso y querrá permanecer fiel a la ortodoxia -cada uno a su modo-; son los Rudolf Hilferding y los Otto Bauer, los Rosa Luxemburgo y los Karl Liebknecht, los Lenin y los Trotsky, todos de Europa del Este.

Al mismo tiempo, en Francia y luego en Italia surgen quienes, desde dentro del marxismo, van a emprender su revisión en sentido no materialista ni racionalista, sin discutir la propiedad privada ni la economía de mercado, pero conservando el objetivo del derrocamiento violento del orden burgués: son los sorelianos, los discípulos de Georges Sorel, el teórico del sindicalismo revolucionario, autor de las célebres “Reflexiones sobre la violencia”.




Georges Sorel, teórico del sindicalismo revolucionario, autor de las célebres 
“Reflexiones sobre la violencia”



           Las diferencias entre los dos sectores revolucionarios son grandes. Los primeros, casi todos miembros de la “intelligentsia” judía, destaca Sternhell, mantienen el determinismo económico de Marx, la idea de la necesidad histórica, el racionalismo y el materialismo, mientras los sorelianos comienzan por una crítica de la economía marxiana que llega a vaciar el marxismo de gran parte de su contenido, reduciéndolo fundamentalmente a una teoría de la acción. Los primeros piensan en términos de una revolución internacional, “tienen horror de ese nacionalismo tribal que florece a través de Europa, tanto en el campo subdesarrollado del Este como en los grandes centros industriales del Oeste… No se arrodillan jamás ante la colectividad nacional y su terruño, su fervor religioso, sus tradiciones, su cultura popular, sus cementerios, sus mitos, sus glorias y sus animosidades” (p. 48). Los segundos, comprobando que el proletariado ya no es una fuerza revolucionaria, lo reemplazarán por la Nación como mito en la lucha contra la decadencia burguesa y así confluirán finalmente en el movimiento nacionalista.

Tal es la tesis fundamental de Sternhell. En el desarrollo de “El nacimiento de la ideología fascista”, el capítulo I está dedicado al análisis de la obra de Sorel: tal vez no propiamente un filósofo ni autor de un corpus ideológico cerrado, su verdadera originalidad, señala Sternhell, reside en haber constituido una especie de “lago viviente”, receptor y fuente de ideas en la gestación de las nuevas síntesis ideológicas del siglo XX. Nietzsche, Bergson y William James lo marcaron sin duda más hondamente que Marx, con ánimo de juzgar lo que consideraba un sistema inacabado.

El autor de “Reflexiones sobre la violencia”, de “Las ilusiones del progreso”, de “Materiales de una teoría del proletariado”, etc., se sublevaba contra el marxismo vulgar (que pone énfasis en el determinismo económico) y sostenía que el socialismo era una “cuestión moral”, en el sentido de una “transvaluación de todos los valores”. La lucha de clases era para él cuestión principal y, por consiguiente, el saber movilizar al proletariado en la guerra contra el orden burgués.

En un contexto social en el que los obreros muestran un alto grado de militantismo sindical (1906, el año de edición de “Reflexiones sobre la violencia”, es también en Francia el del record de huelgas que muy a menudo suponen enfrentamientos sangrientos con las fuerzas del orden), pero también donde una economía en crecimiento permite a la clase dirigente hacer concesiones que aminoran la combatividad obrera, no bastan el análisis económico ni la previsión del curso racional de los acontecimientos.



Para Sorel la lucha de clases era para él cuestión principal y, por consiguiente, el saber movilizar al proletariado en la guerra contra el orden burgués.


               Sorel descubre entonces la noción del “mito social”, esa imagen que pone en juego sentimientos e instintos colectivos, capaz de suscitar energías siempre nuevas en una lucha cuyos resultados no llegan a divisarse. Como el mito del apocalipsis para los primeros cristianos, el mito de la huelga general revolucionaria será para el proletariado esta imagen movilizadora y fuente de energías. Con fervor análogo al de las órdenes religiosas del pasado, con un sentimiento parecido al del amor a la gloria de los ejércitos napoleónicos, los sindicatos revolucionarios, armados del mito, se lanzarán a la lucha contra el orden burgués.

Así, a la mentalidad racionalista, que el socialismo reformista comparte con la burguesía liberal, Sorel opone la mentalidad mítica, religiosa incluso. Su crítica al racionalismo que se remonta a Descartes y Sócrates y, contra los valores democráticos y pacifistas, reivindica los valores guerreros y heroicos. De buena gana reivindica también el pesimismo de los griegos y de los primeros cristianos, porque sólo el pesimismo suscita las grandes fuerzas históricas, las grandes virtudes humanas: heroismo, ascetismo, espíritu de sacrificio.

          Sorel ve en la violencia un valor moral, un medio de regenerar la civilización, ya que la lucha, la guerra por causas altruistas, permite al hombre alcanzar lo sublime. La violencia no es la brutalidad ni la ferocidad, no es el terrorismo; Sorel no siente ningún respeto por la Revolución Francesa y sus “proveedores de guillotinas”. Es, en suma y en el fondo, contra la decadencia de la civilización que dirige Sorel su combate; decadencia en la que la burguesía arrastra tras sí al proletariado. Y no será sorprendente encontrar a los discípulos de Sorel reunidos con los nacionalistas de Charles Maurras en el “Círculo Proudhon”, que lleva el nombre del gran socialista francés anterior a Marx. Tampoco será extraño que en sus últimos años Sorel lance su alegato “Pro Lenin”, anhelando ver la humillación de las “democracias burguesas”, al mismo tiempo que reconocía que los fascistas italianos invocaban sus propias ideas sobre la violencia.
La síntesis Nacional y Social.

Estos discípulos son también estudiados por Sternhell (capítulo II). Son los “revisionistas revolucionarios”, la “nouvelle école” que ha intentado hacer operativa una síntesis nacional y social, no sin tropiezos y desengaños. Allí está Edouard Berth, quien junto a Georges Valois, militante maurrasiano (futuro fundador del primer movimiento fascista francés, muerto en un campo de concentración alemán), ha dado vida al “Círculo Proudhon”, órgano de colaboración de sindicalistas revolucionarios y nacionalistas radicales en los años previos a 1914.

Aventada esa experiencia por la guerra europea, Berth pasará por el comunismo antes de volver al sorelismo. Está también Hubert Lagardelle, editor de la revista “Mouvement Socialiste”, hombre de lucha al interior del partido socialista, donde se ha esforzado por hacer triunfar las tesis del sindicalismo revolucionario (por el contrario, en 1902 han triunfado las tesis de Jaurés, que presentan el socialismo como complemento de la Declaración de Derechos del Hombre). Ante la colaboración sorelista-nacionalista, Lagardelle se repliega hacia posiciones más convencionales; pero en la postguerra se le encontrará en la redacción de “Plans”, expresión de cierto fascismo “técnico” y vanguardista -en ella colaborarán nada menos que Marinetti y Le Corbusier- y, durante la guerra, terminará su carrera como titular del ministerio de trabajo del régimen de Vichy.

Trayectorias en apariencia confusas pero que revelan la sincera búsqueda de “lo nuevo”. De Alemania les viene el refuerzo del socialista Roberto Michels, quien, a la espera de construir su obra maestra “Los partidos políticos”, anuncia el fracaso del SPD, el partido de Engels, Kautsky, Bernstein y Rosa Luxemburg. Michels observará también que el solo egoísmo económico de clase no basta para alcanzar fines revolucionarios; de aquí la discusión sobre si el socialismo puede ser independiente del proletariado.

          El ideal sindical no implica forzosamente la abdicación nacional, ni el ideal nacionalista comporta necesariamente un programa de paz social (juzgado conformista), precisa a su vez Berth, quien espera de un despertar conjunto de los sentimientos guerreros y revolucionarios, nacionales y obreros, el fin del “reinado del oro”. En fin, la “nueva escuela” desarrolla las ideas de Sorel, por ejemplo en la fundamental distinción entre capitalismo industrial y capitalismo financiero. Resume Sternhell su aporte: “…a esta revuelta nacional y social contra el orden democrático y liberal que estalla en Francia (antes de 1914, recordemos) no falta ninguno de los atributos clásicos del fascismo más extremo, ni siquiera el antisemitismo” (p. 231). Ni la concepción de un Estado autoritario y guerrero.

Sin embargo, en general, los revisionistas revolucionarios franceses fueron teóricos, sin experiencia real de los movimientos de masas. De otro modo ocurre con el sindicalismo revolucionario en Italia (capítulos III y IV de la obra de Sternhell). Allí Arturo Labriola encabeza desde 1902 el ala radical del partido socialista; con Enrico Leone y Paolo Orano llevan adelante la lucha contra el reformismo, al que acusan de apoyarse exclusivamente en los obreros industriales del norte, en desmedro del sur campesino, y por el triunfo de su tesis de que la revolución socialista sólo sería posible por medio de sindicatos de combate.





Brigadas Negras de la República Social Italiana. Ejemplo de que la revolución socialista sólo sería posible por medio de sindicatos de combate.



         De Sorel toman esencialmente el imperativo ético y el mito de la huelga general revolucionaria. La experiencia de la huelga general de 1904, de las huelgas campesinas de 1907 y 1908, foguean a los dirigentes sindicalistas revolucionarios, entre los cuales la nueva generación de Michele Bianchi, Alceste de Ambris, Filippo Corridoni. Al margen del partido socialista y de su central sindical, la CGL -anclados en las posiciones reformistas-, los radicales forman la USI (Unión Sindical Italiana), que llegará a contar con 100.000 miembros en 1913.

A su vez, los sindicalistas revolucionarios animan periódicos y revistas. Labriola y Leone emprenden la revisión de la teoría económica marxiana, especialmente la teoría del valor, siguiendo al economicista austríaco Böhm-Bawerk; he ahí, dice Sznajder, el aspecto más original de la contribución italiana a la teoría del sindicalismo revolucionario. Ahí se encuentra también la noción de “productores” (potencialmente todos los productores), contrapuesta a la clase “parasitaria” de los que no contribuyen al proceso de producción. Por fin la tradición antimilitarista e internacionalista, cara a toda la izquierda europea, no será más unánimemente compartida por los sindicatos revolucionarios. En 1911, la guerra de Italia con el Imperio Otomano por la posesión de Libia producirá una crisis en el sindicalismo revolucionario: unos dirigentes (Leone, De Ambris, Corridoni), fieles a la tradición socialista, se oponen enérgicamente a esta empresa -y por mucho que les disguste estar junto a los socialistas reformistas-; otros (Labriola, Olivetti, Orano) están por la guerra, tanto por razones morales (la guerra es una escuela de heroísmo) como por razones económicas (la nueva colonia contribuirá a la elevación del proletariado italiano), y así coinciden con los nacionalistas de Enrico Corradini, a quienes los ha acercado ya la crítica al liberalismo político.

Mas en agosto de 1914 aun quienes -en el seno del sindicalismo revolucionario- habían militado en contra de la guerra de Libia, están a favor de la intervención en el conflicto europeo al lado de Francia y contra Alemania y Austria; al combate contra el feudalismo y el militarismo alemán se agrega la posibilidad de completar gracias a la guerra la integración nacional y de forjar una nueva élite proletaria que desplazará del poder a la burguesía. En octubre de 1914, un manifiesto del recién fundado Fascio Revolucionario de Acción Internacionalista, suscrito por los principales dirigentes sindicalistas revolucionarios, proclama: “…No es posible ir más allá de los límites de las revoluciones nacionales sin pasar primero por la etapa de la revolución nacional misma… Allí donde cada pueblo no vive en el cuadro de sus propias fronteras, formadas por la lengua y la raza, allí donde la cuestión nacional no ha sido resuelta, el clima histórico necesario al desarrollo normal del movimiento de clase no puede existir…” Nación, Guerra y Revolución… ya no serán más ideas contradictorias.

          Hacia el final de la guerra el sindicalismo revolucionario debe ser considerado ya un nacional-sindicalismo, en cuanto la Nación figura para ellos en primer término. Como sea, los nacional-sindicalistas aceptan que la guerra ha de traer transformaciones internas: desde 1917 De Ambris ha lanzado la consigna “Tierra de los Campesinos”; y acto seguido elabora un programa de “expropiación parcial” tanto en el sector agrícola como en el sector industrial, que se dirije ex propósito contra el capital especulativo y en beneficio de los campesinos y obreros que han dado su sangre por Italia. Se trata también de mantener y estimular la producción.

             El “productivismo” es uno de los factores que lleva a los sindicalistas revolucionarios a oponerse a la revolución bolchevique, que juzgan destructiva y caótica. Frente a la ocupación de fábricas del “biennio rosso” de 1920-21, Labriola, que ha llegado a ser Ministro de Trabajo en el gobierno del liberal Giolitti, presenta un proyecto que reconoce a los obreros el derecho a participar en la gestión de las empresas. Parlamento con representación corporativa, “clases orgánicas” que encuadren a la población, un Estado que sea quien asigne a los propietarios capaces de producir el derecho a usar los medios de producciòn, son, por otra parte, las bases del programa del “sindicalismo integral” que propone Panunzio en 1919. Por fin, el sindicalismo revolucionario vibra con la aventura del comandante Gabriele D´Annunzio en Fiume (1920-21). De Ambris participa en la redacción de la “Carta del Carnaro”, ese fascinante documento literario que es la constitución que el poeta y héroe de guerra otorga a la “Regencia de Fiume”. No es menos un proyecto político que, en consecuencia con el ideal del sindicalismo revolucionario, quiere resolver a la vez la cuestión nacional y la cuestión social.

        En estas luchas de la inmediata postguerra, los sindicalistas revolucionarios han coincidido con los fascistas. Pero la toma del poder por el fascismo acarreará la disolución del sindicalismo revolucionario. De Ambris y su grupo pasarán a la oposición; el primero terminará por exiliarse. Labriola también partirá hacia el exilio, y sólo la guerra de Etiopía lo reconciliará con el régimen. Leone volverá al partido socialista y rehusará todo compromiso con el fascismo. En cambio, Bianchi aparece en 1922 como uno de los quadrumviri que organiza la Marcha sobre Roma, Panunzio se presenta junto a Gentile como uno de los intelectuales oficiales del fascismo, Orano (que era judío), alcanza altos puestos en el partido fascista, mientras que Michels, antaño miembro del SPD, profesor en la Universidad de Perusa, se inscribe como afiliado en el PNF.

La Encrucijada Mussoliniana

          Señala Sternhell que siempre se ha tendido a subestimar el papel central que Mussolini ha jugado entre todos los revolucionarios italianos. El futuro Duce “aporta a la disidencia izquierdista y nacionalista italiana lo que siempre ha faltado a sus homólogos franceses: un jefe”. Un hombre de acción, un líder carismático, pero a su vez un intelectual capaz de tratar con intelectuales y de ganarse el respeto de hombres como Marinetti, el fundador del futurismo, Michels, el antiguo militante del SPD alemán devenido uno de los clásicos de la ciencia política, o aun Croce, representante oficioso de la cultura italiana frente al fascismo. Y Mussolini es toda una evolución intelectual, no el hallazgo repentino de una verdad, ni el oportunismo, ni siquiera la coyuntura de postguerra.





Mussolini aportó a la disidencia izquierdista y nacionalista italiana lo que siempre ha faltado a sus homólogos: un jefe


          Mussolini es ante todo el militante socialista, incluso como líder de los fascistas. De joven se tiene evidentemente por marxista, de un marxismo revisado por Leone y, sobre todo, por Sorel, en quien ve un antídoto contra la perversión socialdemócrata a la alemana del socialismo. Otra influencia decisiva es Wilfredo Pareto y su teoría de circulación de las élites (en cambio, Sternhell no destaca la influencia de Nietzsche, a quien Mussolini ha leído tempranamente en Suiza). El joven socialista se sitúa pues en la órbita del sindicalismo revolucionario, aun cuando discrepa de las tácticas: duda de la virtud de las solas organizaciones económicas y ve en el Partido el instrumento revolucionario.
El joven Mussolini es el líder indiscutible que se opone a la huelga general contra la intervención en Libia, pues cree que el intento burgués de desencadenar una guerra puede generar una situación revolucionaria. En 1912 es el principal líder del partido socialista, imponiéndose sobre los reformistas y haciéndose con la dirección de su periódico oficial, “Avanti!”, el líder indiscutido de toda la izquierda revolucionaria italiana, pero al mismo tiempo el más fuerte crítico de la ortodoxia marxista.

Mussolini publica desde las páginas de Avanti! su profunda decepción acerca de la aptitud de la clase obrera para “modelar la historia”, valoriza la idea de Nación: “No hay un único evangelio socialista, al cual todas las naciones deban conformarse so pena de excomunión”. A finales de 1913 Mussolini lanza la revista “Utopia”, con la intención de proponer una “revisión revolucionaria del socialismo”. Allí reúne a futuros comunistas como Bordiga, Tasca y Liebknecht; futuros fascistas como Panunzio, futuros disidentes del fascismo como su viejo maestro Labriola.

          En junio de 1914 Mussolini cree llegado el momento de la insurrección, comprometiéndose en la “Settimana Rossa”, en contra de la opinión del congreso del partido. Cuando estalla la guerra europea, las disidencias son ya tan palpables que Mussolini es desautorizado oficialmente por el partido, y no duda en romper con sus antiguos compañeros para unirse a los sindicalistas revolucionarios en la campaña por la entrada de Italia en la guerra.

Sternhell señala que el nacionalismo de Mussolini no es el nacionalismo clásico de la derecha. Ocurre que ante las nuevas realidades nacionales y sociales el análisis marxista se ha demostrado fallido, pues las clases obreras de Alemania, Francia e Inglaterra marchan alegremente a la guerra. Mussolini no renuncia al socialismo, pero el suyo es un socialismo nacionalista, obra de los combatientes del frente: “Los millones de trabajadores que volverán a los surcos de los campos después de haber vivido en los campos de las trincheras darán lugar a la síntesis de la antítesis clase y nación”, escribe en 1917.

          Y no será la revolución bolchevique lo que lleve a Mussolini a la derecha, dado que lo esencial de su pensamiento se forjó antes de 1917: ideas de jerarquía, de disciplina, de colaboración de las clases como condición de la producción… Los Fasci Italiano di Combattimento, fundados en marzo de 1919, recogen todas las ideas del sindicalismo revolucionario y se sitúan incluso a la izquierda del partido socialista (sufragio universal de ambos sexos, abolición del senado, constitución de una Milicia Nacional, consejos corporativos con funciones legislativas, jornada laboral de 8 horas, confiscación de las ganancias de guerra…). Pero con el biennio rosso las filas fascistas se desbordan con la afluencia de las clases medias, especialmente de jóvenes oficiales desmovilizados.





Los Fasci Italiano di Combattimento recogen todas las ideas del sindicalismo revolucionario como el sufragio universal de ambos sexos, abolición del senado, constitución de una Milicia Nacional, consejos corporativos con funciones legislativas, jornada laboral de 8 horas, confiscación de las ganancias de guerra…



        El Partido Nacional Fascista, organizado como tal en 1921, va a conocer un éxito (electoral incluso) vetado a los primitivos “Fasci”: “Esta mutación no deja de recordarnos la de los partidos socialistas al alba del siglo: el viraje a la derecha constituye el precio habitual del éxito” (p.400). Mussolini, hombre de realidades que antepone la praxis a la teoría, ha visto fracasar la ocupación “roja” de fábricas como la gesta nacionalista de Fiume, decide llevar a cabo la revolución posible. Así, en la perspectiva de Sternhell, la captura del poder por el jefe fascista no es tanto el resultado de un golpe de Estado como de un proceso; es la simpatia de una amplia parte de la masa política, de los medios intelectuales, de los centros de poder, lo que permite a Mussolini instalarse y sostenerse en el gobierno. Para Sternhell es sintomática la actitud del senador Croce quien aun en junio de 1924 dio su voto de confianza al primer ministro cuando el caso Mateotti puso en crisis al gobierno y Mussolini estaba a punto de ser despedido por el rey, porque, pensaba Croce, “había que dar tiempo al fascismo para completar su evolución hacia la normalización”.
La idea de Estado, que parece ser sólo característica del fascismo, es, sin embargo, el último elemento que toma forma en la ideología fascista. En todo caso señala Sternhell que toda la ideología fascista estaba elaborada antes de la toma del poder: “La acción política de Mussolini no es el resultado de un pragmatismo grosero o de un oportunismo vulgar más de lo que fue la de Lenin” (p.410).

El jurista Alfredo Rocco, proveniente de las filas nacionalistas, ha “codificado” y traducido en leyes e instituciones los principios fascistas y nacionalistas (visión mística y orgánica de la nación, afirmación de la primacía de la colectividad sobre el individuo, rechazo total sin paliativos de la democracia liberal). Pero es un Estado que, a la vez, se quiere reducido a su sola expresión jurídica y política; que quiere renunciar a toda forma de gestión económica o de estatalización, como anunciaba Mussolini desde 1921. No es, pues, o no es todavía, el Estado totalitario.

         El fascismo en el poder, en suma, no se asemeja al fascismo de 1919, menos aún al sindicalismo revolucionario de 1910. Pero, se pregunta Sternhell: “¿el bolchevismo en el poder refleja exactamente las ideas que, diez años antes de la toma del Palacio de Invierno, animaban a Plekhanov, Trotsky o Lenin?” Ha habido una larga evolución, sin duda. Y con todo -concluye el autor-, el régimen mussoliniano de los años 30 está mucho más cerca del sindicalismo revolucionario o del “Círculo Proudhon” que lo que el régimen estaliniano está de los fundamentos del marxismo.

El secreto encanto del Fascismo

          Como conclusión, Sternhell da una mirada a las relaciones entre el fascismo y las corrientes estéticas de vanguardia en el siglo XX. El futurismo, desde luego (futuristas y fascistas han dado justos la batalla por el “intervencionismo”, y Marinetti es uno de los fundadores de los Fasci), pero también el vorticismo, lanzado en Londres por Ezra Pound, que es en cierto modo una réplica al futurismo, aun cuando comparte con él rasgos esenciales. “Los dos atacan de frente la decadencia, el academicismo, el estetismo inmóvil, la tibieza, la molicie general… Tienen una misma voz de orden: energía, y un mismo objetivo: curar a Italia y a Inglaterra de su languidez” (p. 424). De Pound se conoce de sobra su opción política.

Sternhell destaca también el papel de Thomas Edward Hulme, antirromántico, antidemócrata en política, traductor al inglés de Sorel. “revolucionario antidemócrata, absolutista en ética, que habla con desprecio del modernismo y del progreso y utiliza conceptos como el de honor sin el menor toque de irrealidad” (p. 429). Hulme es pues, para el autor, un representante de esa rebelión cultural que brota por doquier, antirracionalista, antiutilitarista, antihedonista, antiliberal, clasicista y nacionalista y que precede a la rebelión política.

Las generaciones de los años 20 y 30, que ya conocen la experiencia fascista, rehacen el camino del inconformismo. Así un Henri de Man, en 1938 presidente del partido socialista belga, uno de los grandes teóricos del socialismo en la época, seguido sólo ante Gramsci y Lukacs, reemprende su propia revisión del marxismo y no será ilógico que, cuando su país capitule ante Alemania en 1940 llame a los militantes socialistas belgas a aceptar la nueva situación como un punto de partida para construir un nuevo orden: “La vía está libre para las dos causas que resumen las aspiraciones del pueblo: la paz europea y la justicia social”. No muy diferente es en Francia el caso de Doriot.

¿Cómo ha podido surgir el fascismo en la historia europea y mundial? La explicación coyuntural no puede sino desembarcar en trivialidades. Se debe comprender al fascismo primero como un fenómeno cultural. Es, de partida, un rechazo de la mentalidad liberal, democrática y marxista; rechazo de la visión mecanicista y utilitarista de la sociedad.

          Mas expresa también “la voluntad de ver la instauración de una civilización heroica sobre las ruinas de una civilización bajamente materialista. El fascismo quiere moldear un hombre nuevo, activista y dinámico”. No obstante presentar esta vertiente tradicionalista, este movimiento contienen en sus orígenes un carácter moderno muy pronunciado, y su estética futurista fue el mejor cartel para la captura de intelectuales, de una juventud que se agobia en las estrecheces de la burguesía.
El elitismo, en el sentido de que una élite no es una categoría social definida por el lugar que se ocupa en el proceso de producción, sino un estado de espíritu, es otro componente mayor de esa fuerza de atracción. El mito, como clave de interpretación del mundo; el corporativismo, como ideal social que da a amplias capas de la población el sentimiento de que hay nuevas oportunidades de ascenso y de participación, constituyen también parte del secreto del fascismo, porque el fascismo reduce los problemas económicos y sociales a cuestiones, ante todo, de orden psicológico. Y, sobre todo, “servir a la colectividad formando un cuerpo con ella, identificar los propios intereses a los de la patria, comulgar en un mismo culto los valores heroicos, con una intensidad que desplaza al boletín de voto en la urna”.

Es por todo esto que el estilo político desempeña un papel tan esencial en el fascismo. El fascismo vino a probar que existe una cultura no fundamentada en los privilegios del dinero o del nacimiento, sino sobre el espíritu de banda, de camaradería, de comunidad orgánica, de “Bund”, como se dijo en Alemania en la misma época.

Estos valores presentes en el fascismo tocan la sensibilidad de muchos europeos. Poco conocido es que en 1933 Sigmund Freud saludaba a Mussolini como un “héroe de cultura”. Si esto era así, ¿por qué Croce hubiera debido votar contra él en 1924, por qué Pirandello hubiera debido rehusar el asiento que el Duce le ofreció en la Academia Italiana? Las realidades de los países europeos entre las dos guerras no son de una pieza: la cultura italiana está representada por Marinetti, Gentile y por Pirandello no menos que por Croce, y por Croce senador no menos que por Croce antifascista, del mismo modo que por la cultura alemana pueden hablar tanto Spengler, Heidegger, o Moeller van der Bruck tanto como los hermanos Mann, y la cultura francesa es tanto Gide, Sartre o Camus tanto como Drieu la Rochelle, Brasillach o Céline…




El fascismo vino a probar que existe una cultura no fundamentada en los privilegios del dinero o del nacimiento, sino sobre el espíritu de banda, de camaradería, de comunidad orgánica.


          Así, “El nacimiento de la ideología fascista” otorga a su objeto una dignidad que no siempre se encuentra en los variados estudios sobre el tema. Ello sólo puede ser saludable para la historia de las ideas. Hagamos por nuestra parte algunas observaciones. Primero, que, como es evidente, Sternhell trata en su obra del fascismo latino, esto es, de las corrientes inconformistas surgidas en Francia y en Italia. Un tema de discusión es ver si el fascismo italiano y el nacional-socialismo alemán son cosas totalmente diferentes (esta es la tesis de De Felice), o bien si el nacional-socialismo es una especie dentro del fascismo genérico (tesis de Payne y Nolte). Del nacional-socialismo se ha discutido si fue “antimoderno” o si presentaba rasgos de una radical modernidad, dado que el innegable que el movimiento desarrolló un radicalismo antiburgués operativamente muy atractivo para los militantes comunistas.

El fascismo nace a la izquierda, a partir de una revisión del marxismo. Este revisionismo se desarrolla y se constituye en una corriente intelectual y política independiente a la cual concurren otras tendencias que cohabitan con el socialismo: Nietzsche, Bergson, James, y el nacionalismo integral. Al respecto es interesante comparar las diferentes evoluciones del marxismo que siguió siendo tal y las diferentes ramas “apóstatas”. El fascismo en una revisión del marxismo encontró que todos los partidos socialistas consideraban al marxismo una herencia a la que debían permanecer fieles. Sin embargo, en su evolución reciente todos esos partidos han renunciado a la herencia de Marx, acomodándose a la economía neoliberal. Siguen apegados, desde luego, a la matriz ilustrada, materialista e igualitaria. Al contrario, los fascistas, animados de otra cultura, mantuvieron siempre el espíritu revolucionario de ruptura con el orden burgués.

Sternhell insiste permanentemente en el respeto de los sindicalistas revolucionarios, de los socialistas nacionales, de los fascistas, por la propiedad privada y el capitalismo. ¿No habría que distinguir entre propiedad privada y capitalismo que, después de todo, históricamente no se identifican sin más? Todos los fascismos subrayaron siempre la diferencia entre la propiedad ligada al hombre y el gran capital financiero; entre el trabajo productivo y la servidumbre al interés del dinero (G. Feder). No parece adecuado pasarla por alto. Quizás Payne ha sido el autor más justo en este sentido.

        Finalmente, es verdad que una cosa es reconocer el componente irracional de la vida humana y otra hacer del antirracionalismo una política. Sternhell, que durante toda su obra se ha mantenido alejado de toda afección moralizante, al final nos advierte del peligro del irracionalismo: “Cuando el antirracionalismo deviene un instrumento político, un medio de movilización de las masas y una máquina de guerra contra el liberalismo, el marxismo y la democracia; cuando se asocia a un intenso pesimismo cultural a la par de un culto pronunciado por loa violencia, entonces el pensamiento fascista fatalmente toma forma” (p.451). La cuestión sería si sólo los valores políticos de la ilustración y del liberalismo son legítimos; si solo el chato optimismo hedonista puede pasar por perspectiva cultural, si las masas han de ser movilizadas sólo en nombre del deporte.

Aquí, obviamente, la ciencia no puede decir nada: estamos en el campo de la opción política.

jueves, 16 de enero de 2014

-CRÍMENES ALIADOS IIGM: OPERACIÓN GOMORRA Y DRESDEN LA CIUDAD HOSPITAL.






     Durante los años 1942 y 1943 cambió radicalmente el curso de la guerra tras el fracaso alemán de la Operación Barbarroja, las ofensivas de los aliados obligaron a los alemanes a replegarse y a adoptar una estrategia nueva para frenar el avance del adversario. Durante este período, Winston Churchill y Delano Roosevelt utilizaron dos nuevos tipos de acciones para las cuales el III Reich no estaba preparado: Destrucción de las refinerías de combustible usando a terroristas y partisanos, y el bombardeo masivo sobre ciudades alemanas.




    
Nadie podía esperarse lo ocurrido en aquella semana de julio de 1943. Un crimen de guerra que causaría 40,000 muertes y un millón de desplazados.



         Todo comenzó la noche del 24 de julio, cuando el cielo de Hamburgo estalló en pedazos. Las fuerzas aéreas del Reino Unido, con apoyo de Estados Unidos, lanzaron la Operación Gomorra (llamada así por la ciudad del Antiguo Testamento que fue devastada por la ira de Yahvé), un ataque aéreo sobre la población civil sin precedentes, sobre la industriosa ciudad del Elba, uno de los mayores puertos del mundo y punto estratégico con astilleros, refinerías de petróleo e industrias metalúrgicas. Esa medianoche 791 aviones británicos descargaron 2,300 toneladas de bombas incendiarias. Era como si del cielo cayera un infierno de metal candente sobre la ciudad, desapareciendo tras una nube de humo e iluminada de rojo.


       Lo peor llegaría tres días después. La infernal intensidad del bombardeo causó un fenómeno imprevisto. Las zonas que ya ardían seguían siendo destrozadas una y otra vez con más bombas, de manera que la temperatura se elevó descomunalmente. Los bomberos no podían sofocarlas y el tiempo seco y caluroso hizo el resto. El aire supercaliente lanzó corrientes de fuego de 240 kilómetros por hora, a temperaturas de 800 grados centígrados, y desató un gigantesco tornado de fuego. Las llamaradas se elevaban varios metros. El petróleo derramado incendió los canales. El asfalto se derritió. La falta de oxígeno y el fuego acabaron con muchos de los que intentaron alcanzar los refugios antiaéreos. La mayoría de víctimas del ataque pereció esa noche infernal.
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       La cantidad de víctimas de la Operación Gomorra aún no ha podido ser determinada con exactitud. Hasta el 30 de noviembre de 1943 se recuperaron 31.647 cadáveres, de los cuales 15.802 pudieron ser identificados. Los responsables de la defensa antiaérea de la ciudad cifraron entonces el número de fallecidos en 35.000. Historiadores modernos cuantifican el número de víctimas de la operación en 34.000 muertos y 125.000 heridos.
Algunos especialistas afirman que más allá del valor estratégico de la ciudad, el ataque tenía como fin aterrorizar a los ciudadanos alemanes. Diría sir Arthus Harris (comandante británico de la Operación Gomorra) que el objetivo era de “aplastar al Boche [apelativo despectivo aplicado a la población alemana], matar al Boche, aterrorizar al Boche”. Si la Operación Gomorra ya fue un acto inmoral, cuanto más lo serían Dresde, Hiroshima y Nagasaki. La cifra de muertos sería trágicamente superada. Hamburgo sería la primera gran ciudad en ser aniquilada.

Holocausto en Dresden: Ataque aéreo sobre la ciudad asesinó a más de 300.000 alemanes



 Traducción de una nota de 1945 del periódico americano dedicado a temas militares Stars and Stripes en su edición londinense. El artículo da a conocer la cifra de víctimas mortales dada por la policía de Dresden, las declaraciones de prisioneros de guerra británicos que trabajaban en la ciudad durante el ataque y las de un sargento británico.

Ataque aéreo sobre Dresden asesinó a más de 300.000


Por Dan Regan
Staff Stars and Stripes





Víctimas del ataque aéreo sobre Dresden siendo incineraras por 500 a la vez en la plaza Altmarkt, 25 de febrero 1945



Edición Londres, Sábado, 05 de mayo 1945, vol. 5, N º 156

Con el 1er ejército, 3 de mayo (atrasado)/El ataque aéreo de los aliados en Dresden en Febrero 13 y 14 asesinó a 300.000 personas, según un informe de la policía de Dresden a un grupo de 600 prisioneros, ingleses y franceses, que recibieron pases de los alemanes para entrar en las líneas americanas.

Nueve prisioneros de guerra británicos estaban trabajando en Dresde durante la incursión y señalaron que el horror y la devastación causada por el ataque anglo-americano de 14 horas estaba más allá de la comprensión humana a menos que uno lo viera por sí mismo.

Un sargento británico dijo:

“Los informes de la policía de Dresden señalan que 300.000 murieron como resultado de los bombardeos no incluyeron las muertes entre un 1.000.000 de personas evacuadas de la zona de Breslau que intentaron escapar de los rusos. No hay registros sobre ellos.

“Después de ver los resultados del bombardeo, creo que estas cifras son correctas”.

“Tuvieron que poner los cuerpos con horquillas en camiones y vagones y colocarlos en tumbas poco profundas a las afueras de la ciudad. Pero después de dos semanas el trabajo fue demasiado para realizarlo, se encontraron con otros medios para recoger a los muertos.”

“Quemaron los cuerpos en una gran pila en el centro de la ciudad, pero la manera más eficaz, por razones sanitarias, era tomar lanzallamas y quemar a los muertos que yacían en las ruinas. Solo usarían los lanzallamas en las casas, quemarían a los muertos y entonces disponerse a cerrar de toda la zona. Toda la ciudad está arrasada. Fueron incapaces de limpiar las carreteras de los muertos que yacían a su lado durante varias semanas”, agregó el sargento












Dresden un antes (IIGM) 
y un después (en la actualidad)


Puedes leer mas sobre el  Bombardeo de dresden:

http://es.wikipedia.org/wiki/Bombardeo_de_Dresde

-LO QUE WINSTON CHURCHILL SÍ DIJO Y CASI NADIE RECUERDA.


Una famosa cita que se suele poner en boca de Winston Churchill pero de la que no existe ningún registro fidedigno de que él la haya pronunciado. Es esa de “los fascistas del futuro se llamarán a sí mismos antifascistas”.
 
 



          Aun así, es curioso ver como Churchill es conocido por una cita que no se sabe si pronunció y sin embargo, no se le conoce por otra cantidad de citas que SI pronunció y que quizá son mucho más interesantes para retratar a este hombre, seguramente el político británico más importante del siglo XX. Es de todos conocidos que Churchill era un político conservador y que armado con un gran carisma fue capaz de mantener alta la moral británica ante el desastre de la II Guerra Mundial y los bombardeos constantes de la aviación alemana. (A parte era Mason, aunque ese es otro tema) Su gesto de victoria, hecho con los 2 dedos índice y medio formando una (V), su siempre presente puro, su rostro duro, sus discursos y su visión geopolítica, todo ello forma parte de la imagen que todos tenemos del hombre que más se ha parecido jamás a un bulldog. Pero eso no es todo.



 

Una frase de él y que casi nadie menciona es esta:

"La historia de esa lucha no se puede considerar sin admiración por el coraje, la perseverancia, la fuerza vital que le permitió desafiar, retar, conciliar o superar todos los obstáculos y resistencias que se presentaron en su camino... Siempre he dicho que si Gran Bretaña fuera derrotada en la guerra, espero que encontremos un Hitler que nos devuelva a nuestra posición correcta entre las naciones".

      Sí, la dijo él, Winston Churchill en 1937. Una cita en la que admira y alaba al que años después sería su gran adversario político, Hitler,  y el que es recordado lastimosamente como uno de los mayores criminales de la historia de la humanidad, cuando los ha habido peores a la máxima potencia con una crueldad extrema sin parangón. Bueno. Cierto es que Hitler y su movimiento Nacional Socialista surgió en un momento en el que Alemania estaba derrotada, agobiada por los pagos de compensación de la I Guerra Mundial y con una situación social alarmante, un escenario al que Hitler puso fin exponiendo un sistema y una política tanto económica como social que a ojos del mundo de esa época (Los poderosos, los que están tras bambalinas)  no les daba mucha gracia.


Resulta raro leer esto en boca de Churchill. (Para que vean que el hecho de  ir contra Alemania era un juego político o mejor dicho Geopolítico, en el cual ESTE  (Alemania) UNA VEZ TERMINADO SE REPARTIRIAN EL PASTEL, COMO ASI FUE. He inician la Guerra fría, un juego más solo que posguerra).

 Eso sí, de esta cita no se puede discutir la autoría ya que sale en un libro que él mismo publicó (Step by step) con una recopilación de artículos suyos en los que narra la inexorable marcha de Europa hacia la guerra.

-No acepto… que se haya hecho un gran mal a los Pieles Rojas de América, o a los negros de Australia… por el hecho de que una raza más fuerte, una raza de más alta graduación… haya llegado y ocupado su lugar.



 


      Esta tampoco se suele leer en boca de Churchill, pero la dijo, concretamente en la Comisión real sobre Palestina en 1937, una Comisión en la que se trataba el futuro del actual territorio que comprenden Israel, la Autoridad Nacional Palestina y Jordania. Recogida en un artículo del diario británico Guardian, es una muestra de que Churchill tenía una visión muy clara y muy radical sobre lo que es una raza o pueblo superior.

-No entiendo estos remilgos contra el uso del gas. Estoy completamente a favor de usar gases venenosos contra las tribus incivilizadas.

       Otra cita que tal baila, esta vez de 1917 cuando era Presidente de la Comisión del Aire y hablando sobre una rebelión indígena en la India, recogida también por el mismo artículo en el Guardian. Realmente cualquiera pensaría que Hitler “se inspiró en él”

-Los españoles son vengativos y el odio les envenena.



 

Y esta es quizá mi favorita para esos españoles que tanto citan a Churchill en sus perfiles de Twitter. Con esta frase, Churchill expresaba su convicción de que lo de la Guerra Civil española no era más que una algarada entre gente pasional, visceral y que se dejaba llevar por los sentimientos, afirmando que era una guerra civil más y no un movimiento más en esa partida que se llevaba a cabo entre democracia y totalitarismos que desembocaría en la II Guerra Mundial. Y esta cita la recoge un historiador, José-Vidal Pelaz López, en su libro Breve historia de Winston Churchill, no como la de los fascistas.

 

Después de la guerra, Churchill visitó Stalingrado, aún en ruinas, e hizo una observación a los rusos:

«Es increíble a lo que llegaron los alemanes». El intérprete ruso pregunto si lo decía por el grado de destrucción, a lo que Churchill respondió: «Me refiero a hasta donde llegaron en el mapa».

Algunas de las decisiones de Churchill fueron controvertidas. En la hambruna que se desató en Bengala, India, que ocasionó la muerte de 2,5 millones de bengalíes, Churchill fue por lo menos indiferente, si no cómplice como muchos le acusaron. Las tropas japonesas estaban amenazando a la India después de su ocupación de Birmania. Algunos opinaron que la política del gobierno británico de no ayudar a resolver, o al menos aliviar, el efecto de la hambruna, era el equivalente de una política de arrasar y quemar el territorio que se temía perder, para que los japoneses no se beneficiaran de su invasión a esta región. Churchill también respaldó el bombardeo de Dresde poco antes de finalizar la guerra, a pesar que la ciudad no tenía ningún valor estratégico militar y las víctimas principalmente fueron civiles. Churchill además tuvo relación con la Operación Antropoide destinada a desestabilizar al régimen nazi en Checoeslovaquia.


 

Otras frases de el:

"El mejor argumento en contra de la democracia es una conversación de cinco minutos con el votante medio."

Winston Churchill
 

"La historia será amable conmigo, porque tengo intención de escribirla"

Winston Churchill


"Rusia es un aliado dudoso, cuyas probabilidades de éxito son mínimas." (Septiembre de 1941).

Winston Churchill

Aún hay alguna más que podría hundir más la reputación de este hombre, solamente es de saber investigar.